Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta (24 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta
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Sus palabras no parecieron convencer al general.

—Para seguir empleando su metáfora, princesa, un puñetazo que llegue sin advertencia previa tanto puede dar comienzo a una pelea como ponerle fin —dijo Ábaht.

—¿Es que nos hemos vuelto repentinamente más vulnerables a un ataque por sorpresa de lo que lo éramos hace una semana?

—No, princesa...

—Entonces ¿me está diciendo que siempre hemos sido vulnerables a un ataque por sorpresa?

—Le estoy diciendo que el defenderse a uno mismo exige algo más que apostar centinelas en la frontera —replicó Ábaht, con una sombra de impaciencia en la voz—. Hay que trazar planes y hay que entrenarse concienzudamente para la batalla que no quieres librar, contra el enemigo al que no quieres enfrentarte y en el terreno que no quieres defender. Entonces, y sólo entonces, se puede disponer de un factor disuasorio realmente creíble.

Leia se volvió rápidamente hacia Ackbar.

—¿Y acaso usted no ha hecho precisamente eso, almirante? ¿No se ha asegurado de que nuestras fuerzas hayan sido concienzudamente adiestradas y de que estén desplegadas de la mejor manera posible? Si no lo ha hecho, me temo que tendré que despedirle.

—Sí, princesa, he hecho todas esas cosas...

—Entonces tenga la bondad de explicar al general Ábaht...

—... pero hay otras cuestiones que debemos tomar en consideración —la interrumpió Ackbar—. Si esa Flota Negra existe, y si está en condiciones de operar, entonces representa un arma secreta..., y el desbaratar toda la cuidadosa planificación de tus adversarios quizá sea lo que mejor define la naturaleza de las armas secretas. De hecho, princesa, ése es precisamente su propósito.

Leia bajó la mirada y estudió la lista que le estaba mostrando su cuaderno de datos, y después meneó la cabeza.

—¿Y realmente están convencidos de que esas naves representan una amenaza tan grande?

—Sí —replicó Ábaht con firmeza—. Un Grupo de Sector estándar del Imperio contaba únicamente con veinticuatro Destructores Estelares. El Emperador podía controlar todo un sistema con un solo navío de la clase Imperial. Los generales de Palpatine fueron capaces de abrirse paso a través de cualquier tipo de defensa planetaria, hasta un máximo del Nivel Cuatro, con sólo un tercio de los efectivos de un Grupo de Sector.

Leia cerró su cuaderno de datos y estudió el de Ábaht.

—Pero se trataba de las mejores tropas del Imperio, y estaban equipadas con el mejor material del Imperio. Cuando un navío de esas características está en un astillero, ¿qué hace normalmente la tripulación? ¿Permanece a bordo de él?

—No, por supuesto que no.

—¿Qué hay de las tropas, de los cazas? ¿Permanecen a bordo de la nave?

—Sospecho que la princesa ya conoce la respuesta a sus preguntas —dijo Ábaht—. Cuando una nave permanece atracada durante cualquier período de tiempo mínimamente significativo, lo normal es que sus dotaciones sean asignadas a otro destino.

—Bien, en ese caso... Supongamos que todas esas naves cayeron en manos de otro poder cuando el Imperio se retiró, ¿de acuerdo? Entonces esas naves no serían más que cascarones vacíos. No tendrían seis escuadrones de cazas TIE a bordo. No dispondrían de una división de soldados de las tropas de asalto. No contarían tampoco con una dotación de cañoneras. No tendrían a su disposición un ejército de caminantes imperiales.

Ábaht no se dejó impresionar por sus argumentos.

—La princesa se está fijando en nimiedades —dijo—. La mayor amenaza que presenta esta situación estriba en el hecho de que esas naves siempre han estado en manos de los imperiales, y de que nunca han salido de esa región del espacio.

—No pueden haber permanecido desplegadas sin interrupción durante diez años —protestó Leia.

—No —dijo Ackbar—. Pero en Hatawa y Farlax hay más de doscientos mundos habitados, y seguimos sin saber gran cosa sobre muchos de ellos. Algunos tal vez sigan manteniendo relaciones de amistad con nuestros enemigos. Y también sigue estando el asunto de los cinco astilleros desconocidos utilizados por el Mando Espada Negra. No tenemos ni idea de quién se ha hecho con ellos, pero me gustaría saber qué es lo que ha salido de esas instalaciones durante los últimos diez años.

Presionada desde ambos lados, por alguien a quien conocía y en quien confiaba y por otra persona a la que no conocía pero a la que respetaba, Leia acabó rindiéndose.

—Oh, si hay algo que no necesito en este momento es todo este nuevo problema —dijo, y suspiró—. Bien... ¿En qué consisten exactamente sus recomendaciones?

—Princesa, la Quinta Flota está a punto de iniciar ese recorrido para agitar la bandera del que habíamos hablado —dijo Ábaht—. Le sugiero que esas naves nos serían mucho más útiles si empezaran a buscar a la Flota Negra.

—¿Quiere usted desplazar la totalidad de la Quinta Flota a Farlax y Hatawa?

