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Authors: Mary Nickson

Tags: #Romántico

Un verano en Escocia (16 page)

BOOK: Un verano en Escocia
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—Vale —dijo Joss.

—¿Podemos ir a ayudar Edward y yo? —preguntó Amy.

—Bueno… y luego a cenar y a dormir, sin discusiones. No dejes que Edward se vuelva a ensuciar.

Mick se llevó la camioneta y Giles abrió la marcha por el sendero enlosado que salía de la casa, mientras Amy iba dando botes a su lado, tarareando una canción y Edward, con su paso torpe y desgarbado, desgranaba una retahíla de preguntas sobre las pautas de alimentación de las gallinas. Giles contestaba pacientemente, arreglándoselas para dar la impresión de que le interesaba tanto aquel limitado tema de conversación como si estuviera hablando de un concierto vital. Lorna acomodó su paso al de Daniel. No había absolutamente ninguna necesidad de que fuera a ayudar, pero le pareció una oportunidad de oro, ahora que Isobel no podía oírla, para establecerse en la mente de Daniel como la mano derecha de Giles y demostrarle lo cálida y accesible que podía ser. Lamentaba su anterior impaciencia por teléfono.

—No dudes en pedirme cualquier cosa que necesites —le dijo ahora—. Supongo que habrá montones de cosas que necesitarás y que no habremos pensado en proporcionarte. Por favor, recuerda que para eso estoy aquí, solo tienes que decírmelo. A Giles no le gusta que Isobel se preocupe de los pequeños detalles relativos al teatro. Siempre está muy ocupada con los niños y se cansa fácilmente. Es conmovedor lo que Giles la protege. —Tanto Isobel como Giles se habrían quedado atónitos ante aquel retrato de su vida.

—Procuraré no molestarla. Gracias —dijo Daniel, sorprendido. Isobel no le había parecido alguien frágil ni falto de energía—. Quizá podrás decirme algo… Supongo que la tela especial que encargué ya habrá llegado. Brodie y Middleton, los proveedores de artículos de teatro de Drury Lane, confirmaron que la habían enviado y suelen ser muy fiables.

Aquello era muy violento; Lorna no tenía ni la más remota idea de cuál era la respuesta y no supo si sentirse aliviada o irritada cuando Joss, que estaba detrás de ellos, intervino en la conversación y dijo:

—Sí, hace unas semanas llegó un envío enorme y lo guardamos todo en los establos. Isobel hizo que Mick y yo lo trasladáramos todo al teatro la semana pasada, cuando se fueron los electricistas y ya no había peligro de que se estropeara nada.

Lorna se preguntó si Joss habría oído toda la conversación o solo la pregunta de Daniel. No quería de ningún modo animar la amistad entre el joven pintor y los dos neozelandeses.

—Gracias, Joss —dijo y añadió gentilmente para beneficio de Daniel—. A veces no sé qué haríamos sin Joss y Mick.

No vio la mirada irónica ni el guiño divertido que Joss le dirigió a Daniel.

Cuando llegaron al Old Steading, Mick ya estaba abriendo la puerta trasera de la camioneta. Giles abrió la puerta lateral que llevaba directamente al interior del teatro.

—Echa una mirada, Daniel. Aquí es donde vas a desplegar tu magia —dijo, observando satisfecho la expresión de la cara del joven.

Daniel notó el acelerón de adrenalina que lo inundaba cuando algo en un nuevo escenario despertaba su imaginación.

—Es fantástico tener una cosa así en la familia —dijo—. No me extraña que quieras darle un mayor uso. Me muero de ganas de empezar.

Giles le sonrió.

—Entonces pongamos manos a la obra y traigamos la pintura para comenzar. ¿Dónde quieres que dejemos las cosas?

—Se trata de si queréis que trabaje aquí mismo; todo tiene un aspecto tan elegante… o si tenéis otro edificio grande y vacío donde no importe tanto lo que yo ensucie.

