Authors: Laura Gallego García
«Niña —siguió diciendo la Madre—. Déjate guiar por los que somos más viejos y hemos visto más cosas. Ese shek no te ama no puede amar a nadie. Mira qué rápido ha huido al verse descubierto, dejándote atrás. Sólo te ha estado utilizando.»
En los ojos oscuros de Victoria brilló una llama de cólera.
—Aquí los únicos que intentáis utilizarme sois vosotros —declaró, furiosa—. No tenéis derecho a decidir sobre mi vida ni mis sentimientos.
Y dio media vuelta y se alejó de ella, irritada y confusa, pero, sobre todo, preocupada por Christian, y preguntándose si él había decidido partir del bosque de Awa sin ellos, y si volvería a verlo.
Jack la vio marchar, resignado. Le había hecho mucha ilusión saber que iba a pasar la noche junto a ella, sobre todo porque al día siguiente, al rayar el alba, pensaba emprender el viaje que había estado planeando, y pensaba hacerlo solo. Suspiró. En fin, ahora ya no tenía sentido esperar al amanecer. Tal vez fuera mejor aprovechar el revuelo que había ocasionado aquel incidente para marcharse sin que nadie lo advirtiera.
Había visto a Victoria hablando con Gaedalu, pero había oído solamente las palabras de su amiga, no las de la Madre, que había enviado su pensamiento sólo a la mente de la muchacha. No sabía, por tanto, qué era lo que le había dicho la varu para enfurecerla tanto, pero tenía una idea bastante aproximada.
También él había pensado, al enterarse de su relación con Christian, que el shek la había estado utilizando. Pero ahora sabía que no era así.
La reunión se había dispersado, y Jack se dispuso a volver a su cabaña. Alexander lo retuvo.
—¿Qué piensas? —le preguntó, señalando con un gesto al grupo de personas que se internaban por el bosque, persiguiendo a Christian.
—Que dudo mucho de que consigan darle caza —respondió el muchacho—. Creo que deberíamos ir a dormir y hablarlo mañana con más calma. Y con Shail —añadió, antes de que su amigo pudiera replicar.
Alexander quedó pensativo un momento y asintió. Pero Jack sintió los ojos negros de Allegra clavados en él, y tuvo la incómoda sensación de que sabía lo que estaba pensando.
Esperó en su cabaña a que todo estuviera más tranquilo. Y, cuando le pareció que nadie podía escucharlo, salió en silencio al claro del bosque, cargado con un morral en el que había guardado algunas cosas útiles. Sabía que no llevaba gran cosa como equipaje, pero no podía entretenerse más.
Se detuvo un momento ante la cabaña de Alexander, dudó, pero finalmente decidió no entrar, y deseó que él lo perdonara por marcharse sin despedirse. Se internó en el bosque, remontando el curso del arroyo. Sabía, si lo hacía, que tarde o temprano saldría del bosque. Pero no había caminado ni cinco minutos cuando una voz lo sobresaltó:
—¿Crees que es una buena idea?
Jack miró a su alrededor, entre aliviado y molesto.
—¡Christian! —susurró—. ¿Dónde estás?
Descubrió su silueta sobre una de las ramas bajas de un enorme árbol, observándolo como una pantera al acecho.
—Están todos buscándote —dijo Jack, algo inquieto.
—Lo sé. Por eso no voy a volver. Y contaba contigo para que cuidaras de Victoria.
Jack apoyó la espalda en el tronco del árbol, con un suspiro.
—No quiero que venga conmigo al lugar a donde voy. Es demasiado peligroso. ¿Y tú? —añadió, alzando la cabeza—. ¿No vas a llevártela contigo?
El shek tardó un poco en responder.
—No —dijo por fin.
—Es su amor lo que te está matando, Christian, no su presencia —le recordó Jack—. Vayas a donde vayas, seguirás queriéndola. No vas a ser menos humano porque la apartes de tu lado.
—Lo sé. Pero tampoco quiero que me acompañe al lugar a donde voy.
—¿También es peligroso?
—Seguramente.
Jack sonrió.
—Entonces, te deseo buena suerte —le dijo—. Pero, antes de que te vayas —añadió, repentinamente serio—, me gustaría preguntarte una cosa. He de hacerlo ahora, porque no sé qué pasará la próxima vez que nos encontremos. No sé... si seremos como ahora. No sé si seremos capaces... de hablar sin intentar matarnos el uno al otro.
—Entiendo, habla, pues.
Jack respiró hondo. Luego preguntó, en voz baja: —¿Mataste tú a mis padres?
Los segundos que Christian tardó en responder le parecieron eternos.
—Sabes que no. La muerte de tus padres fue obra de Elrion
—¿Los... habrías matado, si no se te hubiera adelantado?
—Si hubieran sido idhunitas, sí. Pero no lo eran. Así que me habría limitado a sondear sus mentes y a dejarlos en paz. Al fin y al cabo, sus muertes no me habrían reportado ningún beneficio. En realidad... iba a por ti.
—Lo sé —dijo Jack en voz baja, evocando su primer encuentro, tres años atrás—. ¿Qué hiciste... qué hiciste con sus cuerpos? Nunca los encontraron.
