Read Wyrm Online

Authors: Mark Fabi

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

Wyrm (31 page)

BOOK: Wyrm
7.05Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Lo que me gustaría saber -dijo Zerika cuando llegó al otro lado- es de dónde vino el segundo grupo de duendes. Tiene que haber una puerta secreta en alguna parte.

—Si es una puerta secreta, ¿cómo vamos a encontrarla? -preguntó Ragnar.

—No es tan difícil si sabes dónde buscar. Ésta es una plataforma pequeña. El segundo grupo atacó a Megaera por la espalda mientras ella miraba hacia el saliente, de manera que la puerta debe de estar por aquí.

Mientras hablaba, Zerika examinaba la pared con la mirada y la punta de los dedos.

—¡Aja! -exclamó.

Sacó la daga del interior de la manga y apretó la pared con la punta. Fuera lo que fuese lo que vio y lo que la hizo decidirse por aquel punto en concreto, era un misterio para los demás; parecía una zona de la pared de roca exactamente igual a cualquier otra. Sin embargo, cuando apoyó la punta de la daga, una sección de la pared giró lentamente y mostró un estrecho pasadizo que descendía.

—¿Qué es lo que ves? -preguntó Ragnar, impaciente, mientras Zerika se asomaba al umbral.

—No mucho. Parece un largo pasadizo. Tendremos que ir en fila india: yo, Magaera, Tahmurath, Ragnar y Malakh. Vamos.

Mientras cruzaban el portal oculto, Ragnar murmuraba, sin dirigirse a nadie en particular.

—Soñabamos con vivir en un pasillo. Habría sido como un palacio para nosotros.

Tras dar una docena de pasos, Zerika les indicó que se detuvieran.

—Hay algo ahí delante -dijo.

—No veo nada -dijo Megaera, entornando los ojos.

—Es difícil de ver. Observad esto.

Recogió un pedrusco del suelo y lo arrojó unos metros más adelante. Rebotó como si hubiera topado con una barrera, aunque parecía no haber nada.

—¿Lo has visto, Tahmurath?

—Sí. El viejo cubo gelatinoso, ¿eh?

—¿El viejo qué? -preguntó Ragnar.

—Es un tipo de monstruo común en los juegos de rol de mazmorras. No suele ser muy peligroso, porque no se mueve muy deprisa. Pero es difícil de ver; puedes chocar contra uno, con lo que te metes en un buen lío.

—No tiene aspecto cúbico -comentó Malakh.

—Se adapta a la forma del pasadizo -explicó Tahmurath-. Los primeros juegos tenían un aspecto muy geométrico; no eran bonitas escenas generadas con fractales como éstas.

—¿Me lo cargo? -inquirió Megaera.

—No es una buena idea; algunas especies disuelven el metal. Déjame ver si puedo hacer algo.

Tahmurath pasó al lado de Megaera y Zerika y se colocó frente al cubo. Giró el bastón y murmuró un encantamiento. Unos instantes después, el extremo de acero del bastón brillaba con un intenso tono rojizo. Avanzó y tocó el cubo gelatinoso con el bastón. Hizo un ruido siseante y creó un área ennegrecida en la superficie del cubo. Era la primera vez que ellos, salvo Zerika, podían ver la criatura.

El cubo no respondió de inmediato, pero al cabo de unos segundos empezó a retroceder para apartarse del bastón del mago. Tahmurath avanzó de nuevo, acosándolo. El cubo aceleró su retirada, pero el hechicero siguió persiguiéndolo hasta que, de súbito, la criatura se convirtió en una masa amorfa, fluyó por el suelo del túnel y se alejó de ellos.

—Bien hecho -comentó Ragnar-. Pero ¿no dijiste que devoraba el metal?

—No cuando el metal está incandescente.

—¿Lo has matado? -quiso saber Megaera.

—No. Al menos, no lo creo. Pero debe de estar bastante escarmentado.

