Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano (12 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano
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La noche anterior había sido muy parecida. La soledad, la pena, la compasión y un anhelo no descubierto hasta entonces de algo que se pareciese un poco a la aceptación los habían llevado hasta el borde de la unión final, pero un silencioso acuerdo mutuo les había impedido dar el último paso. Ninguno de los dos había pedido u ofrecido sus más profundas intimidades. Y así, libres de toda presión, cada uno había permitido que el otro disfrutara de la novedad que suponía el no estar solo.

Siguieron acostados sobre la litera, inmóviles y despiertos, sabiendo que el otro estaba despierto y sabiendo que el otro lo sabía. Pero los dos guardaron silencio durante mucho rato. Luke apenas si confiaba en la intimidad de sus propios pensamientos, y no se atrevía a abrirse para establecer contacto con los de la joven.

—Tu turno —murmuró Akanah por fin.

—¿Mi turno de qué?

—De hablar de tu padre.

Por alguna razón inexplicable que Luke no lograba entender del todo, aquella vez la familiar pared interior de resistencia no apareció.

—Nunca hablo de mi padre —dijo, pero la negativa era puramente mecánica y carecía de convicción.

Akanah tuvo que percibir aquella falta de resistencia, pero no intentó convencerle de que cambiara de parecer y tampoco intentó encontrar alguna excepción a la regla que Luke acababa de enunciar.

—Lo entiendo —dijo, sonriendo afablemente. Después se acostó sobre la espalda y alzó la mirada hacia la galaxia holográfica—. A mí también me resultó muy difícil hacerlo.

Aquella pequeña retirada física bastó para que Luke se decidiera a hablar.

—Y de todas maneras no hay gran cosa que pueda contar —dijo, volviéndose de lado y apoyando la cabeza en la mano—. Casi todo lo que sé parece ser del conocimiento público..., y prácticamente todo lo que me gustaría llegar a saber parece ser ignorado por todos. No guardo ningún recuerdo de mi padre, mi madre o mi hermana. Tampoco me acuerdo de haber vivido en ningún sitio que no fuera Tatooine.

Akanah inclinó la cabeza en un asentimiento lleno de comprensión.

—¿Y nunca te has preguntado cuál puede ser la razón por la que esos recuerdos han quedado bloqueados?

—¿Bloqueados? ¿Por qué pueden haber quedado bloqueados?

—Para protegerte. O para proteger a Leia y a Nashira. A ciertas edades, los niños no pueden ser conscientes de que están hablando demasiado o de que hacen preguntas que no deberían hacer.

Luke meneó la cabeza.

—He examinado la mente de Leia en busca de recuerdos de nuestra madre que se hubieran borrado de su memoria. Si hubiera un bloqueo allí, estoy seguro de que sería capaz de verlo.

—A menos que tu propio bloqueo te haya impedido reconocerlo —sugirió Akanah—. Fuera quien fuese, la persona que creó esos bloqueos quizá fue capaz de prever que llegarías a poseer las dotes de un Jedi.

—Ben podría haberlo previsto —dijo Luke con voz vacilante—. O Yoda.

—Si quisieras, yo podría...

—Pero ¿qué peligro pueden suponer esos recuerdos para mí ahora? —preguntó Luke, pisoteando la oferta de Akanah antes de que la joven pudiera llegar a hacerla—. No, creo que hay una explicación más simple. Creo que sencillamente éramos demasiado jóvenes. Los recuerdos de Leia tal vez ni siquiera sean reales. Podían ser algo que se inventó para llenar ese vacío del que hablabas, algo que se imaginó hace tanto tiempo que ya ha olvidado cómo surgió de su imaginación... Un recuerdo imaginado tiene el mismo aspecto que un recuerdo real.

—Y puede suponer un gran consuelo —dijo Akanah—. ¿Cuándo llegaste a ser consciente de la existencia de esos vacíos, Luke?

