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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Policíaco, #Thriller

Último intento (45 page)

BOOK: Último intento
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—Vagamente.

—Se dice que esta condesa tenía mujeres jóvenes en la mazmorra, las engordaba, las desangraba y se bañaba en esa sangre y luego obligaba a otras mujeres prisioneras a lamerle toda la sangre del cuerpo. Supuestamente, porque las toallas le resultaban ásperas para su piel. Se frotaba la sangre sobre la piel, en todo el cuerpo —dice—. Los relatos sobre este hecho han dejado afuera lo obvio. Yo diría que existía un componente sexual —Agrega secamente—. Asesinados por lujuria. Aunque la persona que mata realmente creyera en los poderes mágicos de la sangre, todo se reduce al poder y al sexo. De eso se trata cuando se es una condesa hermosa o una anomalía genética que creció en la isla San Luis.

Doblamos en Canterbury Road y entramos en el vecindario costoso y arbolado de Windsor Farms, en cuyo borde exterior vivía Diane Bray; su propiedad estaba separada por un muro de la ruidosa autopista que conducía al centro de la ciudad.

—Daría mi brazo derecho por saber qué hay en la biblioteca de los Chandonne —dice Berger—. O, mejor dicho, qué clase de libros ha estado leyendo Chandonne a lo largo de los años… aparte de las historias y demás material erudito que él asegura su padre le daba, bla, bla, bla. Por ejemplo, ¿conocerá la historia de la Condesa Sangrienta? ¿Se frotaba él el cuerpo con sangre con la esperanza de que, mágicamente, lo curara de su trastorno?

—Creemos que se bañaba en el Sena y, después, aquí, en el río James —respondo—. Posiblemente por esa razón. Para ser curado mágicamente.

—Algo con un sabor más bien bíblico.

—Puede ser.

—Es posible que también lea la Biblia —dice ella—. ¿Sufrió él bajo la influencia del asesino serial francés Gilíes Garnier, quien mataba a chicos pequeños, se los comía y le ladraba a la luna? En Francia hubo muchos supuestos hombres lobo durante la Edad Media. Unas treinta mil personas alegaron que existían, ¿puede creerlo? —Por lo visto, Berger ha estado investigando mucho—. Y también tenemos la otra idea estrafalaria —prosigue—. En el folklore de los hombres lobo se creía que el que era mordido por un hombre lobo, inevitablemente se convertía en uno. ¿Será posible que Chandonne intentara transformar a sus víctimas en hombres lobo? ¿Tal vez para poder encontrar una novia de Frankenstein, una pareja igual a él?

Estas insólitas consideraciones comienzan a formar un compuesto que es mucho más prosaico y pedestre de lo que puede parecer. Berger sencillamente anticipa lo que la defensa hará en su caso, y una táctica obvia es distraer a los jurados de la naturaleza horrenda de los crímenes al centrarlos en la deformidad física de Chandonne, su supuesta enfermedad mental y su franco aspecto grotesco. Si es posible argumentar con éxito que él está convencido de ser una criatura paranormal, un hombre lobo, un monstruo, entonces es sumamente improbable que el jurado lo encuentre culpable y lo sentencie a cadena perpetua. Se me ocurre que algunas personas hasta pueden sentir lástima por él.

—La defensa de la bala de plata. —Berger alude a la superstición de que solamente una bala de plata puede matar a un hombre lobo. —Tenemos una montaña de pruebas, pero también las tenía la fiscalía en el caso de OJ. La bala de plata para la defensa será que Chandonne está loco y es un ser digno de compasión.

La casa de Diane Bray es un edificio blanco estilo Cape Cod con techo a la holandesa y, aunque la policía ha protegido y despejado la escena, esa propiedad ) ha vuelto a la vida. Ni siquiera Berger puede entrar en ella sin permiso del dueño o, en este caso, de la persona que actúa como custodio. Nos sentamos en el sendero de entrada y aguardamos a Eric Bray, el hermano de la víctima, que se presente con la llave.

