—Conque eso es todo.
—Todo.
—De modo que ahora le toca a usted, señorita Dove.
—¿Quiere conocer detalles de mi vida? Soy huérfana. Estudié un curso para secretaria en el Colegio de San Alfredo. Me puse a trabajar como taquimecanógrafa, lo dejé para entrar en otro empleo, me di cuenta de que andaba equivocada y emprendí mi carrera actual.—He estado en tres casas distintas. Al cabo de un año o cosa así, me canso y me, cambio de casa. Llevo en Villa del Tejo casi un año. Le daré al sargento... Hay, ¿no es así?, los nombres y direcciones de esas familias, con una copia de sus informes. ¿Le parece bien?
—Perfecto, señorita Dove. —Neele guardó silencio unos instantes, mientras imaginaba a la señorita Dove echando veneno en el desayuno del señor Fortescue. Su mente fue todavía más allá, y la vio recogiendo los frutos del tejo en una cestita. Con un suspiro volvió a la realidad—. Ahora quisiera ver a esa joven... er... Gladys... y luego a la doncella tillen. —Y agregó, poniéndose en pié—: A propósito, señorita Dove, ¿tiene usted alguna idea de por qué llevaba grano suelto en el bolsillo el señor Fortescue?
—¿Grano? —Le miró al parecer con auténtica sorpresa.
—Sí... grano. ¿Le sugiere algo, señorita Dove?
—Nada en absoluto.
—¿Quién cuidaba de sus ropas?
—Crump.
—Ya.. ¿El señor y la señora Fortescue ocupaban la misma habitación?
—Sí. Él tenía su vestidor y cuarto de baño, claro, lo mismo que ella... —Mary miró su reloj de pulsera—. Creo que volverá pronto. Ahora ya no puede tardar.
El inspector sonrió y dijo con voz agradable:
—¿Sabe una cosa, señorita Dove? Me resulta bastante extraño que a pesar de que haya tres clubs de golf en la vecindad, todavía no hayan podido dar con la señora Fortescue en ninguno de ellos.
—No sería tan extraño, inspector, si diera la casualidad de que no hubiese ido a jugar al golf.
—Se marchó con los palos y dijo que pensaba ir a jugar. Naturalmente, iba en su automóvil.
La miró fijamente, dándose cuenta de su insinuación.
—¿Con quién fue a jugar? ¿Lo sabe usted?
—Creo que es posible que fuera con el señor Vivian Dubois.
Neele contentóse con responder.
—Ya.
—Le enviaré a Gladys. Probablemente estará muy asustada. —Se detuvo un momento, ya en la puerta, para decir—: Le aconsejo que no haga mucho caso de lo que le he dicho. Soy muy maliciosa.
Y se marchó. El inspector Neele contempló la puerta cerrada pensando que, con malicia o sin ella, lo que acababa de decirle era bastante sugestivo. Si Rex Fortescue había sido envenenado deliberadamente, y ello era casi seguro, los habitantes de Villa del Tejo le parecieron muy prometedores. Y todos tenían motivos de sobra para haberlo hecho.
La muchacha que entró en la habitación con evidente desagrado, era alta, atractiva y parecía muy asustada, dando una impresión de desaliño a pesar de ir elegantemente vestida de uniforme.
En el acto dijo clavando sus ojos suplicantes en el inspector:
—Yo no he hecho nada; de verdad que no sé nada de esto.
—Está bien —repuso Neele amablemente y cambiando el tono de su voz, pues quería que Gladys perdiera el miedo—. Siéntese aquí —añadió—. Sólo quiero preguntarle algunas cosas sobre el desayuno de esta mañana.
—Yo no hice nada.
—Bueno, usted preparó la mesa, ¿verdad?
—Sí. —Incluso esta confesión la hizo de mala gana, y daba la impresión de sentirse culpable y estar amedrentada, mas el inspector Neele estaba acostumbrado a ver testigos con ese aspecto, y prosiguió con mucha animación su interrogatorio—: ¿Quién había bajado primero? ¿Y luego?
