Trueno Rojo (34 page)

Read Trueno Rojo Online

Authors: John Varley

BOOK: Trueno Rojo
11.71Mb size Format: txt, pdf, ePub

La comida fue muy bien. Vi a Caleb hablando del negocio con Sam Sinclair y Salty nos interrogó a Dak y a mí sobre el trabajo hecho hasta el momento en el sistema eléctrico. Gradualmente fui dándome cuenta de que era mucho más que un electricista, era todo un ingeniero eléctrico, graduado en la LSU. Y Dak y yo estábamos a punto de convertirnos en aprendices de electricista, a marchas forzadas.

El único momento de preocupación fue cuando vi que Travis se llevaba a mi madre al otro extremo del aparcamiento. Hablaron largo y tendido y casi todo el rato, mi madre estuvo sacudiendo la cabeza de esa manera obstinada, cosa que se le da mejor que a nadie. No tienes ni una posibilidad, Travis, pensé. Sea lo que sea lo que estés tratando de venderle.

Resultó que estaba vendiéndole un poco de ayuda gratuita... y que lo consiguió, por primera vez que yo recuerde. Poco después, ella se me llevó aparte.

—Gracia y Billy van a mudarse con nosotros mientras dure el proyecto — dijo, sin mirarme a los ojos. ¿Qué le preocupaba, que pensara mal de ella por haber aceptado ayuda?—. La alternativa era cerrar. Echar la llave y dejar que el sheriff sacase los muebles a la calle. Casi lo hubiera preferido.

—Pase lo que pase, tienes todo mi apoyo, espero que lo sepas.

Me rodeó con el brazo mientras caminábamos y me dio un fuerte abrazo.

—Lo sé. La única razón por la que he luchado tanto tiempo es que... era el sueño de tu padre. Y en realidad, ni siquiera era un sueño, sino más bien una especie de obsesión.

—No tiene por qué serlo también para ti.

—Pero lo es. Tienes razón. Tu padre estaba decidido a conseguir que funcionara. Quería enseñárselo a sus parientes... y, más aún, a los míos, los blancos que nunca le dijeron una sola palabra racista pero consiguieron que se sintiera como si fuera inferior a ellos desde el mismo día de su matrimonio.

»Lo deseaba tan fervientemente que... hizo una pequeña estupidez. Solo una vez. Hizo algo que nunca habría hecho si no lo hubiera deseado tanto, por ti y por mí.

¿Y cuál era aquella estupidez? ¿Cuál sería el peor modo posible de morir tratando de satisfacer las expectativas de los parientes de mi madre? Un negocio de drogas, claro.

Solo iba a ser una vez. Vivió lo justo para decírselo a mamá, mientras agonizaba en el hospital. Recuerdo que mamá estaba llorando, y poco más.

Ni siquiera era un trato muy importante, para lo que se ve en Florida. Solo dos cubanos, tres colombianos y kilo y medio de cocaína. Pero uno de los colombianos, que estaba en pleno subidón, se volvió loco, sacó el arma y empezó a disparar. Los demás no recordaban a qué se había debido la pelea. Ninguno de ellos salió herido: el colombiano estaba demasiado drogado como para disparar con mucha precisión, salvo el primer disparo, que lo hizo a quemarropa.

Dejaron a mi padre allí, los cuatro, para que se desangrara casi hasta morir en un aparcamiento desierto y muriera al día siguiente de una infección séptica. Todos ellos están en prisión menos uno, que murió en la cárcel. Conozco sus nombres. Puede que algún día haga algo. O puede que lo mejor sea enterrar los odios como ese.

—Travis ha dicho cosas muy sensatas, Manny —prosiguió mamá—. Me ha preguntado por qué sigo aquí. Por qué trabajo tan duro para mantener este maldito sitio abierto cuando yo sé... cuando todos sabemos, que un día pasará todo a la vez, todas las desgracias, dejará de haber clientes, habrá una demanda, un gran huracán, y entonces me daré cuenta de que si nos hubiéramos rendido hace diez años, la única diferencia habrían sido diez años menos de preocupaciones.

