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Authors: John Varley

Trueno Rojo (29 page)

BOOK: Trueno Rojo
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»Y luego está la posibilidad número cuatro. Construimos una nave. Es una buena nave. Vamos a Marte, regresamos, nos convertimos en héroes, nos hacemos ricos y famosos. No tengo manera de calcular las probabilidades de que esto ocurra, pero me aventuro a decir que no existe más de una entre mil de que lleguemos al escenario número cuatro.

»Y, Sam y Betty, no puedo ser más honesto de lo que lo estoy siendo.

Esperé... pero nadie citó la posibilidad cinco, la seis, la siete, y todas las siguientes hasta la ocho mil, que eran las formas diferentes en que podíamos morir durante el camino. No fue necesario. Estaban allí mismo, tácitas, más grandes que todos nosotros.

—No sé si te he dicho cuántas veces he deseado que se te pasara esa perra de hacerte astronauta —me dijo mamá, en las horas chicas de la mañana, cuando estábamos los dos solos en mi cuarto.

—No hacía falta. Siempre lo he sabido.

—Cuando yo era joven, los chicos querían ser policías, bomberos o vaqueros. O pilotos de caza. Normalmente, luego se les pasaba.

—No voy a abandonar.

—Ya lo sé. —Se estremeció—. Odio esos trastos, esos VStar. Siempre tengo miedo de que vayan a reventar. Tengo pesadillas en las que se nos caen encima.

—Son muy seguros.

—No empieces a mentirme esta noche, muchacho. Travis no lo ha hecho, o al menos eso me ha parecido, así que no empieces tú. Sé que no son tan peligrosos como a veces temo... pero tampoco me digas que son tan seguros como un caballito de juguete.

—Vale.

—Después de la muerte de tu padre, fuiste lo único por lo que merecía la pena vivir. Casi no soportaba verte cruzar la calle. Cuando te montaste en aquel avión, estaba segura de que iba a caerse.

Se refería a mi único viaje fuera de Florida, cuando fui a pasar un mes con sus padres, en Minnesota. Mamá creyó que tal vez les gustara tener algo de variedad en la familia, pero resultó que no pudieron soportar a su nietecito hispano. Fue un auténtico desastre y nunca me he alegrado tanto de algo como de regresar a casa en aquella ocasión.

—Bueno —suspiró finalmente—, todavía tengo que hablar más con Sam Sinclair sobre esto... pero parece que todo se reduce a lo que dijo, ¿no? Si no es esto, será otra cosa, ¿verdad?

—Probablemente —admití. Me rodeó con un brazo y me apretó contra ella.

—Te quiero, mamá.

—Y yo a ti, mi único hijo. Sigue vivo por mí, por favor.

—Lo intentaré.

No recuerdo haber visto nunca llorar a mi madre, y tampoco lo hizo entonces. Pero tuvo que salir del cuarto a toda prisa.

Cuando abrió la puerta, María estaba allí, y no se molestó en fingir que no había estado escuchando. Oímos los rápidos pasos de mamá bajando las escaleras, y entonces María se apoyó en la puerta y me habló en voz baja.

—Cuando yo tenía ocho años y tu padre seis —dijo—, vinimos a este país con otros siete miembros de nuestra familia, en una balsa no mayor que mi cocina. Siete días flotamos, sin comida, y los dos últimos sin agua también. Tu familia es muy dura, Manolito, son supervivientes. Llegar a Marte será pan comido.

Me guiñó un ojo.

—Estoy orgullosa de ti. Tu padre estaría orgulloso de ti, y tu madre también lo estará. Ahora vete a dormir.

—Buenas noches, tía María.

Capítulo 20

Así que teníamos vía libre para construir una nave espacial.

¡Hurra!

Nos pusimos manos a la obra...

Y no pasó nada.

O al menos, no pareció que pasara nada durante algún tiempo. Nuestro mayor logro en las fases iniciales del proyecto fue el hallazgo hecho por Kelly de la instalación industrial en la que podríamos montar el vehículo sin que nos molestaran demasiado.

Pero el primer paso de un proyecto como aquel era la planificación. No sabíamos muy bien por dónde empezar. De hecho, durante más o menos los primeros tres días, Dak y yo tuvimos la sensación de que el peso entero de aquella loca idea recaía sobre nuestras espaldas, y eso nos aterrorizó. Porque Travis nos dijo que, en principio, nos correspondía a nosotros el diseño y, sí, él contribuiría, él nos ayudaría, él movería montañas si podía... pero nos tocaba a nosotros ponerlo en marcha.

De hecho, hubo lo que podríamos llamar una fase pre-preliminar. Había cuestiones legales y financieras que aclarar.

¿Legales? ¿En serio estás sugiriendo que metamos abogados en esto? Dak, Alicia y yo estábamos horrorizados. Jubal se mantuvo al margen, dejando que Travis, su pariente loco, se encargara de todo. Solo a Kelly le pareció razonable. Tenía que ser la chica rica la que lo comprendiera.

