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Authors: José María Gironella

Tags: #Histórico, #Relato

Un millón de muertos (99 page)

BOOK: Un millón de muertos
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Fanatismo… David y Olga, mientras en Teruel se derretía la nieve, convirtiéndose en barro sin fantasía —1 de marzo de 1938— se dejaron tentar por el deseo frenético, profundo, de complicar la guerra como única salida posible.

El propio Antonio Casal se estremecía de horror oyendo a sus amigos.

—Pero, vamos a ver, David, Olga… Un momento. Si estuviera en vuestras manos desencadenar la guerra mundial, ¿lo haríais? ¿Queréis repetirlo en voz alta para que me entere?

David respondía sin vacilar:

—Si no hubiera otro remedio para cerrarle el paso al fascismo, sí, lo haríamos.

Casal se quitaba el algodón de la oreja.

—Por favor, un instante. La posibilidad de que murieran… pongamos cuatro millones de personas, ¿no os detendría?

Olga protestaba, alegando que tal manera de plantear la cuestión era improcedente.

—Si Hitler, Mussolini y Franco se adueñaran de la situación, morirían muchas más aún. No olvides que, para empezar, Hitler pretende la exterminación de los judíos.

Antonio Casal se encogía de hombros. Mussolini había sido tipógrafo, como él era, pero no por eso iba a defenderlo. Y tampoco iba a defender a Hitler ni a Franco. Ahora bien, históricamente hablando, él le temía poco al fascismo, porque el fascismo ira una idea fanática y los fanatismos no podían durar mucho. Históricamente él le temía mucho más al comunismo, porque éste ira una idea fría, más fría que el invierno en Teruel. «Y lo frío le conserva por tiempo inmemorial.»

Fanatismo… Cosme Vila había decidido acabar con los guerrilleros escondidos en el Montseny y en Rocacorba, para lo cual, a través del coronel Muñoz, había pedido colaboración militar. Y además, se llevó para Gerona a mosén Francisco, ingresándolo en la celda masculina de la checa. No sabía qué hacer con el Vicario. Casi lo emocionaba tenerlo en la mano. ¿Qué estaría tramando, el muy tuno, con un fusil en la mano en el Seminario de Teruel? Se limitaba a responder: «Buscar penitentes». Tal vez fuera cierto. Cosme Vila se había enterado en Barcelona de que mosén Francisco organizó en muchas farmacias la estratagema de servir hostias pequeñas y cuadradas a quien entrase en el establecimiento pidiendo: «De parte de mi padre, tres sobres de bicarbonato». El padre era el Padre que está en los cielos. ¿Qué haría con mosén Francisco?

Cosme Vila detuvo también a Laura. Lo hizo el día en que llegó a Gerona la noticia de la desaparición de Teo en la batalla de Teruel. Cosme Vila dijo: «¡Basta!» Y dio orden a dos milicianos para que detuvieran a Laura. Ésta, al cuarto de hora, se encontraba en la celda femenina de la checa comunista gerundense, la celda de los hombres desnudos dibujados en la pared. La intención de Cosme Vila no era matar a Laura, sino a «La Voz de Alerta». Utilizaría a Laura como rehén. Cosme Vila conocía al dedillo la ingente labor del dentista de San Sebastián. Y por medio del catedrático Morales, que realizó ex profeso un viaje a Francia, le hizo llegar una nota que decía: «Si antes de una semana no se presenta usted en la frontera de Port-Bou, donde una delegación del Comité Revolucionario de Gerona lo estará esperando, su mujer conocerá la justicia del pueblo».

