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Authors: Patricia Sverlo

Tags: #Biografía, Histórico

Un rey golpe a golpe (38 page)

BOOK: Un rey golpe a golpe
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Era casi un espot publicitario de la monarquía, en la que, sobre todo, se mostraba cómo era de campechana la familia real. En realidad el problema era por qué y cómo la periodista británica había conseguido la entrevista, que a tantos periodistas españoles les habría encantado hacer. Al parecer, la atractiva y joven reportera consiguió la gran exclusiva a través del cuñado del rey, Constantino de Grecia, del cual era amiga. Y, también, merced a la simpatía personal que le tenía el monarca.

Otra discrepancia importante entre el monarca y su secretario fue el asunto de la biografía real.

Primero había empezado a trabajar en ella el escritor mallorquín Baltasar Porcel, amigo personal de Juan Carlos. Grabaron largas conversaciones. Pero finalmente, no se consideró conveniente publicar el libro y Porcel, persona ponderada, aceptó la decisión sin causar el menor problema. Lo mismo sucedió con Miquel de Grecia, un primo de la reina, que también tuvo el privilegio de entrevistar el monarca extensamente, para una serie de reportajes destinados a publicaciones europeas.

Igualmente le dijeron que se tenía que suspender la publicación y lo aceptó. Pero en el verano de 1991 José Luis de Villalonga, un polémico aristócrata que había combatido la opción al trono de Juan Carlos desde la Junta Democrática al exilio en París y después se había convertido en un entusiasta juancarlista, coincidió con el rey en Palma de Mallorca. Tenían en común una buena amiga, Marta Gayá, que al parecer fue su mentora cuando el rey decidió conceder a Villalonga el honor de ser su biógrafo autorizado. Sabino se opuso, pero Juan Carlos dijo que su compromiso con Villalonga era irreversible y no discutió más. A comienzos de 1992 se iniciaron las entrevistas. El resultado fue la recopilación de más de setenta horas de grabación. El rey se había desahogado con una gran sinceridad y un cierto descontrol. Villalonga, marqués de Castellvell, entregó el original a La Zarzuela y, al leerlo, Sabino puso el grito al cielo. Aun así, siempre dispuesto a hacer un servicio a la Corona, se puso a colaborar para que ésta saliera tan bien parada como fuera posible, armado con unas tijeras. Entre el original que Villalonga entregó en palacio y la edición que salió a la calle, había unas diferencias abismales. Y eso que mientras Sabino estaba en plena tarea de corrección le llegó el cese y tuvo que acabar su trabajo el nuevo jefe de la Casa, Fernando Almansa, y el historiador Javier Tusell. Como se hizo con cierta prisa, después también se tuvieron que introducir algunos cambios entre las ediciones francesa e inglesa y la edición española, a consecuencia de los cuales desaparecieron varios párrafos y fragmentos entrecomillados sobre el 23-F.

La salida de La Zarzuela de Fernández Campo no fue amigable y se debió en gran medida a la influencia de quien entonces empezaba a ser el verdadero «hombre fuerte» en palacio. El mismo Sabino lo ha dicho claramente, no sin resentimiento: «Yo salí por una puerta, y por otra entró Mario Conde». Fernández Campo ya había pedido varias veces y por escrito que lo relevaran, y había hablado con el rey de posibles sustitutos. Cuando en enero de 1990 se jubiló Nicolás Cotoner, marqués de Mondéjar, y Sabino fue ascendido a jefe de la Casa, propuso para el cargo de secretario al diplomático José Joaquín Puig de la Bellacasa, con vistas a que en un futuro próximo fuera su sucesor. Puig se incorporó prácticamente a los preparativos de la estancia veraniega de la familia real en Marivent, pero apenas sobrevivió en el cargo más allá del verano. No había química entre el rey y él. Salió enseguida. Al parecer, Puig de la Bellacasa, que era un hombre profundamente religioso y de moral estricta, se escandalizó con la conducta del monarca en Mallorca, y no supo o no quiso disimularlo. Aquello era precisamente lo que Juan Carlos no quería, ya harto de tener un tutor, casi un inquisidor, en Sabino. En otoño ya había decidido cesarlo. Para sustituirlo se nombró secretario general a Joel Casino, antes secretario de despacho en La Zarzuela, como una solución de trámite. El 30 de abril de 1992, el rey otorgó a Sabino Fernández Campo el título de conde de Latores (su pueblo natal). Y Sabino, que ya tenía 74 años, supo que se acercaba la despedida. Este tipo de distinciones solían coincidir casi siempre con el cese. Juan Carlos tenía la delicada costumbre de compensar de este modo a las personas que se quitaba de encima. Así había sido, por ejemplo, en los casos de Arias Navarro (nombrado marqués de Arias Navarro tras su dimisión), Torcuato Fernández Miranda (nombrado duque de Fernández Miranda) y Adolfo Suárez (nombrado duque de Suárez). Al menos, Sabino agradeció que el nombramiento se hiciese con cierta antelación. Su cese definitivo todavía tardó unos cuantos meses en llegar. Pero Mario Conde trabajaba sin cesar para conseguir que no se retrasara demasiado. Los argumentos que Conde utilizó para convencer el rey fueron diversos. Lo que más molestó a Sabino fue que dijera que padecía trastornos mentales, algo así como el «síndrome del sirviente» que se rebela contra su amo.