—Créeme, cariño —me dijo una noche—. El mejor modo de convertir a unos amigos en enemigos mortales es sellar con un acuerdo verbal una empresa tan complicada y potencialmente lucrativa como esta. No es necesario que pongamos por escrito hasta el último penique, pero sí perfilar el contorno general del asunto, a grandes rasgos.

Yo desde luego no iba a discutírselo. Para empezar, eran sus cincuenta millones de peniques y los cincuenta millones de Jubal los que hacían posible el proyecto. Por mi parte, me hubiera contentado con trabajar por el salario mínimo y dejar que ellos se repartieran los beneficios, si llegaba a haberlos.

Al final, Dak, Alicia, y yo tuvimos que juntar nuestras fuerzas para oponernos a su primera propuesta, que era una sencilla división de cualquier beneficio devengado en seis partes iguales.

—No es justo, no lo es —dijo Dak, y Alicia y yo lo respaldamos—. Es absurdo que vosotros dos pongáis todo el dinero y no recibáis más que una sexta parte.

Finalmente, después de algunas discusiones, Travis consiguió que llegáramos a un acuerdo. Kelly se llevaría un veinticinco por ciento, Jubal otro veinticinco, y el cincuenta por ciento restante se dividiría entre Dak, Alicia y yo.

—¿Y qué hay de ti? —le pregunté.

—Yo comparto la porción de Jubal, como siempre.

Antes siquiera de que hubiéramos conseguido un dólar, ya habíamos formado una compañía, a fin de poder resolver los asuntos por votación. Esto solo resultó bastante complicado, a pesar de contar con el abogado de Travis para allanar el camino. Ya éramos, oficialmente, la Corporación Trueno Rojo.

Empecé a pensar que, después de aquello, la parte de la ingeniería sería sencilla.

Poco después de que Travis regresara de visitar a sus hijas, Jubal y él se marcharon dos semanas para probar el Estrujador.

—Esta vez lo discutiremos todo de antemano —nos había dicho—. Si hubiera hecho las cosas bien en lugar de arrastraros a todos a ese pantano, es posible que ahora no estuviéramos mirando en todas direcciones buscando agentes secretos. Y, por cierto, si veis que empiezo a acelerarme otra vez, quiero que me lo digáis, ¿de acuerdo?

Lo que proponía era marcharse de viaje con Jubal para probar más cohetes de juguete.

—Vieron despegar algo desde los Everglades. Conozco un sitio en el que podemos realizar pruebas estáticas sin llamar la atención. Pero como ya no es posible mantener un secreto total, he pensado que lo mejor sería conseguir que empezaran a buscar en... lugares equivocados. ¿Y si detectaran otro lanzamiento, pero esta vez desde Dakota del Norte? Luego otro en Texas y luego en Nevada. La idea es que si tienen que rastrear todo el país, se dispersarán demasiado para conseguir gran cosa. ¿Algún comentario?

—Si se producen más lanzamientos, su interés aumentará —había dicho Alicia—. Puede que si dejamos las cosas como están lleguen a pensar que lo de los Everglades fue... no sé, un fallo de radar o algo por el estilo.

—Bien visto. Pero nuestro cohete debió de aparecer en varias pantallas. Creo que lo buscarán con el mismo entusiasmo, haya un lanzamiento o doce.

—Creo que Travis tiene razón —dijo Kelly.

—Lo siento —dijo Alicia.

—Demonios, Alicia, no. Ha sido una observación muy buena. No te las guardes.

Acordamos que Travis llevaría a cabo varios lanzamientos como señuelo, cinco o seis más, distribuidos aleatoriamente.

Travis y Jubal partieron en la camioneta con destino desconocido. Se llevaron las herramientas de Jubal y, claro está, el Estrujador, del que por el momento seguía habiendo solo un ejemplar. Comprarían el instrumental y los materiales que necesitaran por el camino.

Dak y yo podríamos haber esperado las dos semanas a que regresaran. Pero perder dos semanas significaba acercarnos mucho al límite de tiempo, y estábamos decididos a dar la bienvenida a Travis con una propuesta preliminar, como mínimo.

Entonces fue cuando empezamos a pensar en los vagones de tren.

Kelly exploró el mundo de los tanques ferroviarios para nosotros. Como ocurre con tantas otras cosas, fue mucho más complicado de lo que uno podría pensar.

—Un tanque "medio" tiene quince metros de largo por tres de ancho —nos dijo—. He encontrado media docena de compañías que los construyen. Todos están hechos de acero sólido y grueso. Son muy resistentes.

—Eso es lo que necesitamos, que sean resistentes —dije.

—Puedes encargar un modelo estándar o pedir que te lo hagan a medida. No es lo mismo un tanque para llevar leche que uno para transportar gasolina. Algunos de ellos cuentan con revestimientos especiales, otros están refrigerados o sellados, para transportar gases líquidos. Se puede pedir casi cualquier cosa... y el precio de uno nuevo es de cien mil dólares o más.

—Y eso solo el estándar —dije, intimidado una vez más por las cantidades.

—Supongo que no te importará que sea usado.

—Por favor, sí, por favor, que sea usado.