—Es posible que usted lo haya visto en el servicio religioso —Berger me recuerda que Eric Bray era el hombre que transportaba la urna que contenía las cenizas de su hermana. —Dígame cómo consiguió Chandonne que una experimentada mujer policía le abriera la puerta. —La atención de Berger se aleja e los monstruos de la Francia medieval para centrarse en la casa que tenemos delante de los ojos, donde se cometió el asesinato.

—Eso está un poco fuera de los límites de mi campo de acción, señora BerTal vez sería mejor que limitara sus preguntas a los cuerpos de las víctimas y cuáles fueron mis hallazgos.

—En este momento no hay límites, sólo preguntas.

—¿Esto es porque usted supone que tal vez yo nunca estaré en un juzgado 1 menos no en Nueva York porque estoy desacreditada? —Me adelanto y abro la puerta—. De hecho, nadie está más desacreditado de lo que yo lo estoy en este minuto.

Hago una pausa para venidla sabe. Cuando Berger no dice nada, la enfrento. —¿Righter no le ha insinuado que es posible que yo no sea de gran utilidad?

¿Que estoy siendo investigada por un jurado de acusación porque a él se le ocurrió la absurda idea de que yo tuve algo que ver con la muerte de Bray?

—He recibido algo más que una insinuación —me contesta muy calma mientras observa la casa de Bray a oscuras—. Marino y yo también hemos hablado del tema.

—Adiós a los procedimientos secretos —digo con ironía.

—Bueno, la regla es que no puede hablarse de nada de lo que sucede en el interior de la sala de un jurado de acusación. Pero todavía no ha pasado nada. Lo único que sucede es que Righter utiliza un jurado especial de acusación para tener acceso a todo lo posible. Con respecto a usted. Sus facturas telefónicas. Sus estados de cuentas bancarias. Lo que la gente dice. Usted sabe cómo funciona esto. Estoy segura de que ha sido testigo en audiencias de jurados de acusación.

Dice todo esto como si fuera sólo rutina. Mi indignación crece y se derrama en palabras.

—¿Sabe?, yo tengo sentimientos —digo—. Quizá, para usted, los autos de acusación por homicidio son cosa de todos los días, pero para mí no lo son. Mi integridad es lo único que tengo que no puedo darme el lujo de perder. Lo es todo para mí, y acusarme justamente a mí de un crimen semejante. Justamente a mí! ¿Pensar siquiera que yo soy capaz de hacer precisamente aquello contra lo que lucho cada minuto de mi vida de vigilia? Jamás. Yo no soy culpable de abuso de poder. Jamás. No lastimo deliberadamente a la gente. Jamás. Y no tomo a la ligera todas estas mentiras, señora Berger. No podía pasarme nada peor. Nada.

—¿Quiere mi recomendación? —Me mira.

—Siempre estoy abierta a las sugerencias.

—Primero, los medios lo van a averiguar. Usted lo sabe. Yo que usted les ganaría de mano y ofrecería una conferencia de prensa. Ya mismo. Usted no ha perdido el apoyo de la gente que tiene poder sobre su vida profesional. Lo cual es un verdadero milagro. Por lo general lo primero que hacen los políticos es tratar de protegerse, pero el gobernador tiene una excelente opinión de usted. No cree que usted haya matado a Diane Bray. Si él hace una declaración en ese sentido, entonces usted debería estar bien, siempre y cuando el jurado especial de acusación no formule un auto de acusación.

—¿Habló algo de esto con el gobernador Mitchell? —Le pregunto.

—Hemos tenido contacto en el pasado. Somos amigos. Trabajamos juntos en un caso cuando él era fiscal general.

—Sí, eso lo sé. —Además, no es lo que le pregunté.

Silencio. Ella mira fijo la casa de Bray. En el interior no hay luces y yo le señalo que el
moáus opemndi
de Chandonne era desenroscar la bombilla de luz del porche o cortar el cable así, cuando su víctima abría la puerta, él estaba oculto en la oscuridad.