—Oh, vaya, en realidad no. Supongo que tendríamos que haberlo pensado. —Giles se frotó la barbilla, pensativo—. Sé que quieres que te preparen una especie de marco y he quedado con Mick y Angus Johnstone, nuestro hombre para todo, el hermano de Bruce, el que se ha llevado tu coche, para que vengan mañana y fabriquen lo que necesites. Pero no tenemos libre ningún edificio adecuado y sin goteras. La propiedad es tanto una granja en explotación como un lugar para conciertos.

—Ah, bien, no te preocupes. Tendré que poner un cuidado especial —dijo Daniel, alegremente—. Lo mejor será colocarlo todo en el propio escenario. Así habrá menos probabilidades de que alguien le dé una patada a un bote de pintura y lo vuelque… que es la historia de mi vida.

—¿Podemos ayudar a traer las cosas? —preguntó Amy.

—Claro —respondió Daniel—. Tú vas a ser mi ayudante en jefe, ¿no? Quedamos así en el coche. Ven a coger unos cubos y botes de pintura. No pesan mucho, pero puede que algunas tapas no sean muy seguras, así que mejor no se te caiga ninguno.

—¿Es prudente dejar que los niños toquen esas cosas? —preguntó Lorna, pero nadie le hizo ningún caso.

—En algún sitio de la camioneta hay varias sábanas de polietileno y unas enormes fundas viejas para el polvo —le dijo Daniel a Mick—. Me temo que estará todo tan mezclado que pueden estar debajo de todo lo demás, pero las necesitaré para proteger el suelo y será mejor que ponga los botes de pintura encima de periódicos, si tenéis periódicos viejos…

—No te preocupes, tenemos montones. Traeré una pila. —Mick estaba hurgando en la parte trasera de la camioneta y pasándole cosas a Joss.

Daniel le dio a Amy un bote de pintura.

—Lago carmesí —leyó la niña, mientras lo dejaba con cuidado en la carretilla del jardín, que Joss había traído con él—. Qué curioso. Uno pensaría en el azul para un lago, ¿no?

—Pues, no sé. ¿Qué hay del mar Rojo?

Amy soltó una risita.

—¿Cuántos colores diferentes tienes?

—Muchos. Por lo general, llevo conmigo unos diecisiete colores básicos y, además, claro, los mezclo para conseguir otros colores.

Amy miró los nombres.

—Amarillo cadmio, amarillo Nápoles, sombra cruda, sombra quemada, verde cromo, bermellón —iba leyendo—. Suenan como la letra de una canción.

—¿Qué te parece? A lo mejor podrías componer una para mí y tocarla con tu violín. Bien mirado, hay canciones de caza y canciones militares, canciones para dormir a los niños y canciones de amor. ¿Por qué no una canción para pintar? Así podría cantarla mientras trabajo.

A Amy se le iluminó la cara.

—¿Podríamos papá?

—No veo por qué no —dijo Giles.

Edward los observaba desde una cierta distancia, con el pulgar en la boca, removiendo el suelo con el zapato, desconfiado como un animal salvaje que podía salir disparado a refugiarse en la maleza y perderse de vista en cualquier momento.

—¿Qué puede llevar Edward? —preguntó Amy, que era capaz de captar los mensajes de su gemelo cuando nadie más recibía las señales que emitía.

—¿Qué tal esto? —Daniel le tendió un palillo largo y ligero.

—¿Para qué es? —preguntó Amy.

—Se llama
mahlstick
. ¿Ves? Tiene un pequeño nudo de madera al final, forrado de piel. Pues si estás trabajando en lo alto de una escalera, digamos en un gran mural, y quieres pintar todos los pequeños detalles y necesitas tener una mano extra firme, a veces tienes que estabilizarte apoyando el brazo izquierdo en la pared, pero si lo hicieras podrías emborronar lo que has pintado. Así que apoyas la mano izquierda en el bastón y el pequeño nudo la aleja de la pintura. ¿Edward me haría el favor de llevarlo dentro?

