Authors: Nick Hornby
—¿Por qué no puedes ir a verla? A la señora Morrison, quiero decir.
—Estás de coña. ¿Por qué iba a recibirme?
—Seguro que te recibiría.
—Escúchame, Marcus. Yo no soy tu padre, ni tu tío, ni tu padre adoptivo, ni nada por el estilo. No soy nadie, no tengo nada que ver contigo. No hay ninguna directora que vaya a prestar la menor atención a lo que yo le diga, y tampoco creo que debiera recibirme. Tienes que dejar de pensar que tengo la respuesta para todo, porque no la tengo.
—Tú sabes cosas. Tú entiendes lo de las deportivas.
—Sí, y vaya acierto que fueron, ¿eh? Quiero decir que fueron una fuente inagotable de felicidad, ¿no te parece? Esta tarde habrías ido al colegio si yo no te las hubiera comprado.
—Y tú sabías lo de Kirk O'Bane.
—¿Lo de quién?
—Kirk O'Bane.
—¿El futbolista?
—Sí, sólo que no creo que sea un futbolista. Ellie hizo una de esas bromas que sueles hacer tú.
—Pero ¿seguro que se llama Kirk?
—Eso creo.
—Kurt Cobain, so bobo.
—¿Y quién es Kurt Cobain?
—El cantante y guitarrista de Nirvana.
—Ya me parecía que debía de ser un cantante. ¿Lleva el pelo teñido de rubio? ¿Se parece un poco a Jesucristo?
—Supongo.
—Pues ya lo tienes —dijo Marcus con aire triunfal—. Tú también lo conoces.
—Todo el mundo lo conoce.
—Yo no.
—No, tú no; pero es que tú eres diferente, Marcus.
—Y no creo que mi madre lo conozca.
—No, ella tampoco debe de conocerlo.
—¿Lo ves? Tú entiendes las cosas. Puedes ayudarme.
Fue en ese momento cuando Will comprendió por primera vez la clase de ayuda que Marcus necesitaba. Fiona le había inculcado la idea de que él andaba en busca de una figura paterna, de alguien que lo guiase con suavidad y con mano firme hacia la virilidad y la edad adulta, pero en el fondo no era eso, ni mucho menos: Marcus necesitaba ayuda para ser un chico, no un adulto. Y por desgracia para Will, ésa era exactamente la ayuda que estaba en inmejorables condiciones de proporcionar. No sería capaz de decirle a Marcus cómo debía madurar, cómo apañárselas con una madre que tenía tendencias suicidas ni nada por el estilo, pero sí podía explicarle que Kurt Cobain no jugaba al fútbol en el Manchester United. Y para un chico de doce años que iba al colegio a finales de 1993, ésa tal vez fuera la información más importante de cuantas podía recibir.
Marcus volvió al colegio a la mañana siguiente. Nadie parecía haber advertido que había faltado la tarde anterior: el profesor encargado de su clase sabía que había ido a ver a la señora Morrison a primera hora de la tarde, y el señor Sandford, el profesor de historia, nunca se había fijado en él, ni siquiera cuando estaba en el aula. El resto de los alumnos tal vez se hubieran dado cuenta de que se había fumado las clases, pero como nunca le dirigían la palabra, ¿cómo iba a saberlo?
Topó con Ellie a la hora del recreo delante de la máquina de bebidas. Llevaba su camiseta de Kurt Cobain y estaba con una amiga de su clase.
—Kurt Cobain no juega en el Manchester United —le dijo. La compañera de Ellie se echó a reír de forma histérica.
—¡Oh, no! —exclamó Ellie como si estuviera horripilada—. ¿Lo han echado?
Marcus se sintió confuso por un instante. ¿Y si Ellie de veras creía que se trataba de un jugador de fútbol? Y entonces comprendió que había hecho una de esas bromas que él jamás pillaba.