—Me gustaría su opinión —dice ella entonces—. Creo que usted tiene una. Es una investigadora muy observadora y experimentada. —dice esto con firmeza y con cierta irritación. —Usted también sabe lo que Chandonne le hizo… o sea que conoce más que nadie su modos
operandi
.

Su referencia al ataque de Chandonne contra mí me choca. Aunque sé que Berger no hace más que cumplir con su tarea, me ofende su contundente objetividad. También me desconcierta su actitud evasiva. Me cae mal que ella decida de qué hablaremos, cuándo y durante cuánto tiempo. No puedo evitarlo. Soy humana. Quiero que ella muestre aunque sólo sea un atisbo de compasión hacia mí y hacia lo que he debido soportar.

—Esta mañana alguien llamó a la morgue y se identificó como Benton Wesley —le digo—. ¿Ya tuvo noticias de Rocky Marino Caggiano? ¿Qué trama él? —La furia y el miedo afilan mi voz.

—No tendremos noticias suyas durante un tiempo —dice ella, como si supiera—. No es su estilo. Pero no me sorprendería que empleara sus viejos trucos. Acoso. Hacer daño. Aterrorizar. Herir en los puntos más dolorosos como una advertencia, si no otra cosa. En mi opinión, usted no tendrá contacto directo con él ni le olerá el pelo hasta más cerca del juicio. Si es que alguna vez llega a verlo. Él es así, un auténtico hijo de puta. Siempre entre bambalinas.

Ni Berger ni yo hablamos por un momento. Ella espera que yo baje la guardia.

—Mi opinión o conjetura, está bien —digo por último—. ¿Eso es lo que quiere? Muy bien.

—Eso es lo que quiero. Usted ocuparía muy bien un segundo puesto. —Una referencia a un segundo fiscal de distrito, que sería su coasesor, su socio durante un juicio. O acaba de hacerme un cumplido o lo dijo con ironía.

—Diane Bray tenía una amiga que venía aquí muy seguido. —Doy mi primer paso del otro lado de los límites. Comienzo a deducir. —La detective Anderson. Estaba obsesionada con Bray. Y, al parecer, Bray la mortificaba mucho. Creo que es posible que Chandonne haya observado a Bray y pensado algo. Observó a Anderson ir y venir. La noche del homicidio, esperó a que Anderson se fuera de la casa de Bray —digo y miro la casa— y enseguida aflojó la luz del porche y después llamó a la puerta. Bray dio por sentado que era Anderson que volvía a seguir con la discusión o para reconciliarse o lo que fuera.

—Porque habían estado peleando. Peleaban mucho. —Berger toma a su cargo el relato.

—Según parece, era una relación turbulenta. —Sigo internándome más en el espacio aéreo restringido. No se supone que entre en esta parte de una investigación, pero sigo adelante. —No era la primera vez que Anderson se iba hecha una furia y después volvía —Agrego.

—Usted estuvo presente en la entrevista con Anderson después de que encontraron el cuerpo. —Berger lo sabe. Alguien se lo dijo. Probablemente Marino.

—Sí, así es.

—¿Y la historia de lo que ocurrió esa noche mientras Anderson comía pizza y bebía cerveza en casa de Bray?

—Se pusieron a discutir, esto según Anderson. Así que Anderson se fue muy enojada y muy poco después alguien llama a la puerta. De la misma manera en que siempre lo hacía Anderson. Él imitó la forma en que ella golpeaba, tal como imitó a la policía cuando vino a mi casa.

—Muéstreme. —Berger me mira.

Golpeo sobre la consola que hay entre los asientos del frente. Tres veces y con fuerza.

—¿Ésa es la forma en que Anderson llamaba siempre a la puerta? ¿No utilizaba el timbre? —Pregunta Berger.

