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Authors: John Varley

Trueno Rojo (32 page)

BOOK: Trueno Rojo
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Habíamos dividido la presentación en cuatro partes. Yo me hice cargo de la primera porque me habían nombrado jefe de diseño. Bien, había pensado, hasta que regrese Travis. Y había rezado todos los días para que no tardase mucho. Me aterraba la posibilidad de que, una vez que le presentáramos los detalles, se riera de nuevo.

Pero no volvió a hacerlo. La mayor parte del tiempo asentía, y a veces incluso sonreía. Terminé con mi parte, que consistía en una exposición de las líneas generales del proyecto y la presentación en la pantalla de todo lo que teníamos, en aproximadamente veinte minutos. Entonces le entregué la varita de control a Dak y me senté. Hubiera dado cualquier cosa por tener una toalla y poder secarme el sudor que me empapaba a pesar del potente aire acondicionado.

Dak tenía dos cometidos en el proyecto. Primero, hacía las veces de ingeniero de sistemas. Había estado trabajando muy duro para averiguar qué comunicaciones necesitábamos mantener con el planeta Tierra. También estaba tratando de diseñar los sistemas internos de energía de la nave, cosa que estaba causándonos problemas. No es que lo ocultara, pero tampoco se explayó demasiado. Me di cuenta de que Travis había tomado nota mentalmente.

Su segunda área de responsabilidad era el transporte de superficie y, desde que Sam y él empezaran a trabajar en ello, apenas los habíamos visto por el almacén.

Luego le llegó el turno a Alicia, y los demás cruzamos los dedos. La habíamos nombrado oficial de control ambiental. Sí, todos éramos oficiales. ¿Por qué no?

Alicia trabajaba bajo un triple complejo de inferioridad. El primero era el miedo a las ciencias y las matemáticas que sufren la mayoría de las chicas que conozco. Parece algo territorial. El segundo, que no había terminado el instituto. Teniendo en cuenta la historia de su vida, era un milagro que hubiese ido al colegio y logrado aprender algo. Pero ella se sentía intimidada por sus tres amigos, alumnos brillantes todos ellos.

El tercero era que creía que Dak era mucho, mucho más inteligente que ella, y creía que no podría conservarlo por ello.

Una parte de todo esto resultaba evidente para cualquiera que la conociera, y el resto lo había descubierto yo en la cama, hablando con Kelly, que hacía lo que podía —al igual que Dak y yo— para convencerla de que no tenía razones para preocuparse por ninguna de las tres cosas. Cosa que era la pura verdad. Puede que no supiera hacer raíces cúbicas, pero había montones de cosas que sabía hacer muy bien, en materias que importaban realmente. Ahora que lo pienso, tampoco yo sé hacer una raíz cúbica, al menos sin una calculadora.

Pero, ah, Dios mío, cómo había trabajado la chica.

Su mesa, situada en la oficina contigua, estaba llena de papeles impresos. Dak la había ayudado a empezar, mostrándole algunos sitios web en los que podía encontrar la información que necesitaba. La mayoría de ellos eran gubernamentales, parte de la NASA WEB. Resulta asombrosa la cantidad de información que puedes conseguir gratuitamente del gobierno si sabes dónde mirar.

Habló durante veinte minutos, utilizando el puntero para señalar los tanques de aire y los ventiladores que habíamos diseñado. Habló con autoridad sobre filtros de dióxido y monóxido de carbono y detectores de humo, sobre sistemas de calefacción y refrigeración, y sobre la peor de nuestras pesadillas, la radiación.

—Los astronautas que trabajan en las estaciones espaciales y que tripulan las VStars cuentan con una protección antirradiación que nosotros no vamos a tener —dijo—. El campo magnético de la Tierra captura gran parte de la radiación emitida por el sol y la desvía hacia los polos, donde puede verse en la forma de auroras polares. —Pulsando un botón, nos mostró una serie de imágenes de tormentas solares, preciosas y potencialmente letales—. Esta radiación puede llegar incluso a la superficie de la Tierra. En 1989, una tormenta solar provocó un cortocircuito en Quebec. Seis millones de personas se quedaron sin electricidad por algún tiempo.

»Pero lo que sí tendremos será un sistema de alarma de radiación. Llevaremos a bordo un sensor óptico que mantendrá el sol bajo vigilancia constante, y si detecta una mancha solar, hará sonar la alarma. —Puso una gráfica en el Telestrator—. La luz emitida por una tormenta solar viaja más deprisa que los peligrosos protones. Tendríamos un minuto, más o menos, para meternos en lo que se llama un "refugio de tormentas". Básicamente, rodearíamos una sala del módulo de la nave con polietileno, que detendrá los protones. Este método lo utilizan en los submarinos nucleares para escudar a la tripulación del reactor.

Otra cosa que ni Dak ni yo sabíamos, y que habíamos descubierto gracias a la diligencia de Alicia. Miré a Travis de soslayo y vi que estaba asintiendo.

—La otra radiación me da más miedo.

—Y a mí —asintió Travis en voz baja.

