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Authors: John Varley

Trueno Rojo (37 page)

BOOK: Trueno Rojo
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—¿El Senador No-sé-qué?

—Sí, he olvidado cuál era. Dios sabe que en aquellos tiempos llevé un buen número de ellos. Desde lo de Garn y Glenn, allá por los años 90, los senadores americanos parecen pensar que no han cumplido con su deber hasta que no suben allá arriba. La emoción definitiva. Joder, si había tíos que llegaban a pagar veinte millones de dólares para subir! Los senadores podían hacerlo gratis.

»Pues resulta que en pleno descenso, se abrió uno de los frenos mientras volábamos a Mach seis. Empezamos a dar vueltas de campana. Cinco, mientras yo trataba de frenar y recuperar el control. Finalmente lo logré, miré por la ventana para buscar la pista, y allí estaba. No había estado tan feliz desde que encontré aquel pequeño camino en África. Empecé a descender, con mucho ángulo, a gran velocidad... y a unos treinta metros del suelo oteé un 787 que se cruzaba por delante de nosotros en la pista. Seguro que le di el susto de su vida, porque pasamos a unos tres metros de ellos.

»Y cuando nos detuvimos, me enteré de que había aterrizado en Atlanta.

Guardó silencio un instante y tomó un sorbo del café que se había comprado en una máquina de la terminal de carga. Entonces sacudió la cabeza.

—Habría encontrado y arreglado el fallo en el sistema hidráulico si me hubieran dejado ponerme el traje. Pero como nadie en Hartsfield sabía que estaba bajando hasta que aparecí en su radar como una roca en picado, y como el Senador No-sé-qué me olió el aliento, y como una hora más tarde seguía dando uno punto ocho en los análisis...

»Llegamos a un compromiso, la NASA y yo. Cuando se produjera la investigación, yo no mencionaría las alarmas que me habían ordenado que ignorara, ni el hecho de que la razón de que las hubiera ignorado había sido la insistencia del puto senador... y además entregarías las alas y no volvería a volar.

Hubo otro largo silencio. Se oía el siseo de los neumáticos sobre el pavimento y el sonido de los limpiaparabrisas quitándome el rojo lodo de Georgia de delante.

—Algunas veces pienso que debería haberme atrevido, Manny. Contarlo todo. Darle a ese Senador y a los capullos de la NASA lo que se merecían. Pero es que estaba borracho. Estaba tan borracho que apestaba. Puede que la prueba de alcoholemia fuera inconstitucional... pero, joder, mucha gente sabía que era un borracho, un borracho que había tenido mucha suerte durante mucho, mucho tiempo, y más de uno estaba dispuesto a testificar.

»A pesar de ello, podría haber... Entonces, alguien mencionó a Jubal. No fue una amenaza ni nada parecido. No era necesario. Sabían lo bastante sobre mi vida privada y estaban al corriente de todo lo concerniente a él. Podían dejar caer una indirecta aquí, algunos pavos allá, y el juez me quitaría la custodia de Jubal y lo metería en una institución para adultos retrasados...

No hablamos durante más de treinta kilómetros. No se me ocurría qué decir. ¿Lo siento? Eso no llegaría ni de lejos a expresar lo que sentía. Entonces se me ocurrió algo.

—No le cuentes esa historia a mi madre, Travis, ¿vale?

—Trato hecho.

No tardó en quedarse dormido, y empezó a roncar, muy fuerte. Oh, tío. Habría que poner tapones para los oídos en la lista del equipaje.

—Todos estos trajes tienen quince años de antigüedad —dijo Travis—. Y solo dos de ellos han estado en el espacio. Han pasado mucho tiempo criando polvo en un almacén.

Estábamos reunidos en el rancho, junto a la piscina. Los ataúdes estaban abiertos. Los trajes espaciales, de un brillante color que Travis había descrito como "rojo comunista", estaban embalados en una sustancia que Sam había llamado "excelsior" y que parecía hierba seca. ¿Es que los rusos no tenían bolas de corcho? Travis sacó uno de los trajes y lo estiró.

—¿No es mucho quince años? —preguntó Kelly.

—Sí y no. —No se explicó, así que Kelly continuó:

—¿Y por qué no llegaron a utilizarlos?

—Porque estaban obsoletos.

—¿Y eso es bueno? —preguntó Alicia—. O sea, ¿están...?

—¿En buen estado? Tanto como si fueran nuevos, en general. No hubiera podido permitirme unos nuevos, chicos. Tendremos que arreglárnoslas con estos. —Sacó un casco de una de las cajas pequeñas y lo puso en su lugar. Se apartó y admiró su obra.

»Una cosa que debéis saber sobre la ingeniería rusa, tripulación, es que a menudo no tiene las campanillas y lucecitas que los americanos suelen incluir en sus diseños. Pero funciona. Trajes como estos protegieron a muchos ruskies en circunstancias muy difíciles. Yo apostaría por ellos antes que por los de la NASA.

Saqué lo que parecía un manual de instrucciones del embalaje. Naturalmente, estaba en ruso.

—¿Sabes ruso, Travis?