—No lo sé. Mucho más tarde que Leia, desde luego... Los niños dicen cosas, y empiezas a darte cuenta de que tu familia es distinta. —Luke meneó la cabeza y entrecerró los ojos, como si estuviera contemplando algo que se encontraba mucho más allá de la litera—. Mis tíos hablaban muy poco de mi padre, y todavía menos de mi madre.

—Ese silencio quizá fuera otra forma de protegerte.

—Quizá —dijo Luke—. Pero siempre he tenido la impresión de que mi tío no estaba de acuerdo con la vida que llevaban, y que le molestaba tener que cargar con la obligación de criarme. Mi tía, en cambio... No, creo que ella siempre quiso tener hijos. No sé por qué no tuvieron ningún hijo.

—Parece como si tu tía sólo consiguiera salirse con la suya cuando sus deseos coincidían con los de su esposo, ¿no?

—Supongo que es una forma bastante acertada de describir su vida —dijo Luke después de unos momentos de reflexión—. Pero nunca la oí quejarse, y nunca hubo nada que te pudiera hacer pensar que se habían peleado y que ella había acabado perdiendo.

—Autosacrificio —dijo Akanah—. Por el bien de la familia, por la paz doméstica...

—Owen tenía un carácter bastante difícil —dijo Luke—. Siempre estaba trabajando. Era muy tozudo, apenas hablaba y tendía a mantenerse encerrado en sí mismo. Cuando veo su rostro con los ojos de la mente, siempre parece estar enfadado.

—Estoy demasiado familiarizada con ese tipo de personas —dijo Akanah—. Tu tía probablemente no se atrevía a llevarle la contraria demasiado a menudo, o demasiado claramente.

—A veces se ponía de mi parte. Pero creo que básicamente lo que hacía era tratar de impedir que mi tío y yo llegáramos a enfrentarnos abiertamente el uno con el otro..., sobre todo durante los dos últimos años.

—¿Y tu tía era feliz?

—Hubo un tiempo en el que yo creía que lo era.

—Pero...

—Creo que mereció tener una vida mejor. Y la forma en que murió... —Luke meneó la cabeza—. Mi padre hizo muchas cosas horribles y me ha costado mucho llegar a perdonarle, pero lo que les hizo a Owen y a Beru... Eso es lo que me ha resultado más difícil de perdonar.

—¿Qué es lo que realmente te ha resultado más difícil, Luke? ¿Perdonarle o entender por qué hizo lo que hizo?

Los labios de Luke se curvaron en una sonrisa llena de cansancio.

—Ojalá resultara más difícil de entender. Pero sé muy bien cuan grande y poderosa puede llegar a ser la tentación de imponer tu voluntad a alguien o de aplastar a las personas y apartarlas de tu camino. Hay tantos deseos, caprichos y anhelos que llevamos dentro de nosotros y que nos acompañan en todo momento... Bien, pues yo tengo el poder de convertirlos en realidad. En consecuencia, he descubierto que debo tener mucho cuidado con lo que me permito llegar a desear.

—¿Y cómo consigues controlar tus deseos?

—Dispongo del ejemplo de Yoda: vivió una vida muy sencilla, y se conformó con muy poco. Mi padre siguió un camino distinto. Intento que él también sea un ejemplo para mí. El impulso de asumir el control y de imponer tu voluntad al universo siempre está ahí, y no puedes dejarte dominar por él. Incluso con la mejor de las intenciones, acaba llevando a la tiranía..., y al renacimiento de Darth Vader.

—El control es una ilusión transitoria —dijo Akanah—. Es el universo quien nos cambia para adaptarnos a sus propósitos, y no al revés.

—Tal vez sea así —dijo Luke—. Pero en el momento de intentarlo, la gente sufre de manera horrible y muere innecesariamente. Ésa es la razón por la que existen los Jedi, Akanah..., y ésa es la razón por la que llevamos armas y avanzamos por el camino del poder. No tiene nada que ver con ningún deseo de luchar, y tampoco obtenemos ningún beneficio de ello. Los Jedi existen para neutralizar el poder y la voluntad de quienes aspiran a convertirse en tiranos.

