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Authors: Patricia Cornwell

Un ambiente extraño (17 page)

BOOK: Un ambiente extraño
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Mi sobrina siguió pulsando teclas con cara de concentración, sin alzar la vista. Ring no le quitaba los ojos de encima, como si quisiera devorarla.

—¿Qué problema informático? —preguntó, sin dejar de comérsela con la mirada.

—De eso ya hablaremos cuando llegue el momento —dijo Benton, y rápidamente pasó al siguiente tema—. Voy a hacer un resumen de la situación y luego entraremos en los detalles. La victimología del reciente caso del vertedero resulta tan diferente de la de los cuatro casos anteriores (o nueve, si incluimos los de Irlanda) que he llegado a la conclusión de que nos encontramos ante un asesino distinto. La doctora Scarpetta va a explicarnos los resultados que ha obtenido de sus investigaciones médicas, con los cuales creo que quedará bien sentado que la forma de actuar de este asesino es verdaderamente atípica.

Benton siguió hablando, y luego estuvimos hasta mediodía estudiando los informes, diagramas y fotografías que yo había traído. Me plantearon muchas preguntas, sobre todo Grigg, que tenía grandes deseos de conocer todos los aspectos y matices de la serie de desmembramientos para así poder distinguirlos con más facilidad del que se había producido en su jurisdicción.

—¿Qué diferencia hay entre cortar por las articulaciones y cortar por el hueso? —me preguntó.

—Cortar por las articulaciones resulta más difícil —le expliqué—. Requiere conocimientos de anatomía, y tal vez experiencia previa.

—Como los que puede tener un carnicero o quizás alguien que haya trabajado en una planta de envasado de productos cárnicos.

—Sí —respondí.

—Bueno, no cabe duda de que eso cuadra con lo de la sierra de carnicero —añadió.

—Sí, la cual es muy diferente de una sierra para autopsias.

—¿Cuál es la diferencia exactamente?

Era Ring quien había hecho la pregunta.

—La sierra de carnicero es una sierra manual concebida para cortar carne, cartílago y hueso —le respondí, mirando a todos—. Suele tener unos treinta y cinco centímetros de largo y una hoja muy delgada con diez dientes tipo trépano por pulgada. Funciona con un movimiento de empuje, de modo que se requiere cierta fuerza para utilizarla. En cambio la sierra para autopsias no corta tejido, el cual tiene que ser abierto previamente con un cuchillo o algo parecido.

—Que es lo que se ha utilizado en este caso —me dijo Benton.

—El hueso presenta cortes que responden a las características generales de un cuchillo. —Luego expliqué—: La sierra para autopsias está pensada para trabajar únicamente con superficies duras y se usa con un movimiento alternativo que viene a ser de vaivén; es decir, que se introduce sólo un poco cada vez que se mueve. Aunque todos los presentes la conocen, de todos modos he traído fotografías.

Abrí un sobre y saqué unas copias de veinte por veinticinco de las marcas de sierra dejadas por el asesino en los extremos de los huesos que yo había llevado a Memphis. Pasé una a cada uno de los presentes.

—Como podrán ver —proseguí—, el dibujo de la sierra es multidireccional y presenta un gran pulido.

—A ver si me aclaro —dijo Grigg—. Ésta es exactamente la misma clase de sierra que utiliza usted en el depósito de cadáveres.

—No, no es exactamente la misma —respondí—. Yo suelo utilizar una hoja seccionadora más grande que la que se empleó en este caso.

—Pero se trata de una sierra de tipo médico —insistió al tiempo que alzaba la fotografía.

—En efecto.

—¿Dónde podría conseguir algo así una persona normal y corriente?

—En la consulta de un médico, en un hospital, en un depósito de cadáveres, en una empresa de material médico... —respondí—. En muchísimos sitios. Su venta no está restringida.

—Entonces pudo encargarla sin necesidad de ser médico.

—Fácilmente —contesté.

—O robarla —dijo Ring—. Puede que decidiera hacer algo diferente esta vez para desconcertarnos.

Lucy estaba mirándolo; no era la primera vez que veía aquella expresión en sus ojos. Lo consideraba un imbécil integral.

—Si estamos tratando con el mismo asesino, ¿por qué ha empezado de repente a enviar archivos por Internet, si no lo había hecho antes? —indicó.

—Eso es cierto —dijo Frankel, asintiendo con la cabeza.

—¿Qué archivos? —le preguntó Ring.

—Ahora hablaremos de eso —dijo Benton—. Tenemos un modo de actuar diferente y una herramienta distinta.

—Sospechamos que la víctima tiene una lesión en la cabeza debido a la sangre que hemos encontrado en las vías respiratorias —proseguí, al tiempo que repartía a todos unos diagramas de la autopsia y las fotografías que había recibido por correo electrónico—. No sabemos si esto constituye una diferencia con respecto a los demás casos, puesto que no conocemos las causas de las muertes. No obstante, los resultados de los exámenes radiológicos y antropológicos indican que esta víctima es mucho mayor que las demás. También hemos descubierto fibras que hacen pensar que, cuando fue desmembrada, la víctima estaba envuelta en algo cuya descripción se corresponde con la de una tela para tapar muebles, lo cual supone otra diferencia más con respecto a los otros casos.

