Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta (26 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta
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—No —dijo Nil Spaar—. Estoy seguro de que me hace esa oferta con la mejor de las intenciones, pero no creo que sus bibliotecas den ninguna importancia a lo que los yevethanos valoramos. Me parece que debo decirle que quienes me proporcionaron la información que usted me solicitó también me pidieron que le entregara una lista con los nombres de los seis mil cuatrocientos cinco yevethanos que murieron ese día. Se me dijo que debía administrarle una reprimenda, tal como hacen los padres con sus hijos, y decirle que les parece lamentable que le interese más el destino de unas máquinas que el de unos seres vivos.

—Pero virrey...

—Yo la conozco, en tanto que ellos no la conocen, y sé que su corazón es capaz de sentir dolor por las pérdidas que sufrimos. Pero, como puede ver, ése es otro aspecto en el que su pueblo es distinto del mío. Y cuando las diferencias son tan profundas, es muy fácil ofender y sentirse ofendido..., quizá incluso inevitable. Es uno de los peligros que encierra el mantener un contacto más estrecho.

—Lo siento muchísimo, virrey —dijo Leia—. No pretendía insultar a quienes murieron durante ese día. Usted sabe que sólo quería asegurarme de que nadie más tendría que morir. Por favor... ¿Querrá aceptar mis disculpas?

—Sus disculpas no son necesarias —dijo Nil Spaar—. Los criterios de enjuiciamiento que aplico a su persona no son los mismos que emplearía con un yevethano. Es suficiente. Hablemos de otra cosa.

—Buenos días, almirante —dijo la voz que surgió del comunicador—. ¿Está solo?

Ackbar tardó unos momentos en ser capaz de reaccionar.

—Yo... Sí, adelante.

—Hay algo que debería saber antes de hablar con el hombre que va a mandar esa flota —dijo Drayson—. Hace un rato Nil Spaar entregó a la princesa Leia la respuesta que le había pedido, y era la clase de respuesta que ella deseaba oír..., que la mayoría de esas naves ya no existen. Pero Nil Spaar no ha transmitido la lista a su planeta.

—¿Está seguro de ello?

—Sí. No sé qué envió, pero era demasiado corto para haber sido la lista. Y no ha habido ninguna contestación.

—¿Significa eso que Nil Spaar está mintiendo..., o que ya sabía qué había sido de esas naves?

—Tal vez sólo signifique que ya tenía a mano todos los registros que necesitaba. No podemos saberlo.

—Pero es a Leia a quien debería estarle diciendo todo esto, no a mí.

—Ya sabe que eso no es posible. La princesa está decidida a jugar según las reglas.

—¿Y qué le digo al general Ábaht? —preguntó Ackbar, sintiéndose tan exasperado que no pudo evitar alzar la voz—. La Quinta Flota zarpará dentro de menos de cuarenta horas.

—Me temo que antes de que eso ocurra usted estará bastante ocupado intentando hacer de árbitro en una pelea, almirante —replicó Drayson—. Pero dígale que tenga muchísimo cuidado.

—... y, como ven, ahora podemos volver a discutir nuestros planes originales para la Quinta Flota —dijo Leia—. Esta misión a Farlax y Hatawa, que habría supuesto una provocación innecesaria, ya no tiene por qué ser llevada a cabo. No hay ninguna Flota Negra escondida allí.

El almirante Ackbar examinó la lista y se la pasó al general Ábaht, que estaba sentado a su derecha en la gran mesa de conferencias.

—No creo que esto cambie nada, princesa —dijo—. Quiero que el general Ábaht lleve a cabo la misión de búsqueda tal como se había planeado en un principio.

—No lo entiendo, almirante —dijo Leia, y su rostro mostró una considerable sorpresa—. Hablé con el virrey y le he conseguido las respuestas que deseaba. ¿Por qué no quiere aceptarlas?