Unos metros más adelante, el pasadizo desembocaba en un amplio saliente. No había indicios del cubo gelatinoso. Un musgo fosforescente iluminaba con luz tenue una caverna natural, que parecía lo bastante grande como para albergar una aldea. El techo estaba festoneado de estalactitas y podían verse algunos murciélagos revoloteando entre ellas. El saliente se encontraba a poco más de treinta metros por encima del suelo de la caverna y parecía descender por la izquierda y subir por la derecha. Mientras contemplaban los alrededores, fueron atacados desde ambas direcciones por otros duendes. Era un grupo más numeroso que el que había atacado a Megaera, pero como ellos estaban juntos, los duendes tenían menos posibilidades de triunfar. Megaera, Zerika y Ragnar unieron sus espadas con efectos mortíferos, y Malakh asestaba golpes letales con manos y pies. Incluso Tahmuratn arrojó al fragor de la batalla y empleó la brillante punta del bastón para causar terribles heridas. Algunos duendes saltaron al abismo para evitar el bastón incandescente del mago. La batalla terminó en cuestión de escasos minutos.

—¡Vaya! -exclamó Ragnar mientras envainaba la espada-. Estamos mejorando más deprisa de lo que pensaba; incluso he acertado a algunos de esos bichos.

—Me temo que no es por culpa nuestra -dijo Zerika-. Es el nivel de competición. Los duendes son la chusma de los juegos de rol fantásticos. El hecho de aparecieran aquí es la mejor señal que hemos visto hasta ahora de que es aquí donde debemos estar: es obvio que es un nivel para principiantes.

—Zerika tiene razón -confirmó Tahmurath-. Aquí tendríamos que ganar experiencia sin que nos maten. Y tal vez encontremos unos cuantos objetos útiles.

Varias bandas más de duendes les salieron al paso mientras descendían hacia el fondo de la caverna, pero los dispersaron siempre con facilidad. Cuando llegaron, Zerika señaló hacia uno de los lados y dijo:

—Allí parece haber algo interesante; son construcciones semejantes a edificios. Avanzaron con cautela. Podían oír una corriente de agua, pero los numerosos ecos hacían imposible averiguar con exactitud de dónde procedía aquel sonido. Los edificios que había visto Zerika resultaron ser pequeñas chabolas construidas con los escombros que cubrían el suelo de la caverna. Por su aspecto descuidado, daban la impresión de llevar mucho tiempo abandonadas. Varios tejados se habían hundido.

—Me pregunto por qué se molestaron en construir los tejados -reflexionó Megaera en voz alta-. No creo que tuvieran que resguardarse de la lluvia.

—Tal vez querían protegerse de los murciélagos -sugirió Malakh.

—¡Uf! Puede que tengas razón.

Zerika los hizo callar a ambos y susurró:

—Los moradores de estas construcciones las abandonaron, pero apuesto a que aquí se oculta algo peligroso. Estad vigilantes.

Se aproximaron, armas en mano, a la primera estructura y comprendieron de inmediato que no eran viviendas, sino que al menos tres de ellas, las que estaban construidas de forma más cuidadosa que los edificios, más decrépitos, parecían mausoleos. Las piedras de las paredes estaban encajadas de manera meticulosa y los tejados, que también eran de piedra, se encontraban intactos. Además, las puertas tenían marcas con el signo del ouroboros.

—¡Maldición! -exclamó Zerika-. Detesto a los no-muertos.

—¿No-muertos? -preguntó Megaera, mirándola con recelo-. ¿Qué quieres decir con eso?

—Son monstruos, como los fantasmas, esqueletos y zombis. Cosas que estuvieron vivas en el pasado, que murieron, pero que no han tenido el detalle de seguir muertas.

—¡Oh!

—Por ejemplo, ahora hemos de abrir la puerta de esta tumba. Cuando lo haga es probable que una momia o algo así se abalance sobre nosotros.

—Entonces, ¿por qué no la dejamos sin abrir?

—Porque podría contener cualquier cosa importante. Además, como ya te he dicho, es probable que algo salte sobre nosotros. Si no vamos a repartir unas cuantas tortas en esta aventura, ¿a qué hemos venido?

