Último intento (47 page)

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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Policíaco, #Thriller

BOOK: Último intento
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—No me cabe duda —contesto—. La venta de drogas recetadas en la calle no puede permitirle pagar todo esto y un Jaguar nuevo.

—Lo cual me lleva a algo que les pregunto a todos los que permanecen quietos el tiempo suficiente para que yo les hable. —Berger sigue caminando hacia la cocina. —¿Por qué se mudó a Richmond Diane Bray?

Yo no tengo respuesta.

—No por el empleo, no importa lo que ella haya dicho. No por eso. De ninguna manera. —Berger abre la puerta de la heladera. Adentro hay muy pocas cosas. Cereales, mandarinas, mostaza. La fecha de vencimiento de la leche es el día de ayer. —Bastante interesante —dice Berger—. No creo que esta dama estuviera nunca en casa. —Abre una alacena y encuentra latas de sopa Campbell y una caja de galletitas de agua. Y, también, tres frascos de aceitunas gourmet. —¿Martinis? ¿Ella bebía mucho?

—No la noche en que murió —Le recuerdo.

—Es verdad. Un nivel de alcohol en sangre de punto-cero-tres. —Berger abre otra alacena y otra más hasta que encuentra dónde guardaba Bray su licor. —Una botella de vodka, una de whisky, dos cabernet argentinos. No el bar de alguien que bebe mucho. Probablemente su figura le importaba demasiado como para arruinársela con alcohol. Al menos las píldoras no engordan. Cuando usted entró en escena, ¿ésa era la primera vez que había estado en su casa… en esta casa? —Pregunta Berger.

—Sí.

—Pero su casa queda a pocas cuadras.

—Yo había visto esta casa de pasada. Desde la calle. Pero no, nunca había estado adentro. No éramos amigas.

—Pero ella quería ser amiga suya.

—Me dijeron que ella quería almorzar conmigo o lo que fuera. Para llegar a conocerme —contesto. —Marino.

—Eso fue lo que me dijo Marino —Confirmo y ya comienzo a acostumbrarme a sus preguntas.

—¿Cree que tenía un interés sexual en usted? —Berger me pregunta esto con tono muy casual mientras abre la puerta de una alacena. Adentro hay copas y platos. —Hay bastantes indicios de que ella jugaba en los dos lados de la red.

—Me han preguntado eso antes. No tengo idea.

—¿Le habría molestado que fuera así?

—Me habría hecho sentirme incómoda. Probablemente —Admito.

—¿Ella comía mucho afuera? —Tengo entendido que sí.

Advierto que Berger me hace preguntas que sospecho alguien ya se las ha contestado. Quiere oír lo que yo tengo que decir y comparar mis percepciones contra las de los otros. Parte de lo que ella explora contiene el eco de lo que Anna me preguntó durante nuestras confesiones junto al fuego. Me pregunto si es remotamente posible que Berger haya hablado también con Anna.

—Esto me recuerda a una tienda que es una fachada para algunos negocios ilegales —dice Berger mientras revisa lo que está debajo de la pileta: algunos limpiadores y varias esponjas secas—. No se preocupe —Parece leerme el pensamiento—. No voy a permitir que nadie le pregunte esta clase de cosas en el juzgado, acerca de su vida sexual o de lo que fuera. Tampoco nada acerca de su vida personal. Me doy cuenta de que no se supone que sea su área de experiencia.

—¿No se supone? —Me parece un comentario extraño.

—El problema es que parte de lo que usted sabe no es de oídas sino conocimientos que usted recibió directamente de ella. Ella sí le dijo —Berger abre un cajón— que con frecuencia comía afuera sola, se sentaba en la barra de Buckhead's.

—Eso fue lo que me dijo.

—La noche que usted se encontró con ella en la playa de estacionamiento y la enfrentó.

—La noche en que traté de demostrar que ella estaba en connivencia con Chuck, mi asistente en la morgue.

—Y así era.

—Por desgracia, sí, lo era —respondo.

—Y usted la enfrentó.

—Sí, lo hice.

—Bueno, Chuck está entre rejas, donde pertenece. —Berger sale de la cocina —Y si no es de oídas —Vuelve al mismo tema—, entonces Rocky Caggiano se lo va a preguntar y yo no puedo objetarlo. O sí puedo, pero no me llevará a ninguna parle. Usted tiene que darse cuenta de ello. Y cómo la hace quedar a usted.

—En este momento lo que más me preocupa es cómo me hace quedar todo frente al jurado especial de acusación —Le respondo.

Ella se detiene en el pasillo que conduce al dormitorio principal. La puerta está entreabierta, lo cual se suma al aspecto de descuido e indiferencia que reina en este lugar. Berger me mira a los ojos.

—Yo no la conozco personalmente —dice ella—. Ninguna de las personas de ese jurado especial de acusación la va a conocer personalmente. Es su palabra contra la de una mujer policía asesinada el hecho de que fue ella la que la acosaba a usted y no al revés, y de que usted no tuvo nada que ver con su homicidio. Aunque, en su opinión, el mundo está mejor sin ella.