—Esto no significa nada —dijo el general Ábaht, dejando caer la lista sobre la mesa—. No hay ninguna documentación, ninguna prueba... Sólo es su palabra.

—Estoy totalmente convencida de que podemos confiar en la palabra del virrey —dijo Leia.

—¿Por qué? —preguntó Ábaht con voz desafiante—. ¿Porque le cae bien? ¿Acaso ha disfrutado de una existencia tan cómoda y protegida que nunca se ha llevado la decepción de descubrir que una persona que le caía bien le había mentido?

—Creo en la palabra del virrey porque quiere las mismas cosas que yo...

—O es lo suficientemente inteligente para hacérselo creer.

—General... —dijo Ackbar en un claro tono de reprobación—. Princesa, debo recordarle que fue usted quien accedió a reunirse con el virrey a solas. Estamos en desventaja a la hora de evaluar los motivos de Nil Spaar. Pero ése no es el problema.

—¿Cuál es?

—El de si estamos preparados para aceptar que ahora somos un gran poder —dijo Ackbar—. Princesa, una tercera parte de esa región del espacio se ha unido a la Nueva República o está a punto de hacerlo. Otra tercera parte, o quizá un poco más, no ha sido reclamada por nadie, se encuentra deshabitada o es objeto de disputa. Incluso si acepta la hegemonía que la Liga de Duskhan pretende atribuirse sobre todo el territorio de Koornacht, los yevethanos apenas si controlan una décima parte de la región. Tenemos todo el derecho del mundo a estar allí.

—¿Por qué? ¿Sólo porque ningún gobierno de esa región puede impedírnoslo? —preguntó Leia—. ¿Son ésos los criterios de moralidad que cree debería estar siguiendo la Nueva República? Esas palabras me parecen más propias de un consejero del Emperador que de usted, almirante.

—Leia, debemos seguir nuestros principios, o de lo contrario no tendrán ningún significado —replicó Ackbar—. Hemos proclamado el principio de la libertad de navegación, que está recogido en el Artículo Once del Pacto. El espacio interestelar y el hiperespacio no son propiedad de nadie, y se hallan abiertos a todos. No reconocemos ninguna reclamación territorial que vaya más allá de los límites de un sistema estelar determinado. ¿Cree en el principio de la libertad de navegación?

—Por supuesto que sí.

—Pues entonces no existe ningún precedente que justifique el que la Liga de Duskhan quiera atribuirse derechos territoriales sobre todo un cúmulo estelar entero —dijo Ackbar—. Estoy dispuesto a aceptar que decidamos no entrar en Koornacht en esta ocasión. No estoy dispuesto a aceptar que no tenemos ningún derecho a ir allí.

—Lo que realmente importa en todo este asunto es lo que la Liga de Duskhan está dispuesta a aceptar.

—Eso no es más importante que nuestros principios —dijo Ábaht—, y tampoco es más importante que nuestra propia seguridad. La idea de que deberíamos mantenernos alejados de Farlax meramente porque nuestra presencia allí podría poner nerviosos a los yevethanos es absurda. Si tiene su origen en ellos, es mera paranoia irracional. Si tiene su origen en usted, es mera timidez irracional.

Un oscuro destello de ira ardió en los ojos de Leia.

—General, está empezando a parecerme que la posibilidad de que nuestro comportamiento ofenda a la Liga de Duskhan no le preocupa lo más mínimo.

—Si teme ofender a alguien, entonces ese alguien siempre podrá controlarla —dijo Ábaht—. Y ésa no es forma de gobernar, ni de negociar. Nadie respeta la debilidad.

—¿Debo entender que considera que la amistad no es más que una mera debilidad?

—Los tratados no se basan en la amistad. Se basan en el mutuo interés de ambas partes, porque de lo contrario no son más que una sarta de mentiras corteses.

—Es usted un auténtico prodigio de cinismo, ¿verdad?