Megaera sonrió y levantó su espada. Zerika examinó la puerta metálica y vio estaba cerrada con llave. Se apartó e hizo una seña a Megaera, que la abrió patada mientras los demás se mantenían en guardia. A pesar de la considerable fuerza de su golpe, la puerta se abrió despacio, como si fuese de un material extraordinariamente pesado.

—¡Miau!

Los aventureros, alarmados, se apartaron de un salto, pero sonrieron con cierto bochorno al ver que un gatito gris salía corriendo y desaparecía entre los escombros.

—¡Pobrecito! -dijo Ragnar-. Me pregunto cuánto tiempo ha estado atrapado aquí.

—No lo sé, pero creo que tendríamos que haberlo matado -dijo Zerika.

—¡Matarlo! -exclamó Megaera, estupefacta-. ¿Por qué?

—Probablemente es el familiar de una bruja, un demonio mutante u otro monstruo de esta clase -explicó.

—Pero ¿y si era sólo un inocente gatito? -preguntó Ragnar.

Zerika prefirió no contestar y escrutó el interior de la tumba mientras murmuraba algo sobre chafar unos huevos.

—Esto es bastante poco común -anunció.

Dentro de la estancia encontraron un aparato peculiar. Sobre una mesa situada junto a una pared, había un cacharro que guardaba cierta semejanza con un proyector de diapositivas. Estaba orientado hacia una caja negra que ocupaba una mesa similar junto a la pared opuesta. De esta caja sobresalía una larga palanca a la que estaba sujeto un martillo, que a su vez pendía sobre un pequeño frasco de vidrio que contenía un líquido verdoso.

—Parece una trampa mecánica -comentó-. El martillo cae sobre el frasco, que se rompe y vierte el líquido, que probablemente es un explosivo o un tipo de gas venenoso.

—Sí -asintió Tahmurath-, pero ¿por qué no la hemos disparado al abrir la puerta?

Zerika se encogió de hombros.

—O funciona mal, o está diseñada para activarse cuando entremos.

—Quizá sea un sensor eléctrico -sugirió Ragnar-. Si se interrumpe el rayo, ¡zas! -concluyó, pasando un dedo de un lado al otro del cuello.

—Es absolutamente obvio que se trata de un sensor -comentó Malakh-. ¿Tenemos que ser tan tontos para picar?

—Bueno, al fin y al cabo, el nivel del juego es para principiantes -dijo Zerika, encogiéndose de hombros otra vez-. Aunque es raro que no haya nada que obligue a atravesar el rayo. Probemos otra puerta.

Esta vez, el grupo se quedó atrás y abrieron la puerta con un palo largo. Al hacerlo, se oyó el ruido inconfundible del cristal al romperse. Retrocedieron diez pasos más. Al cabo de unos segundos pudieron distinguir un gas verdoso que salía por la puerta muy cerca del suelo.

—Otro detalle extraño -señaló Tahmurath-. Si diseñas una trampa para envenenar a alguien, no será muy eficaz si el gas es tan pesado que no se alza un palmo del suelo, a menos que pienses gasear cucarachas. Vamos a echar un vistazo.

Se acercaron a la puerta con cierto nerviosismo, sobre todo al ver que el gas envolvía sus tobillos. Zerika se asomó al interior.

—La misma situación -anunció-.salvo que el frasco está roto y hay un gato muerto.

—¿Debemos abrir la última?

—Esperad un momento -dijo Malakh-. Creo que sé a quién pertenecen estos gatos.

—¿No será la Bruja Mala del Oeste?

—¿Y qué me dices de Erwin Schródinger?

—¿Quién?

—El gato de Schródinger. Es un famoso experimento teórico de mecánica cuántica. Si se dispara una partícula en un detector que realice una medida de un estado cuántico determinado, según el resultado de la medida, el aparato rompe el frasco o no lo rompe. Sin embargo, de acuerdo con la interpretación de Copenhague de la mecánica cuántica, hasta que alguien efectúa una observación, el estado cuántico es indeterminado; no sólo desconocido, sino realmente indeterminado. La partícula, por así decir,
semiexiste
como una función de onda deslocalizada que no vuelve a fundirse en una partícula hasta que aparece un observador.