—¿Es eso lo que te enseñaron, o es lo que enseñas a tus estudiantes?

—Me lo enseñaron y se lo enseño a mis estudiantes. Era uno de los Primeros Principios de la Academia del
Chu'unthor
, y yo lo he convertido en uno de los Primeros Principios del praxeum de Yavin.

—¿Y qué es lo que obliga a los Jedi a perseguir esa meta?

—El hecho de que sea tan necesaria —respondió Luke—. Existe un imperativo moral: quien puede actuar, debe actuar.

—Confiarte la responsabilidad que pretendes asumir resultaría más fácil si el número de Jedi que se apartan del camino correcto no fuese tan elevado —dijo Akanah—. El adiestramiento Jedi no parece ser capaz de preparar a un candidato lo suficientemente bien para que pueda enfrentarse con éxito a las tentaciones del lado oscuro. Tú has perdido estudiantes de la misma manera en que los perdieron tus mentores.

—Sí —dijo Luke—. Estuve a punto de perderme a mí mismo.

—¿Y siempre tiene que ser así? ¿Tan irresistibles son las tentaciones?

—No tengo respuesta para esas preguntas —dijo Luke, meneando la cabeza—. Así es como son elegidos los Jedi, y así es como aprenden a ser Jedi. Un defecto en los candidatos, o un defecto en la disciplina...

—Quizá no hay ningún defecto —dijo Akanah—. Quizá todavía falta alguna pieza..., algo que todavía no has conseguido volver a descubrir.

—Quizá. O quizá siempre habrá que luchar. El lado oscuro es muy seductor..., y muy poderoso. —Luke titubeó durante unos momentos antes de seguir hablando—. Cuando luché con Vader empleé todos los recursos de que disponía, y aun así a duras penas conseguí sobrevivir. Han me salvó en Yavin, Lando me salvó en Bespin y Anakin me salvó en la Estrella de la Muerte del Emperador. Nunca llegué a derrotar a mi padre. Pero mi negativa a unirme a él... Sí, ésa fue la herida más profunda que llegué a infligirle jamás. —Luke se acostó en la litera y alzó la mirada hacia las estrellas—. Creo que después de eso lo que más daño le hizo fue que yo me sintiera capaz de perdonarle.

Eri Palle, el secretario personal del virrey, acompañó al guardián Dar Bule hasta el jardín de sangre en el que ya les estaban esperando Tal Fraan y Nil Spaar.

Dar Bille ofreció su cuello a su viejo amigo, y después aceptó la misma oferta de Tal Fraan.


Darama
... —dijo Dar Bille—. He oído proclamar que vuestro reproductorio está afirmando orgullosamente vuestro vigor.

—Ahora ya contiene quince nidos, todos ellos llenos y en proceso de maduración —dijo Nil Spaar—. El aroma que desprenden es realmente embriagador. He tenido que castrar a mis cuidadores para recordarles cuál es su trabajo.

—Vuestra sangre siempre ha sido vigorosa. Ya lo era en los tiempos en que Kei os eligió..., pero nunca ha sido más potente de lo que lo es ahora.

—Cuando estoy con mis viejos amigos prefiero oír de sus labios verdades antes que halagos —dijo Nil Spaar—. Ya son demasiado pocos los que pueden recordar la gloria de nuestro alzamiento. Bien, ¿qué tienes que decirme sobre mi navío insignia?

—El
Orgullo de Yevetha
está totalmente preparado —le informó Dar Bille—. Las cámaras de confinamiento para los rehenes han sido terminadas, y los rehenes están siendo cargados en estos mismos momentos. ¿Hay perspectivas de nuevos combates? ¿Ha informado Jip Toorr desde Preza?

—Lo ha hecho —dijo Nil Spaar—. Su informe es la razón por la que os he llamado. Las alimañas no han desnudado sus cuellos, y tampoco se han retirado. La que reclama el honor en su nombre continúa desafiándonos. Durante los últimos tres días, la flota de las alimañas ha aumentado en un mínimo de ochenta naves. Ahora se ha dispersado por las regiones de la periferia del Todo, y nuestras naves han perdido el contacto con muchos de esos intrusos.

