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Authors: Patricia Cornwell

Un ambiente extraño (13 page)

BOOK: Un ambiente extraño
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Por lo visto nadie corría las cortinas en aquella ciudad excepto yo. Ya había empezado la caída de las hojas. Hacía fresco y el cielo estaba nublado. Cuando enfilé el camino de entrada de mi casa, vi que salía humo por la chimenea y que el viejo Suburban verde de mi sobrina estaba aparcado delante de la fachada.

—¿Lucy? —pregunté cuando cerré la puerta y desconecté la alarma.

—Estoy aquí —respondió desde la parte de la casa en la que siempre se quedaba.

Cuando me dirigía a mi despacho para dejar mi maletín y el montón de papeles que había cogido para revisar aquella noche, salió de pronto de su dormitorio, poniéndose un jersey de la UVA de un vivo color naranja.

—Hola.

Sonrió y me dio un abrazo. Había pocas partes de su cuerpo que estuvieran flojas. La aparté de mí, cogiéndola por los brazos, y la miré de arriba abajo como siempre hacía.

—Vaya, ya ha llegado el momento de pasar revista —dijo en tono de broma.

Alzó los brazos y se dio la vuelta como si fuera a registrarla.

—Muy graciosa... —respondí.

A decir verdad, habría preferido que pesara un poco más, pero estaba realmente bonita, tenía aspecto saludable y llevaba el pelo castaño rojizo corto pero discretamente peinado. A pesar de todo el tiempo que había pasado, no podía mirarla sin recordar a aquella niña precoz y traviesa de diez años que en realidad no tenía a nadie excepto a mí.

—Aprobada —dije.

—Siento haber llegado tarde.

—¿Qué me has dicho antes que tenías que hacer? —pregunté. Lucy había llamado para decirme que no podría estar allí hasta la hora de la cena.

—Un ayudante del fiscal general ha decidido hacer una visita acompañado por una comitiva. Como de costumbre, querían que el ERR montara un espectáculo. —Nos dirigimos a la cocina—. He sacado a Toto y al Hombre de hojalata para que los vieran. —Se refería a unos robots—. Hemos utilizado fibra óptica y realidad virtual. Es lo típico, aunque no deja de ser alucinante. Los hemos lanzado en paracaídas desde un Huey y luego yo los he dirigido para que quemaran con rayos láser una puerta de metal y pasaran por ella.

—Espero que no haya habido vuelos acrobáticos con los helicópteros —dije.

—Eso lo han hecho los chicos. Yo he hecho mis cosas desde el suelo.

No estaba muy contenta al respecto. El problema era que Lucy quería hacer vuelos acrobáticos en helicóptero. Había cincuenta agentes en el ERR. Ella era la única mujer, y cuando no la dejaban hacer cosas peligrosas, que en mi opinión no tenía motivos para hacer, solía tomárselo a pecho. Claro que yo no era un juez muy objetivo que digamos.

—Por mí, estupendo si te limitas a los robots —dije. Nos encontrábamos ahora en la cocina—. No sé qué es, pero huele muy bien. ¿Qué le has preparado a tu vieja y cansada tía?

—Espinacas frescas rehogadas con un poco de ajo y aceite de oliva, y unos filetes que voy a echar ahora a la parrilla. Hoy es el único día de la semana en que como carne de vaca, así que lo siento mucho si tú tienes otro día. Incluso te he traído una botella de un vino buenísimo que hemos descubierto Janet y yo.

—¿Desde cuándo los agentes del FBI pueden permitirse comprar buen vino?

—Oye —dijo ella—, no me van tan mal las cosas. Además, estoy tan ocupada que no me da tiempo a gastar dinero.

En ropa no se lo gastaba, desde luego. Siempre que la veía, llevaba un jersey o un uniforme de trabajo caqui. De vez en cuando se ponía vaqueros y una chaqueta moderna, y se burlaba cuando yo le ofrecía mi ropa usada. No quería llevar mis blusas de cuello alto ni mis trajes de abogada; además, lo cierto era que yo estaba más rolliza que ella, que tenía un físico más atlético y fuerte. Probablemente no habría nada en mi armario que le quedara bien.

La luna estaba enorme y baja, y el cielo oscuro y nublado. Nos pusimos unas chaquetas y salimos al porche mientras Lucy preparaba la cena. Había puesto unas patatas a asar y aún tardarían un rato en hacerse, de modo que empezamos a hablar. Durante los últimos años habíamos ido dejando la relación madre hija y poco a poco habíamos empezado a tratarnos como compañeras de trabajo y amigas. La transición no había resultado fácil, pues a menudo Lucy me daba clases e incluso trabajaba en algunos de mis casos. Yo tenía la extraña sensación de estar perdida, pues ya no sabía con seguridad ni qué papel ni qué poder tenía ya en su vida.

—Benton quiere que siga la pista de ese mensaje de AOL —estaba diciéndome—. En Sussex han dicho claramente que quieren la ayuda de la UAMSM.

—¿Conoces a Percy Ring? —pregunté. Me había acordado de lo que había dicho en mi despacho y había vuelto a ponerme furiosa.