Elaine Fortescue había sido la primera en bajar a desayunar. Llegó en el preciso momento en que Crump entraba con la cafetera. Luego bajó la señora Fortescue seguida de la esposa de Val, y por último el cabeza de familia. Ellos mismos se sirvieron. El té, el café y los platos calientes estaban sobre el aparador.
Le dijo muy poco que no supiera ya. Los alimentos y las bebidas fueron los mismos ya descritos por Mary Dove. El señor y la señora Fortescue, y la señorita tomaron café, y la esposa de Val, té. Todo transcurrió como de costumbre.
Neele la interrogó acerca de su vida privada. Primero estuvo sirviendo en casas particulares y luego en varios cafés. Al fin decidió volver al servicio doméstico y llegó a Villa del Tejo en septiembre. Llevaba allí dos meses.
—¿Y le agrada?
—Pues, supongo que no está mal del todo. No hay que estar tanto de pie..., pero se tiene menos libertad...
—Hábleme de los trajes del señor Fortescue... ¿Quién los cepillaba y demás?
Gladys le miró sorprendida.
—Supongo que debía hacerlo el señor Crump, pero la mitad de las veces me obligaba a hacerlo a mí.
—¿Quién cepilló y planchó el vestido que llevaba hoy el señor Fortescue?
—No recuerdo cuál llevaba. Tiene muchos.
—¿Encontró alguna vez grano en los bolsillos de sus trajes?
—¿Grano? —parecía no entender.
—Centeno, para ser exacto.
—¿Centeno? Eso sirve para hacer pan, ¿no? Una especie de pan negro... que tiene muy mal gusto...
—Pan de centeno, sí. El centeno es un grano. Y encontramos un puñado en el bolsillo de su amo.
—¿En el bolsillo?
—Sí. ¿Sabe usted cómo fue a parar allí?
—Lo ignoro en absoluto.
No consiguió sacarle más. Durante unos segundos se estuvo preguntando si no sabría algo más sobre aquel asunto de lo que se mostraba dispuesta a admitir. Desde luego parecía molesta y a la defensiva... pero lo atribuyó al natural temor que inspira la policía...
Antes de retirarse, la muchacha le preguntó al inspector:
—¿Es verdad que ha muerto?
—Sí.
—Fue muy de repente, ¿verdad? Dicen que había telefoneado de la oficina y que le dio una especie de ataque.
—Sí... fue una especie de ataque.
—A una chica que conocí, también le daban ataques. Y siempre me asustaba.
El inspector Neele dirigióse a la cocina.
Una mujer de enormes proporciones, de rostro arrebolado y armada con un rodillo de amasar, avanzó hacia él con aire amenazador.
—Policía —dijo—. ¡Mira que venir aquí diciendo esas cosas! Todo lo que he enviado al comedor estaba como es debido. ¡Venir aquí diciendo que yo he envenenado al señor! Haré que la justicia caiga sobre ustedes, policías, o no policías. En esta casa no se ha servido nada que no estuviera en buenas condiciones.
El inspector necesitó algún tiempo para calmar a la airada mujer. El sargento Hay le miraba sonriendo burlonamente desde la despensa y Neele comprendió que ya había sufrido las iras de la señora Crump.
El timbre del teléfono puso fin a la escena.
Neele salió al vestíbulo, donde encontró a la señorita Dove atendiendo a la llamada al tiempo que escribía en una libreta. Volviendo la cabeza le dijo por, encima del hombro:
—Es un telegrama.
Luego entregó el block al inspector. El lugar de origen era París y el texto decía lo siguiente:
Fortescue, Villa del Tejo, Baydon Heath Surrey. Siento que la carta se haya retrasado. Llegaré mañana a la hora del té. Espero carnero asado para comer. Lance.