Expliqué con más detalle los resultados obtenidos del análisis de las fibras y la pintura, consciente en todo momento de que Ring estaba observando a mi sobrina y tomando notas.

—Entonces es probable que la despedazaran en el taller o en el garaje de alguien —comentó Grigg.

—No lo sé —respondí—. Como habrán visto en las fotografías que me han enviado por correo electrónico, lo único que sabemos es que se encontraba en una habitación de paredes color masilla en la que había una mesa.

—Permítanme señalar de nuevo que Keith Pleasants tiene detrás de su casa un espacio que utiliza como taller —nos recordó Ring—. Tiene una gran mesa de trabajo y las paredes son de madera sin pintar. —Se volvió hacia mí y añadió—: La cual podría pasar por masilla.

—Me parece que sería verdaderamente difícil eliminar toda la sangre —comentó Grigg en tono dubitativo.

—La tela para tapar muebles con el forro de goma podría explicar la ausencia de sangre —respondió Ring—. Eso lo aclara todo; la tela evita que se filtre nada.

Todos me miraron para ver qué decía.

—En un caso como éste, sería muy extraño que algo se manchara de sangre —respondí—, sobre todo si se tiene en cuenta que la víctima todavía tenía presión arterial cuando la decapitaron. A lo sumo habría sangre en la hebra de la madera, en las grietas de la mesa.

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—Podríamos hacer una prueba química para comprobarlo. —Ahora resultaba que Ring era un experto en medicina forense—. Con luminol, por ejemplo. Si hay algo de sangre, hará reacción y brillará en la oscuridad.

—El problema con el luminol es que es destructivo —indiqué—, y nos va a hacer falta el ADN para ver si podernos hacer un cotejo. Por tanto no hay que destruir la poca sangre que podamos encontrar.

—No tenemos motivos suficientes para ir al garaje de Pleasants y ponernos a hacer ningún tipo de análisis —dijo Grigg, mirando a Ring con cara de hostilidad.

—Yo creo que sí —afirmó éste, sosteniéndole la mirada.

—Pues yo creo que no, a menos que me hayan cambiado las reglas —dijo Grigg lentamente.

Benton estaba observando todo aquello, evaluando como siempre a todos los presentes y todas las palabras que se decían. Él tenía su propia opinión, y era más que probable que fuese acertada. Sin embargo, se mantuvo callado y dejó que prosiguiera la discusión.

—Creía... —dijo Lucy. Pero no pudo acabar la frase.

—Es muy posible que se trate de un imitador —continuó Ring.

—Yo también lo pienso —reconoció Grigg—. El problema es que no me creo su teoría sobre Pleasants, eso es todo.

—Permítanme acabar. —Lucy escrutó con sus ojos penetrantes las caras de los hombres—. Creía que tenía que darles un informe sobre cómo han sido enviados los dos archivos a la dirección del correo electrónico de la doctora Scarpetta por America Online.

Siempre me resultaba extraño que me diera el tratamiento propio de mi profesión.

—Yo tengo curiosidad por oírlo —dijo Ring, que había apoyado la barbilla sobre una mano y estaba mirándola atentamente.

—En primer lugar, se necesita un escáner —prosiguió ella—, lo cual no resulta difícil. Ha de ser un aparato para trabajar con colores que tenga una resolución considerable, es decir, un mínimo de setenta y dos puntos por pulgada. Aunque esto me parece que tiene una resolución más alta; debe de andar por los trescientos puntos por pulgada. Puede ser desde algo tan sencillo como un escáner de mano de trescientos noventa y nueve dólares hasta un escáner para diapositivas de treinta y cinco milímetros, cuyo precio puede ascender a miles de...

—¿Y a qué clase de ordenador enchufarías algo así? —preguntó Ring.

—Iba a decirlo ahora mismo. —Lucy estaba cansada de que la interrumpiera—. Requisitos del sistema: un mínimo de ocho mega bites de RAM, un monitor en color, un
software
como FotoTouch o Scan Man y un módem. Podría ser un Macintosh, un Performa 6116CD o incluso uno más antiguo. Lo importante es que una persona normal y corriente puede meter sin el menor problema archivos por escáner en el ordenador, razón por la cual nos tienen tan ocupados actualmente los delitos en el ámbito de las telecomunicaciones.

—Como ese importante caso de pedofilia y pornografía infantil que acaban de resolver todos ustedes —comentó Grigg.

—Sí, fotos enviadas como archivos por la World Wide Web, donde los niños pueden hablar de nuevo con desconocidos —dijo Lucy—. Lo interesante de la situación en la que nos encontramos es que escanear algo en blanco y negro no supone ningún problema, pero cuando pasamos al color, la cosa se complica. Por otra parte, los bordes de las fotos que han enviado a la doctora Scarpetta son relativamente nítidos; no tienen mucho «ruido de fondo».