—Eso suena muy extraño -comentó Zerika.

—Y todavía lo es más. Veréis: dado que el hecho de que el gato viva o muera depende del resultado de la medida, según la interpretación de Copenhague, el gato no está realmente vivo o muerto hasta que aparece el observador.

—Espera un momento, ¿el gato no cuenta como observador? -objetó Megaera.

—Buena pregunta. Ya ha sido formulada en el pasado. La respuesta es: nadie lo sabe.

—Es ridículo.

—Así es la mecánica cuántica – concluyó Malakh, encogiéndose de hombros.

—Muy bien, tenemos un gato vivo y otro muerto -resumió Ragnar- ¿Qué hacemos ahora? ¿Desempatar?

—Nos queda una puerta por abrir -contestó Zerika-, y no se me ocurre ninguna manera de descubrir lo que hay en el interior sin abrirla.

—No vayamos tan deprisa -advirtió Tahmurath-. Creo que Malakh puede haber encontrado algo con ese experimento del gato de Schródinger.

—No sé si contaréis mi voto -dijo una voz encima de sus cabezas, pero preferiría que no abrierais la puerta.

Los aventureros retrocedieron, levantaron las armas y miraron en la dirección de la que procedía la voz. Zerika fue la primera en verlo.

—¡Allí, en lo alto del mausoleo!

Encima del mausoleo había una boca. Eso era todo, sólo una boca, y de formas claramente felinas. Parecía estar sonriendo.

—¿Quién eres? -quiso saber Zerika.

—Oh, sólo soy el gato que está dentro del mausoleo.

—Te dije que era una especie de demonio -susurró Zerika.

—En absoluto -dijo la hoca, que parecía oír muy bien a pesar de no tener orejas.

—Entonces, ¿cómo has hecho eso?

—¿Esto? ¡Oh!, sólo es una parte de mi forma de onda deslocalizada, puesto que no estoy vivo ni muerto.

—Debes de estar vivo -señaló Megaera-. Los gatos muertos no hablan.

—A decir verdad, los gatos vivos tampoco.

—Ahí te ha pillado, Megaera -dijo Malakh.

—¿Por qué no quieres que abramos la puerta? -preguntó Tahmurath.

—Por una razón. Si lo hacéis, quizá muera. Además, este modo de existencia me parece bastante interesante. Aunque sobreviviera después de que abrieseis la puerta, ¿qué sucedería? Volvería a la misma vieja rutina de siempre: cazar ratones de caverna. Quiero decir que tienen un sabor malísimo. De esta manera, quizá pueda ayudaros.

—¿Cómo puedes ayudarnos si ni siquiera sabes si estás vivo o muerto? -preguntó Zerika, escéptica.

—No es una cuestión de indecisión; no estoy vivo ni muerto hasta que alguien abra esa puerta. En cuanto a mi manera de ayudar… un consejo para principiantes: ¿por qué no miráis debajo de esa roca de basalto? ¡Ah!, otra cosa: id con cuidado con los
boojums.

Con estas últimas palabras, la sonrisa desapareció.

Megaera, Ragnar y Malakh colaboraron para apartar un par de metros la roca de basalto. Vieron un receptáculo poco profundo que había sido excavado en el suelo de la cueva. A primera vista, parecía estar lleno de fragmentos de huesos antiguos.

—Mira, Malakh -dijo Megaera-. Esto parece más viejo que la comida que guardas en la nevera.

BOOK: Wyrm
7.05Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

My Surrender by Connie Brockway
The Pity Party by William Voegeli
A Feast of Snakes by Harry Crews
Life as I Know It by Melanie Rose
Joy Brigade by Martin Limon
Conquering a Viscount by Macy Barnes
A Healing Love by Shara Azod