—Me temo que el general tiene razón —dijo Ackbar—. Debemos respetar los tratados tanto en lo referente a los derechos que nos conceden como en lo que concierne a las obligaciones que nos imponen. Pero no podemos sacrificar nuestra libertad de acción meramente para complacer a alguien que podría llegar a ser aliado nuestro. No podemos ponernos grilletes en las manos meramente para tranquilizar a un posible enemigo. Si lo hacemos, les habremos entregado toda nuestra fortaleza. Sería como ponerlos encima de un pedestal y convertirlos en nuestros iguales..., cuando no lo son.

—Creía que la igualdad era otro de nuestros principios.

—Entre los miembros de la Nueva República, sí —dijo Ackbar—. Pero tendrá que admitir que, incluso dentro de ella, algunos son más iguales que otros. Lo primero que debemos hacer es proteger nuestros propios intereses, princesa. Y en este caso, el primero y más importante de nuestros intereses es averiguar qué ha sido de la Flota Negra. Si podemos confirmar lo que le ha dicho el virrey, entonces me llevaré una gran alegría..., pero debemos confirmarlo.

—Por sí solas, las naves sobre las que Nil Spaar no ha podido decir nada ya son un motivo de preocupación más que suficiente —dijo Ábaht.

Leia le ignoró, y concentró su atención en Ackbar.

—¿Realmente da tanta importancia a que la Quinta Flota vaya allí?

—Sí, princesa. Si revoca las órdenes actuales de la Quinta Flota, entonces tendrá que encontrar a alguien para que me sustituya —dijo el calamariano—. No tendré otra elección. Si no gozo de su confianza, no podré seguir en mi puesto.

Leia cerró los ojos e inclinó la cabeza en un movimiento casi imperceptible. ¿Cómo podía considerarse más capacitada para evaluar la situación que Ackbar? Aquellas cuestiones eran su especialidad. Leia no confiaba en sí misma hasta tal extremo.

—Muy bien —dijo por fin—. Las órdenes actuales no serán revocadas.

Han Solo supo que ocurría algo raro apenas vio que Leia volvía a la residencia presidencial a media tarde. Pero nunca podría haber adivinado lo que su esposa iba a pedirle que hiciera cuando fue a reunirse con él en el jardín.

—Han, necesito que vayas con la Quinta Flota en esta misión.

—¿Qué? Pero eso es una locura, Leia. ¿Para qué necesitas que les acompañe?

—Debido a Ábaht —respondió Leia—. No sé si realmente acepta mi autoridad y mi capacidad para tomar las decisiones más acertadas en cada momento.

—Pues entonces pídele al almirante Ackbar que le releve del mando. Tienes derecho a disponer de altos oficiales en los que puedas confiar.

—No puedo darle ningún motivo concreto que lo justifique —dijo Leia—. Ábaht no ha hecho nada que no debiera hacer. Es sólo que... Bueno, no estoy segura de qué hará cuando se encuentre lejos de aquí y pueda actuar por su cuenta.

—Es una razón más que suficiente para relevarle del mando —dijo Han—. Ackbar lo entenderá.

—No —dijo Leia—. No lo entenderá. Han, tengo el presentimiento de que he de estar allí aunque sea a través de un intermediario, de que debo estar al lado del general Ábaht... No puedo explicártelo. La idea de ver zarpar mañana a la Flota sin que haya ningún amigo a bordo me aterroriza.

—¿Y por qué yo?

—Eres la única persona en quien confío sin ninguna clase de reservas —dijo Leia—, y además ya dispones de todas las autorizaciones y accesos de seguridad necesarios.

—¿Qué hay de los chicos?

—Ya he hablado con Winter. Ha accedido a volver a cuidar de ellos mientras tú estés fuera.

Han la fulminó con la mirada.

—Ésa no es la manera en que habíamos decidido que se harían las cosas.

—Todo irá bien. Pasaré más tiempo en casa.