—La llaman "radiación cósmica". Viene del espacio exterior, y la emite la explosión de una supernova. Viaja casi a la velocidad de la luz y es muy poderosa. Ni siquiera la atmósfera de la Tierra puede detenerla toda, pero la exposición es mayor en el espacio. No existe forma práctica de escudarse frente a ella.

Hizo una pausa y yo pensé que no había elegido un buen lugar para hacerlo. Sáltate esa parte, quería gritar. Pero supongo que al final es mejor ser directo y honesto.

—Si queréis que os diga la verdad, no querría estar en la Ares Siete, ni tampoco en la nave china. El mejor modo de enfrentarse a la radiación cósmica es limitar la exposición a ella. Tardaremos entre tres y cuatro días en llegar a Marte. Es un riesgo que todos estamos dispuestos a correr.

Creí oír un gruñido de mi madre, pero cuando me volví hacia ella, estaba mirando con aire furibundo las imágenes de las tormentas solares que mostraba el Telestrator. Por alguna razón, ya me había imaginado que la idea de que el cuerpo de su hijo fuera atravesado por grandes cantidades de radiación no iba a emocionarla precisamente.

Alicia solo titubeó un poco cuando estaba a punto de acabar.

—No he tenido tiempo de trabajar en el sistema de eliminación de residuos —admitió—. Supongo que necesitaremos bombas. Servicios, algún modo de calentar agua...

—Cuando vayáis a Sears a por ese congelador —dijo Travis—, comprad también un calentador de agua. Y una taza de váter. —Alicia esbozó una sonrisa insegura—. Lo digo en serio. No te preocupes por eso, Alicia. No supondrá un gran problema.

—Bueno, pues supongo que eso es todo...

Kelly ya estaba de pie. Abrazó a Alicia y la invitó a tomar asiento. Entonces dio comienzo a su propia presentación, limpia, pulcra, bien ordenada y exhaustiva, pero sin llegar a resultar aburrida. Ni más ni menos, lo que esperaba de ella. Describió nuestra situación financiera y nuestro estatus legal, es decir, todos los aspectos mercantiles del proyecto.

Cuando nos sentamos, hubo casi un minuto de silencio. ¿Quién sería el primero en abrir fuego? ¿Mamá o Travis?

Travis. Y, por supuesto, no hubo nada de fuego en sus palabras.

—Bueno, he visto informes peores antes de un lanzamiento. Muchos, de hecho. Prácticamente todos ellos. —Se volvió hacia mamá—. Betty, empezaré con las malas noticias.

—Travis, la única noticia que quiero oír de tus labios es que puedes fabricar una nave segura. Sé que los chicos van a ir a Marte aunque solo haya una posibilidad entre cien de regresar. Creo que Manny iría aunque tuviera que hacerlo en bicicleta y aguantando la respiración. Si fuera necesario, me mentirían. Es lo que yo hubiera hecho cuando tenía su edad. Pero de ti espero la verdad, porque si no, encontraré el medio de hacer que lo pagues.

—Entonces las malas noticias son buenas, en realidad —dijo Travis, aparentemente ajeno a la amenaza. No como yo. Empezaba a fastidiarme la actitud de mamá.

—El comienzo ha sido extraordinario. Han expuesto los fundamentos de una nave que podría ir y volver.

—Entonces, ¿dejarías volar a tus hijas en ella? ¿Es eso lo que quieres decir?

—Nada de eso. Hay un centenar de cosas que habrá que cambiar, y hasta que yo mismo no esté convencido de que todas son resolubles y me refiero por nosotros, no pienso dar el visto bueno, ni de lejos. La cuestión es que esperaba que habría mil problemas. Han avanzado mucho más de lo que me había atrevido a esperar. —Se volvió hacia Sam Sinclair—. ¿Qué te parece a ti, Sam?

—Tengo que admitir que parece sólido —dijo Sam. Esbozó una sonrisa cauta—. Para tratarse de una idea que es una auténtica locura.

—No puedo estar más de acuerdo contigo. Nos espera muchísimo trabajo por delante antes de que deje de ser una locura. Ahora escuchadme bien, Sam, Betty... y todos los demás.

»El mayor problema al que se enfrenta el proyecto es que no podemos probar la nave antes de partir hacia Marte. Si por mí fuera, la habría puesto en órbita primero, yo solo. Luego iría a la Luna. Solo iría a Marte después de eso. Pero ya sabéis que no podemos hacerlo así.

»De modo que Jubal y yo hemos estado haciendo todas las pruebas posibles, salvo un lanzamiento completo. Hemos dedicado la mitad del tiempo a experimentar la magnitud de los niveles de impulso que podemos alcanzar. Parece ser que las burbujas desaparecen cuando están a punto de alcanzar la potencia máxima, la conversión masa-energía total. Así que una sola burbuja podría proporcionarnos impulso durante años y años. Demonios, durante siglos.

»El resto del tiempo estuvimos tratando de conseguir que el sistema fallara.

»Y tuvimos algunos fallos en tierra. Nada por lo que haya que alarmarse, eso le ocurre a todos los proyectos de investigación, y es preferible tenerlos al principio, en tierra, a que se presenten en el peor momento posible, que es lo que suele ocurrir.

