—¿Y cómo se supone que debo empezar a hacer conjeturas y a guiarme por las probabilidades?
—No tienes confianza suficiente en tu propio intelecto. A mí me parece que razonas de este modo todo el tiempo, pero como no estás versado en filosofía no eres capaz de reconocer el tipo de pensamiento que practicas. Estaré encantado de prestarte algunos libros.
—Sabes muy bien que no tengo cabeza para tus libros difíciles, Elias. Afortunadamente dependo de ti para que los estudies por mí. ¿Qué nos dice la filosofía del señor Pascal que debemos hacer con el asunto que nos traemos entre manos?
—Déjame que piense —me dijo despacio, y miró hacia arriba estudiando el techo.
Debo decir que nunca me cansaba mi amistad con Elias, porque era un hombre de muchas facetas. De haber entrado por la puerta en aquel momento una ramera atractiva, se hubiera olvidado de que hombres como el tal Pascal pisaron alguna vez la faz de la tierra, pero por el momento tenía a mi disposición todo el poder de su intelecto, y creo que le complacía en grado extremo aplicarlo a mi causa.
—Tenemos un hombre —comenzó lentamente— cuya muerte ha dejado al descubierto su bancarrota. Su hijo piensa que el suicidio es una artimaña y que su bancarrota está relacionada con su muerte; piensa, de hecho, que la muerte es consecuencia del deseo de dejarle en la bancarrota. Sin duda —reflexionó Elias—, el asesino no puede ser un ladrón normal. Uno no puede robar sin más los títulos de otro: hay que llevarlos a la institución emisora para que sean transferidos.
—¿Qué instituciones emiten bonos?
—El Banco de Inglaterra tiene el monopolio sobre la emisión de Bonos del Estado, pero luego están también las compañías, claro: la Compañía de los Mares del Sur, la Compañía de las Indias Orientales, y demás.
—Sí, últimamente he oído hablar mucho de estas compañías. Especialmente del Banco y de la Mares del Sur. ¿Pero cómo sabes tanto de todo esto?
—No sé si sabes que me he aficionado algo a jugar en bolsa —se hinchó un poco, lanzando una mirada por el Jonathan's como si fuera el dueño del lugar—. Y como podría decirse que soy un habitual de los cafés, no es raro que aprenda alguna cosa sobre el negocio. He adquirido algunos valores que me han reportado gratos beneficios, aunque lo que más me interesa son los proyectos.
Creo que cuando nació Elias los inventores de proyectos y los intrigantes del mundo entero se tomaron unos tragos a su salud y otro más para honrar a sus padres. Desde el comienzo de mi amistad con Elias había invertido, y perdido, dinero en proyectos para la pesca del arenque, la plantación de tabaco en la India, la construcción de un barco que navegase bajo el mar, la desalación del agua marina, la fabricación de una armadura resistente al fuego de mosquete para los soldados, la creación de un motor que se alimentase de vapor, la invención de una especie de madera maleable y la cría de una raza de perro comestible. Una vez me burlé de él sin piedad por invertir cincuenta libras —que pidió prestadas a una serie de ingenuos, incluido yo mismo— en un proyecto «para la producción de enormes cantidades de dinero por medios que, una vez revelados, asombrarán».
De modo que, aunque no creyese que Elias fuera el inversor más cauto del mundo, sí creía que comprendía el funcionamiento del mercado de valores.
—Si un simple ladrón no puede robarle sus valores a alguien —seguí preguntando—, ¿quién puede, y con qué propósito lo haría?
—Bueno. —Elias se mordió el labio—, podríamos pensar en la propia entidad emisora.
Eché una carcajada como si encontrase la idea ridícula. Pero no podía olvidar al viejo enemigo de mi padre, Perceval Bloathwait, el director del Banco de Inglaterra.
—¿Quieres decir que el Banco de Inglaterra, por ejemplo, podría matar a dos hombres para conseguir algo, que el Banco de Inglaterra es responsable de intentar quitarme la vida a mí también?
—¡Señor Adelman! —gritó el mozo del café al pasar por nuestra mesa—. ¡Hay un coche esperando al señor Adelman!
Observé de lejos cómo el amigo de mi tío se abría paso a través del café, seguido de un grupúsculo de sicofantes que le acosaron incluso mientras trataba de cruzar el umbral. Por un momento me sentí sorprendido, como si fuera una extraña coincidencia que él estuviera en el mismo sitio que había elegido yo para tomarme un pocillo de café. Luego me acordé de que era yo quien había elegido tomar un pocillo de café en su lugar de trabajo. No era él quien me perseguía a mí, sino más bien al contrario.
Me volví de nuevo hacia Elias, quien, mientras yo andaba perdido en mis pensamientos, había estado especulando sobre las intenciones asesinas de la institución financiera más poderosa del país.
—Quizá el Banco se diera cuenta de que le resultaba imposible pagar el interés y tuviera que deshacerse de todos los inversores —propuso—. ¿Qué mejor manera de ordenar las cuentas que hacer que algunos bonos desaparezcan? Quizá u padre y Balfour tenían una cantidad muy grande de participaciones de alguna institución en particular.