—Fue a una de mis clases y resultó muy molesto. No paraba de hablar. —Cogió la botella de vino—. Es un fantoche.

Se puso a llenar los vasos. Luego levantó la tapa de la parrilla y removió las patatas con un tenedor.

—Creo que ya está —dijo satisfecha.

Al cabo de unos segundos salió de la casa con los filetes y los colocó sobre la parrilla.

—No sé cómo, pero ha descubierto que eres mi tía. —Estaba hablando nuevamente de Ring—. No es ningún secreto, claro. Una vez, al salir de clase, me hizo preguntas sobre el tema, que si tú eras mi tutora y que si me ayudabas con mis casos, como si pensase que era imposible que yo hiciera sola lo que estaba haciendo... Creo que se mete conmigo porque soy una agente nueva y soy mujer.

—Debe de ser el mayor error que ha cometido en su vida —dije.

—También quería saber si estaba casada.

Las luces del porche le iluminaban un lado de la cara, por lo que tenía los ojos oscuros.

—Me preocupa el interés que realmente pueda tener —comenté.

Ella me lanzó una mirada sin dejar de cocinar.

—El de siempre.

Como estaba rodeada de hombres y no hacía caso de sus comentarios ni de sus miradas, restaba importancia a aquel asunto.

—Lucy, hoy ha hecho una referencia a ti en mi despacho —dije—. Una referencia velada.

—¿A qué?

—A tus relaciones. A tu compañera de habitación.

Por muy a menudo o delicadamente que hablásemos de aquel tema, ella siempre se exasperaba y se sentía molesta cuando lo sacaba a colación.

—Tanto si es cierto como si no lo es —dijo en un tono de voz que pareció imitar el chisporroteo de la parrilla—, siempre va a haber rumores porque soy agente. Es absurdo. Conozco mujeres casadas y con hijos, y los tíos también piensan que son todas lesbianas por el mero hecho de que son polis, agentes, policías del estado o miembros del servicio secreto. Hay quien piensa que incluso tú lo eres, y por la misma razón: por tu posición, por el poder que tienes.

—No estamos hablando de acusaciones —le recordé con dulzura—, sino de si podrían hacerte daño. Ring sabe muy bien cómo causar una buena impresión. Transmite la sensación de ser una persona digna de confianza. Supongo que le fastidiará que estés en el ERR del FBI y él no.

—Creo que eso ya lo ha demostrado —dijo con dureza.

—Sólo espero que ese gilipollas no te invite a salir una noche.

—Pero si ya lo ha hecho, por lo menos media docena de veces... —Se sentó—. Ha invitado incluso a Janet, por extraño que parezca. —Se echó a reír y añadió—: No se entera de nada.

—El problema, creo yo, es que sí se entera —dije en tono agorero—. Es como si estuviera reuniendo pruebas para acusarte.

—Pues que siga reuniéndolas. Bueno, ¿qué más ha ocurrido hoy? —preguntó entonces, dejando abruptamente el tema del que estábamos hablando.

Le conté lo que había averiguado en los laboratorios y, mientras llevábamos los filetes y el vino al interior, hablamos de las fibras incrustadas en los huesos y del análisis que Koss había hecho de ellas.

Nos sentamos a la mesa de la cocina con una vela encendida y digerimos información que pocas personas servirían con comida.

—Una cortina barata de motel podría tener un forro como ése —comentó Lucy.

—Eso o una sábana para tapar muebles; lo digo por la sustancia que parece pintura —indiqué—. Las espinacas están deliciosas. ¿Dónde las has comprado?

—En Ukrops. Daría cualquier cosa por tener una tienda así en mi barrio. ¿De modo que el asesino envolvió a la víctima en una sábana para muebles y luego la desmembró sin quitársela?

—Por el momento eso es lo que parece.

—¿Y Dentón qué opina? —me preguntó, mirándome a los ojos.

—No he tenido oportunidad de hablar con él.

Esto no era del todo cierto. Ni siquiera le había llamado.

Lucy se quedó un momento callada. Luego se levantó y trajo a la mesa una botella de Evian.

—¿Cuánto tiempo tienes planeado evitarle?

Fingí no oírla, con la esperanza de que no insistiera en el tema.

—Sabes perfectamente que es eso lo que estás haciendo. Tienes miedo.

—No es un tema del que debamos hablar —dije—, y menos aún cuando estamos pasando una velada tan agradable.

Ella cogió el vino.

—Es muy bueno, por cierto —comenté—. Me gusta el pinot noir porque es suave, no como el merlot, que es un vino fuerte. Ahora no tengo ganas de nada fuerte, de modo que has elegido bien.

Lucy cortó otro pedazo de filete; había comprendido lo que quería decirle.

—Cuéntame cómo le van las cosas a Janet —proseguí—. ¿Sigue ocupándose principalmente de delitos de guante blanco en Washington? ¿O pasa ahora más tiempo con el SI A?

Lucy se había vuelto hacia la ventana y ahora estaba mirando la luna y dando vueltas lentamente al vino que tenía en el vaso.

—Ya es hora de que me ponga a trabajar con tu ordenador.