»Lanzaría la nave discretamente y la pondría en órbita mañana, para llevar a cabo un pequeño vuelo de prueba, si ya estuviera preparada y no tuviéramos que preocuparnos de que nadie pudiera ver el lanzamiento y el regreso. Jubal ha creado un sistema de contención y liberación para la energía de las burbujas que es tan seguro como puede serlo algo creado por los imperfectos humanos.

»Ya os conté lo de mi metedura de pata en los Everglades. La culpa no fue de ningún defecto en la tecnología de las burbujas, sino nuestra, por no saber cuánta energía liberaría, y con qué rapidez, el... lo que ahora llamamos el Interruptor de Campo de Fase, el ICF. Ahora lo hemos calibrado y podemos liberar la energía con una precisión del noventa y nueve por ciento.

»Os dije que el ICF hace un agujero minúsculo en la superficie de las burbujas. Esto no es estrictamente cierto. Jubal me ha enseñado los fundamentos matemáticos, pero son demasiado complejos para mí. Lo que hace es retorcer el espacio, de modo que la materia atrapada y estrujada dentro de la burbuja hace un pequeño viaje por otra dimensión... ni siquiera sé muy bien si es la quinta o la sexta...

—Quinta —dijo Jubal. Me sobresaltó. Casi me había olvidado de que estaba allí.

—Como tú digas. La energía penetra en una especie de agujero de gusano, recorre una distancia inferior al diámetro de un protón, termina en nuestro universo, y al llegar allí genera el impulso. Sé que es difícil de comprender, puedo repetirlo si...

—Continúa —dijo Sam, y mi madre asintió.

—Eso es todo. Es imposible hacer estallar las burbujas o conseguir que liberen energía, salvo con el ICF de Jubal... y es el único que existe en la Tierra, por lo que sabemos. Si alguien tiene uno, debe de estar comportándose con tanta cautela como nosotros, porque no hay el menor indicio de que alguien esté al corriente de esta nueva rama de la Física.

»Lo que estoy diciendo... de manera enrevesada y larga, disculpadme... es que creo que el motor del cohete es tan seguro como es humanamente posible. A prueba de fallos. Mucho más seguro que el de una VStar, y eso es decir mucho.

»Pero cuando lo activemos, el impulso generado se aplicará a... vaya, a una nave que dista mucho de merecerme la misma confianza.

»Ese será nuestro problema. Sencillamente, cuanto antes lleguemos allí y antes regresemos, más feliz seré. El espacio es un medio increíblemente hostil y cuanto más tiempo pasemos en él, más probabilidades habrá de que algo vaya mal. Suponiendo que vamos, claro está.

De nuevo un silencio. Travis tenía los brazos apoyados en las rodillas y estaba mirando el suelo. Jubal asentía en silencio. Entonces habló Sam.

—Un viaje corto es mejor, ¿no? Más seguro.

—Corto en tiempo, sí. Hasta cierto punto. Podríamos acelerar más, pero la nave se vería sometida a mayores tensiones, y eso tampoco nos conviene.

—¿De cuánto tiempo estás hablando?

—Una semana en el espacio y una semana, más o menos, en tierra.

—¿Un total de tres semanas, pues?

—Oh, no, una semana de tiempo de viaje total. Ida y vuelta.

Sam frunció el ceño y sacudió la cabeza.

—No parece posible. Marte está lejísimos.

—Viajaríamos a cinco millones de kilómetros por hora, Sam.

—¿Cómo es posible? —quiso saber mamá—. ¿No os mataría eso?

—Ni siquiera lo notaremos. Ni nos daremos cuenta de que nos estamos moviendo.

Mamá sacudió la cabeza y se puso en pie.

—Nunca llegaré a entenderlo. —Arrugó el gesto y luego trató de sonreír—. Siento estar comportándome como una bruja, Manny y todos los demás. Es que me da miedo. Pero... estoy realmente impresionada por lo que habéis hecho. Por un segundo, casi habéis conseguido convencerme.

—Te convenceremos, Betty —dijo Travis con aire solemne.

—No lo creo. En cualquier caso, es hora de volver a casa. Buenas noches, chicos.

Sam se marchó con ella, y Travis, Kelly y los demás los acompañaron a la puerta. Yo oía cómo hablaban mientras bajaban las escaleras. Por mi parte, prefería no enfrentarme a ella en aquel momento. Puede que dijera algo que luego lamentaría.

Así que me quedé allí sentado un momento, mirando la maqueta de la nave. Era extraña, pero no carecía de cierta belleza. Me la imaginé despegando en medio de un pilar de llamas...

Lo siguiente que supe fue que Travis estaba zarandeándome por el hombro. Me había quedado dormido en la silla.

—Solo quedamos los conspiradores —dijo—. Prepara varias tazas de café y reúnete conmigo en la mesa dentro de cinco minutos. Tenemos algo de que hablar, pero no tardaremos mucho.

Preparé una jarra de expreso muy fuerte y regresé arrastrándome a la mesa.

—Manny, pareces un mapache —me dijo Travis.

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