»Cuando pienso en venderlo, lo que más me duele es que todo nuestro trabajo no haya servido para nada. Pienso en conseguir un nuevo préstamo en alguna parte, hacer algunas reformas, que sea más bonito, como tu padre quería. Pero esto es la Vieja Florida, y siempre lo será, hasta que venga un grupo de Nueva Florida y levante un centro comercial.

»Bueno, pues estoy cansada de estar en la Vieja Florida, así que voy a aceptar la ayuda de Gracia y Billy mientras tú trabajas en este asunto. Travis tiene razón, vas a acabar matándote si tratas de hacer las dos cosas a la vez, eres un hijo demasiado bueno como para permitir que María y yo nos encarguemos de todo, a pesar de que es lo que te he dicho que hagas. En eso has salido a tu padre... y estoy orgullosa de ti.

»Pero te lo digo desde este momento, Manuel. Vayas o no, regreses o no... he terminado aquí.

—Me alegro, mamá.

—Cuando... cuando regreses, dejaremos esta vida. —Sacudió la cabeza y me miró—. Tú ya la has dejado, Manuel, y no sabes lo feliz que eso me hace. Y sí, eso se lo debo a Travis... aunque lo mataré si lace daño a uno solo de...

—Voy a regresar, mamá. Y seremos ricos y famosos.

Entornó la mirada, y me di cuenta de que bajo los implacables rayos del sol parecía demasiado vieja y demasiado cansada.

—¿Es eso lo que quieres, Manuel?

—¿Ser famoso? En realidad no. Pero probablemente lo seré. Solo quiero tener el dinero suficiente para no tener que preocuparme constantemente hasta del último penique. Tener el dinero suficiente para pagarme la universidad, y puede que comprar algunas cosillas. No tener que estar siempre pensando que no voy a poder darle a Kelly todo a lo que está acostumbrada.

—Bueno, ya sabes que ella me gusta. A pesar de que es rica. —Los dos nos reímos con aquello—. Y si quieres ser famoso, será mejor que tengas una charla con ella. Ella planea sacarle dinero al asunto desde el primer momento. Ha estado hablando de ello con María y conmigo. La chica tiene grandes planes.

—¿Qué quieres decir?

—Habla con ella. Y ve con Travis, pero luego regresa. —Me dio un beso en la mejilla, me estrechó con fuerza entre sus brazos y los dos regresamos con los demás a las mesas del jardín.

Grandes planes, ¿eh? Era la primera noticia que tenía al respecto.

Sesenta días.

Ese era el tiempo que teníamos si queríamos llegar a Marte antes que los chinos. Colgamos un calendario de grandes dimensiones en la pared del almacén y Kelly empezó a marcar los días a medianoche, cuando teóricamente, siguiendo las instrucciones de Travis, debíamos llevar una hora acostados. Se suponía que debíamos levantarnos a las seis y salir a correr, tras siete horas de sueño. Pero lo cierto era que siempre estábamos en pie a las cuatro o cinco, incapaces de conciliar el sueño.

Pero... ¿correr?

Mamá se rió con ganas cuando se enteró. Pero nadie estaba más sorprendido que yo. Sabía que me convenía hacer ejercicio, coger la costumbre, aunque no pretendía hacerme leñador o jinete de rodeo o algo igualmente agotador. ¿Astronauta? En realidad es una ocupación muy sedentaria, especialmente en las estaciones espaciales, donde reina la ingravidez. Tienen que hacer una o dos horas de ejercicio cada día para no perder demasiada masa ósea y muscular.

A mí, correr por una cinta de ejercicios siempre me ha parecido una pérdida de tiempo increíblemente aburrida. Y correr por la calle es solo un poco mejor.

—Eso va a cambiar —nos dijo Travis desde el principio—. Quiero que estéis todos en perfecta forma cuando partamos, no encogidos por culpa de veinte horas al día delante de un ordenador. Una mente fuerte en un cuerpo fuerte, eso es lo que quiero.

