Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén (36 page)

BOOK: Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén
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Luego no tardaron mucho en ver cómo todo cambiaba, aunque él cuidaba mucho de que ella estuviese presente y tomara parte en las decisiones, por lo que la llevaba del brazo dando vueltas, explicándole lo que se podía arreglar en seguida y lo que tardarían más tiempo en arreglar.

Arnäs era como un pueblo rodeado por aguas a ambos lados. Por la parte más exterior, hacia el lago Vänern, estaban el fuerte y los muros de defensa, donde los dos brazos de agua se encogían y formaban una fosa. Pero los desechos que salían de las curtidurías y las letrinas, de los mataderos y las cervecerías caían en las dos corrientes de agua y, según Arn, esa suciedad era la causante de los ojos rojizos y las bocas babosas y las feas erupciones en los cuerpos de muchos de los niños siervos. Muchos de ellos morían, aunque hubiesen sobrevivido el peor tiempo después de nacer.

El gran cambio sería que a partir de ahora únicamente se echarían los desechos al canal que rodeaba Arnäs por el lado este, mientras que el canal oeste se mantendría libre de despojos. Arn le había mostrado dibujando en la arena, llevándola consigo, señalando y describiendo, que de esta manera llegaría una corriente de agua limpia a las cocinas y luego desembocaría en el agua sucia. Con una corriente de agua continua atravesando las cocinas se ahorraría mucho tiempo en el trabajo y las cocinas podrían mantenerse limpias, de forma que toda la comida fuese más apropiada. Además, harían mejoras en las cocinas, de manera que cubrirían los suelos de tierra pisada con mortero y lo harían con un pequeño desnivel para que el agua cayese dentro de las futuras alcantarillas.

Pero los cambios de este tipo aún tardarían algún tiempo. Más rápidamente habían construido la huerta entre las cocinas. Arn había empezado por sacar los desperdicios de la cocina, esparcidos por los espacios entre las casas de los siervos, y llevarlos en grandes cargas hasta el huerto, donde los esparcían para que se convirtiesen en tierra o quemarlos en el caso de materias que no se pudrían rápidamente, como los restos de las espinas de pescado y de los huesos. Se había cuidado mucho de que fuese la propia Erika quien vigilase que todos obedeciesen y ayudasen, para que pareciese que era ella, como ama, quien tomaba todas las decisiones.

Lo más difícil de cambiar era lo que se refería a los excrementos humanos, porque según Arn eran tan buenos como estiércol como los de los animales, si se empleaban de ese modo, pero que si caían en la comida o en el agua eran mucho peor que los de los animales. En lugar de que todos los siervos hiciesen sus necesidades en cualquier lugar que encontrasen adecuado, ahora se obligaría a todos a usar unos hoyos de letrinas especiales con un palo, y a aquel que encontrasen cagando en otro lugar recibiría una fuerte reprimenda.

Los siervos se quejaban por estos cambios, pero Erika Joarsdotter se convertía entonces en una ama muy severa, puesto que pronto confiaba más en Arn que en nadie.

Dado que ella había pasado cinco años como novicia en un convento antes de ser recogida por su padre para casarla, en realidad conocía muchas de las cosas que Arn le describía. Posiblemente habría pensado que existía otro orden divino dentro de los muros del convento, que este orden mejor era algo que pertenecía al mundo superior, que todo lo de allí dentro tendría que ser más limpio que en el exterior, como si la limpieza tuviese un significado espiritual. Por eso no había pensado nunca, hasta que llegó Arn y le abrió los ojos, que se pudiese establecer el mismo orden tanto en la vida cotidiana como en la vida en el convento. Se ruborizaba un poco al pensar en su error de saludar a Arn por primera vez con unas frases en latín, muy bien pensadas de antemano, como si el latín de alguna manera pudiese ocultar su malformación y hacer que lo feo sonase más hermoso. Arn, sin embargo, había contestado con frases largas y joviales, de las que sólo entendía la mitad y tenía que pretender que podía seguir la conversación. Pero en cuanto Arn detectó su desconcierto, volvió al idioma común pero diciendo en voz alta, para que los demás se diesen cuenta, que puesto que solamente ellos entendían el latín en Arnäs, sería de mala educación hacia los demás marginarlos de la conversación.

Ahora que lo conocía mejor y llevaban tiempo conversando un buen rato todos los días, le recordó su equivocación y los dos se rieron a gusto. Él explicó que en ese caso había sido más cómico cuando por primera vez conoció al párroco de Forshem. Para él había sido cosa natural hablar en el idioma de la Iglesia al encontrar un hombre de Dios y había saludado con cortesía, dijo su nombre y que se alegraba de volver a la iglesia de su niñez, y algunas cosas más. Pero como en el patio de la iglesia había gente alrededor de ellos, el párroco había contestado como si de verdad hablase en latín aunque no lo hacía. Arn lo imitó diciendo algo que sonaba más o menos como «Pax vobiscum jumelidumdum,
pater noster
et Ave Maria crusilurum hocuspócusum, gallinum et gansum per aspera ad astra».