El fanatismo contaba también con innumerables adeptos en España «nacional». Un oficial de la Legión, habiendo descubierto que uno de sus hombres se había herido a sí mismo en una pierna, decidió aleccionarlo. Amartilló su pistola y le dijo: «¡Escúchame bien, gallina! Cuando un legionario tiene canguelo, no se hiere en una pierna; ¿me oyes? Se levanta la tapa de los sesos ¡o se dispara aquí, fíjate bien, aquí!» Y al decir esto el oficial volvió el arma contra sí, a la altura del pecho y disparando se suicidó, atravesándose el corazón. En línea similar podía inscribirse la actitud de un requeté del Tercio de Montejurra, actitud que se hizo famosa en el frente del Norte y que cortó la respiración de mosén Alberto. El requeté, oriundo de Estella, poco antes de la guerra había practicado la devoción de comulgar nueve primeros viernes de mes seguidos. De pronto, cuando la batalla de Oviedo, le vino a In memoria que el Sagrado Corazón había prometido la perseverancia final —«no morirán en mi desgracia ni sin recibir los Santos Sacramentos»— a aquellos que, como él, hubieran llevado a buen término tan piadosa costumbre. El requeté de Estella, monstruosa mezcla de fe y de ignorancia, razonó: «Así, pues, dado que el Sagrado Corazón no puede equivocarse ni mentir, es obvio que si estoy
en desgracia de Dios
, o sea, en pecado mortal, no moriré…, lo que equivale a decir que
los rojos no me matarán
». El requeté, sin pérdida de tiempo, se dirigió a Oviedo, dispuesto a pecar, a «ponerse en desgracia de Dios», hecho lo cual, concienzudamente, en el primer burdel de que tuvo noticia, regresó al frente. A partir de ese momento se sintió tan inmunizado, tan a salvo y a trasmano de las balas, que en ocho días llevó a cabo una retahíla de acciones heroicas que le valieron una Medalla Militar individual. «¡Si no me darán! —les gritaba a sus camaradas, cuando éstos le aconsejaban que tuviese prudencia—. ¡Pequé “a modo” y tengo asegurado la perseverancia final!»

También Mateo Santos, el alférez Santos y Miguel Rosselló vivían en su interior jornadas fanáticas. La Falange, Falange Española Tradicionalista y de las JONS, contaba ya con millares de afiliados. Cierto que muchos se inscribían por mimetismo o en busca de la seguridad personal, pero no faltaban los que entreveían con sinceridad la eficacia canalizadora de aquella doctrina sobre la que Ignacio ironizó. Mateo entendía, poco más o menos, que la Falange bombardearía con bolsitas de pan blanco todo el país; que inclusive Pilar acabaría por entregarse a su credo; que los veintisiete puntos de José Antonio, del
Ausente
, eran contagiosos e iban ganando terreno por la ley tan imperiosa como In de la gravedad; y el propio Miguel Rosselló, que avanzaba con su camión inmediatamente después de las fuerzas de choque, a In menor ocasión discurseaba enfáticamente entre sus camaradas del Parque Móvil. «La Democracia es un error, porque en ella cada individuo se cree rey. La Monarquía es otro error, porque el rey sucesor o heredero puede ser tonto de capirote. La Falange proclama que cada nación ha de ser gobernada por la suma de facultades de que dicha nación disponga.» Algunos compañeros de Rosselló asentían, otros no comprendían una sílaba y un muchacho con gafas de intelectual le salió al paso diciendo: «Lástima que esta teoría tenga unos tres mil años de existencia, si los libros no mienten al hablar de Grecia».

Fanatismo… El hermano de Carmen Elgazu, Lorenzo Elgazu, en vez de regresar a Trubia y recuperar su puesto en la fábrica de armas de la ciudad, tomó la sangrienta bandera que confeccionó en Gijón y con ella se dirigió a Bilbao a visitar a su madre, la abuela Mati, y a sus dos hermanas solteras, Josefa y Mirentxu. Las tres mujeres, al verlo tan exaltado, procuraron calmarlo, indicándole que lo más cuerdo sería que procurase sacar del Batallón de Trabajadores a su hermano Jaime. Pero Lorenzo Elgazu se negó a ello. «Jaime disparó contra nosotros. Es separatista. Lo lamento, pero tiene que purgarlo.»