Pensé en preguntar a Travis cuántas horas había corrido él durante sus últimos cuatro o cinco años de impenitente alcoholismo... pero entonces, la primera vez que salimos todos juntos, al amanecer y con las hojas salpicadas de rocío, vi lo que le costaba una hora de jogging. Pero al día siguiente estaba allí de nuevo. Por supuesto, ni Dak ni yo íbamos a permitir que un viejo exalcohólico nos dejara atrás, así que nos esforzamos de veras.

¿Y las chicas? Para ellas fue fácil. Las dos llevan haciéndolo desde el instituto.

—¿Crees que este precioso cuerpo se consigue gratis? —me dijo Kelly con tono burlón, corriendo a mi lado a mitad de su velocidad normal, mientras yo resollaba y jadeaba.

—Joder, no. Pagué diez dólares por él.

—Que todavía me debes, ya que lo mencionas.

Me hizo falta una semana de tortura, y superar una cantidad considerable de reticencias internas, para admitir que después de las carreras matutinas me encontraba más descansado y alerta que en cualquier otro momento del día. Después de eso, me resigné a lo inevitable. Al cabo de dos semanas, hasta Travis estaba poniéndose en forma. En cuanto a Jubal... bueno, Jubal estaba exento porque nadie puede obligarlo a hacer nada que él no quiera. La mayor parte del tiempo estaba demasiado concentrado en sus cálculos como para apartarlo del ordenador. Pero una mañana salió a correr con nosotros y aguantó nuestro ritmo. Me había olvidado de las sesiones de remo en el lago.

Llevamos varias camas y armarios del motel a algunas de las oficinas vacías el almacén y montamos un baño prefabricado dentro de la sala de descanso. La mayoría de los días, Kelly y yo dormíamos juntos, y lo mismo hacían Dak y Alicia. Antes de que pasara mucho tiempo, los repartidores de las pizzerías y restaurantes chinos de la zona se sabían de memoria el camino a la sede de la Corporación Trueno Rojo.

La nave estaba formada por dos partes, la estructura de soporte y los módulos habitacionales. Dak y yo estábamos preparados para iniciar rápidamente la construcción de la parte superior, pero no podíamos hacerlo hasta que tuviera algo en lo que apoyarse, cosa que resultaba frustrante. Dedicamos el tiempo a realizar pruebas de materiales. Además, manteníamos reuniones semanales en el rancho Broussard.

—Es una suerte que no empezáramos a construir la estructura hace una semana —dijo Travis en la segunda reunión—. Creíamos que estábamos preparados, pero Jubal ha realizado algunas pruebas más y lo que ha descubierto ha cambiado radicalmente los parámetros.

»Recordaréis que puse sensores de radiación en aquella primera prueba, en el pantano. No encontré nada. Pero ahora Jubal ha descubierto que hay dos tipos de... quizá deberíamos llamarlos "estados cuánticos" en el interior de las burbujas del Estrujador. La mayoría que hemos probado son las que llamamos burbujas de Fase-1. Luego volveré a ellas.

»Pero hay un segundo tipo de burbuja.

—Deja que lo adivine —dijo Dak—. ¿De Fase-2?

—Estoy rodeado de genios. La materia del interior de las burbujas de Fase-2 está muy comprimida... En realidad no sabemos bien cómo es, pero puede que sea como una estrella de neutrones, con todos los electrones liberados, y sin que quede nada más que neutrones abarrotados como japoneses en un vagón de metro.

»En cualquier caso, cuando esta materia sale, está muy caliente, lo hace muy deprisa y libera radiación. Si estuvierais cerca de los gases expelidos, los neutrones os cocerían como si fuerais huevos.

»Pero antes, hice una prueba de la que no os hablé. Me preguntaba lo que pasaría si colocábamos una burbuja sobre una ciudad, como una gran cúpula geodésica de Buky Fuller. ¿Podría proteger la ciudad de una bomba nuclear?