El inspector Neele alzó las cejas.
—De modo que el hijo pródigo vuelve a su hogar —comentó en alta voz.
En los momentos en que Rex Fortescue había estado bebiendo su última taza de té, Lance Fortescue y su esposa, sentados bajo los árboles de los Campos Elíseos contemplaban a los transeúntes.
—Es muy fácil decir «descríbelo», Pat. Siempre he sido un desastre para las descripciones. ¿Qué es lo que quieres saber? Es un viejo trapisondista. Pero, ¿va a importarte eso? Ya debes estar más o menos acostumbrada.
—Oh, sí —dijo Pat—. Sí..., como tú dices..., estoy acostumbrada. —Procuró disimular su amargura. Tal vez, reflexionó, todo el mundo fuese así ahora... ¿O era sólo que no había sido afortunada?
Era una joven alta, de piernas largas, no precisamente bonita, mas con un atractivo debido en gran parte a su vitalidad y a una personalidad arrolladora. Sabía moverse, y sus cabellos castaños estaban siempre brillantes y sedosos. Tal vez debido a su larga convivencia con caballos había adquirido en cierto modo el aspecto de una yegua pura sangre.
Trapisondas en el mundo de las carreras, que conocía a fondo... y ahora, por lo visto, iba a enfrentarse con un mundo financiero muy semejante. Porque a pesar de todo, su padre político, al que todavía no conocía, no era en cuanto a la ley se refiere, un dechado de rectitud. Todas esas personas que van por ahí alardeando del «mundo elegante» son iguales... técnicamente siempre procuran mantenerse dentro de la ley. No obstante, Lance, a quien amaba, y quien confesó haberse salido de la buena senda en otros tiempos, era de una honradez intachable, de la que carecían todos aquéllos.
—No quiero decir que sea un estafador —dijo Lance—, nada de eso. Pero sabe cómo escurrir el bulto.
—Algunas veces —replicó Pat— me parece que odio a esa clase de personas. —Y agregó—: Tú le quieres. —Era una afirmación, no una pregunta.
Lance meditó unos instantes y luego dijo con cierto aire sorprendido:
—Creo que sí, querida.
Pat echóse a reír. Lance volvió la cabeza para mirarla y sus ojos se entrecerraron. ¡Qué adorable era! La quería con locura. Por ella seria capaz de cualquier cosa.
—¿Sabes? En cierto modo desearía no tener que regresar —le dijo—. La vida de ciudad... Regresar cada día a casa en el tren de las cinco y dieciocho. No es la clase de vida que me gusta. Se pasa el tiempo yendo y viniendo. Pero supongo que hay que sentar la cabeza alguna vez, y contigo para guiarme puede que incluso me parezca un placer. Y puesto que el viejo se ha vuelto atrás, hay que sacar la mejor ventaja posible. Debo confesar que me sorprendió recibir su carta... Percival con el secante dispuesto a secar sus firmas. Percival, el niño bueno. Percy siempre ha sido un ladino. Sí, siempre lo ha sido.
—No creo que me guste tu hermano Percival —dijo Patricia Fortescue.
—No quiero predisponerte en contra suya. Percy y yo nunca nos llevamos bien..., eso es todo lo que hay. Yo malgastaba mi dinero, y él lo ahorraba. Yo tenía mala fama por divertirme con mis amigos, y Percy llevaba una vida muy «digna». Éramos polos opuestos, Siempre le he considerado un infeliz... y algunas veces he creído que casi me odiaba. No sé exactamente por qué...
—Me parece que yo sí lo sé.
—¿De veras, querida? Eres tan inteligente. Siempre me he preguntado, es algo fantástico, pero...
—Bueno, dilo.
