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Authors: Helena Nieto

Tags: #Romántico

Un punto y aparte (6 page)

BOOK: Un punto y aparte
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Vicky me había preguntado si había tenido algún novio antes de su padre.

—Ni siquiera fue novio, solo un ligue de verano. Tenía dieciséis años… y fueron dos semanas.

—¿Te acostaste con él, mamá?

—Por supuesto que no. Entonces no era como ahora, que conocéis a un chico y la misma noche os vais a la cama con él.

—Mamá, no todo el mundo es así. Yo no lo soy.

—Eso espero, Vicky. Me darías un gran disgusto.

—Tranquila, mamá. Si ni siquiera tengo novio —contestó suspirando.

—Mejor así. Eres muy joven aún, tienes tiempo de sobra.

No he sido nunca ligona porque la timidez me podía, al contario de Vicky, que es extrovertida, charlatana y decidida. Yo siempre intentaba no llamar la atención, por lo que pasaba desapercibida para el género masculino. La educación en un colegio de monjas hasta los catorce años tuvo parte de culpa, por lo que llegar al instituto y compartir pupitre con chicos fue la puerta a una desinhibición lenta y tenue que fui ampliando en la universidad.

Daniel, el segundo de mis hijos, es opuesto a su hermana. Arrastra una timidez e introversión que me ha llegado a preocupar, pero parece que solo es cuando está con adultos, porque en el colegio me han asegurado que se relaciona con normalidad con sus compañeros.

—Sí, es tímido, pero nada por lo que alarmarse —me dijo su tutora.

No expresa lo que siente, por lo que deduzco que es el que más sufre, se lo traga todo y por mucho que he intentado sonsacarle, pocas veces he conseguido algo. Es el más sensible de los tres y, aunque tiene cara de no haber roto nunca un plato, engaña. Disfruta provocando y metiéndose con sus hermanos, pero según todos los manuales que me he leído sobre cómo educar a los adolescentes, el hijo mediano es el que peor lo pasa porque ni es el mayor ni es el pequeño. «¡Pues vaya descubrimiento!», pensé al leerlo. Si me fiara de todo lo que dice la Psicología moderna, mi generación y las anteriores estaríamos tan traumatizadas que no sé ni cómo sobreviviríamos. Ya he abandonado este tipo de lecturas que me provocaban más traumas que otra cosa, hasta llegar a preguntarme si lo estaba haciendo bien, si me estaba pasando de dura o exigente, o si al contrario era demasiado permisiva…

Alex es risueño, alegre y extrovertido como Vicky. Creo que es el que menos ha sentido la marcha de Miguel y el que mejor se ha adaptado a las circunstancias. Me adora y eso me fascina. Saber que me necesita tanto me hace feliz. Sé que los otros dos tampoco pueden vivir sin mi, pero lejos están de reconocerlo. Se van haciendo mayores y tienen ansias de volar. Si una cosa incomoda a Daniel es que le vaya a buscar al colegio. No voy nunca, pero si en alguna ocasión he aparecido con el coche porque me cogía de paso o me encajaba el horario, me ha recibido con gesto huraño, supongo que siente vergüenza ante sus amigos, todo lo contrario a Alex, que le entusiasma que aparezca por la puerta del cole. No sé si cuando llegue a esa tortura de la adolescencia tomará la actitud de su hermano, pero por ahora cada uno es un mundo.

Se quieren mucho pero se pelean muy a menudo y por la cosa más tonta. Se insultan, se llaman de todo y cuando se ven muy apurados buscan mi ayuda, sobre todo Alejandro, que a la minima se pone a gritar como un desesperado ante la mirada atónita de sus hermanos que arremeten acusándolo de ser un chivato para luego decirle bebé, mimoso, llorón y lo que haga falta. Aun así, no pueden vivir separados.