Sentí una especie de escalofrío. Elias estaba levantando un espectro que mi tío había despreciado por ridículo.
—Me han dicho que tal cosa es improbable. No creo que el Banco de Inglaterra vaya por ahí asesinando a sus inversores. Si necesitaba incumplir algún préstamo, estoy seguro de que existen formas más eficaces de hacerlo.
Elias gesticuló.
—Por el amor de Dios, Weaver. ¿De qué crees que se trata en el Banco de Inglaterra?
—De asesinatos no, claramente.
—Esa no es su función, pero no hay razón alguna para creer que el asesinato no se encuentra entre sus instrumentos.
—¿Por qué? —le pregunté—. ¿No es más probable que estos asesinatos hayan sido llevados a cabo por un hombre o un grupo de hombres en lugar de como parte del programa de una compañía?
—Pero si este hombre u hombres actúan para servir a la compañía, entonces no sé si veo la distinción. La compañía sigue siendo el villano. ¿Y qué significa la vida de un hombre o dos a ojos de una institución tan enorme como el Banco de Inglaterra? Si la muerte de un hombre sugiere la probabilidad de un beneficio financiero considerable, ¿qué va a detener al Banco o a alguna de las otras compañías a la hora de hacer una inversión tan sangrienta? Ya ves, el meollo de la cuestión es que este tipo de cálculo de probabilidades, que va a ayudarte a averiguar lo que hay detrás de estas atrocidades, ha permitido la aparición de las mismas instituciones que con mayor probabilidad están involucradas en el asesinato de tu padre. El Banco y las compañías se dedican a la correduría bursátil a gran escala, ¿y qué es jugar en bolsa si no un ejercicio de probabilidades?
—Entre mi tío y tú, Elias, me siento como si me hubiera matriculado en una de las universidades. No sé si soy capaz de desentrañar todo esto de la probabilidad y los Bonos del Estado y Dios sabe qué más —hice una pausa y pensé que quizá estuviera desechando lo que decía Elias con demasiada rapidez—. ¿Cómo se relaciona la probabilidad con estas compañías?
La sonrisa en el rostro de mi amigo me indicó que había estado esperando que le hiciese esa pregunta.
—Es la teoría de la probabilidad la que ha permitido la aparición de los valores. Para invertir, tienes que pensar en lo que es probable, no en lo que se sabe a ciencia cierta, y actuar en consecuencia. Considera el negocio de las aseguradoras. Un hombre paga a una aseguradora porque sabe que es posible que algo le ocurra a sus bienes. La compañía aseguradora, por su parte, acepta el dinero, sabiendo que en cada caso individual es probable que no ocurra nada, de manera que cuando se ve obligada a pagar, la mayor parte del dinero está seguro. Ahora bien, es posible que todos los barcos asegurados por una compañía acaben en el fondo del océano, y entonces la compañía iría a la bancarrota, pero un azar tan monstruoso no es probable, así que nuestros amigos los potentados de las compañías aseguradoras duermen la mar de bien por las noches.
Sentía que Elias estaba en la cúspide de algo que yo seguía sin entender.
—Nada de esto explica por qué el Banco de Inglaterra querría verse involucrado en un asesinato.
Los ojos de Elias se iluminaron como velas gemelas al retomar el tema de la villanía del Banco.
—De nuevo estás pensando en términos de probabilidad. ¿Qué podría, con toda probabilidad, explicar los dos asesinatos? El viejo Balfour murió en circunstancias misteriosas, y resultó que en sus finanzas había grandes agujeros de dinero. No sabemos cuánto, pero si es una cantidad que pudiera ser equivalente a la diferencia entre estar en la bancarrota o no, deberemos suponer que se trata, al menos, de diez mil libras. Quizá más. ¿Estás de acuerdo?
Le dije que sí.
—Entonces, los valores por una cantidad de esa envergadura serían, o bien acciones de las compañías de comercio exterior, o bien Bonos del Estado emitidos por el Banco de Inglaterra. En cualquiera de los dos casos, esos fondos no son transferibles, lo que quiere decir que para que alguien, aparte del dueño legal, posea esos valores, este último tendría que transferir oficialmente su titularidad al Banco en las horas oficiales de transferencia. Yo no puedo coger simplemente los fondos de Balfour y decir que son míos. O él o sus herederos tendrían que firmar la transferencia a mi nombre.
—Creo que te entiendo. Un ladrón común no ganaría nada con esos valores, de modo que el asesino tiene que ser alguien que esté involucrado en la compañía, porque sólo alguien así puede convertir los valores en beneficios.
—Exacto —dijo Elias.
—Pero eso no explica por qué tiene que estar involucrada la institución misma. ¿No podría el asesino ser un oficial de la compañía, alguien que pudiera transferir fondos robados a sí mismo o a un socio?