En cuanto a «La Voz de Alerta», que ignoraba todavía la detención de Laura y la astuta combinación urdida al respecto por Cosme Vila, pagaba con la misma moneda que éste y perseguía a muerte a todas las Lauras
rojas
que se le ponían a tiro —Paz Alvear, de momento y por puro milagro se había salvado—; y a Cuantos le aconsejaban que no se precipitase en sus decisiones, recordándole lo sucedido con el doble de Dionisio, les contestaba Con una frase de Negrín: «Prefiero que mueran veinte inocentes que se escape un espía». Su brazo derecho, Javier Ichaso, en la plaza de toros de Santander había capturado, entre los prisioneros, y en nombre del SIFNE, no menos de doce agentes enemigos y a la sazón se proponía pedir la colaboración del Ejército para acabar con los guerrilleros «rojos» que se habían refugiado en los montes de Asturias y de Santander!, los cuales bajaban de noche a los pueblos, dispuestos, como siempre, a matar al cura y al sargento de la Guardia Civil.

Fanatismo, guerra a muerte…
Solidaridad Obrera
publicó un suelto que decía: «Ha muerto DE PENA el padre Gafo, al ver que sus hijos, los fascistas, perderían la guerra». El Pensamiento Navarro, que dirigía don Anselmo Ichaso, publicó el mismo día un anuncio redactado en los siguientes términos: «Hacendado matrimonio adoptaría huérfano de guerra, a condición de que su padre hubiese luchado con el Ejército Nacional». Fanatismo, guerra a muerte… Destitución ¡y quizá muerte! del Ministro de la Guerra, Indalecio Prieto, acusado por Axelrod de haber desestimado los consejos de los militares rusos y, en consecuencia, haber perdido la batalla de Teruel. Destitución ¡y tal vez muerte! de Álvarez del Vayo, de Barcia y de Yango y otros masones de primera fila si no conseguían, en París y en Londres, en sus entrevistas con León Blum, con Delbos y Chautemps, que el conflicto español se convirtiera en el conflicto internacional de que Julio García había hablado «por hablar» en el café Neutral y que deseaban intensamente David, Olga y otros innumerables fanáticos de la zona «roja».

Fanatismo, espías, héroes vivos y héroes muertos. ¿Cuándo uno de ellos, de cualquiera de los dos bandos, conseguiría poner fin a la lucha fratricida?

Tal vez el jaque mate no estuviera lejos. Por lo menos don Anselmo Ichaso abrigaba esta esperanza. Don Anselmo Ichaso, organizador del SIFNE, acababa de colocar en su paisaje de trenes eléctricos, una estación preciosa, pintada de rojo, que decía: «Barcelona».

—¿Por qué de rojo?

—Porque los primeros soldados que entren en ella serán los fanáticos requetés, requetés de las Brigadas Navarras.

Capítulo XLVI

Todo el mundo daba por seguro que iba a romperse el frente de Aragón, dirección a Cataluña. El momento era solemne y a lo largo y lo ancho del territorio «nacional» corría un temblor. Convergían hacia Teruel, Zaragoza y Huesca vehículos y combatientes de todas clases. Las carreteras de Aragón se llenaban de cacha lotes metálicos y de hileras de hombres; cada pieza iba a ocupar su lugar. El Estado Mayor lo había previsto todo, excepto los de seos de Dios.

Sonó la hora del ataque frontal en Aragón, en dirección a Cataluña. El mes de marzo era limpio, propicio a la aviación. Las nubes habían emigrado en bandadas hacia el sur de la Península, donde la calma en las trincheras era tanta que «nacionales» y «rojos» organizaban partidos de fútbol arbitrados por cualquier extranjero neutral, que solía ser algún periodista inglés. Los palos de las porterías eran ramas sin desbastar y a ambos lados del campo corrían acequias de agua clara.

Antes de iniciar la ofensiva, Franco tomó una importante decisión: consolidar el Nuevo Estado, darle estructura política. A la provisional Junta de Burgos, la sustituyó un Gobierno de siete ministerios bajo la presidencia del propio Caudillo. La cartera de Asuntos Exteriores fue confiada a Ramón Serrano Súñer, «camisa vieja» que acababa de escapar de Madrid.

