Authors: Laura Gallego García
—Y no voy a hacerlo. Quiero acompañarte. Pero también quiero ir con Jack. Christian, Christian, ojalá pudiera estar en dos sitios a la vez. ¿Cómo voy a quedarme quieta viendo cómo te marchas? ¿Y cómo voy a dejar que Jack se vaya solo?
—Confía en mí. Sabes que puedo cuidar de mí mismo. Aunque en el caso de Jack... no estaría tan seguro. Creo que él te necesita más que yo en estos momentos.
Victoria lo miró, con los ojos llenos de lágrimas, pero no fue capaz de pronunciar una sola palabra. Se besaron, entregando toda su alma en aquel beso, conscientes de que podía ser el último. Cuando se separaron, Christian le susurró al oído:
—Sé prudente. Y cuida de Jack. Os necesitáis el uno al otro... más de lo que ambos pensáis.
—Lo sé —sonrió Victoria—. Lo he sabido siempre.
—También yo. Pero tendrás que explicárselo con más claridad, porque parece que él no ha entendido todavía que es el hombre de tu vida.
La sonrisa de Victoria se hizo más amplia.
—¿Eso crees? ¿Y qué eres tú para mí, entonces?
Christian le devolvió una enigmática sonrisa.
—Soy el otro hombre de tu vida. ¿Todavía no te has dado cuenta?
Victoria sacudió la cabeza, perpleja, pero aún sonriendo.
—Cuídate —le dijo—. No te dejes engatusar por Gerde. Si se atreve a hacerte daño, le sacaré los ojos.
Christian sonrió de nuevo.
—Por lo que más quieras, regresa sano y salvo —le pidió Victoria.
—Por ti, Victoria, regresaré sano y salvo —le prometió él.
La chica hundió los dedos en el cabello castaño de Christian, acariciándolo con ternura. Sus dedos rozaron la mejilla de él.
—Estás... cálido —dijo ella con sorpresa; habitualmente la piel del shek presentaba una suave frialdad que a Victoria, lejos de parecerle extraña, le había gustado desde el primer día. Christian ladeó la cabeza.
—Es mi humanidad. Hasta en eso se parece a una enfermedad.
—Lo siento, Christian —dijo Victoria, con un nudo en la garganta—. Es culpa mía. Soy yo quien te está matando.
—Pero vale la pena —susurró él—. Te juro que, aunque salve mi parte shek, haré lo posible por no perder esto, Victoria, por no olvidarte. Guarda mi anillo. Mientras lo lleves puesto estaré cerca de ti. Y volveré a buscarte, no lo dudes ni un solo momento. No creas que voy a dejar las cosas así.
Christian tomó su mano, con delicadeza, y la alzó para depositar un beso en ella, sin dejar de mirarla a los ojos. Después, con una media sonrisa, retrocedió... y desapareció en la oscuridad, apenas una sombra deslizándose en la noche, con Haiass prendida a su espalda.
Y allí se quedó Victoria, un momento más, sintiendo que su corazón se partía en dos, y que cada una de las dos mitades tomaba un rumbo distinto, tal vez para no volver a encontrarse nunca más.
Allegra sabía que Christian había abandonado la Resistencia. Sabía que lo habría hecho tarde o temprano, de todos modos, pero no podía evitar sentirse molesta con Qaydar, Gaedalu y los demás por haber acelerado las cosas.
También sabía que Jack planeaba hacer algo, porque lo había visto sombrío y pensativo toda la noche, y le preocupaba que el muchacho se precipitara y tomara la decisión equivocada.
Hacía rato que había advertido, con inquietud, que Victoria no había regresado del bosque. Por eso se sintió muy aliviada cuando la vio volver y entrar en su cabaña, pero no tardó en darse cuenta, intranquila, de que volvía a salir con su báculo y un zurrón colgado al hombro, y se internaba de nuevo en el bosque. La siguió.