—¿Eso lo supo por Anna o por Righter? —Le pregunto con amargura.

Ella echa a caminar por el pasillo.

—Muy pronto, doctora Kay Scarpetta, a usted se le va a encallecer la piel —dice—. Ésa será mi misión.

Capítulo 26

La sangre es vida. Se porta como una criatura viva. Cuando se produce una rotura en el sistema circulatorio, el vaso sanguíneo se contrae de pánico y se achica en un intento de hacer que el flujo de sangre sea menor y se pierda menos sangre por la rotura o el corte. Las plaquetas enseguida se agrupan para tapar el agujero. Existen trece factores coagulantes y, juntos, echan mano de su alquimia para detener la pérdida de sangre. Siempre he pensado que la sangre es de color rojo intenso también por una razón. Es el color de la alarma, de la emergencia, del peligro y del distrés. Si la sangre fuera un fluido transparente como el sudor, podríamos no advertir cuándo estamos heridos o cuándo otra persona lo está. El color bermellón se ufana de la importancia de la sangre y es la sirena que suena cuando la mayor de todas las violaciones ha ocurrido: cuando una persona ha mutilado o matado a otra.

La sangre de Diane Bray llora en gotas, salpicaduras y manchas. Habla acerca de quién le hizo qué y cómo y, en algunos casos, por qué. La severidad de una paliza afecta la velocidad y el volumen de la sangre que vuela por el aire. Las salpicaduras producidas por el revoleo hacia atrás de un arma blanca indica el número de puñaladas que, en este caso, eran por los menos cincuenta y seis. Hasta allí podemos ser precisos, porque algunas salpicaduras de sangre se superponen a otras y tratar de separar las que pueden cubrir otras es como tratar de calcular cuántas veces un martillo golpeó contra un clavo para hundirlo en un árbol. El número de golpes registrados en este cuarto coinciden con lo que el cuerpo de Bray me ha dicho. Pero, una vez más, eran tantas las fracturas que se superpusieron a otras y tan grande la cantidad de huesos aplastados, que también yo perdí la cuenta. Odio. Lujuria y furia increíbles.

No se ha hecho ningún intento de limpiar lo que sucedió en el dormitorio principal, y lo que Berger y yo encontramos marca un contraste profundo con la quietud y aridez del resto de la casa. Primero, hay lo que parece ser una telaraña fosada tejida por los técnicos de la escena del crimen, que han empleado un método llamado «stringing» para descubrir la trayectoria de las gotas de sangre que sencillamente están por todas partes. El objetivo es determinar distancia, velocidad y ángulo; conjurar, por medio de un modelo matemático, la posición exacta del cuerpo de Bray cuando le infligieron cada golpe. Los resultados parecen un extraño diseño de arte moderno, una curiosa geometría fucsia que lleva la mirada a las paredes, el cielo raso, el piso, muebles antiguos y los cuatro espejos ornados donde Bray solía admirar su belleza espectacular y sensual. Los charcos de sangre coagulada en el suelo están ahora duros y compactos como melaza seca, y la cama de dos plazas donde el cuerpo de Bray fue exhibido de manera tan ruda, parece como si alguien hubiera lanzado latas de pintura negra sobre el colchón desnudo.

Siento la reacción de Berger cuando ella mira la escena. Está callada mientras procesa lo que es terrorífico y realmente incomprensible. Ella se carga con una energía peculiar que sólo las personas, en especial las mujeres, que se ganan la vida luchando contra la violencia pueden entender realmente.

—¿Dónde están las sábanas? —Berger abre el fichero en acordeón. —¿Se enviaron al laboratorio?

—Nunca las encontramos —contesto y recuerdo el cuarto del motel cerca del camping. También esas sábanas han desaparecido. Recuerdo que Chandonne alega que desaparecieron las sábanas de su departamento de París.

—¿Las sacaron antes o después de que la mataran? —Berger extrae fotografías de un sobre.

—Antes. Eso es obvio por las transferencias de sangre sobre el colchón desnudo.—Entro en la habitación y muevo hilos que señalan acusadoramente el crimen de Chandonne como dedos largos y delgados. Le muestro a Berger las poco frecuentes manchas paralelas sobre el colchón, las rayas de sangre transferidas por la manija en espiral del martillo cincelador cuando Chandonne lo apoyó sobre el colchón durante o después de los golpes. Al principio Berger no ve el dibujo. Observa, los ojos entrecerrados, mientras yo descifro un caos de manchas oscuras que son huellas de manos y manchas allí donde creo que pueden haber estado las rodillas de Chandonne cuando se encontraba a horcajadas sobre el cuerpo de Bray y hacía realidad sus horroríficas fantasías sexuales.

—Esos dibujos no se habrían transferido al colchón si las sábanas hubieran estado puestas en el momento del ataque —explico.