Daniel lanzó la pregunta al aire, sin dirigirla a nadie en particular y Edward se acercó, le cogió el pequeño bastón, lo llevó adentro, con mucho cuidado, y lo dejó en el suelo al pie del escenario.

Luego volvió.

—¿Qué más? —preguntó con su ceceo característico.

—¿Qué tal una de mis teteras de pintura?

—¿Haces té con ellas?

—No, pero las llaman así. No sé por qué —dijo Daniel sonriéndole a Edward—. Sobre todo las uso para guardar los pinceles, pero a veces, si estoy pintando un fondo muy grande, mezclo la pintura dentro.

—Creo que Edward no tendría que tocar nada —dijo Lorna.

Pero en aquel momento el móvil de Giles sonó dentro de su bolsillo.

—¿Sí? —dijo—. De acuerdo, cariño. Enseguida voy para hablar con él. Dile que no cuelgue. —Se guardó el teléfono en el bolsillo de nuevo—. Lo siento, chicos. Tengo que saltarme la descarga; hay una llamada que tengo que contestar en casa. Lorna, ¿podrías acompañar a Daniel de vuelta cuando esté listo? No hay prisa, Daniel. La cena es un festín totalmente flexible y absolutamente informal —añadió y, llamando a Wotan con un silbido, se dirigió rápidamente hacia la casa.

Daniel pensó que hombre y perro parecían expresamente diseñados para encajar en el decorado, con sus líneas definidas, largas y elegantes, y con su fácil confianza en sí mismos. Decidió seguir una vieja tradición artística y ponerlos en el decorado que estaba a punto de pintar. Le gustaba poner el retrato de su patrón en algún lugar de su encargo. Con frecuencia, ni siquiera se daban cuenta.

Lorna estaba encantada de que, según ella lo entendía, la hubieran dejado al mando. No creyó que hubiera necesidad de que se ofreciera para ayudar con el trabajo manual, así que se sentó en el borde del escenario y se dedicó a supervisar, mientras los otros sacaban cosas de la camioneta y los niños ayudaban llevando las cosas más ligeras y dejándolas donde Daniel les decía.

Todo iba bien, con la colaboración de tantas manos y casi habían acabado de descargar, cuando Lorna vio que Edward avanzaba, tambaleándose, sujetando dos botes de pintura contra el pecho.

—¡Edward! —dijo con tono brusco—. ¡Deja eso inmediatamente!

Al momento, Edward, que estaba a punto de colocarlos en el escenario con las demás cosas, hizo lo que le ordenaban y los dejó caer como si estuvieran contaminados y le fuera la vida en ello. Se oyó un paf y un choof cuando el azul cobalto se derramó por la madera.

—Trapos mojados… rápido —dijo Daniel.

Matt y Joss fueron corriendo a la cocina contigua y volvieron con viejos paños de cocina y cubos de agua.

Lorna cogió a Edward por el codo y lo apartó bruscamente del charco que se iba extendiendo a sus pies.

—Malo, más que malo —dijo sacudiéndole el brazo con rabia—. ¿Ves lo que has hecho? Te dije que no tocaras las pinturas.

Edward se retorcía, tratando desesperado de librarse de la furiosa presa de Lorna. Entonces se oyó un fuerte crac, cuando al dar un paso atrás pisó el alargue para el pincel y lo partió por la mitad.

Amy se volvió hacia su tía, con la cara roja de ira.

—¿Cómo te atreves? ¿Cómo te atreves a decirle eso a Edward? No es culpa suya; es culpa tuya, solo tuya —le escupió furiosa; parecía una pequeña gata, protegiendo a sus gatitos—. Eres horrible. Te odio, tía Lorna.

—Eh, ya basta, Amy —dijo Joss, lanzándole una mirada de advertencia, aunque él mismo deseaba retorcerle el cuello a aquella mujer. Mick, Daniel y él ya estaban limpiando, absorbiendo la pintura azul, que parecía haber salpicado por todas partes, con los trapos mojados y un cubo.

Lorna recogió los trozos del alargue.