—Le aseguro que ése es el mínimo de efectivos de que querría disponer si llegara a tropezarme con la Flota Negra, princesa.

—Los dos saben que el Cúmulo de Koornacht se encuentra dentro del Sector de Farlax, naturalmente...

Ackbar asintió.

—Sí, por supuesto.

—Pues entonces supongo que ya habrán comprendido que deberán excluir a Koornacht de cualquier clase de operación de búsqueda que puedan llegar a emprender —dijo Leia—. Nil Spaar se ha mostrado inflexible en todo lo concerniente a la integridad territorial. Hasta el momento, ni siquiera ha accedido a otorgarnos el derecho de paso o los derechos de descenso en situaciones de emergencia. Sea cual sea la misión que estén llevando a cabo, cualquier intrusión de unos navíos de guerra de la Nueva República sería totalmente inaceptable..., tanto para él como para mí.

Ackbar y Ábaht volvieron a intercambiar una rápida mirada. Esta vez fue Ábaht quien acabó perdiendo.

—Princesa, tal vez pueda explicarme qué lógica tiene iniciar una operación de búsqueda y, al mismo tiempo, anunciar la existencia de un escondite en el que se estará totalmente a salvo de ella.

—Ackbar acaba de decir que hay más de doscientos planetas habitados en esa región del espacio —replicó Leia—. Eso debería bastar para mantenerles ocupados hasta que yo haya conseguido llegar a un acuerdo con los yevethanos.

—Koornacht se encuentra justo en el centro de esa zona, y los yevethanos han hecho considerables progresos tecnológicos —dijo Ábaht—. Koornacht es uno de las sitios donde parece más probable que pudiéramos encontrar por lo menos uno de esos astilleros.

—Le aseguro que por mucho que busque no encontrará a ninguna especie que odie tanto al Imperio como los yevethanos —dijo Leia—. Expulsaron a los imperiales de Koornacht a la primera oportunidad que se les presentó. Puede tener la seguridad de que no hay ningún arma secreta escondida allí.

—Tal vez. Y también es posible que Nil Spaar se alarme mucho más que usted ante la amenaza que suponen los navíos desaparecidos —dijo Ábaht—. ¿Por qué no le pide que nos dé permiso para que mis naves registren esa zona en busca de la Flota Negra? Haga usted que sea él quien tenga que responder con una negativa.

—Resulta obvio que no comprende cuál es la situación actual de las negociaciones con los yevethanos, ya que de lo contrario jamás me haría semejante petición —replicó Leia en un tono muy seco—. Sé que usted sí la comprende, almirante Ackbar.

—Comprendo su reluctancia, y comprendo la preocupación del general Ábaht —dijo Ackbar—. Admito que, tal como usted ha dicho, los yevethanos siempre han odiado al Imperio, pero... Bueno, aun así me gustaría que le formulara esa pregunta al virrey. Nil Spaar tal vez podría sorprenderla.

—No —dijo Leia, meneando la cabeza—. Por sí sola, esa pregunta ya supone una amenaza. La presencia de navíos de guerra equivaldría a una provocación abierta. Nil Spaar nunca lo consentiría.

Ackbar decidió seguir presionándola.

—Deje que sea él quien lo diga. Plantéele la pregunta, tal como sugiere el almirante.

—No —dijo Leia con firmeza—. No vuelvan a pedírmelo. General, puede llevarse a la Quinta Flota a Farlax y Hatawa para buscar a los fantasmas de Nylykerka. Respetará los límites declarados y defendidos por la Liga de Duskhan, y no entrará en el Cúmulo de Koornacht sin un permiso explícito mío. ¿Lo ha entendido?

Ábaht se levantó de su asiento y se irguió cuan alto era.

—Lo he entendido —dijo—. Le ruego que me disculpe, princesa. Tengo muchos asuntos de los que ocuparme.

—Buenos días, general.

Ábaht saludó marcialmente y se fue.

—También quiero su palabra, almirante —dijo Leia, volviéndose hacia Ackbar—. No voy a permitir que una imprudencia por su parte haga que todos mis esfuerzos para llegar a un acuerdo con Nil Spaar no sirvan de nada. He trabajado muy duro para ganarme la confianza del virrey. No tengo intención de perderla sólo porque un analista de inteligencia de segunda clase no ha conseguido que le cuadraran las listas.

—Es usted la jefe de Estado, y mi superiora —dijo Ackbar, poniéndose en pie—. No necesita mi palabra, pero aun así se la doy a pesar de todo: sus órdenes serán obedecidas. Pero no puedo darle mi aprobación. Creo que ha cometido un grave error, y que ha decidido dar preferencia a un asunto de menor importancia colocándolo por encima de otro que es mucho más importante.

—Qué curioso... Eso es justamente lo que me ha pasado por la cabeza mientras le escuchaba a usted y al general Ackbar —dijo Leia—. El mero hecho de que haya accedido a enviar la Quinta Flota a esos sectores ya me ha parecido una concesión muy considerable por mi parte. Quizá debería tratar de agradecérmelo un poquito más en vez de seguir sermoneándome.