—Un poco. Encargaré una traducción y os aprenderéis de memoria las etiquetas que vienen en los trajes.

Lo ayudamos a atar unos pesos a los brazos y piernas del traje y conectó uno de sus encajes a la tubería de un compresor de aire. A continuación lo arrojamos a la piscina y empezamos a llenarlo de aire.

En cuestión de segundos, la superficie de la piscina era un hervidero de espuma, como si hubiéramos arrojado allí un Alka-seltzer gigante. Kelly apartó la mirada, con el gesto torcido. Es posible que a mí se me escapara un gemido. Oí cómo se ponía en marcha el tren de la historia dejándome en tierra. Adiós, viaje a Marte...

Travis se quitó los zapatos y dejó la cartera sobre la mesa del patio. Se puso una máscara de buceo y a continuación se tiró a la piscina. Solo estuvo sumergido un momento, y después emergió a la superficie y salió de la piscina, empapado pero sonriente.

—Todas las fugas están en los empaques de conexión —anunció.

—¿Esas son buenas noticias? —preguntó Dak.

—Todo sigue de acuerdo al plan, Dak. ¿Sabes?, la Smithsonian tiene docenas, puede que cientos de trajes espaciales en el ático. La mayoría de ellos están cayéndose a pedazos, es imposible preservarlos. Sencillamente, los plastificantes de los empaques de junta de estos trajes acaban por deshacerse. Lo único que tenemos que hacer es sustituirlos y todo marchará a la perfección.

—¿No se pueden comprar? —preguntó Sam.

—No, hay que hacerlos a medida, pero no debería de ser muy complicado. Conozco a un sastre de Miami que seguro que puede hacerlo. Alicia, quiero que te encargues de...

—Las clases de Alicia son demasiado importantes —dijo Kelly—. Deja que yo me encargue, Travis. Estoy empezando a tener más tiempo libre y además me encantaría poder hacer algo con mis propias manos que no sea teclear y mover un ratón.

Entre Jubal, Sam, Dak y yo cargamos los sarcófagos vacíos en la parte trasera de la camioneta y los llevamos al contenedor, dando gracias porque mamá no los hubiera visto, ni a aquellos trajes-coladero.

Al terminar el día, llevamos a Travis al almacén para que viera el Trueno Rojo. Su reacción fue gratificante. Se le abrió la boca mientras estiraba el cuello.

La estructura de soporte estaba terminada y el tanque central había sido volteado, colocado en su lugar y reforzado, a la espera de los otros seis tanques que le proporcionarían soporte adicional.

Erguido de aquella manera parecía extraño. Le habíamos quitado la parte superior para poder instalar los ribetes y las aberturas en las que pronto colocaríamos las cinco ventanas de plexiglás de la cabina, como la llamaba Travis, o del puente, como la llamaban Caleb y Sam.

Y estaba todo pintado de un brillante rojo chino.

Travis lo contempló por entero y entonces nos sonrió.

—Damas y caballeros —dijo—. Por primera vez tengo la sensación de que realmente vamos a ir a Marte.

Capítulo 24

Montamos los seis tanques externos en los tres siguientes días, en un proceso que se convirtió en un ejemplo perfecto de la curva de aprendizaje. Tardamos todo el día en hacer el primero, pero hicimos dos el segundo día y los tres restantes el tercero. Y allí estaba nuestra nave, básicamente completa en el exterior, con la única excepción de la parte superior de cinco de los tanques, que todavía había que remachar.

El tanque uno contenía la cámara de descompresión. Se accedía a él desde el centro, al igual que pasaba con todos los demás. Había una cubierta, con un agujero y una escalerilla para bajar a la cubierta donde se guardaban los trajes. Allí, los cinco trajes colgaban de simples estantes. Había enchufes para recargar sus baterías, y tuberías para rellenar las mochilas de oxígeno comprimido. Oxígeno en lugar del aire que respiraríamos en la nave, porque así era como estaban diseñados los trajes y porque, aun en el caso de que hubiéramos podido modificarlos, el oxígeno comprimido ocupa cinco veces menos espacio que el aire comprimido.

En el suelo de la cubierta de los trajes había una escotilla estanca y otra escalerilla que bajaba a la cámara de descompresión propiamente dicha. Una vez que aquella cubierta estuvo terminada, todos practicamos a subir y bajar por la escalerilla, con los trajes puestos, y manejando la cámara manualmente, como cabía la posibilidad de que tuviéramos que hacer en caso de emergencia. Fue difícil. Pero nunca tendríamos que hacerlo con la gravedad de la Tierra.

Al otro lado de la escotilla principal construimos una plataforma lo bastante grande para alojar a cuatro personas con traje, rodeada por una barandilla de seguridad. A continuación le adosamos una plataforma que se podía subir y bajar con manivelas. Era fea pero sencilla, y fácil de arreglar si algo iba mal.