—Esos cuestan de diez a veinte mil cada uno. Tenemos suerte, ahora mismo hay un exceso de oferta. Probablemente pueda rebajar el precio por debajo de esos diez mil.

Dak preguntó si convendría hacer un depósito hasta que Travis regresara, pero Kelly repuso que no había problema, que podíamos conseguir todos los que necesitáramos.

Necesitábamos siete.

Pasamos la mayor parte de un día tratando de dar con la forma de meter todo lo que íbamos a necesitar en un solo tanque, pero fue imposible. La siguiente opción fueron tres unidos, pero tampoco parecía demasiado prometedora.

—Recordad que el peso no es inconveniente —dijo Dak—. Podemos reforzarlo tanto como nos parezca necesario, por dentro y por fuera.

En unos segundos, y con la ayuda de un ratón, creó un conjunto de siete cilindros. Visto desde arriba, parecía un panal, con un círculo en el centro rodeado por otros seis.

—Podemos poner el puente en el tanque central —dijo Dak—. Es más largo que los demás, casi tres metros. Podemos abrir unas ventanas en él. En la cubierta que habrá debajo del puente tendremos puestos de vuelo para el resto de nosotros.

—Y una cubierta más abajo —dije, moviendo el ratón—, los dormitorios. Sigue sobrándonos un montón de espacio.

—Recuerda nuestra regla de oro. Si crees que puedes llegar a necesitarlo, mételo. ¿Vale?

—Roger. Y si estás seguro de que es necesario, coge tres.

Así empezó, poco a poco, a cobrar forma.

—Un ser humano necesita unos tres kilos de agua al día —le explicó Dak a Kelly y Alicia el día que les mostramos el Diseño A, aproximadamente a la mitad del viaje de Travis y Jubal—. Solo para beber. Si queremos estar limpios, necesitaremos más.

—Yo voto por la limpieza —dijo Kelly.

—No es problema. Un galón de agua pesa unos cuatro kilos. Digamos que cada uno de nosotros se bebe un galón al día. Eso hace veinticuatro kilos al día. Elemental. Añadamos otros diez galones para lavarse, cepillarse los dientes, cocinar, hacer peleas con balones de agua... estamos hablando de unos doscientos cincuenta kilos de agua al día.

—¿Y cuántos días vamos a estar fuera?

—Unas dos semanas —dije—. Eso hace tres toneladas y media de agua. Pero nuestra intención es llevar el doble de esa cantidad, como medida de seguridad. Digamos, siete u ocho toneladas, dos mil galones.

—¿Siete toneladas? —preguntó Kelly.

—¿Dos semanas? —Alicia puso cara de sorpresa—. Pensé que estaríamos fuera... no sé, meses y meses.

—No con la máquina de Jubal, cariño —le dijo Dak—. Podemos llegar hasta allí en aproximadamente tres días y medio. No creo que queráis saber a qué velocidad iremos al llegar al punto medio, cuando tengamos que empezar a decelerar.

Yo tampoco estaba muy seguro de querer. Más de cinco millones de kilómetros por hora. Casi mil quinientos kilómetros por segundo. Bastante lejos de la velocidad de la luz, con sus 300.000 kilómetros por segundo, a pesar de lo cual tendríamos que adelantar cuatro segundos nuestros relojes al regresar. Un día tendría que hacer los cálculos... cuando estuviera emocionalmente preparado.

—Además, el agua nos servirá como escudo frente a la radiación —dijo Dak. Le hubiera dado una buena patada. De hecho, se la daría a la primera oportunidad.

—¿Radiación...? —Fue como si Dak hubiera sugerido que comiéramos cianuro. Alicia no prueba las verduras ni la fruta si las han cultivado con ingeniería genética, pero lo que más detesta es la comida irradiada. Me gusta Alicia, pero hay veces que parece un capo de la Mafia de la Comida Sana.

—Sí, cariño, en el espacio hay radiación. En su mayor parte no será un problema, no es lo bastante intensa como para atravesar nuestro casco de acero. Los astronautas están expuestos a ella todos los días.

—¿Y cuál es el problema? —preguntó Kelly. También ella tenía una expresión dubitativa.

—El Sol —dije—. De vez en cuando se produce una tormenta solar, una llamarada, y la radiación se intensifica. Como vamos a acortar aprovechando la órbita de Venus, estaremos más cerca del sol de lo que nadie ha estado nunca.

—Sí —dijo Dak—, pero las tormentas solares obedecen a un ciclo de once años, y en este momento no estamos en su cenit.

Solo faltan unos pocos años. Pero no lo dije.

—Hemos pensado que podríamos hacer los tanques del agua anchos, altos y finos, a fin de que cubran la máxima superficie posible. Entonces, si se produce una tormenta, podemos orientar la nave de tal modo que se interpongan entre nosotros y el Sol.

—De todos modos, lo más probable es que volemos con esa orientación — dije—. Será más seguro. Pero tendremos detectores de radiación por toda la nave, que nos alertarán si el nivel aumenta.

—¿Y para qué sirve todo eso?

—El agua absorbe la radiación, cariño.

—¿Y luego habrá que beberse ese agua?

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