—Me sorprende enormemente que otorguen menos valor a las vidas de criaturas de su propia especie que a las vidas de las otras alimañas de Preza —dijo Dar Bille—. Quizá no tenemos en nuestro poder a quien creemos. ¿Os parece posible que Tig Peramis, aliado con la princesa, pueda haberos engañado?

—No —dijo Nil Spaar—. Han Solo es el compañero y consorte de Leía, y ésas son relaciones que tienen un gran significado para las alimañas.

—Quizá la princesa Leia no sabe que Han Solo se halla en nuestro poder —dijo Tal Fraan—. Quizá no es consciente de que sus acciones suponen un riesgo para él. La incertidumbre no la ha vuelto cautelosa. Quizá ha llegado el momento de enseñarles a nuestros rehenes.

El gesto de Nil Spaar indicó que consideraba prematura aquella sugerencia.

—Dime qué has descubierto estudiando a los prisioneros.

—Se sienten muy incómodos ante la visión de la sangre, incluso cuando se trata de esa sangre pálida y carente de sustancia que corre por sus venas —dijo Tal Fraan—. La aversión es lo suficientemente fuerte para llegar a ser una distracción, y ello es así hasta en las situaciones más complicadas. Aparte de eso, me han proporcionado la confirmación de algunas sospechas que ya albergaba.

—Compláceme y exponlas en voz alta.

—Forman las mismas alianzas que existen entre un niño y su padre: un mundo reclama la protección de un millar de mundos —dijo Tal Fraan—. Están divididos, pero son incapaces de verlo. Viven bajo la larga sombra de su propia falta de armonía, y no son capaces de entender que deberían buscar la luz.

—¿Y ésa es su mayor debilidad?

Aquella pregunta era más peligrosa, y Tal Fraan titubeó antes de responder.

—No —dijo por fin—. Su mayor debilidad es que son impuros. Los fuertes no matan a los débiles, y los débiles no ceden su lugar a los fuertes. Las alimañas de piel pálida siempre piensan en ellas antes que en su especie.

—¿Y dónde encuentras la evidencia de todo esto?

—Es la razón por la que ocho mil esclavos imperiales siguen sirviéndonos, y la razón por la que esos dos prisioneros continúan estando en nuestras manos. Temen más a la muerte que a la traición —dijo Tal Fraan—. Cualquiera de los Puros se sacrificaría a sí mismo antes que permitir que el calor de su aliento lo convirtiera en un traidor.

—¿Estás de acuerdo con las evaluaciones de mi joven guardián, Dar Bille? —preguntó Nil Spaar—. ¿Crees que los miembros de las cofradías y los gremios que sirven a Yevetha en mi navío insignia están tan dispuestos al sacrificio como afirma Tal Fraan?

—Eso es verdad en el caso de muchos —respondió Dar Bille—. Pero si vuestro joven guardián pudiera hablar con el difunto virrey Kiv Truun, entonces sabría que nunca ha sido una verdad que pueda aplicarse a todos.

La respuesta arrancó un gruñido y una sonrisa de complacida diversión al virrey.

—Procura no olvidar que la verdad suele ser mucho menos clara y fiable que una creencia defendida por la voluntad, Tal Fraan —dijo Nil Spaar—. Y ahora, dime... ¿Cuál es la mayor arma de las alimañas?

—La que poseen todas las especies inferiores —dijo Tal Fraan, quien ya esperaba que se le hiciera aquella pregunta—. Su poderío reside en su abundancia. Las alimañas abruman sus mundos con su repugnante fecundidad. Ya habéis podido ver con vuestros propios ojos cómo su mundo natal está repleto de cuerpos blandos que se agitan y se retuercen. Si actuaran al unísono, como una sola especie, podrían acabar con nosotros.

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