—Una sólida conclusión. —Elias me sonrió con cierto paternalismo—. Pero me dijiste que el viejo Balfour y tu padre tenían un misterioso negocio entre manos antes de morir. De la fortuna de tu padre no parece que falten valores. A mi parecer, es posible por lo tanto que el motivo de estos asesinatos sea algo más que el robo. El viejo Balfour y tu padre sabían algo, o bien se traían entre manos algún negocio o planeaban algo que les hacía peligrosos para algunos hombres muy poderosos. Es que no paras de considerar la muerte del viejo Balfour por un lado y la de tu padre por otro. Y si estas muertes están relacionadas, entonces el móvil es más que el robo, y eso a mí me sugiere una conspiración, y las conspiraciones sugieren poder.
Permanecí en silencio un momento, considerando los hábiles brincos que daba Elias de conclusión en conclusión. No me terminaba de creer lo que decía, pero no podía negar la habilidad que demostraba para extraer respuestas posibles de lo que yo había visto como un batiburrillo de datos sueltos.
—¿En qué tipo de conspiración estás pensando?
Elias se mordió el labio inferior.
—Dame un chelín —me dijo por fin. Agitó la mano con impaciencia al ver mi gesto de perplejidad—. Venga, hombre, no seas sieso, Weaver. Pon un chelín sobre la mesa.
Me llevé la mano al bolsillo y rebusqué hasta encontrar un chelín que deposité de un golpe.
Elias lo cogió antes de volverlo a poner sobre la mesa.
—Es una pena de chelín —observó—. ¿Qué le ha pasado?
Era efectivamente una pena de chelín. Habían limado los bordes hasta convertirlo en un pedazo informe de metal de apenas la mitad de su peso original.
—Lo han recortado —le dije—. Lo mismo que uno de cada dos chelines en el Reino Unido. ¿Estás sugiriendo que las compañías están involucradas en el recorte de monedas?
—No, no exactamente. Sólo quiero demostrar la idea de lo que están haciendo estas compañías. Nuestros chelines son recortados y limados, y la plata que sobra se funde y se vende en el extranjero. Ahora tienes un chelín que contiene quizá tres cuartas partes de su metal original. ¿Aún vale un chelín? Bueno, pues sí, más o menos, porque necesitamos un elemento de cambio para que la nación funcione sin sobresaltos —sujetó la moneda en alto entre el índice y el pulgar—. Este chelín recortado no es más que una metáfora, si quieres, de la ficción en la que se ha convertido la idea del valor en este Reino.
Fingí que no le había visto meterse la moneda en el bolsillo.
—De ahí el éxito del billete bancario —observé—. Al menos en parte, por lo poco que entiendo. Si la plata no circula, sino que se mantiene intacta allí donde no puede dañarse, la representación de la plata proporciona una medida de valor segura. La ficción se sustituye así por la realidad, y tu ansiedad con respecto a estos nuevos mecanismos financieros se disuelve.
—¿Pero qué ocurriría, Weaver, si no hubiese plata? ¿Si la plata se sustituyese por billetes de banco, por promesas? Hoy estás acostumbrado a sustituir un billete de banco por una gran cantidad de dinero. Quizá mañana olvides que un día utilizaste dinero real. Intercambiaremos promesas, y ninguna de esas promesas se cumplirá nunca.
—Incluso si algo tan absurdo llegara a suceder, ¿qué daño habría en ello? Después de todo, la plata sólo tiene valor porque todo el mundo está de acuerdo en que lo tiene. No es como la comida, que tiene utilidad en sí misma. Si todos estamos de acuerdo en que los billetes de banco tienen valor, ¿cómo es que son menos valiosos que la plata?
—Pero es que la plata es plata. Las monedas se recortan porque te puedes llevar la plata a España o a la India o a la China e intercambiarla por algo que deseas adquirir. Eso no puedes hacerlo con un billete de banco, porque no hay nada que apoye la promesa fuera de su lugar de origen. No lo entiendes, Weaver: estas instituciones financieras se dedican a restarle valor a nuestro dinero para sustituirlo por la promesa del valor. Porque en cuanto controlen la promesa del valor, controlarán toda la riqueza misma.
—¿Es ésta la conspiración de la que hablas? ¿Me estás diciendo que crees que una de las compañías está conspirando para hacerse con el control de toda la riqueza del Reino?
Elias se inclinó hacia delante.
—No una de las compañías —me dijo en voz baja—. Todas ellas. Por separado, juntas… da lo mismo. Han descubierto el poder del papel, y quieren explotarlo.
—¿Y crees que mi padre y el viejo Balfour consiguieron de alguna manera estropear ese plan?
—Seguramente parte de algún plan mayor. Un sistema crediticio es como una gran tela de araña: no la ves hasta que no te ha atrapado, y a la araña no la ves hasta que no la tienes encima, dispuesta a devorarte. Yo no sé quién es la araña, Weaver. Pero te aseguro que es la araña que mató a tu padre. El dinero es lo que mató a tu padre. El dinero mueve a la acción, y el dinero crea poder. En algún lugar de este Reino están los hombres que crean el dinero, y son ellos, por razones que aún no comprendemos, tal vez incluso por razones que ellos mismos aún no comprenden, quienes mataron a tu padre.