7. Encuentros y desencuentros

Decidí hacer algo con mi pelo y pedí cita en la peluquería de la que soy clienta desde hace veinte años. Meses después del divorcio había tenido la mala suerte de encontrarme con la nueva pareja de Miguel. Desconocía que Sonia compartiera, aparte de los mismos gustos en hombres, también a mi peluquero. Intenté evitarla y me dirigí directamente a él.

—Tengo prisa, Ricky —había dicho.

—Mujer, siempre corriendo… Espera un momento, enseguida te atendemos. Cinco minutos…

—Bien.

Me senté y tomé una revista que abrí a la mitad. Sonia se acercó, se sentó a mi lado con toda la tranquilidad del mundo y tuvo la desfachatez de hablarme como si fuéramos viejas conocidas.

—Hola, Paula. ¿Qué tal?

La miré e intenté ser civilizada, no perder la compostura y ser educada, pero el único pensamiento que me venía a la cabeza era: esta es la «zorra» que me ha robado a mi marido.

No pude evitar la angustia y, nerviosa, me levanté. Fui a la recepción.

—Lo siento. No puedo quedarme. Me ha surgido un problema —dije—. Dame hora para otro día.

—¿Mañana o pasado? —preguntó la joven con desgana al tiempo que abría la agenda.

—Mañana mismo. A esta hora, si puede ser…

—Sí, vale. Mañana a las tres…

Me fui apresurada ante la mirada sorprendida de Ricky, que venía hacia mi, seguro que para decirme que era mi turno. Nunca más volví a encontrarme con ella y desconozco si fue solo una casualidad. Cuando le expliqué a Sandra lo sucedido, se quedó pasmada.

—Hay una peluquería en cada esquina y ahora decide ir a la misma que yo —dije con rabia—, no me digas que no es para morirse.

—Pues sí. Menuda faena.

—Ya ni a la peluquería puedo ir tranquila.

—Vete a otra, será por sitios adonde ir…

—Ni hablar. Ya se ha quedado con mi marido, ahora no voy a permitir que se quede con mi peluquero.

Estaba pensando en ese incidente cuando Ricky se acercó. Es más bien rubio, y ahora lleva perilla. Como es lógico, cambia de peinado, de corte de pelo y de tono de cabello, como de camisa. No oculta su condición homosexual y le encanta que sus clientas le hagan confidencias sobre sus vidas. Más de una vez llegué a la conclusión de que hay muchas mujeres que pasan por la peluquería no solo a peinarse, también a desahogar todas sus penas. Ricky tiene una paciencia infinita, las escucha, las anima y hasta les da buenos consejos. Todas lo adoran. Yo aparte de hablarle de cosas banales, o de mis hijos cuando me pregunta por ellos, no le cuento mi vida. No porque no confíe en él, más bien porque si no fui capaz ni de hablar con el terapeuta, con Ricky, por muy encantador que sea, mucho menos. Conoce a Vicky y a mi madre, que también le visitan de vez en cuando, y creo que todo lo que sabe de mi vida privada es porque mi madre se lo ha contado, aunque ante mi siempre se ha mostrado muy discreto.

—Hola, Paulita, preciosa. ¿Cómo estás?

—Bien. Gracias, y…

—Ya lo sé —dijo interrumpiendo—, tienes prisa, como siempre.

Sonreí y asentí con la cabeza.

—Exacto, Ricky. Has acertado.

Mi corta melena lisa pasó a un cabello cortado en capas con flequillo despuntado dándole un toque desenfadado y juvenil con el que me sentí muy favorecida.

Tanto Sandra como los niños alabaron mi nuevo look. También mi madre.

—Estás guapísima, hija. ¿A qué se ha debido ese cambio?

—Estaba cansada de verme siempre igual.

—Pues has hecho muy bien, mamá —afirmó Vicky—. Pareces más joven.

—Gracias.

Estábamos recogiendo después de la cena cuando me enteré de que Vicky y su novio habían roto. Todo fue porque mi madre le preguntó por él.

—¿Cómo está tu novio?

—¿Qué novio?

