Una vida de lujo (32 page)

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Authors: Jens Lapidus

Tags: #Policíaca, Novela negra

BOOK: Una vida de lujo
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PARTE 2
Capítulo 29

Alrededor de dos meses más tarde

J
W celebraba su salida con una fiesta. El tío llevaba menos de veinticuatro horas fuera.

Hägerström podía haber enseñado su placa para entrar. Luego se acordó: ya no tenía placa policial.

En vez de eso, dijo el nombre de JW al portero y le dejó pasar inmediatamente. No podía ser porque JW fuera tan conocido en este sitio; después de todo, el tío había estado en la cárcel más de cinco años. Pero había muchas maneras de colarse. El método más eficaz se deletreaba: gastar dinero.

Stureplan: era la única zona de Estocolmo a la que acudía la élite de las fiestas. Sturecompagniet era el nombre de ese sitio. Estaba tan lejos de la ley de Jante
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como se podía llegar. Un sitio que a todos los suecos les encantaba odiar, pero en el que todo el mundo por debajo de los treinta años probablemente soñaba con tener un pase VIP para poder entrar. Aspiraba a ser un lugar para la flor y nata, era glamuroso; heterosexual a más no poder.

Aquí había venido JW en busca de la fortuna hacía seis años. Para convertirse en el emperador de los niños bien, el rey de los pipiolos, el señor del dominio holmiense. Y lo había hecho convirtiéndose en proveedor real de cocaína. JW era el camello de lujo que todo el mundo quería conocer, el pipiolo repeinadito que se bañaba en pasta. Después se dio de bruces.

La eterna regla no podía haberse confirmado de manera más clara: cuanto más alto estés, más dura será la caída.

Hägerström sentía curiosidad por saber a quiénes había invitado esa noche JW.

Al otro lado de las puertas de entrada había casi tanto caos como fuera. Cantidad de gente, a la que él sacaba unos diez años. Chavales del campo, que se habían echado tanta gomina en el pelo que tardarían dos meses en quitarla, estaban agitando sus tarjetas Visa —ni siquiera eran Visa oro—, preguntando si podían pagar la entrada con ellas. La cajera negaba con la cabeza.
Cash only
, chavales; por cierto, ¿cómo os han dejado pasar a vosotros? Tipos con más práctica, que venían del centro y de las urbanizaciones más exclusivas, pasaban por el pasillo VIP con sus camisas desabrochadas y sus vaqueros ajustados, fingiendo ser elegantes de verdad. Pero las camisas eran flojas y las suelas de los zapatos eran de goma. Aun así, eran escoltados hacia dentro por porteros de trajes oscuros y guantes negros. Manadas de chicas con demasiado maquillaje, probablemente menores de edad, no podían reprimir las risitas, felices por haber entrado. Otras tías con más clase y bolsos que costaban dos sueldos mensuales de policía pasaban por delante de la caja a grandes pasos, con un pie delante del otro como si estuvieran caminando por una pasarela.

Pensó en las chicas con las que había intentado salir en los años antes de Anna. En cuanto querían convertirse en pareja o hablaban de verse con más frecuencia, él salía corriendo. Naturalmente, él era consciente de que le iban los tíos, que los tíos le ponían cachondo, pero nunca había tenido relaciones serias con ninguno. En lugar de eso, frecuentaba el Side Track Bar, el baño turco del gimnasio Zenit de S.A.T.S. en la calle Mäster Samuelsgatan, el US Video. Había ido al monte de Långholmen un par de veces durante las templadas noches de verano.

Pero seguía esperando que las tías también le pusieran cachondo. Sería más sencillo. Al mismo tiempo sentía angustia solo con pensar en tener una relación estable con una mujer.

Después pensó en la hermana de JW. La chavala que había pasado mucho tiempo en Stureplan y que, al parecer, había desaparecido. La chica que JW había buscado. Hägerström se preguntó qué había pasado. Y cómo le había afectado a JW.

De vuelta al presente. Era la noche de un viernes y Johan
JW
Westlund iba a celebrar que había salido en libertad. Fiesta para un expríncipe de Stureplan.

De nuevo: Hägerström se preguntó quiénes iban a estar.

No lo encontró. Hägerström dio vueltas y más vueltas, arriba y abajo. El sitio era más grande de lo que recordaba de la última vez que había estado allí. Eso fue hacía ocho años.

Era tarde, Hägerström quería que JW estuviera borracho para cuando él llegara.

Tuvo que abrirse paso para poder avanzar, empujando cuidadosamente pero con firmeza a las adolescentes y los hombres de su edad que estaban comiéndose a las mismas tías con los ojos. Notaba cómo le tiraban las cicatrices de la barriga, a pesar de que las heridas se habían curado bien.

El ritmo de la música era insistente, algún tipo de eurotecno cuyo nombre Hägerström no conocía.

Las lámparas del techo eran gigantescas.

Las bolas estroboscópicas de la pista de baile captaban a la gente en plena acción con sus fogonazos.

Pensó en la Operación Ariel Ultra.