—Ya sabes que esto no le va a gustar nada a Ábaht, ¿verdad? —preguntó Han—. Un militar de alta graduación no soporta tener la sensación de que está siendo vigilado, y Ábaht me tendrá a mano para poder desahogarse cada vez que se enfade.

—Sabrás soportarlo.

—Esperará que lleve el uniforme completo. Tendré que afeitarme cada mañana...

—Sé que te estoy pidiendo mucho, Han. Lo más probable es que se trate de una misión larga y aburrida. Espero que lo sea.

—Bueno, entonces... Oh, Leia, ¿por qué he de ir?

—Por si las cosas no van tal como yo deseo que vayan.

Han deslizó los dedos de una mano por entre sus cabellos y después se rascó vigorosamente la nuca.

—Demonio de mujer... Nunca entenderé cómo consigues convencerme de que haga estas cosas...

Leia le abrazó y apoyó la cabeza en su hombro.

—Gracias, querido.

—Sí, así es como consigues convencerme —dijo Han, y suspiró—. Tendré que coger una lanzadera esta misma noche, ¿no?

—A eso de las nueve. Una lanzadera de cuatro plazas de la Flota te está esperando en Puerto del Este.

—Pues entonces será mejor que empiece a hacer el equipaje.

Los brazos de Leia se tensaron a su alrededor.

—Ya he enviado al mayordomo para que lo haga por ti —dijo—. Ahora tienes que quedarte aquí y seguir abrazándome hasta el último segundo.

—De acuerdo —murmuró Han—. Es justo lo que estaba a punto de decir.

9

La pequeña flota del coronel Pakkpekatt llevaba veintidós días siguiendo al
Vagabundo
de Teljkon en su trayectoria por el espacio profundo de los alrededores de Gmar Askilon. Durante todo ese tiempo, la nave misteriosa no había hecho nada que permitiera suponer que había detectado su presencia.

El
Vagabundo
no había alterado su curso, acelerado, decelerado, emitido ninguna radiación, transmitido ninguna energía coherente, alterado su firma calórica o examinado a la flota mediante ninguno de los medios conocidos por la Nueva República. Continuaba flotando en el vacío, aparentemente inerte, siguiendo la misma trayectoria que llevaba cuando fue avistado por el hurón
IX-44F
hacía ya casi tres meses.

La flota había hecho cuanto estaba en sus manos para preservar el silencio. No habían enviado ningún mensaje al
Vagabundo
. Ningún sensor activo lo había recubierto con sus pinceladas de energía. Ninguna nave se había aproximado a menos de cincuenta kilómetros, para así respetar los hechos de que el contacto con la nave de Hrasskis se había producido a un radio de trece kilómetros y de que la catástrofe de la fragata
Corazón Valiente
se había producido cuando se hallaba a diez kilómetros de distancia del
Vagabundo
.

Los expertos técnicos de Pakkpekatt habían obtenido incontables imágenes de la nave, usando cada banda del espectro. Habían creado modelos tridimensionales de ella para llevar a cabo análisis estructurales. Habían intentado correlacionar la estructura y los mecanismos visibles con las tecnologías conocidas.

Y a pesar de todo eso, seguía sin haber prácticamente ninguna base que permitiera elegir entre las muchas posibilidades. El abanico empezaba con la afirmación de que no había seres inteligentes a bordo, y después se iba extendiendo en una larga serie de variantes: hubo seres inteligentes a bordo en el pasado, pero habían abandonado la nave; hubo seres inteligentes a bordo en el pasado, pero llevaban mucho tiempo muertos; había seres inteligentes a bordo, pero se hallaban en estado de hibernación; había seres inteligentes a bordo, pero los sistemas de su nave habían dejado de funcionar y flotaban a la deriva; había seres inteligentes a bordo, pero no consideraban que la flota fuera digna de merecer su atención; había seres inteligentes a bordo, y estaban esperando a que Pakkpekatt hiciera el primer movimiento; había seres inteligentes a bordo, y estaban esperando a que Pakkpekatt cometiese un error...

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