—Ese Jorge o como se llame…

—Jorge no es mi novio. Hemos roto…

Me volví y la miré sorprendida. Pensé que bromeaba y yo intenté seguirle el juego diciendo que me alegraba mucho, pero ella se ofendió.

—Claro —contestó con rabia—. Tú no lo podías ni ver.

Dejé el plato en el lavavajillas y la miré.

—¿Estás hablando en serio?

—Sí, lo hemos dejado.

—¿Desde cuándo?

No me contestó. Salió de la cocina.

Mi madre me reprochó que la hubiera hecho enfadar.

—¿Yo? ¿Pero qué he dicho? —pregunté protestando.

—Le has dado a entender que te alegras…

—Solo estaba bromeando, no tenía ni la menor idea de nada.

—Al menos no parece muy afectada.

—Ya.

Cuando intenté hablar con Vicky más tarde, fue inútil. No quiso explicarme nada. Daría algo para que fuéramos tan amigas como antes. No sé en qué me equivoco y me gustaría saberlo, porque sea lo que sea, seguro que la culpa será mía, eso sin dudarlo.

—No seas pesada, mamá. Ya te dije que estoy bien, déjame —dijo moviendo el brazo y apartándome.

—Bien. Como quieras, pero me gustaría que confiaras más en mi, que habláramos…

—Mira que eres pesada —me dijo—. Estoy bien, mamá. ¿Qué parte no entiendes? Jorge me importa una mierda, ¿vale? —añadió con tono de enfado.

—Vale, vale. Tampoco hace falta ponerse así.

—Pues déjame en paz.

Luego dice que soy yo la que tiene mal genio, y si alguna vez se lo he comentado me contesta que lo habrá heredado de mi. Luego me sonríe y se queda tan tranquila.

Félix nos hizo llegar por su secretaria unas invitaciones para la recepción que tenía previsto celebrar el sábado. La empresa estaba funcionando muy bien y querían conmemorar el décimo aniversario de su apertura.

—Estos Lambert están siempre celebrando algo, mucho les gustan las fiestas —comentó Sandra después de leer la invitación—. Qué poco tienen que hacer…

—Eso seguro que es cosa de Félix, con lo que le gusta lucirse —contesté mientras miraba las tarjetas.

Se rio.

—Pues no sé qué tiene que lucir. Si se tratase de Sergio lo entendería, pero él…

Le comenté que Félix salía cada mes con una distinta. Todas mucho más jóvenes que él, y por supuesto muchísimo más guapas.

—Pues no sé qué le verán.

—Yo tampoco.

—Será una fiera en la cama…

Me reí con ganas.

—¿Tú crees? No me lo parece —contesté volviendo la vista a la pantalla del ordenador.

—Podías liarte con él y averiguarlo…

—Sí, en eso estaba yo pensando, en liarme con Félix Lambert… Vamos, es que tiene un sex appeal que me trae loca… —afirmé muerta de risa.

—Algo tendrá…

—¿Dinero? ¿Posición?

—No es para tanto. Les va bien pero tampoco se les caen los millones de los bolsillos… tiene que ser otra cosa.

Me encogí de hombros.

—Ni idea… o puede que tengas razón y sea un semental. Sí, será eso…

—¿Y Sergio? ¿Cómo será? ¿Lo has pensado?

—Humm… No… bueno sí… supongo que será… con ese físico, solo puede ser un amante estupendo.

—Confiesa, lo has convertido en el centro de tus fantasías eróticas…

—Ja-ja… A ti te lo voy a decir —contesté sonriendo.

—Si no hace falta que me lo digas. Lo sé —afirmó muy segura.

—La verdad es que no tengo tiempo ni para tener fantasías eróticas, Sandra. Ni para eso. Ya no recuerdo lo que es el sexo… y es terrible, ¿no crees?

—Algo muy agradable que te vuelve loca, que te hace suspirar, gemir, gritar —dijo haciendo una mueca divertida—. ¿Eso te suena?