Pero lo más efectivo ante Juan Carlos fue la acusación de que Sabino estaba filtrando información comprometida a la prensa, con la intención de perjudicarlo. Precisamente él, que había trabajado tanto a lo largo de los años para hacer todo el contrario. Lo cierto era que, desde finales de la década de los ochenta, varias publicaciones ya habían empezado tímidamente a romper el pacto de silencio ¿Se daba por clausurada la Transición y la etapa en que la monarquía tenía que ser protegida? La primera publicación que había roto el hielo había sido el semanario
Tribuna
, dirigido entonces por Julián Lago, un periodista formado en
Interviu
y mucho más interesado en vender y ganar dinero que en ninguna otra cosa (unos años después se hizo famoso en la televisión con
La máquina de la verdad
). En julio de 1988, el semanario publicó un escandaloso reportaje titulado «Así se forran los amigos del rey. Sus fortunas y negocios», con el cual vendió un montón de ejemplares. Un par de años después, en verano de 1990, repitió el éxito con otro semejante: «Líos de la corte de Mallorca: aristócratas, financieros y políticos rodean a la familia Real». En un tono forzosamente más suave, también aquel mes de agosto,
El Mundo
se atrevió a publicar algunas cosillas, bastante escondidas, en su magazín de fin de semana, sobre la temporada estival del monarca. Al rey no le gustó nada el atrevimiento de la prensa, aunque, desde el punto de vista de Sabino, las críticas eran un «correctivo» poco dramático que no le venía mal, para que aprendiera a comportarse. El verano siguiente, el de 1991, merced a la amenaza de la prensa, Sabino consiguió que se contuviera un poco cuando estaba de veraneo y en otros saraos de invierno. Fue el primer año, por ejemplo, que no hizo la habitual verbena en el Campo del Moro para celebrar su santo, y se llevó la fiesta a Sevilla para impulsar la última fase de los preparativos de la Expo 92, con muchos menos invitados. Esto llevó a
Tribuna
a elaborar otra portada con el título: «El Rey rectifica».

