Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos (9 page)

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Authors: Eduardo Inda,Esteban Urreiztieta

Tags: #Ensayo, #Biografía

BOOK: Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos
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—Encantado. Me acompaña Carlos García Revenga, asesor de la Casa del Rey.

Los presidentes de grandes compañías, un sinfín de alcaldes y más de un gerifalte autonómico se encontraron con un invitado sorpresa en los cara a cara con Iñaki Urdangarin. El yerno del rey dejó más de una vez en casita al desabrido Diego Torres y se plantó en el encuentro únicamente con el secretario privado de las infantas. No son pocos los altos ejecutivos de multinacionales españolas —Arcelor, Telefónica, Banco Santander, BBVA, Aguas de Valencia e Inditex, por poner algunos ejemplos— que alucinaron en colores al ver irrumpir por la puerta a un sujeto casi tan alto como el duque de Palma y que se presentaba en unos casos como «Carlos García Revenga, asesor de la Casa del Rey» y en otros como «Carlos García Revenga, secretario privado de las infantas». El primer tratamiento, el más falso por otra parte, porque no es lo mismo ser el asistente de las hijas del rey que asesor de la Casa de Su Majestad, era el más empleado.

Carlos García Revenga apenas abría la boca. Y cuando lo hacía era para insinuar que la Casa del Rey estaba metida en el ajo. No lo hacía explícitamente, pero sí de manera inequívocamente implícita. «Yo trabajo en la Casa del Rey», «soy asesor de Zarzuela», «me encargo de toda la intendencia de las infantas», eran algunas de las frases que dejaba caer como quien no quiere la cosa. No hacía falta más. Estaba todo claro. El resto de la cita permanecía mudito, exhibiendo ese hieratismo tan personal e intransferible, que lastra sin quererlo su limitada simpatía y su más que mejorable empatía.

Por si acaso había quedado alguna duda, Iñaki Urdangarin o Diego Torres repartían entre sus anfitriones un ejemplar del famoso
book
del Instituto Nóos en el que se ascendía a Carlos García Revenga de secretario privado de las infantas a poco menos que «asesor real». Etimológicamente no parece que haya mucha diferencia entre un «asesor real» y un «asesor de la Casa del Rey».

El timo de la estampita se completaba con otra mención en la que los Urdangarines se jactaban de contar con un consejo asesor «formado por representantes de administraciones públicas, entidades y organizaciones internacionales». Otra patraña más en un montaje en el que todo valía para cumplir la máxima que declaraban entre risas cuando estaban un poco más mareados de lo normal: «Forrarse por las buenas o por las malas». Porque ni había consejo asesor, ni consecuentemente representantes de administraciones públicas y organizaciones internacionales. A pesar del tufo que desprendía, prácticamente todos mordieron el anzuelo. Como rememora uno de ellos, que reclama también el anonimato —«no quiero mi muerte civil»—, «a la fuerza ahorcan». Pues eso, que este metafórico árbol del ahorcado tenía
overbooking
.

El de momento indisoluble vínculo infanta-Revenga, la absoluta confianza que «la señora» tiene depositada en su subordinado, queda tanto más patente si tenemos en cuenta otro descubrimiento del fiscal anticorrupción Pedro Horrach: doña Cristina y Ana Isabel Wang Wu compartieron una cuenta en el BBVA y otra en el Santander entre 2003 y 2006. ¿Y quién es esta ciudadana de nombre español y apellido
made in
China? Pues la ciudadana hispano-china con la que estuvo casado durante veinte años un Carlos García Revenga cuya media naranja es ahora Ángela Rodicio, la periodista de TVE a la que montaron una emboscada judicial de la que salió indemne y con todos los pronunciamientos favorables. O no, porque también hay quien vincula al secretario más famoso de España con Mencía Morales de Borbón Dos Sicilias, prima de don Felipe y sus hermanas. La madre de sus dos veinteañeras hijas es propietaria de un restaurante de comida asiática, El Buda feliz, situado a un par de manzanas de la Gran Vía, en el número 5 de Tudescos concretamente. El típico chino de andar por casa en el que se puede comer de menú por 7,50 euros.

Las fechas en las que compartieron las cuentas bancarias doña Cristina y Ana Wang, de 2003 a 2006, no son baladí. Porque coinciden milimétricamente con el periodo en el que Iñaki Urdangarin, doña Cristina y Carlos García Revenga estuvieron al frente del Instituto Nóos. Una nueva coincidencia como otra cualquiera. Por cierto: Ana Wang no es una indocumentada, sino todo lo contrario, licenciada en ICADE y ejecutiva del Grupo Santander, lo cual permite colegir que sabía lo que hacía cuando decidió abrir dos cuentas con la jefa de su entonces marido.

García Revenga, el secretario que lo sabía todo y que estaba en todo. Un minidiós con poderes de minijefe de la Casa del Rey.

Capítulo 5

Al rey no le gustó, luego le gustó y ahora no le gusta.

El chico perfecto le salió rana.

Del «honrado» novio de Carmen Camí al desahogado marido de Cristina de Borbón

Día 30 de abril de 1997. Barcelona. Gimnasio Metropolitan.