—A mí me parece que esto es obra de alguien que sabe lo que se trae entre manos —señaló Grigg.

—Sí —dije asintiendo—, aunque no necesariamente de un especialista en informática o un artista gráfico. No tiene por qué serlo, en absoluto.

—Hoy en día, si se tiene acceso al equipo y a unos cuantos manuales de instrucciones, eso puede hacerlo cualquiera —dijo Frankel, que también trabajaba con ordenadores.

—De acuerdo, las fotografías las metieron en el sistema con un escáner —le dije a Lucy—. ¿Y luego qué? ¿Qué camino las condujo hasta mí?

—En primer lugar, subes el archivo, que en este caso es un archivo gráfico —respondió—. Por regla general, para que el envío salga bien, hay que averiguar el número de bits de datos, el de los bits de parada, la paridad y la configuración adecuada, sea ésta cual sea. De ahí que no resulte fácil de utilizar. Pero AOL hace todo eso por ti, y por eso en este caso fue sencillo mandar los archivos. Los subes y ya está —añadió, mirándome.

—Y lo hicieron por teléfono poco más o menos —dijo Benton.

—Exacto.

—¿Y se puede localizar a quien lo hizo con esa información?

—La Brigada Diecinueve ya está trabajando en ello.

Lucy se refería a la unidad del FBI que investigaba los usos ilegales de Internet.

—No sé cuál sería el delito en este caso —indicó Benton—. Obscenidad, si las fotos son falsas, pero por desgracia esto no es ilegal.

—Las fotografías no son falsas —afirmé.

—Eso es difícil de probar —dijo él, sosteniéndome la mirada.

—¿Qué ocurre si no son falsas? —preguntó Ring.

—Entonces son pruebas —respondió Benton. Tras hacer una pausa, añadió—: Constituirían una violación de la ley dieciocho, artículo ocho, setenta, seis. Mandar correo amenazador.

—¿Amenazador para quién? —preguntó Ring.

Benton seguía mirándome.

—Contra quien lo ha recibido, desde luego.

—No ha habido ninguna amenaza manifiesta —le recordé.

—Lo único que queremos es que baste para conseguir una orden judicial.

—Antes tenemos que encontrar a la persona —indicó Ring, estirándose y bostezando en su silla como un gato.

—Estamos esperando a que vuelva a conectarse —le informó Lucy—. Estamos vigilándole las veinticuatro horas del día. —Continuaba pulsando teclas de su ordenador portátil para ver los mensajes, que no paraban de llegar—. Pero imagínense un sistema telefónico global con unos cuarenta millones de usuarios, sin listín, sin operadoras, sin servicio de información: eso es Internet. No hay lista de miembros, y AOL tampoco tiene una, a menos que uno opte voluntariamente por rellenar un perfil. En este caso, lo único que tenemos es el nombre falso «muerteadoc».

—¿Cómo se enteró de la dirección de la doctora Scarpetta para mandarle correo? —preguntó Grigg, mirándome.

Tras explicárselo, le pregunté a Lucy:

—¿Todo esto se hace con una tarjeta de crédito?

Asintió con la cabeza.

—Al menos eso sí lo hemos averiguado. Se trata de una tarjeta American Express a nombre de Ken L. Perley. Es un profesor de instituto jubilado de Norfolk. Tiene setenta años y vive solo.

—¿Tenemos alguna idea de cómo han podido hacerse con su tarjeta? —preguntó Benton.

—No parece que Perley utilice mucho sus tarjetas de crédito. La última vez que lo hizo fue en un restaurante de Norfolk, La Langosta Roja. Esto fue el 2 de octubre, cuando él y su hijo salieron a cenar. La cuenta fue de veintisiete dólares y treinta centavos, propina incluida, y lo pagó con American Express. Ni él ni su hijo recuerdan que ocurriera nada extraño aquella noche, aunque cuando llegó el momento de pagar la factura, la tarjeta de crédito permaneció sobre la mesa a la vista de cualquiera durante mucho rato, porque el restaurante estaba muy concurrido. En un momento dado, cuando la tarjeta estaba sobre la mesa, Perley fue al servicio y su hijo salió afuera a fumar.

—Dios mío, qué inteligente. ¿Observó algún camarero si se acercó alguien a la mesa? —preguntó Benton a Lucy.

—Ya he dicho que el establecimiento estaba muy concurrido. Estamos investigando todas las facturas pagadas con tarjeta de crédito aquella noche para confeccionar una lista de clientes. El problema va a ser la gente que pagó en efectivo.

—Y supongo que aún será demasiado pronto para que los cargos de AOL aparezcan en la cuenta que tiene Perley en American Express —dije.

—En efecto. Según AOL, la cuenta ha sido abierta recientemente, una semana después de la cena en La Langosta Roja, para ser exactos. Perley está colaborando con nosotros —añadió Lucy—. Y AOL ha dejado una cuenta abierta de forma gratuita por si el autor de los hechos quiere enviar algo más.

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