Pero en 1992 se volvió a desencadenar la tormenta, iniciada cuando el rey se perdió en Suiza en el mes de junio y la prensa difundió su aventura con Marta Gayá. El desmentido de Fernández Campo a la radio, con aquel tan sospechoso «lo que se me ha dicho es que está descansando», dio pie a Mario Conde para relacionar al jefe de la Casa Real con el origen de las filtraciones a la prensa. Y lo cierto es que Sabino nunca había estado tan poco hábil a la hora de desmentir algo. En favor de quienes pensaban que el jefe de la Casa Real había tenido algo que ver con la publicación de aquellas informaciones, además estaba la confirmación de que no había perdido su poder sobre la prensa en las ocasiones en que sí quería ejercer el control. Demostró su poder, por ejemplo, cuando consiguió evitar que el 7 de agosto de 1992 el diario
Claro
saliera a los quioscos. De esta fecha es la última edición, en la que el periodista José Ayala había escrito el artículo titulado «Drogas, la razón por la que Isabel Sartorius nunca será reina de España». Contaba cómo la reina Sofía había frustrado el noviazgo con el príncipe Felipe, al enterarse de que un hermano de ésta había estado detenido en Argentina por consumo de cocaína y que la madre de los dos había sido investigada en relación con el narcotráfico por el juez de la Audiencia Nacional Carlos Bueren. Aunque también corrió el rumor de que la filtración había sido culpa de Mario Conde, en las informaciones de
Point de Vue
y
Oggi
sobre el romance mallorquín del rey se citaban fuentes anónimas del «personal de La Zarzuela». Y, para dar el golpe de gracia, Pedro J. reconoció ante el rey algo así como que el mismo Sabino le había dicho alguna vez que consideraba que hacía falta sugerir al monarca, a través de la prensa, que estaba vigilado. Como trasfondo de la acusación de filtrar información inconveniente, había otra más grave, en la que se sugería que con esto Sabino pretendía provocar la abdicación del rey a favor de su hijo; una idea con la que también estaba de acuerdo la reina. No se pudo probar nada, y Sabino lo negó rotundamente.

De lo que no cabe duda es de que tenía muy buenas relaciones con Sofía. Ya en 1991, con la excusa de los reportajes sobre los veraneos del rey que
Tribuna
y
El Mundo
habían publicado el verano anterior, la reina y el secretario general habían «conspirado» juntos para intentar que pasara una parte de las vacaciones en Santander, lejos de las islas del pecado. Pero al final, no lo pudieron conseguir y los amigos de Mallorca se alegraron mucho. Conde acabó de convencer al monarca de la presunta falta de lealtad de Sabino en un ágape con Pedro J. Ramírez, en el que los tres se rieron mucho pensando en cómo había sido de oportuno el título de conde de Latores («delator es»), considerando las circunstancias. Y a partir de aquí, el relevo se precipitó traumáticamente. Sin que se llegara a acordar un sustituto con Sabino, ni esperar la jubilación prevista tan sólo para unos meses después, el jefe de la Casa Real y la reina se enteraron por sorpresa, a la vez, del cese inmediato. Fue en el transcurso de una comida de los reyes con Sabino, en que precisamente se celebraba el aniversario de éste, cuando Juan Carlos dijo de pronto, como si nada: «¡Oye, Sofía, que éste se nos va!». La reina se quedó tan sorprendida como el mismo Fernández Campo, y bastante afectada, puesto que en los últimos tiempos se había convertido en confidente y en la persona que enjugaba sus lágrimas. Antes que Sabino y que la reina, ya habían sido informados el presidente Felipe González, el vicepresidente Narcís Serra y el ministro de Asuntos Exteriores, Javier Solana.

Y, al menos, compartían el secreto el presidente del Banesto, Mario Conde; el amigo del rey, Manuel Prado y Colón de Carvajal; el jefe del CESID, el general Alonso Manglano; su sustituto, el diplomático Fernando Almansa; el nuevo secretario general de la Casa Rafael Spottorno; el director de
El Mundo
, Pedro J. Ramírez, y el empresario Francisco Sitges.

El cese del jefe de la Casa del Rey fue oficial el 8 de enero de 1993. Tres días después, el 13, en La Zarzuela se brindó en honor suyo, con todo el personal de palacio, y ya con la presencia de su sustituto, Fernando Almansa. Sabino pronunció unas breves palabras de despedida, aunque se disculpó por el hecho de que «la explicable y acertada celeridad» con que habían tenido lugar los acontecimientos no le hubiera permitido «disponer de las dos semanas que, según Mark Twain, son imprescindibles para realizar una buena improvisación». El chiste de Mario Conde sobre el título de conde de Latores («delator es») había hecho tanta gracia al rey que no perdió la oportunidad de explicarlo una y otra vez hasta gastarlo y, desde luego, acabó llegando al mismo Sabino. Éste no renunció al título, pero no lo utilizó nunca. El único que figura en sus tarjetas es el de marqués de la Ensenada, que es la calle en la que vive.