Tres y poco de la tarde.

—¡Carmen, Carmen!, ¿pero tú no eras la novia de Urdangarin, el jugador del Barça de balonmano? —preguntó a la secretaria del baranda del Metropolitan una de sus compañeras.

—Sí, es mi novio; pero ¿por qué lo dices? —respondió la interpelada.

—Joder, no sé cómo decírtelo, es que acaban de contar en el telediario que se va a casar con la infanta Cristina —le comunicó la mala nueva su colega del Metropolitan.

—¿Pero qué me dices? ¡Si vivimos juntos!

Así reaccionó una Carmen Camí que, de la creencia de que era una broma, pasó sin solución de continuidad al estado de
shock
, al convencerse de que no se trataba de una encerrona de esas de cámara oculta.

—Lo que oyes, no estoy bromeando. Acaban de anunciar en el telediario la boda de la hija pequeña del rey con Iñaki Urdangarin.

—Pues será otro Urdangarin.

—No, Carmen, siento decirte que ha salido su foto y es tu Iñaki.

Carmen Camí se encaminó, presa del desasosiego más absoluto, a una de las televisiones que había en el cuartel general de ese imperio del culto al cuerpo y la forma física que es la cadena de gimnasios Metropolitan. Aguardó al final del telediario para chequear si, como es habitual en TVE, se repetía la noticia de cabecera. Y se repitió. Vaya si se repitió. La bellísima catalana entró en un estado de consternación incontenible al escuchar la voz de las voces, la del gran Matías Prats, anunciando, como es él, como si nada, con una asepsia que solo él sabe insuflar a las noticias, la segunda boda de Estado en apenas un par de años, tras la de doña Elena y Jaime de Marichalar en octubre de 1995 a los pies de la Giralda sevillana:

—La Casa del Rey acaba de anunciar que la infanta Cristina contraerá matrimonio con don Iñaki Urdangarin el próximo 4 de octubre en la Catedral de Barcelona.

Acto seguido, el presentador por antonomasia explicaba a la parroquia quién era el tal Urdangarin, transitando por su rutilante carrera como deportista de élite, como uno de los mejores de la historia en su especialidad, una trayectoria en la que los éxitos se contaban a puñados mientras que para sumar los fracasos sobraban los dedos de una mano. Radio macuto especulaba desde hacía tres semanas sobre las preferencias del corazón de la séptima en la línea de sucesión. Se hablaba de un deportista. Bueno, no de uno, sino de varios, porque la gente tocaba de oídas. Saltaron a la palestra no menos de diez nombres, entre los cuales figuraba el del a la postre afortunado Iñaki Urdangarin. Unos reporteros televisivos le abordaron a la salida de un partido y él dio el pego sin que se le moviera un solo músculo del rostro:

—La conozco de los Juegos [de Atlanta] y nada más. No tengo ninguna relación con ella.

El
chau-chau
era cada vez más insistente en la zona alta de Barcelona. Que fuera un deportista no constituía ninguna novedad en la vida de la hija pequeña de los reyes, que salió durante un tiempo con su profesor de vela, el regatista Fernando León, y que años más tarde hizo lo propio con un Álvaro Bultó que era conocido entre la parroquia femenina como «el tío más guapo de Barcelona».

—¡No!, ¡no!, ¡no! —repetía entre sollozos cada vez más profundos, aunque no histéricos (hasta en eso es una señora Carmen Camí), la que en teoría era novia del personaje. Todos se acercaban a consolarla, pero ella no estaba para nadie. Cuando cesó el llanto, no hablaba, no respondía a las palabras de cariño de sus compañeros de trabajo. Simplemente, estaba ida. Lo normal cuando te enteras por la tele de que el galán con el que compartes tu vida desde hace cinco años no solo se ha ido sin avisar, sino que además ha llevado una doble vida de la que te acabas de enterar ¡por el telediario!

La tuvieron que acompañar a su casa, donde pasó varios días recluida y literalmente «hundida», según confiesa tres lustros después de la que seguramente para ella fue la peor jornada de su vida. Una de las personas que más y mejor la arropó en semejante trance fue Javier Pellón, consejero delegado y copropietario del gimnasio Metropolitan. Vamos, su jefe, toda vez que Carmen Camí era su secretaria. De alguna manera él se sentía en parte culpable, sin motivo, porque Iñaki Urdangarin era su amigo, su entrecomillas amigo más bien, la persona que le pidió trabajo para su novia.

Javier Pellón conocía al mocetón vasco del gimnasio. Los jugadores del mejor club del mundo de balonmano, el Barcelona, acostumbraban a pasarse cuatro o cinco días a la semana por sus instalaciones para hacer preparación física extra, para estirar o simplemente para relajar músculos en el
jacuzzi
de las mejores instalaciones deportivas privadas de la ciudad condal. Pellón, un guaperas de origen cántabro-madrileño con pinta de galán de cine, trabó amistad con el lateral del Barça. No es que fueran íntimos, pero cerca anduvieron. Hubo
feeling
instantáneo entre los dos, entre otros motivos porque compartían aficiones: las motos, la buena vida —en el mejor sentido, por supuesto— y las mujeres de buen ver. Y además porque tanto el uno como especialmente el otro, Javier Pellón, eran tipos majetes, de esos que se hacen querer a las primeras de cambio. Ganadores, de los que se las llevan de calle, con genes carismáticos.