—Ja, ja —dijo sin reírse en absoluto. Se suponía que eso era lo que se esperaba de él, de modo que se sintió emocionado por haber hecho una a derechas, aunque fuera para variar—. No, juega... —añadió—. Toca con Nirvana.
—Gracias por la noticia.
—De nada —replicó Marcus—. Un amigo mío tiene uno de sus discos,
Nevermind
.
—Ése lo tiene todo el mundo. Seguro que no tiene el último.
—Puede que sí. En su casa hay un montonazo de discos.
—¿En qué curso está? Creía que en el colegio no había nadie a quien le gustase Nirvana.
—Ya es bastante mayor para ir al colegio. Oye, los Nirvana hacen grunge, ¿no? No sé muy bien qué pensar del grunge.
Will le había puesto unos cuantos temas de Nirvana la tarde anterior, y la verdad era que nunca había oído nada semejante. Al principio fue incapaz de distinguir algo más que ruido y gritos, pero luego hubo algunos pasajes tranquilos, y al final incluso detectó una especie de melodía. Nunca llegaría a gustarle tanto como Joni, Bob o Mozart, eso seguro, pero más o menos comprendió dónde estaba el atractivo que podía encontrarle una persona como Ellie.
Las chicas se miraron y soltaron una carcajada más estridente que la anterior.
—¿Y qué se te ocurre que puedes pensar de eso? —le preguntó la amiga de Ellie.
—Pues es un poco ruidoso —respondió Marcus—, pero tiene ritmo, y el dibujo de portada es muy interesante. —Era una fotografía de un bebé que buceaba detrás de un billete de un dólar. Will había comentado algo acerca de esa imagen, no lograba recordar qué—. Me parece que tiene un significado, algo que ver con la sociedad.
Las chicas lo observaron con curiosidad, volvieron a mirarse y se rieron.
—Eres muy gracioso —dijo la amiga de Ellie—. ¿Cómo te llamas?
—Marcus.
—Marcus. Bonito nombre.
—¿En serio? —Marcus no había pensado mucho en su nombre, y nunca, desde luego, se le había ocurrido que fuera bonito.
—No —dijo la amiga de Ellie, y volvieron a reír—. Venga, Marcus. Nos vemos.
—Nos vemos.
Fue la conversación más larga que había tenido con nadie del colegio desde hacía varias semanas.
—Así que hemos dado en el clavo —dijo Will cuando Marcus le contó lo de Ellie y su amiga—. Aunque no creo que lo tuyo haya sido para tanto.
A veces no entendía ni una palabra de lo que Will decía. En tales situaciones, Marcus prefería no hacerle ningún caso.
—Según ellas, soy gracioso.
—Y es que lo eres. De hecho, eres hilarante; pero no sé si con eso basta para construir una relación.
—¿Puedo invitar a Ellie a que venga un día?
—No creo que quiera venir, Marcus.
—¿Por qué no?
—Bueno... No estoy seguro de que... ¿Cuántos años tiene?
—No sé. Quince, o así.
—Las chicas de quince no suelen salir con chicos de doce. Me juego cualquier cosa a que su novio tiene veinticinco años, conduce una Harley Davidson y se encarga de transportar el equipo de una banda de rock. Te haría pedazos, te aplastaría como a una cucaracha, tío.
A Marcus todo aquello no se le había pasado por la cabeza.
—No pretendo salir con ella. Ya sé que no le interesan los tipos como yo, pero seguro que podemos venir los dos y escuchar tus discos de Nirvana, ¿no?
—Lo más probable es que los haya escuchado mil veces.
Marcus empezaba a sentirse frustrado con Will. ¿Por qué no quería que hiciera nuevas amistades?
—De acuerdo. Olvídalo.
—Lo siento, Marcus. Me alegro de que hayas hablado hoy con Ellie, de verdad, pero una conversación de dos minutos con alguien que se está riendo de ti en tu propia cara... No creo que eso funcione a largo plazo, ¿sabes?