La entrada en el chalé de Gustaf Hansén había terminado de manera brusca. Cuando Hägerström se dio a la fuga, se arrepintió de haber aparcado el coche de la prisión tan lejos; por un momento pensó que no conseguiría llegar hasta él. Pudo haber perdido un litro de sangre.

Pero en retrospectiva estaba contento de que el coche estuviera donde estaba; si no, los atacantes podrían haber visto que había huido en un coche oficial del Servicio Penitenciario. Si JW se hubiera enterado, toda la operación se habría ido al garete.

Hägerström arrancó el coche y se marchó de allí como buenamente pudo, con una mano sobre la tripa. Solo aguantó unos centenares de metros. Después detuvo el coche y llamó a una ambulancia.

La médica vino a verle un día después en el hospital de Danderyd.

El primer navajazo del atacante le había provocado una herida superficial que pudieron arreglar con solo tres puntos. El segundo había penetrado cinco centímetros, justo por debajo del ombligo. Hicieron falta seis puntos, pero había tenido una suerte increíble, según dijo. Medio centímetro hacia un lado y su hígado hubiera podido haber sufrido daños de por vida.

Tres días más tarde, Hägerström ya estaba de vuelta en Salberga. A JW le explicó que le había entrado un dolor de tripa muy agudo y por eso no había podido llevarle de vuelta a la penitenciaría. La cara de JW permaneció neutra; quizá ni sabía que alguien había forzado la puerta de la casa de Hansén.

Desgraciadamente, la entrada en la casa no aportó tanto a la Operación Ariel Ultra como Hägerström y Torsfjäll habían esperado. No había tenido tiempo suficiente para buscar antes de que lo asaltaran. Pero habían podido constatar al menos tres cosas. En primer lugar, que Gustaf Hansén estaba vinculado, de alguna manera, a los negocios de JW. En segundo lugar, que Gustaf Hansén era un tipo raro. Para empezar, el chalé donde parecía vivir durante sus estancias en Suecia no estaba a su nombre, y además parecía que tenía dobles alarmas. Una alarma que estaba conectada a un servicio de vigilancia normal, y otra que estaba conectada a un servicio de una naturaleza considerablemente más violenta. En tercer lugar, el recordatorio en el ordenador de Hansén. «Hoy: comer con JW, llamar a Nippe, llamar a Bladman, cena con Börje». Se mencionaba a Bladman. Pero también a otras dos personas: alguien con el nombre de Nippe y alguien que se llamaba Börje. Siempre podía suceder que ninguno de los dos tuviese nada que ver con nada. Pero también podría ser importante.

La intuición de Hägerström le decía que había más cosas en el chalé. Pero Torsfjäll quería esperar con el registro de la casa.

Después de que Hägerström hubiera visto a JW salir del chalé, Torsfjäll había contactado con Taxi Stockholm y le habían dado la dirección en la que JW y Hansén se habían bajado, el restaurante Gondolen junto a Slussen. El comisario envió a un agente de paisano. Al cabo de unos minutos, otros tres hombres se unieron a ellos en la mesa. El agente no consiguió sacar buenas fotos, pero pudo constatar que eran un hombre joven y dos de mediana edad que hablaban sueco. La mesa estaba reservada a nombre de un tal Niklas Creutz. Probablemente, Niklas y Nippe eran la misma persona.

Además, Hägerström sabía quién era. Su hermana, Tin-Tin, era amiga de la hermana de Nippe. Según todas las convenciones, Nippe Creutz no debería moverse en los mismos círculos que un nuevo rico convicto; Nippe era de una de las familias más acaudaladas de Suecia. El clan Creutz era propietario del quinto imperio de banca, factoraje, recaudación y cambio de divisas más grande del país. Resultaba extraño.

JW caminó hacia Hägerström con los brazos abiertos.

—Coño, el chaaapas, me alegro de verte.

Hägerström le devolvió el abrazo a JW.

—Mi tarjeta está en el bar —dijo JW—. Pide lo que quieras. Yo venía mucho por aquí. Tengo que recuperar el tiempo perdido.

Detrás de JW había una mesa con cócteles. Dos grandes cubos plateados llenos de hielo y dos botellas mágnum en cada uno. Copas de champán vacías. Además había botellines con tónica, Coca-Cola y
ginger-ale
más dos botellas de vodka medio vacías.

Alrededor de la mesa había ocho hombres y cuatro chicas. Hägerström reconoció a tres de los chicos. Allí estaban Tim el Tarado y Charlie Nowak, ambos salidos del trullo. Estaban radiantes; tan felices como JW de poder respirar aire libre otra vez. Además, era una experiencia en toda regla para estos chicos el poder entrar en uno de estos sitios y sentarse alrededor de una mesa de cócteles. Hägerström esperaba que no tomaran a mal que él apareciera por allí.

La tercera cara que reconocía, en realidad, no era una sorpresa, o al menos ya no. Era Nippe.

Hägerström se inclinó sobre la mesa, saludó a Tim el Tarado y a Charlie. No parecía importarles que un empleado de la cárcel se apuntara a la fiesta. Tal vez sabían que JW había contratado los servicios de Hägerström en la cárcel.

—Hola, chicos, también yo he terminado con Salberga, ¿lo sabíais?