Berger estudia una fotografía de Bray acostada de espaldas, despatarrada en el medio del colchón, con los pantalones de corderoy negro y el cinturón puestos, pero sin zapatos ni medias, desnuda de la cintura para arriba, un reloj pulsera de oro destrozado en la muñeca izquierda. Un anillo de oro en su maltrecha mano derecha se ha clavado hasta el hueso del dedo.

—De modo que, o no había sábanas sobre la cama en ese momento o él las sacó por algún motivo —Añado.

—Eso es lo que estoy tratando de visualizar. —Berger examina visualmente el colchón. —Él está dentro de la casa. La está empujando por el pasillo, de vuelta a su zona, al dormitorio. No hay señales de lucha, ninguna prueba de que él la haya lastimado hasta que llegan aquí y, de pronto, ¡Bum! Se desata un infierno.

Mi pregunta es ésta: ¿Él llega al dormitorio y entonces dice: «Aguarda un momento, hasta que saco las sábanas»? ¿Se toma tiempo para hacer eso?

—En el momento en que él la acostó sobre la cama, tengo serias dudas de que ella hablara o fuera capaz de correr. Si observa aquí y aquí y aquí y aquí —me refiero a segmentos de cordel unidos a gotas de sangre que empiezan en la entrada del dormitorio—. Salpicaduras de sangre del revoleo hacia atrás del arma que, en este caso, era el martillo cincelador.

Berger sigue la trayectoria del hilo rosado y trata de correlacionar lo que indica con lo que ella está viendo en las fotografías que repasa.

—Dígame la verdad —dice—. ¿Realmente cree en este método de los hilos? Conozco a policías que opinan que no sirve para nada y sólo representa una pérdida de tiempo.

—No si la persona sabe lo que está haciendo y es fiel a la ciencia. —¿Cuál ciencia?

Le explico entonces que la sangre es noventa y uno por ciento agua. Responde a la física de los líquidos y sufre los efectos del movimiento y de la gravedad. Una gota típica de sangre caerá 7,6 centímetros por segundo. El diámetro de la mancha se incrementa a medida que la distancia recorrida por las gotas aumenta. Las gotas de sangre sobre sangre producen una corona de salpicaduras alrededor del charco original. La sangre salpicada produce manchas largas y angostas alrededor de una mancha central y, a medida que se seca, la sangre pasa del bermellón al marrón rojizo y del marrón al negro. Conozco expertos que se han pasado toda la carrera fijando goteros medicinales con sangre a soportes en forma de aro, utilizando plomadas, apretando el gotero y dejando caer gotas o proyectando sangre hacia una variedad de superficies tomadas como blancos, desde una variedad de ángulos y alturas, y caminando sobre charcos y estampando después los pies sobre otras superficies y haciendo toda clase de experimentos. Además, tenemos también la matemática, la geometría de la línea recta y la trigonometría para calcular el punto de origen.

A primera vista, la sangre que hay en el cuarto de Bray es un video de lo que sucedió, pero está en un formato que resulta ilegible a menos que utilicemos la ciencia, la experiencia y un razonamiento deductivo para poder entenderlo. Berger también quiere que yo use mi intuición. Una vez más, quiere que yo supere los límites de mi clínica. Sigo docenas de trozos de hilo que conectan salpicaduras con la pared y el marco de la puerta y convergen en un punto en mitad del aire. Puesto que es imposible sujetar el hilo en el aire, los técnicos de la escena del crimen desplazaron un antiguo perchero que había en el foyer y sujetaron el hilo a una altura de alrededor de un metro cincuenta y dos centímetros de la base para determinar el punto de origen. Le muestro a Berger dónde es probable que estuviera de pie Bray cuando Chandonne le asestó el primer golpe.

—Se encontraba a más de medio metro de la puerta —digo—. ¿Ve esta zona vacía aquí? —Le señalo un espacio en la pared donde no hay sangre, sólo salpicaduras todo alrededor, como un aura.—El cuerpo de ella o el de Chandonne impidieron que la sangre golpeara contra esa parte de la pared. Ella estaba de pie.

O lo estaba él. Y si Chandonne era el que estaba de pie, podemos suponer que ella también lo estaba, porque es imposible estar parado bien derecho y golpear a alguien tirado en el piso. —Yo me paro bien erguida y se lo muestro. —No a menos que se tengan brazos de casi dos metros de largo. Además, el punto de origen está a más de un metro cincuenta del piso, lo cual indica que es aquí donde los golpes se conectaron con su blanco, el cuerpo de Bray. Más probablemente, su cabeza. —Me acerco unos pasos a la cama. —Ahora ella está derribada.

Señalo manchas y gotas en el piso. Explico que las manchas producidas desde un ángulo de noventa grados son redondas. Si, por ejemplo, una estuviera apoyada en las manos y las rodillas y la sangre goteara derecha hacia abajo en dirección al piso desde la cara, esas gotas serían redondas. Muchas gotas que hay sobre el piso son redondas. Algunas están extendidas o esparcidas y cubren un sector de aproximadamente sesenta centímetros. Durante un tiempo breve, Bray estuvo apoyada en las manos y las rodillas, quizá tratando de alejarse mientras él seguía golpeándola.

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