Marcus ya no le prestaba atención. Ellie y su amiga habían dicho que era gracioso, y si había sido gracioso una vez, podía volver a serlo.
Al día siguiente las vio junto a la máquina de refrescos. Estaban apoyadas contra ella, haciendo comentarios sobre todo el que tuviera el valor de aproximarse a meter unas monedas en la ranura. Marcus las contempló un rato antes de acercarse.
—Hola, Ellie.
—¡Marcus! ¡Pero si es mi hombre!
Marcus ni siquiera quiso pensar en el significado de aquellas palabras, de modo que no hizo caso.
—Ellie, ¿cuántos años tiene tu novio?
Sólo había formulado una pregunta y ya había conseguido que las dos se rieran. Sabía que era capaz de resultar divertido.
—Ciento dos.
—Ja, ja. —Había vuelto a hacerlo.
—Nueve.
—Ja, ja.
—¿Por qué quieres saberlo? ¿Qué te hace pensar que tengo novio?
—Mi amigo Will asegura que debe de rondar los veinticinco años, que conduce una Harley Davidson y que me aplastaría como a una cucaracha.
—Aaah, Marcus. —Ellie lo agarró del cuello y le alborotó el pelo—. Yo no se lo permitiría.
—Qué bien. Gracias. Debo reconocer que me quedé un poco preocupado cuando lo dijo.
Más risas. La amiga de Ellie lo miraba como si fuese la persona más interesante que había conocido en su vida.
—Bueno, ¿y cuántos años tiene tu novia? Lo más probable es que se muera de ganas de matarme, ¿verdad? —No paraban de reír. Era imposible saber dónde empezaba una risa y dónde terminaba la otra.
—No. ¿Sabes por qué? Porque yo no tengo novia.
—No me lo creo. ¿Un chico tan guapo como tú? Tendremos que ponerle remedio a eso.
—Oh, no pasa nada, gracias. Además, por el momento prefiero no tener novia. No me siento preparado.
—Cuánta sensatez.
La señora Morrison apareció de pronto detrás de ellos.
—Ellie, a mi despacho ahora mismo.
—No pienso cambiarme de camiseta.
—De eso hablaremos en mi despacho.
—No hay nada de que hablar.
—¿Quieres discutir delante de todos?
Ellie se encogió de hombros.
—Si a usted no le importa, a mí me da igual.
Para Marcus era evidente que, en efecto, le daba igual. Había montones de chicos que se comportaban como si no tuvieran miedo, pero que se arrugaban en cuanto un profesor se dirigía a ellos. Ellie en cambio era capaz de seguir así durante años, y la señora Morrison no estaba en condiciones de hacer nada al respecto. A él, por el contrario, podía caerle un buen paquete, y en cuanto a la amiga de Ellie no parecía que estuviese dispuesta a enfrentarse con la directora. Ellie poseía algo de lo que los demás carecían, o los demás tenían algo que a Ellie le faltaba, eso no estaba nada claro.
—Zoe, Marcus, quiero hablar con Ellie en privado. Ah, Marcus. Tú y yo tenemos un asunto pendiente, ¿no?
—Sí, señora Morrison.
Ellie lo miró de reojo y sonrió, y por un instante Marcus tuvo la sensación de que los tres formaban de veras un trío. O tal vez un triángulo, con Ellie en lo más alto y Zoe y él debajo.
—Marchaos —dijo la directora.
Y se marcharon.
Ellie y Zoe fueron a buscarlo a la hora del almuerzo. Estaba sentado ante su pupitre comiéndose un emparedado y escuchando a Frankie Ball y a Juliet Lawrence, que hablaban de un chico de noveno. Entonces, se presentaron ellas.
—¡Mira, ahí está!
—¡Eh! ¡Marcus!