El copropietario de la cadena Metropolitan es descendiente de una conocidísima y prestigiosísima saga de ingenieros de caminos en la que destaca su tío Jacinto, que saltó a la fama en 1987 al ser nombrado
dedocráticamente
por Felipe González consejero delegado de la Expo’92. Un Jacinto Pellón que acabó siendo el rey de la Exposición Universal tras desplazar al comisario Manuel Olivencia, que era catedrático de Derecho, antiguo profesor universitario del entonces presidente y yerno de Javier Arenas, para más señas.

Carmen Camí se había ennoviado con Iñaki Urdangarin un lustro antes, allá por 1992, año de los Juegos de Barcelona, en los que el jugador guipuzcoano debutó como deportista olímpico. Durante años anduvieron alejados el uno del otro por mor de sus ocupaciones laborales. Ella residía en Puigcerdà, la capital de la Cerdanya; él, en Barcelona. Ciento cincuenta y seis kilómetros y casi dos horas de coche les separaban. Distancia que no fue óbice para que se encontraran en la capital catalana los fines de semana en los que Iñaki jugaba en el Palau Blaugrana. De lunes a viernes era imposible, ya que Carmen trabajaba en el Ayuntamiento de Puigcerdà. En concreto, como secretaria del alcalde. ¿A que no adivinan quién era el primer edil en 1997 cuando Iñaki la dejó como quien dice a los pies del altar para irse con otra? Pues ni más ni menos que el inefable Joan Carretero, dirigente del no muy monárquico partido Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), más tarde
conseller
de Gobernación en el ejecutivo de la Generalitat que presidía Pasqual Maragall y con el paso de los años líder de
Reagrupament
y efímero socio político de Joan Laporta.

La lejanía se les hacía cada vez más insoportable. «Tengo que hacer algo, tengo que hacer algo, tengo que conseguirle un trabajo en Barcelona, porque de lo contrario esto se va a ir al garete», cavilaba para sus adentros Iñaki Urdangarin, Txiki para Carmen, que era plenamente consciente de que la distancia es el olvido.

Un día se encontraba en el Metropolitan ejercitando sus músculos
schwarzeneggerianos
cuando, de repente, se topó con Pellón.

—Oye, Javier, ¿no sabrás de alguien que esté buscando una secretaria? Es que mi novia vive en Puigcerdà y quiere venirse a trabajar a
Barna
—dijo el
7
del Barcelona, que por cierto es el número de la suerte.

—Jo, tío, qué casualidad. Yo estoy buscando una asistente desde hace tiempo y no me gusta ninguna de las candidatas que me han propuesto. ¿Por qué no me la presentas y le hago una entrevista?

—Hecho.

El proceso de selección fue meteórico. A la eficacia probada de Carmen Camí y a las buenas referencias que de ella había facilitado Carretero se unía una educación exquisita y la propia presencia de una persona a quien Dios ha dotado de una belleza fuera de lo normal. Total, que la ficharon. Fue el propio Javier Pellón quien le anunció personalmente la buena nueva sin necesidad de hacerse el ceremonioso, directamente al grano:

—El puesto es tuyo.

Nada más franquear la puerta de salida Carmen Camí, el primer ejecutivo de Metropolitan tomó el móvil, marcó el número de Iñaki y le comunicó que sus deseos se habían hecho realidad.

—A partir de ahora no te tendrás que pasar el día en el coche para ir a Puigcerdà ni gastarte una fortuna en teléfono, porque he cogido a Carmen. Me ha causado una gratísima impresión.

—Tío, no sabes cómo te lo agradezco. Me haces un favor de la leche. Te debo una, y muy gorda.

—No es ningún favor, tiene un currículum acojonante y me ha convencido en la entrevista. Si me hubiera parecido una inútil también te lo diría —matizó Pellón, como antesala de una
ostentórea
, que diría Jesús Gil, carcajada.

La vida era bella. Para Iñaki, para Carmen y también para un Javier Pellón que, pronto, muy pronto, se dio cuenta de que su intuición no le había fallado. Era eficiente, simpática, puntual, no tenía horarios y, por si fuera poco, sorprendía agradabilísimamente a las visitas por su categoría y su saber estar.

Para la pareja de hecho Urdangarin-Camí, Barcelona representaba
la vie en rose
. Él, a sus veintiocho años, enfilaba la recta final de su carrera deportiva e intentaba arañar algún milloncejo más a la directiva del Barça, presidida por el eficiente, austero, honrado y pelín agarrado José Luis Núñez. Ella estaba encantada en una Barcelona siempre moderna que estaba más guapa que nunca gracias a los retoques olímpicos. Nada que ver con la sana pero no menos monótona vida de pueblo.

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