Los tanques dos y cinco llevaban el agua y el aire. El aire comprimido venía en botellas de aire normales y corrientes, de tres metros de altura y medio metro de diámetro. El sistema permitía que se cerrara uno de los tanques sin afectar al otro, y cualquiera de los dos podía mantenernos con vida durante un máximo de dos meses. Los dos estaban conectados a un sistema de ventiladores, conductos y filtros. Uno de los tripulantes estaría despierto y supervisando el control del aire las veinticuatro horas del día. Todos tuvimos que practicar su manejo hasta aprendernos de memoria qué válvula había que cerrar en todas las circunstancias posibles.

El agua se almacenaba en grandes contenedores de plástico. Habíamos considerado la posibilidad de montarlos en alto, dejando que la gravedad proporcionara la presión. Pero Travis señaló que en cualquier caso íbamos a necesitar bombas, por si teníamos que pasar un período significativo de tiempo en la ingravidez, realizando reparaciones o rescatando a los astronautas del Ares Siete, por ejemplo. Así que los colocamos en la parte inferior.

El sistema de bombeo de la Trueno Rojo era lo más elemental posible: un contenedor de agua, una articulación en forma de T y tuberías que llevaban directamente a un grifo sobre una pila o a nuestro calentador de agua Sears, y desde allí a la pila. El agua para beber y para bañarse se sacaba directamente del grifo. Llevábamos ropa suficiente para cambiarnos todos los días pero si realmente era necesario lavarla, podríamos hacerlo en aquella pila.

Para lavarse, se llenaba un cubo con una cantidad predeterminada de agua, uno se sentaba en un banquillo en el cuarto de baño —una mampara de baño prefabricada con un desagüe en el suelo— y se frotaba con jabón y una toalla. Alicia había arrugado la nariz cuando le explicamos aquella parte del plan, pero no había puesto objeciones.

Temí que fuera a amotinarse cuando viera los planes para el baño.

—¿Un agujero y un cubo? —preguntó, escandalizada.

—Habrá un váter sobre el agujero —señaló Travis.

—Oh, claro. Y tendré que pasar todo el viaje hasta Marte y el viaje de regreso bajando la tapa. Dak nunca la baja y apuesto lo que sea a que vosotros tampoco.

Nadie lo negó y Kelly no pudo evitar una risilla que se contagió a todos. Al cabo de unos momentos, hasta Alicia empezó a reírse.

—Simple y básico —dijo Travis, una vez más—. Un váter con agua es demasiado complicado y supone un derroche de agua. Y lo mismo puede decirse de una ducha.

Tenía razón. Habíamos discutido todas las posibilidades antes de decantarnos por el agujero. La gente que vive en caravanas y tráileres odia lo que ellos llaman tanques de aguas grises y tanques de aguas negras. Las aguas grises son las que vienen de la pila y de la ducha, y las aguas negras, las del váter. Nosotros tendríamos un tanque de aguas grises, porque lo único que hacía falta era una tubería que fuera del desagüe al tanque de residuos, situado en el fondo del tanque dos, y una válvula que podía abrirse si íbamos a entrar en ingravidez, para impedir que el agua circulara en sentido contrario. En cuanto a los desechos negros...

—Aquí tenemos un cesto de la ropa sucia normal y corriente —nos explicó Dak una vez que los planos estuvieron terminados—. Se pone una bolsa de plástico en el soporte, se baja el asiento y se hace lo que hay que hacer. Luego se saca la bolsa, se rocía con estos cristales azules, se cierra y se arroja por el agujero.

—¿Qué es eso? —preguntó Alicia, señalando una forma cuadrada que se veía en los planos.

—Un ventilador —dijo Travis—. Las estaciones espaciales huelen mal. Aseguraos de encenderlo cuando uséis el baño.

—Con un váter de agua no tendríamos tantos problemas —murmuró Alicia.

Travis había sugerido que simplemente dejáramos las bolsas a un lado.

—Los Verdes se te echarían encima al volver —le dijo Dak.

—¿Por qué? La mier... los desechos orgánicos no contaminan la Tierra.

—No importa —le dije—. Créeme, Travis, mi generación no piensa con lógica por lo que se refiere a la polución. Nos odiarían si hiciéramos lo que estás proponiendo.

—Es cierto —dijo Kelly y Alicia asintió.

Travis sonrió.

—Supongo que os dais cuenta de que cualquier cosa que lancemos desde la nave se moverá a la velocidad de escape del sistema solar. Casi cinco millones de kilómetros por hora. Tengo que admitir que me hace cierta gracia que el primer objeto fabricado por el hombre que llegará a las estrellas será una bolsa de mier... de caca superrápida.

—¡Caca superrápida! —exclamó Jubal y se dio una palmada en las rodillas. Como de costumbre cuando oía un chiste que le hacía gracia, pasó todo el día repitiéndolo en voz baja.

Los tanques tres y seis contenían el combustible y los generadores y baterías, las células energéticas y los calentadores y los sistemas de aire acondicionado.

Dak, Salty y yo habíamos pasado mucho tiempo discutiendo sobre la fuente de energía que convenía utilizar. Las necesidades eléctricas de la Trueno Rojo no eran tan grandes como para que el medio de satisfacerlas fuera a convertirse en un problema. Pero, en definitiva, ¿cómo íbamos a hacerlo?

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