Victoria estaba tan preocupada por alcanzar a Jack que no vio a su abuela hasta que casi topó con ella. La muchacha soltó una exclamación alarmada, dio un salto atrás y se relajó cuando las lunas le mostraron los rasgos feéricos de Allegra.
—Un poco tarde para pasear, ¿no?
A Victoria se le cayó el alma a los pies.
—Abuela... tengo que irme, déjame pasar —imploró—. Se va a marchar sin mí. Tengo que alcanzarlo.
—¿Vas detrás de Christian?
Victoria vaciló, y Allegra entendió lo que estaba sucediendo. —¿Jack? ¿Jack se ha ido?
Victoria no contestó. Allegra la cogió por los hombros y la obligó a mirarla a los ojos.
—Dime dónde se ha ido, Victoria. No podemos dejarlo marchar solo.
—Yo voy con él —respondió Victoria con suavidad—. Nos vamos juntos.
Alzó la cabeza, resuelta y desafiante, y Allegra vio que sus ojos brillaban con la claridad de una estrella, y recordó que ella era Lunnaris, el último unicornio. La soltó.
—La Madre quiere llevaros al Oráculo —dijo a media voz.
—No podemos ir, abuela. Tienes que comprenderlo. Y tampoco podemos... atacar la Torre de Kazlunn, como quiere el Archimago.
—¿También sabes eso? —sonrió Allegra, entre divertida y preocupada—. Entonces sabrás que yo tengo que quedarme —añadió, más seria— para vigilar a Qaydar. Quiere resucitar la Orden Mágica, pero ya no quedan muchos magos en Idhún. Y tú eres la única que puede consagrar más, ¿entiendes? Sin ti, sin el último unicornio, la Orden Mágica está perdida. Qaydar no quiere perderte de vista. No, si puede utilizarte para crear más hechiceros.
Victoria se quedó sin aliento.
—Pero no puedo hacer eso —dijo, horrorizada—. Abuela, no puedo entregar la magia así, sin más. Eso es algo demasiado...
—...íntimo —adivinó Allegra, sonriendo—. Lo sé. Lo he hablado con Alexander, habíamos decidido alejaros a Jack y a ti del Archimago. Por otra parte, aunque Gaedalu y las sacerdotisas de la tríada lunar confíen en la protección de las diosas, yo sé que tampoco estaríais seguros en el Oráculo. Así que habíamos pensado dirigirnos a Vanissar, donde reina el hermano de Alexander.
—¿Todos juntos?
—Salvo yo, naturalmente. Si la Orden Mágica resurge de sus cenizas, con Qaydar al frente, debo estar allí porque soy la única que puede llegar a plantarle cara. Algunos dicen —añadió, bajando la voz— que la tragedia de la Torre de Kazlunn lo ha trastornado. No sé cómo reaccionará cuando se entere de que estás fuera de su alcance.
Victoria guardó silencio un momento. Luego dijo en voz muy baja:
—Abuela, ahora estoy todavía más convencida de que Jack y yo tenemos que marcharnos lejos de esta gente. Por lo menos hasta que asimilen quiénes somos y para qué hemos venido. Si es que llegan a hacerlo alguna vez.
»Vosotros tenéis cosas que hacer aquí, y, por otra parte, no sé qué es lo que pretende Jack, pero creo que es algo que debe hacer solo... o, como mucho, con mi ayuda. ¿Entiendes?
Allegra miró a su protegida y la vio mayor, más sabia y madura, y respiró hondo, abatida, porque comprendió que Victoria estaba a punto de volar sola, y que no podría retenerla.
—Lo entiendo, Victoria. Y, si es lo que realmente quieres, os dejaré marchar. Pero dime sólo que no vais al encuentro de Ashran.
Victoria titubeó.
—Creo que no —dijo por fin—, porque la Torre de Drackwen queda al oeste, y Christian dijo que, Jack se dirige al sur. Hacia los confines del mundo.
—Awinor —adivinó Allegra—. Va a visitar la tierra de los dragones.
Victoria se quedó sin aliento. Su abuela la miró con gravedad.