—Los cuerpos de los renegados los enviaba todos a Ashran, como prueba de su muerte. También le llevé los de tus padres —añadió—, como prueba de la ineptitud de Elrion.
—¿Y después?
—Están enterrados junto a la Torre de Drackwen. Si algún día nos encontramos allí, en circunstancias más... favorables... puedo mostrarte el lugar, si quieres.
Jack asintió, con los ojos llenos de lágrimas. Agradeció que estuviera oscuro, para que el shek no lo viera llorar. Se aclaró la garganta antes de preguntar, cambiando de tema:
—¿Hacia dónde vas? Quizá llevemos el mismo camino.
—No lo creo. Yo voy hacia el norte, y tú hacia el sur. ¿Me equivoco?
—No —gruñó Jack—. ¿Cómo lo sabías?
—Es obvio. Sólo hay un lugar en Idhún que pueda llamarte tanto la atención como para que decidas ir por tu cuenta y riesgo, sin decir nada a tus compañeros.
—Tal vez —suspiró Jack—. ¿Crees que... servirá de algo?
—Por vuestro propio bien, espero que sí. Te deseo... —pareció dudar antes de añadir— buena suerte a ti también.
Jack asintió, y se separó del tronco del árbol, pensando que aquello era una despedida. Pero Christian no había terminado de hablar.
—Antes de marcharte... me gustaría pedirte un favor.
—¿Cuál?
—Un poco más allá, río arriba... está Victoria, sola. Está muy preocupada, y no me gustaría dejarla así.
—¿Por qué no vas a hablar con ella, entonces?
Hubo un breve silencio, y entonces la voz de Christian volvió a sonar en la oscuridad:
—Porque, si la miro a los ojos una vez más, ya no tendré valor para marcharme.
—¿Y qué te hace pensar que yo sí?
Pero Christian no respondió. Jack alzó la cabeza hacia la rama y descubrió que el shek se había marchado. Dudó un momento, pero después optó por esconder su macuto y avanzó un poco río arriba, como Christian le había dicho. Pronto oyó unos sollozos apagados, vio una figura acurrucada entre unos arbustos que tenían una textura que parecía tan suave como el diente de león. La chica se mecía entre ellos, dejando que la envolvieran en su cálido abrazo. Jack se acercó a ella.
Victoria alzó la cabeza al oírlo llegar y se secó rápidamente las lágrimas.
—No estaba llorando —le aseguró.
Jack llegó hasta ella y la estrechó entre sus brazos.
—Odio este sitio, Jack —le confió Victoria—. Todo ha ido de mal en peor desde que llegamos. Y no encuentro a Christian —añadió—, por ninguna parte. Espero que no lo hayan cogido, porque no sé lo que le harán si...
—No podrán atraparle —la tranquilizó él.
Respiró hondo. Allí, con Victoria entre sus brazos, la sola idea de marcharse y abandonarla se le hacía insoportable. Pero recordó a Christian y Victoria juntos, recordó las últimas palabras del shek, y supo que no era justo, que ellos dos no debían separarse.
Sabía lo que tenía que hacer.
—Victoria —le dijo, sintiendo que cada palabra que pronunciaba pesaba como una lápida—, he visto a Christian. Se marcha hacia el norte, lejos del bosque. No hace mucho que se ha ido, tal vez lo alcances.
Victoria se separó de él un momento y lo miró, llena de gratitud.
—Jack, esto es...
—Corre —la apremió él.
—Jack, esto nunca lo olvidaré.
Jack sonrió con tristeza.
—Lo sé. Y ahora, vete, o no lo alcanzarás.
Victoria lo miró intensamente. Le besó, con infinita dulzura, le sonrió y salió corriendo, río arriba. Jack la vio marchar, con el corazón roto en pedazos. Tardó un poco en sobreponerse y en dar la vuelta para ir, río abajo, en busca de su morral.
Christian se dio cuenta de que Victoria iba tras sus pasos. Se detuvo y la observó un momento desde la oscuridad, intentando contener las emociones que inundaban su pecho, y que amenazaban con desbordarse. La chica no se había percatado de su presencia, pero él sí la había descubierto a ella, y detectó que caminaba con decisión, con urgencia, completamente segura de que iba por el camino correcto. Lo estaba siguiendo a él, no cabía duda, y Christian comprendió muy bien por qué.
—Condenado dragón —suspiró para sí mismo.
Podía dejar que Victoria pasara de largo, podría marcharse sin permitir que ella lo viese por última vez.
Pero no tuvo valor, y cuando salió de las sombras para mostrarse ante ella sabía perfectamente que Jack había contado con ello.
—¿Me estás siguiendo, Victoria? —le preguntó.
Ella se detuvo y se volvió hacia él, alerta, con rapidez, como un cervatillo sorprendido en un claro del bosque. Cuando reconoció su voz y su silueta se lanzó a sus brazos. Christian sonrió y la abrazó.
—Ibas a marcharte sin despedirte —le reprochó la muchacha. —Me pareció que era lo mejor.
—¿Vas a intentar resucitar tu espada? Christian asintió.