—Me he preguntado si no sería Percival el que falsificó el cheque... cuando 1 viejo me echó de casa... y se puso tan furioso por haberme dado parte en la firma y no poder desheredarme Porque lo más extraño de todo es que yo no fui... a pesar de que nadie quiso creerme, puesto que una vez saqué fondos de la caja y los aposté a un caballo. Estaba seguro de que podría devolverlos, y en cierto modo era mi propio dinero. Pero ese asunto del cheque... no. Ignoro por qué tengo la ridícula idea de que fue Percival; pero el caso es que la tengo.
—Pero a
él
no iba a servirle de nada. Debía pagarse a tu nombre.
—Lo sé. Por eso no tiene sentido, ¿no te parece?
Pat volvióse bruscamente hacia él.
—¿Quieres decir... que lo hizo para quitarte de en medio?
—Me lo he estado preguntando... Oh, bueno..., ¡no debo decir una cosa así! Olvídalo. Quisiera saber lo que Percy dirá cuando vea que regresa el hijo pródigo. ¡Esos ojos de besugo hervido que tiene, se le van a salir de las órbitas!
—¿Sabe que vuelves?
—¡No me sorprendería lo más mínimo que no supiera ni una palabra! El viejo tiene un extraño sentido del humor.
—¿Pero qué es lo que ha
hecho
tu hermano para disgustar a tu padre hasta ese extremo?
—Eso es lo que
quisiera
yo saber. Debe haber algo muy gordo, para que me escribiera del modo que lo hizo.
—¿Cuándo recibiste su primera carta?
—Debe de hacer cuatro... no, cinco meses. Una misiva concisa, pero mostrando la rama de olivo. «Tu hermano mayor se ha portado de un modo muy poco satisfactorio en varios aspectos, y parece ser que tú has enterrado tus malos vicios y sentado la cabeza». «Te prometo que ganarás mucho financieramente». «Sed bienvenidos tú y tu esposa». ¿Sabes, cariño? Creo que el haberme casado contigo tiene mucho que ver en esto. Al viejo le impresionó que me hubiera casado con alguien de una esfera superior a la mía.
—¿Qué? —rió Pat—. ¿Con una aristócrata?
—Eso es. Debieras ver a la esposa de Percival. Es de esas que dicen: «Lárgame la
confitura
», y a los sellos les llama «estampitas».
Pat no se rió. Estaba pensando en la única mujer de la familia de que había entrado a formar parte. Era un punto que Lance no tuvo en cuenta.
—¿Y tu hermana? —le preguntó.
—¿Elaine? Oh, era bastante joven cuando me fui de casa... una niña muy formal..., pero es probable que ahora ya no lo sea tanto... Lo tomaba todo muy a pecho.
El retrato resultaba muy tranquilizador.
—¿Y no te escribió nunca... cuando te marchaste?
—No dejé ninguna dirección; pero, de todas maneras, no me hubiera escrito. No somos una familia muy afectuosa.
—No.
La miró a los ojos.
—¿Estás preocupada? ¿Por mi familia? No hagas caso. No vamos a vivir con ellos. Tendremos nuestra casita, y caballos, perros... lo que quieras.
—Pero seguirá existiendo el tren de las cinco dieciocho.
—Para mí; sí. Ir y venir de la ciudad, en esta lata de sardinas; pero tranquilízate, cariño..., hay casas de campo incluso en los alrededores de Londres. Y últimamente he sentido arder en mi sangre la fiebre de los negocios. Al fin y al cabo... la llevo en ella. . por ambas ramas familiares...
—Apenas recuerdas a tu madre, ¿verdad?
—Siempre me pareció muy vieja. Casi tenía cincuenta años cuando nació Elaine. Llevaba montones de cosas que tintineaban, y tumbada en un sofá solía leerme historias de damas y caballeros, que me aburrían sobremanera. Los «Idilios del Rey», de Tennyson. Supongo que la quería... Era muy... inexpresiva, ¿sabes? Ahora me doy cuenta.
—No pareces haber querido demasiado a nadie —dijo Pat en tono de desaprobación.