—Antes fue una tierra rica y fértil, pero ahora no es más que un inmenso y macabro cementerio. Está más allá de Derbhad, más allá de la Cordillera Cambiante, atravesando el desierto de Kash-Tar. En los confines del mundo, como dijo Christian. ¿Aun quieres ir?
—Más que nunca —dijo Victoria—. No quiero separarme de él —añadió en voz más baja.
Allegra no dijo nada, pero se acercó a ella y la abrazó, con fuerza.
—No puedes detenerme —dijo la muchacha suavemente.
—Lo sé. —Los negros ojos del hada brillaban bajo la luz de las tres lunas, y Victoria vio que estaban húmedos—. Pero deja que te haga un regalo... de abuela, de madrina, de amiga... como quieras llamarlo.
Colocó las manos sobre la cabeza de Victoria, y la chica sintió de repente como si algo muy cálido la envolviera en un manto de protección. Pero, en cuanto el manto se cerró sobre ella, Victoria jadeó, sorprendida, y respiró hondo, porque sentía que se asfixiaba.
—No he terminado —dijo Allegra, y repitió la operación.
De nuevo, Victoria tuvo aquella contradictora sensación de seguridad y opresión. Y vio que cubría su cuerpo una ligera capa marrón, muy suave al tacto, pero que a simple vista parecía pesada, burda y vulgar
—Es un manto de banalidad —le explicó Allegra—. Mientras lo lleves puesto, reducirás la posibilidad de que alguien se fije en ti. No te vuelve invisible, pero hace que no le llames la atención a nadie.
—Me agobia —dijo Victoria—, aunque no pese nada.
—Es porque reprime todo lo extraordinario que hay en ti. Que no es poco —sonrió Allegra—. Por eso no debes abusar de él. No lo lleves puesto en lugares despoblados, sólo en aquellos sitios donde realmente creas que pueden descubrir quién eres.
—Pero Jack...
—Te he puesto dos capas, una encima de la otra. Una de ellas es para él.
Victoria la abrazó de nuevo.
—Gracias, abuela.
Allegra sacó entonces un rollo de la bolsa que llevaba colgada al cinto.
—Toma; esto es un mapa de Idhún, bastante detallado. Os será útil y... —Vaciló de pronto, y abrazó a Victoria una vez más que los Seis os protejan, niña.
Victoria le devolvió el abrazo y se separó de ella. La miró sólo un momento antes de desaparecer entre las sombras, y fue una mirada llena de emoción, pero también inteligente, serena y segura. Allegra la vio marchar y supo que su misión había terminado, que Victoria, Lunnaris, ya no era responsabilidad suya; pero, por alguna razón, no se sintió mejor.
Jack había remontado el curso de uno de los afluentes del río que cruzaba el bosque. Había sido difícil, muy difícil, avanzar a través de él; en ocasiones, la vegetación era tan cerrada que no había tenido más remedio que penetrar en el arroyo y marchar aguas arriba, luchando contra la corriente. Pero incluso en los lugares en que el bosque le dejaba suficiente espacio para avanzar, no había sido una marcha cómoda. Los sonidos, los olores y las oscuras formas de la floresta lo inquietaban; y, por otra parte, tenía la impresión, completamente irracional, de que todo el bosque lo estaba observando...
Por fin alcanzó sus límites cuando estaba ya a punto de amanecer. Se detuvo, jadeante. Había caminado a buen ritmo, porque temía que Alexander y los demás fueran en su busca en cuanto descubrieran que se había marchado, y quería alejarse todo lo posible... para que no lo alcanzaran, pero, también, para acabar con toda tentación de regresar. Pensó en Christian y Victoria, y que aquello era lo mejor para todos. Además, con ellos dos viajando hacia el norte, Alexander y los demás en Vanissar, la Madre en el Oráculo, el Archimago organizando la reconquista de la Torre de Kazlunn y él mismo de camino hacia el sur, hacia Awinor, Ashran tendría muchos frentes que atender y le costaría un tiempo localizarlos.