—Usted ha estado suficiente tiempo cerca de los policías como para saber que rara vez tocan el timbre. Están acostumbrados a vecindarios donde los timbres no funcionan, si es que existen.

—Es interesante que Anderson no haya vuelto —Señala—. ¿Y si lo hubiera hecho? ¿Cree que de alguna manera Chandonne sabía que esa noche ella no volvería?

—Yo también me lo he preguntado.

—¿Habrá sido quizás algo que él percibió en la conducta de Anderson cuando se fue? O, tal vez, él estaba tan fuera de control que no pudo contenerse —Conjetura Berger—. O, a lo mejor, su lujuria era más intensa que su miedo de ser interrumpido.

—Tal vez él observó otra cosa importante —digo—. Anderson no tenía llave de la casa de Bray. Bray siempre la dejaba entrar.

—Sí, pero ¿acaso la puerta no estaba con llave cuando Anderson regresó a la mañana siguiente y encontró el cadáver?

—Eso no significa que no estuviera cerrada con llave cuando él estaba adentro atacando a Bray. Él colgó un cartel que decía «cerrado» y cerró con llave el minimercado mientras mataba a Kim Luong.

—Pero no sabemos con seguridad que haya cerrado la puerta con llave después de entrar en la casa de Bray —Insiste Berger.—Es verdad, no lo sé con certeza.

—Y es posible que él no le haya echado llave. —Berger ya está metida en el tema. —Puede haber logrado entrar y en ese momento se inicia la cacería. Y la puerta queda sin estar cerrada con llave durante todo el tiempo en que él mutila el cuerpo de Bray en el dormitorio.

—Eso indicaría que él estaba fuera de control y tomaba riesgos —Señalo. —Mmmm. No quiero entrar en lo de «fuera de control». —Berger parece estar hablando consigo misma.

—Fuera de control no es la misma cosa que insano —Le recuerdo—. Todas las personas que asesinan, salvo en el caso de defensa propia, están fuera de control. —Ah,
touché
—dice ella y asiente—. De modo que Bray abre la puerta, la luz está apagada y él está en la oscuridad.

—Es lo mismo que le hizo a la doctora Stvan en París —Le digo a Berger—. Allá hubo mujeres asesinadas con el mismo
modus operandi, y
en varios casos Chandonne dejó notas en las escenas del crimen.

—De allí procede el nombre de
Loup-Garou
—exclama Berger. —Él también escribió ese nombre en una caja en el interior del contenedor de carga en el que se encontró un cuerpo… el cuerpo de su hermano Thomas. Pero, sí —digo—, aparentemente él comenzó a dejar notas y a referirse a sí mismo como un hombre lobo cuando empezó a asesinar allá, en París. Cierta noche él se presentó en la puerta de la doctora Stvan, sin darse cuenta de que el esposo de ella estaba en casa. Él trabaja por la noche como chef, pero en esa ocasión particular estaba en casa, gracias a Dios. La doctora Stvan abre la puerta y, cuando Chandonne oye que su marido la llama desde otra habitación, él huye.

—¿Ella alcanzó a verlo bien?

—No lo creo. —repito lo que la doctora Stvan me dijo.—Estaba oscuro. Ella tuvo la impresión de que estaba bien vestido, con un abrigo largo y oscuro, una bufanda, las manos en los bolsillos. Habló bien, como un caballero, y dio la excusa de que su auto se había descompuesto y que necesitaba hablar por teléfono. Hasta que se dio cuenta de que ella no estaba sola y huyó a toda velocidad.

—¿Ella recordó alguna otra cosa de él?

—Sí, su olor. Tenía un olor a almizcle, a perro mojado.

Berger hace un ruido extraño al oír ese comentario. Yo me estoy familiarizando con sus sutiles peculiaridades, y cuando un detalle le resulta particularmente extraño o desagradable, se succiona la parte interior de la mejilla y emite un gritito ronco, como el de un ave.

BOOK: Último intento
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