Lo imitó con tanta gracia que se echaron a reír alegremente. Y él siguió describiéndose a sí mismo con la cara larga al oír el latín inventado del párroco y que no podía contestar y cómo el párroco rápidamente guardaba su presencia diciendo indulgentemente a los que estaban presentes que, sí, sí, el latín no era tan sencillo para los jóvenes y luego se disculpó y con un guiño descarado a Arn se alejó apresuradamente a otros quehaceres al otro lado de la explanada de la iglesia.

Ahora se reían tanto que casi lloraban, abrazándose, y ella le acarició maternalmente la mejilla. Pero entonces él se asustó y se liberó de ella de inmediato, pidiéndole disculpas avergonzadamente.

Así pues, los días de Erika Joarsdotter se habían vuelto alegres con la llegada de Arn, y su propia responsabilidad como ama de casa había sido una carga más ligera, puesto que ahora se levantaba contenta muy temprano de una manera que nunca habría ni imaginado. Y poco a poco, cuando los hombres en la casa principal descubrieron que algunas cosas que llegaban a la mesa eran nuevas y mejores que antes, empezaron a elogiarla como nunca habían hecho antes. Principalmente por lo del jamón ahumado.

Arn había traído algunas salchichas y trozos de cerdo ahumados cuando llegó de Varnhem y aunque casi todo había desaparecido durante la cerveza de bienvenida sin que nadie recordase demasiado esta comida monacal, después ella le había preguntado cómo se preparaban aquellas cosas. Y en seguida estaba preparando una ahumadora de madera untada de brea. Cuando hubo terminado probaron de ahumar unos trozos de carne de cerdo, luego le enseñó cómo se hacía y después ella y sus siervos domésticos podían ahumar la carne de cerdo de manera que parecía recién llegada de un monasterio.

Pero para entonces, Arn ya estaba trabajando en algo nuevo, ya que les había explicado que la madera untada de brea era suficiente para una cosa tan simple como una ahumadora, pero que se necesitaban ladrillos para muchas otras cosas que pertenecían al mundo de las cocinas y así desapareció de su vista durante algún tiempo mientras construía una tejería. A las orillas del agua por encima de la curtiduría del lado este había barro que le servía para el propósito y Arn tardó unas semanas en enseñar a sus siervos reclutados para que comprendiesen cómo formar el barro en los moldes de madera para que cada trozo fuese del mismo tamaño y cómo luego se tenía que cocer el barro tal y como se cocía el pan, aunque con más calor y con fuelles y durante más tiempo. Pronto se alzaba un alto almacén de víveres de ladrillos al lado de las cocinas y Arn llevó a Erika a muchos paseos por la obra y arriba en los andamios para explicar cómo sería cuando tuviesen el hielo del lago Vänern para enfriar la cámara de ladrillos también durante los días más caLurösos del verano. Primero había reído al oírlo, ya que todo el mundo sabía que no había hielo durante el verano. Entonces, por primera vez, había parecido un poco ofendido y se quedó cabizbajo y en silencio, como si se armara de valor para no decir nada en un arrebato de ira. Pero luego le había explicado dulcemente y con paciencia cómo se hacía, y que en absoluto era un milagro conservar el hielo de manera que se pudiese usar también durante el verano.

En sus oraciones vespertinas, Erika Joarsdotter daba continuamente gracias a Dios por haberle enviado a este hijo pródigo que, aunque no fuese hijo suyo, la trataba como a una madre y le daba luz y significado a su vida en Arnäs, cosa que no había tenido antes. Pero a Dios no se atrevía a decirle lo que pensaba a diario, que Arn realmente había llegado como un ángel a Arnäs.

A Eskil le asaltaban las dudas, no estaba del todo seguro de qué pensar sobre su hermano menor, que de pronto un día había entrado en el patio del castillo cabalgando sobre un caballo espantoso como si regresase milagrosamente de entre los muertos, al igual que lo habían enviado allí en una especie de milagro inventado.

El primer sentimiento había sido de fuerte amor fraternal, porque lo que Eskil recordaba más que nada en la vida era aquel día cuando duramente los separaron a él y a su hermano pequeño a las afueras del portal de la casa principal y cómo él había corrido detrás del carro que se llevó a Arn y cómo finalmente había caído en las rodadas, llorando mientras veía a Arn, como en una neblina entre las lágrimas y el polvo del camino, desaparecer para siempre, secuestrado por una orden incomprensible de Dios.

En un primer momento, al abrazar a Arn en el mismo lugar donde se habían separado, le pareció delgado, casi desnutrido, hasta que sintió la fuerza de un oso en los brazos de Arn alrededor de su cintura y éste lo abrazó con tal fuerza que casi lo dejó sin aliento. Había sido un momento de una alegría casi inconcebible.

Pero ya durante la cerveza de bienvenida de la primera noche, Eskil empezó a sentir preocupación por su hermano pequeño, que no parecía poder compartir la fiesta, que apartaba la comida casi con falta de cortesía y bebía la cerveza como si fuese una mujer, y también en otras cosas daba la impresión de ser un poco retrasado.