Respiró hondo. No tenía muy claro qué era lo que iba a encontrar en Awinor, pero quería saber más cosas de los dragones, quería ver el lugar donde habían vivido y donde Alexander lo había encontrado quince años atrás, salvándolo de una muerte segura bajo la mortífera conjunción astral. Quería ver si de verdad se habían extinguido todos los dragones del mundo. Pero, sobre todo, esperaba que el contacto con Awinor despertara al dragón que había en él.
Estaba cansado, muy cansado, porque apenas había dormido, pero decidió seguir adelante de todas formas.
Y entonces, en la última fila de árboles, vio una figura que lo aguardaba envuelta en las primeras luces del alba. Jack contuvo la respiración. La habría reconocido en cualquier parte.
Por un momento pensó que era un sueño, un fantasma, una quimera. Pero cuando ella le sonrió, entre tímida y afectuosa, Jack se dio cuenta de que era real.
—Victoria... ¿qué haces aquí?
—Voy contigo. A dondequiera que vayas. Jack no supo qué responder al principio.
—Pero... ¿no estabas con Christian?
—Fui a despedirme de él. Me dijo que te habías marchado. Me dijo cómo alcanzarte.
—Maldita serpiente —gruñó Jack, comprendiendo la jugada del shek; sonrió, a su pesar.
Victoria le cogió de la mano y le miró a los ojos.
—Me dijiste que no volverías a marcharte. Que estarías siempre conmigo, ¿recuerdas? No podía perderte otra vez.
Jack la miró, confuso y emocionado. Aquello no podía ser real.
—Pero, Victoria... voy muy lejos. A Awinor. Eso está...
—... en el confín del mundo —lo cortó ella—. Sí lo sé, pero me da igual: quiero ir contigo. Más allá del confín del mundo, si es necesario. Ya no quiero volver a separarme de ti nunca más.
Jack la abrazó, con todas sus fuerzas.
—Tampoco yo —reconoció con voz ronca—, pero ¿qué iba a hacer, si no?
—Confiar en mí —susurró ella—. Creer que soy una digna compañera de camino, que soy sincera cuando te digo que te quiero, que de verdad quería pasar la noche contigo.
Jack sonrió, pero no pudo contestar porque la emoción lo había dejado sin palabras.
Ha sido culpa mía —dijo Shail, lleno de remordimientos—. Por todo lo que le dije. Le hice pensar que era una carga para mí, y... no era verdad. Maldita sea...
Se habían reunido junto al río, lejos de oídos indiscretos. Sabían que no tardaría en llegar al Archimago y los Venerables la noticia de que Jack y Victoria se habían marchado; y entonces ellos, lo que quedaba de la Resistencia, tendrían que contestar a muchas preguntas. Tal vez no tuvieran otra oportunidad para hablar entre ellos y decidir lo que debían hacer.
—No es culpa tuya, Shail —murmuró Allegra—. Por mucho que nos cueste aceptarlo, creo que han tomado la decisión correcta.
—Entonces, Victoria se ha ido con Jack —dijo Alexander, para asegurarse—. No con Christian.
Allegra asintió. Shail todavía parecía confuso, pero su compañero sonrió, satisfecho.
—Jack cuidará de ella —aseguró—. Sabe arreglárselas bien. Shail negó con la cabeza, apoyándose torpemente en el bastón que le habían proporcionado, y que aún no manejaba con soltura.
—No es lo mismo. Este no es su mundo, Alexander. Aunque ellos dos proceden de Idhún, nunca han vivido aquí, no conocen este lugar. Para Jack y Victoria es un mundo nuevo, igual que lo fue la Tierra para nosotros, cuando llegamos allí. Pero nosotros teníamos Nimbad, y ellos no tienen nada. Por no hablar del hecho de que, en cuanto Ashran sepa que han abandonado el bosque de Awa, removerá cielo, tierra y mar para encontrarlos.