—Ligeramente…

—Ahora imagínate todo eso con Sergio. ¿Cómo lo ves?

—Humm… no sé si llamarle —dije bromeando.

—Sí. Dile que busque un hueco en su agenda, que te mueres por un polvo con él…

—¿Así de directa? ¿Es así ahora?

—No sé, pregúntale a Vicky.

Reconozco que no me gustó su insinuación.

—¿A Vicky? No creo yo que Vicky…

—Paula, no seas ingenua. Estamos en el dos mil seis. Baja de la nube. Los jóvenes de ahora no pierden el tiempo. ¿No anda con ese Jorge o como se llame?

—No, lo han dejado. Gracias al cielo. No me agradaba mucho ese chico.

—Ah… no lo sabía.

—Pues sí, pero no parece muy afectada.

—¿Vamos a ir a la fiestecita?

—Como quieras, Sandra. Pero yo voy si vas tú. Sola, ni hablar.

—Entonces, supongo que sí. Esta vez iré con Raúl. Y contigo, claro…

—De acuerdo. Dejaré a mi madre de canguro.

Sandra se fue hacia la puerta y antes de que saliera, le pregunté:

—¿Tú crees que Vicky…?

Se volvió hacia mi y sonrió.

—Qué no, mujer. Para qué te diría yo nada —dijo mientras cerraba.

Me quedé unos segundos pensativa. ¿Habría llegado Vicky a acostarse con Jorge? Puede que se lo preguntara… pero no, mejor no. Prefería seguir en la ignorancia. Suspirando volví la vista a la pantalla y seguí trabajando.

Acababa de salir de la ducha cuando Alex entró sin llamar quejándose de que su hermano no le dejaba usar el ordenador.

—Mamá, Dani no me deja el ordenador. Dile que me deje, por fa…

Le dije que fuera a decírselo de mi parte.

Salió, pero antes de que terminara de secarme con la toalla, volvió lloriqueando.

—Mamá, ve tú.

Suspiré.

—No seas pesado, Alejandro. Estoy ocupada. Ahora no puedo ir —dije envuelta en la toalla—. Díselo a la abuela.

Siguió protestando afirmando que a la abuela no le hacía ningún caso y me rogó que fuera yo.

—Pues espera, cuando acabe iré…

—No, ahora —contestó enfurruñado.

—He dicho que ahora no —le cogí por el brazo y le hice salir. Luego cerré con el pestillo para que no volviera a entrar.

Le escuché protestar pero no me inmuté hasta que empezó a dar patadas a la puerta.

—Ah, eso sí que no —dije en voz alta abriendo de nuevo.

Me miró. Sabe muy bien cuándo hablo en serio. Retrocedió unos pasos.

—Sal de aquí ahora mismo y no me hagas perder la paciencia.

De mala gana obedeció.

«¿Por qué no me habré quedado soltera?», pensé cuando volví a encerrarme en el baño.

Miré el reloj. Tenía que darme prisa si no quería hacer esperar a Sandra y a Raúl, que pasarían en menos de una hora a buscarme.

Cuando por fin aparecí por el salón ya preparada, reparé en el gesto enfadado de mi hijo pequeño, que me miraba.

—¿No te ha dejado tu hermano el ordenador? —pregunté.

Negó con la cabeza.

—Anda, ven… —dije compasiva.

Nos dirigimos a la salita donde Dani seguía pegado a la pantalla. Le pedí que le dejara utilizarlo un poco.

—Ahora estoy yo —contestó sin mirarme.

—Llevas ahí sentado todo el día, así que ahora le toca a él. Por favor, obedece.

—No quiero.

Le miré sorprendida. En ese momento sonó el timbre. Seguro que era Sandra. Estarían aparcados en doble fila. Observé a Alex que, con cara compungida, estaba a punto de echarse a llorar, y no me lo pensé dos veces. Fui hacia Dani y, cogiéndolo fuertemente de una oreja, lo levanté de la silla.

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