Lo miraron con caras inquisitivas.

—Me he despedido — dijo Hägerström.

Se troncharon. Levantaron las copas de champán. Brindaron por la libertad. Por poder cerrar la puerta del baño desde dentro por primera vez en años. Por salir y comerse a Estocolmo.

JW presentó a Hägerström a los demás. Aparte de Nippe, los otros parecían ser otros amigos del trullo. Hägerström interpretó sus miradas medio atontadas, los tatuajes, los vaqueros y los nikis ajustados. El estilo encajaba tan mal allí como lo había hecho el pelo repeinado de JW en la cárcel. Aunque quizá no tanto, después de todo. Hägerström echó un vistazo al lugar otra vez. No todo el mundo iba vestido de niño bien allí dentro. Muchos de los hombres señalaban otra afiliación, de dinero que no venía del aburrido trabajo en el sector financiero.

Nippe se inclinó hacia delante y saludó a Hägerström.

—Qué tal, yo soy Niklas Creutz.

Era otro tipo de saludo, en un sueco bien articulado. Las vocales largas, la voz ligeramente nasal. No podía estar más lejos de la dicción del trullo.

JW se acercó a Hägerström.

—Le llaman Nippe. Es un viejo amigo mío.

—Encantado de conocerte, soy Martin Hägerström.

—Mucho gusto —dijo Nippe—. ¿Tú eres el hermano mayor de Tin-Tin?

—Sí, ¿la conoces? — preguntó Hägerström.

—Mi hermana mayor es muy amiga de ella. ¿Conoces a mi hermana Hermine?

Hägerström asintió con la cabeza. Sonrió.

Sentían afinidad.

Hägerström estableció el objetivo de la noche: averiguar qué tenía que ver Nippe con JW.

No vino más gente a la fiesta de JW. A Hägerström le dio un poco de pena, era evidente que el tío no tenía muchos amigos. Más de cinco años en la cárcel y solo ocho personas acudieron para celebrar su libertad, además de Hägerström, claro. Pero él era un amigo auténtico. Luego se le ocurrió que podría haber mucha gente que quisiera celebrarlo, pero que no querían ser vistos con él en público.

Hägerström se marchó al bar. Trató de abrirse paso. Chicos de las provincias que agitaban sus tarjetas Visa. Tíos guays agitaban billetes de quinientas. Le costó quince minutos atraer la atención de un camarero. Pidió una botella de Heineken. Dijo que se llamaba Johan Westlund y que necesitaba su tarjeta. El barman, con cara de aburrido, ojeó las tarjetas de crédito que la gente le había dejado. Volvió. Dejó la tarjeta sobre la barra del bar.

Hägerström la cogió. Le echó un vistazo. Cuatro segundos. Memorizó el número de la tarjeta. 3435 9433 2343 3497. MasterCard. Gold. Emitida por un banco de Bahamas, Arner Bank & Trust.

Hägerström la devolvió y regresó a la mesa.

Se hizo evidente que JW quería emparejar a Hägerström con Nippe. Conversó. Hizo preguntas a Hägerström solo para demostrar su pasado. Martin Hägerström no era un don nadie de la clase media, era del mismo planeta que Nippe. Pero Nippe ya lo había pillado después de dos segundos.

Nippe bebió tanto como los demás. Hägerström no entendió cómo se atrevía a sentarse con aquellos tipos. Si estaba involucrado en los negocios de JW, debería querer mantenerse tan lejos como le fuera posible de un contexto así. La mesa de cócteles era un escenario. Cientos de espectadores disfrutaban del espectáculo del grupo de tíos que se gastaban decenas de miles de coronas esa noche.

Aparte de al menos seis copas de champán y tres de licor, Hägerström había conseguido que Nippe se tomara cuatro chupitos de vodka. Ya habían conversado sobre trivialidades el tiempo suficiente. JW estaba ocupado con otras cosas, hablando con dos chicas. Nippe estaba suficientemente borracho. Era el momento.

Hägerström se arriesgó, acercándose a él.

—¿Y cómo es que conoces a JW?

Una pregunta afortunada. Nippe comenzó a burbujear, como la copa de champán que tenía en la mano.

—Quizá no debería estar aquí. JW ha quemado tantas naves. Pero ya sabes, es un tío genial.

—Yo también lo pienso.

—Yo lo conocía antes de que se le fuera la olla, ¿sabes? —balbuceó Nippe—. Salíamos juntos por aquí y esas cosas. Y además estudiábamos juntos en la universidad. Es un genio, ¿lo sabías? Un genio matemático y jurídico. Era de los tres mejores en todos los exámenes. Y paralelamente estudiaba Derecho. Era uno de esos tíos a los que los bancos de inversión ingleses quieren llevarse antes de que hayan terminado el tercer cuatrimestre.

Hägerström asintió, consiguió que Nippe continuara.

—JW no era como los demás, que solo estudiaban para sacar notas suficientes en los exámenes. Él aprendió cosas que quería poner en práctica de inmediato, un poco como esos emprendedores cabrones del centro de Suecia que están invadiendo la Facultad de Empresariales. La diferencia era que JW era como uno de nosotros, o casi.

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