—Han... Querido...

El rostro de Han estaba enterrado en una almohada, y su respuesta apenas fue inteligible.

—Eh... ¿Qué pasa?

—Estaba pensando en ciertos asuntos y... Bueno, el caso es que he descubierto que no me gustaba nada lo que estaba pensando.

Han se volvió hacia ella y, a pesar de que estaba medio dormido, intentó mostrar algún interés por lo que le estaba diciendo Leia.

—¿De qué asuntos se trata?

—Esto ya no son unas negociaciones. Me refiero a Nil Spaar, ¿comprendes? Las negociaciones se han convertido en unas meras conversaciones.

—¿Qué quieres decir?

Leia se incorporó en la cama.

—Al principio pensaba que lo único que tenía que hacer era averiguar lo suficiente sobre los yevethanos para descubrir algo que quisieran obtener..., algo que fuese lo suficientemente importante para ellos como para conseguir que reconsiderasen su postura.

—No puedes regatear con un tipo que no quiere comprar nada —dijo Han.

—No —murmuró Leia—. En eso tienes toda la razón. El virrey fue enviado aquí para preservar la situación actual. Nada de comercio, intercambio cultural o acceso a la información científica o técnica y, en cuanto al resto de cuestiones, un mero acuerdo mutuo sobre las fronteras y los territorios y el establecimiento de unos controles fronterizos muy estrictos, y nada más que eso. Para los yevethanos, la única solución aceptable es mantener la situación actual..., y la situación actual es claramente aislacionista.

—Bueno... Es una decisión que les corresponde tomar a ellos y los yevethanos tienen todo el derecho del mundo a optar por el aislacionismo, ¿no?

—Pero es que yo quiero crear un vínculo entre N'zoth y Coruscant. Ésta podría ser la alianza más importante de los últimos diez años..., o de los próximos cincuenta años.

—Siempre hay alguien que no quiere ser miembro del club —dijo Han—. A veces lo hacen sencillamente por llevar la contraria, y a veces obran de esa manera porque no les gusta tener que responder ante nadie y porque no quieren obedecer las reglas de nadie. La independencia tiene un cierto valor, Leia. Cuando hacía las rutas de Praff conocí a un tipo, ¿sabes? Se llamaba... Oh, demonios, ¿cómo se llamaba? Hatirma Havighasu, ahora me acuerdo... Bien, pues Hatirma siempre trabajaba en solitario. Decía que la cooperación era para los cobardes.

—¿Y le iba bien trabajando en solitario?

—Bueno... No podía aceptar encargos de envergadura, claro, y tampoco aquellos en los que necesitas tener a alguien para que te cubra las espaldas. Pero seguía vivo cuando me fui de allí. Era un tipo tan duro que supongo que probablemente todavía vive.

Leia suspiró.

—Quizá se trate de eso —dijo—. Puede que ésa sea la imagen mental de sí mismos que se han formado los yevethanos: tienen que salir adelante utilizando únicamente sus propios recursos, sin deberle nada a nadie. El virrey no me ha dado ni una sola razón concreta que me permita albergar la esperanza de que lleguemos a alguna clase de acuerdo que no sea el que ellos quieren obtener..., salvo por el hecho de que sigue viniendo a verme día tras día.

—¿Y entonces por qué quieres seguir negociando con él? —preguntó Han, irguiéndose sobre los codos para poder ver mejor a Leia en la penumbra del dormitorio—. Este asunto ya lleva dos meses ocupando tu tiempo y consumiendo tus energías.

—Porque Nil Spaar no es ningún fanático —dijo Leia—. Está dispuesto a ser razonable aunque la Liga no esté preparada para serlo. A veces incluso se muestra afable, y eso a pesar de que la Liga no quiere que lo sea. En estos momentos, nuestra relación personal es el único hilo que une a la Liga y la Nueva República.

—Es un hilo bastante delgado, ¿no?

—No lo creo. El virrey tiene una mentalidad más abierta que quienquiera que haya redactado sus órdenes. Me he dado cuenta de que quiere que yo tenga éxito, y de que está intentando darme tiempo. Espera que consiga encontrar una manera de que lleguemos a un acuerdo.

—¿Estás segura de que todo eso no es meramente un intento de salirte con la tuya, como en tu discusión con Luke?

—¿Qué quieres decir?

—Si los yevethanos quieren esconderse en su lejano rincón perdido del espacio igual que si fueran una raza de ermitaños... Bueno, en ese caso no sé por qué debería importarles lo que nosotros opinemos de esa decisión —dijo Han, encogiéndose de hombros—. A menos que estés pensando en retorcerle el brazo a alguien. Cosa que esta vez probablemente podrías hacer, desde luego.

—No estoy pensando en nada de eso —replicó Leia en un tono bastante seco—. ¿Es que no me has estado escuchando?

—Sólo estoy intentando entender por qué le das tanta importancia a tratar de conseguir que ocurra algo cuando resulta obvio que todo este asunto con el virrey no va a llegar a ninguna parte —dijo Han, poniéndose un poco a la defensiva.

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