Miré a Dak. Habíamos tenido la misma idea, hacía algún tiempo. Pero no tenía nada que ver con el viaje a Marte, así que la aparcamos con el propósito de planteársela más adelante a Jubal. Teníamos las manos ocupadas con el trabajo, sin necesidad de derrochar tiempo con hipótesis.

—Así que... lo probé con una rata.

Jubal regresó, llevando una vieja caja de U-Haul, que dejó sobre la mesita de café, frente a nosotros. Metió las manos y sacó una rata blanca, de esas que se compran en las tiendas de animales para alimentar a las pitones y las boas constrictor. Con la otra mano extrajo una plataforma de laboratorio de tres patas, de las que se ponen sobre los mecheros Bunsen. Tenía un trozo de madera contrachapada pegado encima. Dejó la plataforma en la mesa y puso la rata encima. Esta empezó a husmear y a explorar las esquinas.

—Travis —dijo Alicia—. ¿Va a ser algo desagradable?

—No, a menos que te gusten las ratas.

—Bueno... no me gusta la experimentación con animales...

—Conejitos y perros y monos y eso —le explicó Dak.

—... pero en el caso de las ratas hago una excepción. Cuando era pequeña maté un montón de ratas.

—No sentimos ninguna simpatía por las ratas —asintió Dak.

—No quiero mentir, cher —dijo Jubal—. No será bueno para la rata. Pero no habrá sangre.

—Adelante, entonces. —Se acercó un poco más a Dak.

Jubal metió la mano de nuevo en la caja y sacó su nuevo y mejorado Estrujador. Estaba todo contenido en una unidad del tamaño de una caja de zapatos. Empezó a tocar botones y apareció una burbuja del tamaño de una pelota de baloncesto donde había estado la rata. El soporte de tres patas cayó sobre la mesa, seccionado limpiamente por la aparición de la burbuja. Esta permaneció allí. No creo que llegue nunca a acostumbrarme a ver algo así.

—Ahora, parece que lo que pasa ahí dentro ocurre de forma instantánea. Va a haber una pequeña detonación, ¿vale? Pero nada de explosiones. ¿Jubal?

Jubal pulsó un botón y la burbuja desapareció. Hubo un pop y un polvo muy fino de color gris se esparció por el aire. Lo que parecía un puñado de virutas metálicas cayó sobre la mesa. El polvillo gris era tan fino que tardó unos instantes en posarse sobre la mesa, formando un montoncito. Travis metió un dedo y nos lo mostró.

—Rata en polvo —dijo.

Todos coincidimos en que nos hacía falta una copa. Travis tomó un largo trago del Snapple de sabor frambuesa que bebía últimamente.

—El polvo está hecho de carbón, calcio, pequeñas trazas de esto y lo otro, en definitiva, todo lo que había en la rata salvo el agua. El agua se ha convertido en moléculas sueltas de hidrógeno y oxígeno. Eso fue lo que hizo el ruido.

Dak cogió un poco con el dedo y lo examinó.

—Rata en polvo, ¿eh? Oíd, puede que lo que tengamos aquí sea rata instantánea. Lo sacas, lo metes en un paquete, como el Kool-Aid, añades agua, remueves... —Alicia le dio un empujón pero Jubal pareció pensar que era hilarante. Pasó el resto del día murmurando "rata instantánea, rata instantánea" y riéndose una y otra vez. Cuando Jubal encontraba un chiste que le gustaba, como el de Gracia, lo repetía sin cesar.

—Si eres capaz de idear un modo de devolver la rata a su estado anterior, Dak, eso sí que sería un logro —dijo Travis—. En cualquier caso, lo mismo le ha pasado al hierro del soporte. Se ha dividido en partículas tan finas que se oxidan en el aire, antes de tocar el suelo.

Other books

The Man Who Killed His Brother by Donaldson, Stephen R.
Warrior's Angel (The Lost Angels Book 4) by Heather Killough-Walden
Deadly Inheritance by Simon Beaufort
Double-Barrel by Nicolas Freeling
The Devil Colony by James Rollins
Dragon Heart by Cecelia Holland
The Feast of the Goat by Mario Vargas Llosa
Trust Me by Bj Wane