Mientras yo recogía, ella se fue a mi despacho. Evité estorbarla durante bastante rato, aunque sólo porque sabía que estaba molesta conmigo. Quería una franqueza total, algo que a mí nunca se me había dado bien, ni con ella ni con nadie. Me sentía mal, como si hubiera defraudado a toda la gente a la que quería. Estuve un rato sentada a la mesa de la cocina hablando con Pete por teléfono; luego llamé a mi madre para preguntarle qué tal estaba. Preparé una cafetera de café descafeinado y llevé dos tazas al despacho.

Lucy estaba tecleando, con las gafas puestas y su joven y tersa frente surcada por una pequeña arruga en señal de concentración. Dejé su taza sobre el escritorio y miré por encima de su cabeza qué estaba escribiendo. No le encontraba ningún sentido, como siempre.

—¿Cómo va eso? —pregunté.

Cuando apretó la tecla de retorno para seleccionar otro comando UNIX, pude ver mi cara reflejada en el monitor.

—Bien y mal —respondió tras exhalar un suspiro de impaciencia—. El problema con las aplicaciones como AOL es que no puedes dar con los archivos a menos que te metas en el lenguaje de programación original. Ahora estoy en ello. Es como seguir la pista de unas migas de pan por un universo que tiene más capas que una cebolla.

Acerqué una silla y me senté a su lado.

—Lucy —dije—, ¿cómo han podido mandarme esas fotos? ¿Puedes explicármelo paso a paso?

Dejó lo que estaba haciendo, se quitó las gafas y las puso sobre el escritorio. Luego se frotó la cara con las manos y se hizo un masaje en las sienes, como si tuviera dolor de cabeza.

—¿Tienes Tylenol? —preguntó.

—No se puede mezclar el paracetamol con el alcohol.

Abrí un cajón y saqué un frasco de Motrin en lugar del Tylenol.

—Para empezar —dijo tras tomarse dos comprimidos—, no habría resultado tan fácil mandártelas si tu identificador no hubiera sido el mismo que tu verdadero nombre: KSCARPETTA.

—Facilité las cosas a propósito para que mis colegas pudieran mandarme correo —expliqué una vez más.

—De esa manera facilitaste las cosas a todo el mundo. —Me miró acusadoramente y me preguntó—: ¿Has recibido alguna otra vez correo de algún excéntrico?

—Creo que el correo de un excéntrico se queda corto al lado de esto.

—Responde a mi pregunta, por favor.

—Unas cuantas veces, pero no era nada importante. —Hice una pausa y luego proseguí—: Suelo recibir esa clase de correo cuando ha habido mucha publicidad debido a un caso sonado, un juicio que ha causado gran sensación o algo así.

—Deberías cambiar tu nombre de usuaria.

—No —respondí—. Es posible que «muerteadoc» quiera mandarme más cosas. Ahora no puedo cambiarlo.

—¡Qué bien! —Volvió a ponerse las gafas—. Ahora resulta que quieres que sea como uno de esos amigos por correspondencia...

—Lucy, por favor —dije con voz queda. A mí también empezaba a dolerme la cabeza—. Las dos tenemos un trabajo que hacer.

Se quedó un momento callada. Luego se disculpó:

—Supongo que tengo una actitud tan excesivamente protectora contigo como la que tú siempre has tenido conmigo.

—Sigo teniéndola. —Le di una palmadita en la rodilla—. Bien, entonces consiguió mi identificador en el directorio de subscriptores de AOL, ¿no es así?

Lucy asintió con la cabeza.

—Dime cómo es tu perfil en AOL.

—En mi perfil sólo consta mi título profesional, la dirección y el número de teléfono de mi despacho —respondí—.

Nunca he puesto datos personales como el estado civil, la fecha de nacimiento, las aficiones, etcétera. No soy tan insensata.

—¿Has mirado su perfil? —preguntó—. El de «muerteadoc».

—La verdad es que no se me había ocurrido que pudiera tener uno —dije.

Me acordé de las marcas de sierra que no había podido diferenciar y tuve la sensación de que acababa de cometer el segundo error del día.

—Pues te aseguro que lo tiene. —Lucy se había puesto de nuevo a teclear—. Quiere que sepas quién es, por eso lo ha escrito.

Hizo clic sobre el
Directorio de miembros
; cuando abrió el perfil de «muerteadoc» me quedé asombrada de lo que tenía ante los ojos. Entonces eché un vistazo a las palabras clave que podía buscar cualquier persona interesada en encontrar a usuarios a las que dichas palabras fueran aplicables: «Fiscal, autopsia, jefe, forense jefe, Cornell, cadáver, muerte, desmembramiento, FBI, forense, Georgetown, italiana, Johns Hopkins, judicial, asesina, abogada, médico, patóloga, facultativa, submarinismo, Virginia, mujer.»

La lista continuaba con datos personales y profesionales y con aficiones, todos los cuales respondían a mi descripción.

—Es como si «muerteadoc» estuviera diciendo que eres tú.

Me había quedado pasmada. De pronto sentí un frío intenso y dije:

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