—Voy a llevársela a la persona que la forjó. Tal vez él pueda darme alguna pista, ya que también fue él quien la reparó la primera vez, cuando Jack la partió en dos.
Victoria contuvo el aliento, recordando cómo, apenas unas semanas antes, Jack y Christian habían luchado en un duelo a muerte, y el fuego de Domivat, la espada de Jack, había logrado quebrar a Haiass, que hasta ese momento había parecido indestructible. Parecía que había pasado una eternidad desde entonces.
El shek prosiguió:
—Lejos, en el norte, más allá de Nandelt, más allá de Kazlunn, está Nanhai, las Tierras del Hielo, un frío mundo de altas cordilleras y picos escarpados. Es allí donde viven los gigantes.
—Gigantes —repitió Victoria en voz baja.
—Son seres solitarios que rara vez salen de su patria. Pero uno de ellos forja espadas mágicas. Fue él quien creó a Haiass a petición de mi padre y de Zeshak, el rey de las serpientes.
—¿Vas a entrevistarte con un aliado de tu padre? —preguntó Victoria en voz baja—. ¿Y si es una trampa?
—Correré el riesgo. De todas formas, este gigante del que te hablo no es aliado de mi padre. No es aliado de nadie, en realidad. Ya te he dicho que los gigantes viven de espaldas al mundo. Les da igual quién gobierne en Idhún, les da igual la profecía. Así que él forjaría una espada para Ashran, pero también para Jack, o para ti, si se lo pidierais. Si acudo a hablar con él, no me delatará. No le interesan las guerras, los pactos ni las traiciones. Sólo le interesan las espadas.
Victoria lo abrazó con más fuerza.
—Quiero ir contigo —le dijo.
—Sabía que me lo pedirías —respondió Christian con suavidad—. Por eso pensaba marcharme sin decirte nada. No ha funcionado, por lo que veo.
Victoria vaciló, y Christian adivinó que no quería revelarle que Jack lo había delatado. El joven sonrió, preguntándose si debía decirle que no era necesario, porque ya lo sabía. Decidió que no; además, conocía el modo de devolverle la jugada.
—Si vienes conmigo, tendrás que dejar atrás a Jack.
—Hablaré con él, le pediré que nos acompañe...
—No lo convencerás. Además, él tiene sus propios planes. —Hizo una pausa antes de añadir, con voz neutra—. El también se marcha esta noche, en otra dirección.
Sintió que Victoria se ponía rígida entre sus brazos.
—¿No te lo ha dicho? —prosiguió Christian, sonriendo para sí—. Se dirige al sur, al confín del mundo. Para aprender a ser dragón, supongo.
—No lo estás diciendo en serio —susurró Victoria, aterrada.
—¿Vas a dejar que vaya solo? Si lo dejas marchar, puede que no vuelvas a verlo nunca más. Claro que también es posible que tú yo no volvamos a vernos, pero tal vez eso sí puedas superarlo. La muchacha se separó un poco de él.
—¿Por qué me dices esto? ¿Por qué lo haces más difícil? Christian le dirigió una mirada penetrante. —Porque tienes derecho a elegir —respondió solamente. Victoria se volvió hacia el lugar por donde había venido, angustiada. Después miró de nuevo a Christian.
—Elegir... —repitió con suavidad—. Entonces, ¿es eso lo que me estás pidiendo?
Christian sacudió la cabeza.
—No, no me has entendido. Sé lo que hay entre tú y yo, y no pienso renunciar a ello. Pero también sé lo que sientes por Jack. Así que no puedo pedirte que elijas entre los dos. Sólo te pido que decidas a quién acompañarás en esta ocasión..., hasta que volvamos a encontrarnos. Porque es obvio que no puedes acompañarnos a los dos; vamos en direcciones opuestas. También puedes quedarte aquí, con Alexander y los demás, pero no me hago ilusiones al respecto. Sé que preferirás ir con Jack, o conmigo, antes que quedarte a salvo con la Resistencia.
Victoria respiró hondo y se mordió el labio inferior.
—Estoy seguro de que remontará el río para llegar hasta las montañas —prosiguió Christian—. Si quieres alcanzarlo tendrás que acortar cruzando el poblado. ¿Ves esa estrella de allí? —señaló un punto brillante en el cielo—. Atraviesa el poblado y, cuando salgas, justo desde detrás de nuestras cabañas, avanza dejándola siempre a tu derecha. Si sigues esa dirección llegarás al límite del bosque más o menos a la vez que Jack.
Victoria se volvió hacia él, con los ojos brillantes.
—¿Qué te hace pensar que voy a ir con él, y no contigo?
Christian alzó una ceja, pero no dijo nada. Cruzaron una mirada intensa, profunda.
—¿Qué te hace pensar...? —repitió Victoria, en voz baja, pero él la interrumpió.
—Se te rompe el corazón sólo de pensar en separarte de él, Victoria —le dijo con suavidad—. ¿Crees que no me he dado cuenta?
—También se me rompe el corazón sólo de pensar que vas a marcharte —susurró ella—. Y que tal vez no vuelva a verte nunca más.
—Dijiste que no intentarías retenerme.