—Lo siento tantísimo, Daniel. Tendría que haber impedido que Edward tocara nada. —Lo miró abriendo mucho sus ojos azules, queriendo que se pusiera de su lado, que la aceptara.

—Cielos… ese bastón no tiene la más mínima importancia. —Daniel se sentía muy violento y disgustado por aquella escenita. Notaba que estaba pasando algo más oscuro y profundo de lo que justificaba la pintura vertida—. De todos modos, solo lo uso en superficies duras, como una pared, cuando pinto un mural. Si me apoyara en la tela, lo más probable es que la atravesara con el brazo. No creo que queden señales en el suelo; por suerte es pintura de base acuosa, y Mick ha ido muy rápido con los trapos. No fue culpa de Edward; nunca habría pasado si mi viejo cacharro no se hubiera averiado y provocado todo este jaleo. Además, no es el primer bote de pintura que se derrama ni será el último, y por lo que veo creo que no quedará ni señal.

Edward permanecía de pie, temblando, en el extremo más alejado de la estancia, de cara a la pared, con el pulgar en la boca y tapándose la cabeza con el brazo izquierdo. Cualquiera que no supiera que era un niño distinto podría pensar que estaba tratando de protegerse de unos golpes esperados. En realidad, estaba tratando de volverse invisible, como un niño pequeño que pone en práctica el principio del avestruz y esconde la cabeza en la arena. Tenía la mirada perdida, llena de espanto.

Joss fue hasta él, lo cogió y lo sentó a su lado en el escenario.

—No pasa nada, Ed —dijo—. No pasa nada de nada. Nadie está enfadado. Amy, corre a buscar a mamá. Dile que traiga las inyecciones de Edward, por si acaso.

—Oh, seguro que no hay ninguna necesidad de eso. —La cara de Lorna estaba roja—. Creo que estás exagerando, Joss.

—Guardamos su Valium en el frigorífico de la cocina y siempre lo llevamos con nosotros cuando vamos con Edward a cualquier sitio… Isobel, Giles o yo. Si Edward tiene un ataque, es preciso que se lo demos enseguida —dijo Joss, con cara inexpresiva.

Amy se marchó corriendo.

—Isobel me ha dicho que no ha tenido un ataque desde hace siglos —dijo Lorna, desafiante.

—Es verdad. Pero un disgusto fuerte puede provocárselo.

—Personalmente, creo que Edward toma demasiados medicamentos —dijo Lorna, con voz de enterada, aunque se daba cuenta con cierta comodidad de que no tenía ni idea de si Joss estaba pinchándola deliberadamente o si la situación podía llegar a ser grave de verdad. No quería parecer ignorante ni insensible ante Daniel.

Se volvió hacia él, haciendo un gesto de disculpa.

—Por favor, no pienses más en este jaleo, Daniel —dijo—. Encargaré otro
mahlstick
si me dices dónde encontrarlo. La torpeza de Edward es uno de los riesgos a que estamos acostumbrados en la familia y me culpo por lo sucedido. No tendría que haberle permitido coger nada de importancia. No puede evitarlo, claro, es un retrasado, como sin duda ya habrás comprendido. Asumo toda la responsabilidad por la pintura; fue culpa mía.

—Sí, tienes toda la razón, Lorna. Fue culpa tuya. Le dijiste que la dejara de inmediato y eso es exactamente lo que hizo. Yo diría que ha reaccionado con una condenada rapidez y, además, no es sordo —dijo Mick, con intención—. No tienes ni un pelo de tonto, ¿verdad, Ed? —Alborotó el pelo de Edward al pasar junto a él para ir a buscar las últimas cosas de la camioneta y le lanzó a Lorna una mirada de abierta antipatía.

Mientras lo miraba alejarse, Lorna decidió que, de la manera que fuera, tenía que librarse de los neozelandeses. Nunca estaría cómoda mientras andaran por allí con su actitud hostil y lo que consideraba un trato excesivamente familiar con sus jefes.

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