Con el nuevo Gobierno fueron unificados los estudiantes, se creó el Servicio de Fronteras, el Servicio Nacional del Trigo y el Servicio Social obligatorio para la mujer. Salazar pretendía que todo ello era copia del nacional-socialismo alemán, en tanto que Plabb pretendía que era copia del fascismo italiano. Como fuere, Franco, por primera vez desde 1936, parecía admitir la posibilidad de un derrumbamiento «rojo» en un plazo no demasiado largo.

El frente de Aragón debería romperse el 9 de marzo, por el Centro y por el Sur. Más adelante se rompería por el Norte, por el sector de Huesca, donde montaba la guardia la Compañía de Esquiadores. Así que, de momento, ésta permanecería quieta. Por el Centro avanzarían el general Moscardó, jefe del Cuerpo de Ejército de Aragón, y el general Yagüe, jefe del Cuerpo de Ejército Marroquí. Más al Sur avanzarían García Valiño, el Cuerpo de Tropas Voluntarias Italianas y el general Aranda, jefe del Cuerpo de Ejército de Galicia. En Teruel, el general Varela, jefe del Cuerpo de Ejército de Castilla. Un total de veintiséis divisiones a las órdenes de Dávila. Por su parte, el Generalísimo instaló su Cuartel General cerca de Zaragoza, en el palacio del duque de Vistahermosa.

Por primera vez, los jefes y oficiales militares emplearon la palabra
maniobra
. Hasta entonces, todas habían sido batallas, incluso las del frente Cantábrico. Ello significaba que el objetivo perseguido en esta ocasión era importante, que desbordaba la topografía y apuntaba hacia la geografía. Maniobra de Aragón. Su eje sería la carretera Zaragoza-Barcelona, que cuando la guerra de Sucesión fue denominada por los franceses
boulevard
de Cataluña, y entre el territorio enemigo que conquistar figuraba la fértil cuenca del Ebro, la cual, según don Anselmo Ichaso, en tiempos remotos fue mar. «Así, pues —dijo don Anselmo en el Círculo Carlista de Pamplona—, el avance será una especie de paseo por un
boulevard
y quién sabe si encontraremos todavía algún franchute disfrazado.»

El Ejército «rojo», reciente todavía el desgaste de Teruel, hizo cuanto pudo para reorganizarse. Alineó siete Cuerpos de Ejército, con órdenes draconianas incitando a la resistencia. El general Vicente Rojo confiaba en las Brigadas Internacionales y en la de Líster, encargadas de la defensa de Belchite, pueblo convertido en fortaleza por los técnicos rusos, cuyos planos habían sido revisados, al parecer, por Stalin en persona. Confiaba también en los accidentes del terreno —Pirineo, desierto de los Monegros, Maestrazgo— y, sobre todo, en el escalonamiento de los cinco ríos que mediaban entre Zaragoza y Lérida: el Ebro, el Cinca, el Noguera Pallaresa, el Noguera Ribagorzana y el Segre. «Cinco ríos —dijo el general Rojo— defendidos con material moderno, son obstáculos capaces de detener a cualquier invasor.»

En el bando «nacional», el optimismo, agriado por la reciente pérdida del crucero
Baleares
, hundido por un torpedo enemigo, tenía su fiel representante en don Anselmo Ichaso, quien, como siempre que el Alto Mando preveía la sistemática voladura de puentes, se trasladó a primera línea para colaborar en el trabajo de los pontoneros y zapadores. En el bando «rojo», el pesimismo estaba representado por Antonio Casal, quien se trasladó al sector del Centro, en calidad de observador, ¡acompañado por Julio García!

—¿Cómo vamos a resistir? —argumentaba el jefe gerundense de la UGT—. En Barcelona hay tres gobiernos: el de la República, el de la Generalidad y el Vasco. ¿A cuál obedecer? Sin contar con el gobierno número cuatro, el Comunista, que ha dado orden de captar para el Partido cincuenta mil afiliados en tres meses, pro metiendo ascensos, suministros especiales, lo que quieras…

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