Prácticamente todos los alumnos del aula dejaron de hacer lo que estaban haciendo y se volvieron. Sin duda, pensaban: ¿Ellie y Marcus? Incluso Nicky y Mark, que llevaban semanas sin hablarle y además se comportaban como si no lo conociesen, levantaron la vista de la Gameboy; Marcus confió en que al menos uno de ellos hubiera perdido una vida. Se sintió fenomenal. Si el mismísimo Kurt Cobain hubiese entrado por la puerta del aula buscándolo a él, sus compañeros no se habrían quedado más boquiabiertos.
—Eh, vosotros, ¿qué miráis? Marcus es nuestro amigo; ¿verdad, Marcus?
—Sí —respondió él. Fuera cual fuese su relación con Ellie y Zoe, ésa era sin duda la respuesta correcta.
—Venga pues, vámonos. No querrás quedarte aquí colgado toda la hora del almuerzo, ¿no? Ven a nuestra clase. Estar con esta pandilla es una pérdida de tiempo absoluta. Son un auténtico palo.
Marcus advirtió que algunos de sus compañeros se ruborizaban, pero ninguno dijo nada. No podían hacerlo, a menos que pretendieran discutir con Ellie, y estaba claro que ni uno solo de ellos quería meterse en semejante berenjenal. Carecía por completo de sentido. Si ni siquiera la señora Morrison era capaz de discutir con Ellie, ¿qué posibilidades habrían tenido Frankie Ball y los demás?
—De acuerdo —dijo Marcus—. Aguarda un instante.
Quiso que lo esperasen solamente para prolongar el momento. No estaba seguro de que Ellie y Zoe volvieran otra vez a buscarlo, y aun cuando lo hiciesen, dudaba que quisieran anunciar al mundo entero, o al menos a la parte de éste que estaba almorzando en el aula, que él era su amigo y todos los demás un aburrimiento insufrible. Sería mucho pedir. Y ahora que les había dicho que aguardasen, resultó que no tenía ni idea de la razón de ello.
—¿Quieres que... lleve alguna cosa?
—¿Como qué? —dijo Zoe—. ¿Una botella?
—No, no, o sea...
—¿Condones? —intervino Ellie— ¿Es eso es lo que quieres decir? En nuestra clase no se pueden tener relaciones sexuales, Marcus, y conste que me gustaría, por supuesto, pero hay demasiada gente.
Zoé se echó a reír de tal manera que Marcus se preguntó si no estaría enferma. Había cerrado los ojos y parecía a punto de asfixiarse.
—No, ya lo sé, yo... —Tal vez pedirles que aguardasen había sido un error. Estaba en un tris de convertir ese instante de triunfo en una auténtica pesadilla.
—No, con que traigas ese cuerpecito es suficiente, Marcus, pero muévete de una vez.
Sabía que se había puesto rojo como un tomate y que lo del condón había sido una mala pasada, pero aún tenía que levantarse e ir caminando desde su pupitre hasta donde estaban Zoe y Ellie mientras los demás lo miraban. Cuando llegó al lado de ellas, Ellie le dio un beso. De acuerdo, se estaba divirtiendo a costa de él, pero eso era lo de menos. No había en la clase muchas personas a las que Ellie se tomara la molestia de escupir, y menos aún de besar. «Nada hay peor que una publicidad negativa», había dicho su padre en cierta ocasión, hacía una eternidad, cuando Marcus le preguntó por qué dejaba un actor que Noel Edmonds derramase un líquido pringoso sobre su cabeza, y de pronto entendió a qué se refería. Ellie de algún modo había derramado un líquido pringoso sobre su cabeza, pero la verdad era que había valido la pena.
El aula de Ellie estaba en el piso de arriba, y el paseo sirvió para que el momento, el «joder, tío, ¿qué hacen juntos Marcus y Ellie?», durase un poco más. Uno de los profesores incluso los paró y le preguntó si se encontraba bien, como si a todo el que anduviese en compañía de aquella chica lo hubieran secuestrado o le hubiesen lavado el cerebro.
—Lo hemos adoptado, señor —repuso Ellie.
—No te lo he preguntado a ti, Ellie, sino a él.