Pronto se percibía una especie de inquietud en el aire en la que el padre y el hijo mayor evitaban el contacto con Arn y éste, a su vez, percibiendo su desagrado, se buscaba la compañía de los siervos y de la ama en lugar de la compañía de los hombres. Los guardias habían sido los primeros en burlarse, haciendo muecas, poniendo los ojos en blanco y juntando las manos como en oración a espaldas de Arn. Eskil había tenido ganas de hablarles severamente, pero no podía, pues él mismo no estaba libre de esos mismos sentimientos que los guardias mostraban con su mofa.

Pronto su padre se volvió muy parco en palabras cuando se trataba de Arn, y lo único sensato que se dijeron él y Eskil era que dejarían pasar el tiempo, dejarían que Arn se ocupase de lo que le placiese en cuanto a los quehaceres de siervos y de mujeres y más tarde, con tacto, intentarían que se interesase por otras cosas.

Por un tiempo hubo como una neblina entre ellos, ni luz ni oscuridad, mientras cada uno cuidaba de lo suyo y ni Magnus ni Eskil se molestaban en averiguar lo que Arn hacía entre los siervos y las cocinas en la parte sur más alejada de Arnäs, adonde raras veces acudían ellos.

Pero era imposible no ver algunas cosas. Llegaban nuevos tipos de carne a las mesas y lo más delicioso para Eskil era un jamón ahumado que no era ni duro ni seco ni salado como los alimentos que se preparaban en invierno, sino tan deliciosamente jugoso que a uno se le hacía la boca agua con tan sólo pensar en él. La otra cosa que era imposible no ver era cómo había cambiado el ama Erika, cómo hablaba en voz alta y sin vergüenza, a pesar de su fea voz, y cómo se reía alegremente al contestar las preguntas sobre las nuevas comidas que servía para las cenas y la comida.

Eskil era una persona a favor de los cambios, al igual que lo había sido su madre Sigrid más que su padre, según había comprendido con el tiempo. Si los cambios eran buenos, creaban riquezas, y si no eran buenos, se volvían a cambiar. Así era y así sería siempre en Arnäs, por eso su finca era la mejor, y crecía y se enriquecía más que las de los demás, donde no cambiaba nada.

Por esa razón, Eskil ya no podía dejar de informarse. Pidió a Arn que le enseñase lo que había sucedido y Arn se puso tan contento, casi feliz, que quiso levantarse en medio de la comida para enseñárselo todo a su hermano mayor.

Lo que Eskil pudo ver al dar el paseo hizo que cambiase profundamente su modo de pensar. Arn no era en absoluto retrasado, bien sabía lo que se hacía y Eskil rápidamente tuvo que admitirse a sí mismo que había sido poco sabio al juzgarlo demasiado pronto.

Cuando llegaron a los barrios de los siervos, todo tenía un aspecto diferente porque habían sacado todos los desperdicios, al igual que se limpiaba entre las vacas en invierno. Podías caminar por allí sin preocuparte de dónde pisabas.

Al principio, Eskil había hecho una broma de la que rápidamente se arrepintió acerca de que realmente tenía un aspecto más bonito, pero que tal vez no era de mucho provecho dejar que los siervos viviesen como la gente.

Entonces Arn le explicó con un semblante serio que los siervos estaban más sanos si desaparecía la suciedad, que más de sus hijos sobrevivían, que los siervos sanos eran mejores que los siervos enfermos, al igual que los siervos vivos eran mejores que los siervos muertos; que, además, lo malo en los siervos enfermos podía contagiarse a la gente y que la limpieza por tanto era para el bien de todos. Luego explicó los planes que tenía para las dos corrientes de agua, donde una se mantendría limpia, y cómo los hoyos de las letrinas sustituirían el cagar por todas partes y cómo de esta manera se utilizaría la porquería como estiércol y así haría un bien en lugar de propagar el mal.

La seriedad con la que Arn podía hablar incluso sobre cosas tan bajas como la porquería de los siervos impresionó doblemente a Eskil. Por un lado parecía gracioso, como si fuese una broma, por otro lado parecía tan obvio y claramente convincente que la cabeza le daba vueltas. ¿Y si unas medidas tan sencillas, que incluso los propios siervos podían mantener, obrasen grandes mejoras? Entonces habrían ganado mucho con poco esfuerzo y sin que hubiese costado ni un solo marco de plata.

Cuando llegaron a las cocinas y Arn le enseñó cómo la suciedad y el estiércol ya se estaban convirtiendo en pequeños campos labrados donde cultivaría cebollas y puerros y otras cosas de las que Eskil no estaba seguro de lo que eran, y cuando entró en las cocinas y vio cómo enladrillaban el suelo con barro cocido se sorprendió primero por la necesidad de embellecer donde solamente los siervos y las mujeres tenían que trabajar. Pero entonces Arn sonrió por primera vez, como si se despejasen un poco sus oscuras nubes de seriedad y asomase el sol, y explicó que esto no tenía el propósito de embellecerles la vista a los siervos, sino que era cuestión de conseguir más limpieza y mejor comida en las mesas, algo que sin ninguna duda sería una ventaja para todo el mundo.

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