Mario Conde, delirios de grandeza

Si Sabino Fernández Campo padeció el «síndrome del sirviente», Mario Conde, por su parte, pecó de «delirios de grandeza». Sus ansias de aproximarse al monarca formaban parte de una estrategia general para llegar a convertirse en el hombre más poderoso de España. Y durante el breve período que estuvo en las alturas, casi lo consiguió, aunque no había partido de una especial posición de privilegio. Más bien era lo que los americanos llamarían un
self-made man
, un hombre que se hace a sí mismo, paradigma del éxito en la sociedad capitalista de las oportunidades para aquéllos que demuestran tener menos escrúpulos.

Mario Conde conoció a Juan Carlos a través de su socio Juan Abelló, con quien había dado el primer pelotazo económico importante de su vida con la venta de Antibióticos, uno de los pocos laboratorios farmacéuticos autorizados en España para elaborar productos derivados del opio. Lo vendieron a Raul Gardini, entonces presidente de Montedison, la empresa química más importante de Europa. Gardini veraneaba en Mallorca y era amigo personal del rey hasta que, en 1994, se suicidó tras ser implicado por los jueces italianos en temas de corrupción. Se ha escrito que fue la amistad que había crecido entre Don Juan, el padre del rey, y Mario Conde la que facilitó la aproximación del banquero a Juan Carlos. Pero difícilmente pudoxxds haber sido así, teniendo en cuenta que Don Juan y su hijo nunca tuvieron buenas relaciones. Habían pasado demasiadas cosas entre ellos: la muerte del infante Alfonso, el hecho de que Juan Carlos aceptara la designación como sucesor de Franco, saltándose a su padre a la torera, la poco elegante ceremonia de renuncia a sus derechos que le habían organizado en La Zarzuela… En fin, que no eran precisamente camaradas.

Más bien, la confraternidad de Mario Conde con los dos al mismo tiempo suponía un problema para el monarca, que más de una vez discutió con el banquero: «¡Tienes que entender que rey sólo puede haber uno!», le decía a Conde. La relación con Don Juan había surgido en un momento diferente y por otros vías, a través de José Antonio Martín (el apellido completo es Martín y Alonso Martínez), un antiguo marino mercante que acabó siendo asesor de imagen de Mario Conde. Martín había invitado una vez a cenar a su domicilio madrileño a quien entonces ya era presidente del Banesto, para que conociera al padre del rey. Congeniaron inmediatamente porque a los tres les unía la pasión por el mar (desde un punto de vista muy diferente al de Juan Carlos, que no disfrutaba del reto de la vela, sino de la velocidad, cosa que los tres criticaban). Además siempre corrió un rumor, con bastantes aires de veracidad, sobre la pertenencia de Don Juan y Mario Conde a la misma logia masónica, cosa que, sin duda, les habría unido mucho más. Sobre todo en los últimos años de su vida, el conde de Barcelona, apartado del protocolo de la Casa Real y abandonado por los «amigos» que se habían movido a su alrededor durante años con ambiciones políticas que ya no tenían sentido, se sentía bastando solo. Y Mario Conde le divertía, le acompañaba… y, sobre todo, le halagaba prestándole tanta atención. El banquero, a su vez, pensaba un poco en sí mismo. Al fin y al cabo él, que no era nadie, que había partido de la nada, era considerado por todos como el mejor amigo de un casi rey, cosa que le llenaba de orgullo desde el punto de vista más íntimo. Don Juan fue su primer «Éxito» social con mayúsculas. Cuando en el verano de 1992 el conde de Barcelona tuvo que ser ingresado, el banquero no dejó de ir a visitarle asiduamente, sin aspavientos y hasta con elegancia, entrando en la Clínica Universitaria de Navarra por la puerta trasera para no ser detectado por la prensa. El mismo Juan Carlos —que viendo próxima la muerte de su padre tuvo, como tantos hijos, un último pronto de amor filial mezclado con sentimientos de culpa— se dio cuenta y potenció abiertamente las visitas de Conde: «Mario, ven a ver a papá. Dice que se aburre con todos menos contigo. No quiere verme a mí, ni al príncipe, ni a las infantas», le decía el rey.

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