Wyrm (32 page)

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Authors: Mark Fabi

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

BOOK: Wyrm
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—¿De qué dijo esa cosa que teníamos que ir con cuidado? -preguntó Ragnar-. ¿El
boojumí
?

—Es un tipo de
snark
-contestó Malakh-. De la clase que te hacen «desaparecer de forma suave y súbita». ¿No has leído a Lewis Carroll?

Entretanto, Zerika examinaba los escombros. Al cabo de poco tiempo, encontró un rollo de pergamino amarillento, envuelto alrededor de una flecha negra. Observó la flecha por unos instantes y se la entregó a Ragnar.

—Guarda esto para algún bicho grande -dijo.

—¿Qué nos dices del pergamino? ¿Qué dice? -preguntó Tahmurath.

—Permitidme unos segundos… hum, parece una lista de la compra.

Todos se agruparon junto a ella para ver el pergamino. Era antiguo, descolorido y desgarrado en algunos puntos. Tenía unas zonas desprovistas de color que mostraban un inquietante parecido con manchas de sangre. El dibujo de una gran serpiente que se mordía la cola rodeaba el borde. El texto decía:

Junto a Borbetomagus, la espada del padre.

En el castillo de Drácula, la espada del hijo.

El anillo del rey en el corazón del dragón,

allí ganará el gorro de las tinieblas del dios.

En la torre de Abbadon un transporte mágico,

el siervo de Aladino en la cueva de Baba.

El mayor de todos es el gran Eltanin,

del jardín del matador del wyrm a la tumba del avatar.

—¿Qué os dije? -comentó Zerika-. Es la hora de los carroñeros.

8

Wyrm en la mente

No se convirtieron de sus asesinatos

ni de sus hechicerías ni de sus fornicaciones ni de sus rapiñas.

APOCALIPSIS 9,21

En plena noche del sábado, decidimos hacer una pausa.

—Parece que nos quedan muchas horas de juego -dijo Arthur-. Apenas hemos empezado a rascar la superficie.

—Entonces, ¿qué hacemos? -preguntó George-. Es evidente que, si limitamos las horas de juego a los días que Al y Mike estén aquí, necesitaremos un montón de tiempo.

—Por suerte, no creo que eso sea necesario -comentó Krishna, asustando a casi todos los presentes. Había pasado tanto rato desde la última vez que dijo algo, que nos habíamos olvidado de su presencia-. Por lo que he visto, el sistema no guarda localmente la información sobre los personajes. Por tanto, en principio, se puede jugar desde cualquier lugar y en cualquier momento. Sólo necesitáis un ordenador y un módem. Pero vamos a probarlo para asegurarnos.

Nos conectamos a nuestras cuentas respectivas de Internet desde otras maquilas que no habíamos usado antes y pudimos acceder al juego y a nuestros personajes particulares.

—Es una buena noticia -dijo Arthur.

—Lo que quiero saber es cuándo empezarán los personajes a subir de nivel. A este ritmo, el juego durará una eternidad -apuntó Robin.

—Eso parece ser una de las virtudes del juego -respondió Krishna-. Los personajes no mejoran en saltos cuánticos como en la mayoría de los juegos de rol. Se mejora constantemente, pero el cambio es tan gradual que el jugador no lo nota.

—¿Qué más has descubierto?

—Es bastante asombroso. Este MUD parece utilizar una manera totalmente nueva de manejar los objetos.

—¿Qué quieres decir? -inquirió Arthur, interesado.

—Uno de los mayores problemas de los MUD es que el jugador tiene muchas limitaciones en su forma de interactuar con el entorno; digamos que le separan de una sensación realista del juego. Por ejemplo, aparece la siguiente descripción: «Te encuentras de pie sobre los guijarros del fondo de un río seco». Si se escribe «Recoger guijarro», nueve veces de cada diez la respuesta será: «No veo ningún guijarro», o algo parecido. Ello se debe a que los objetos que pueden manipular los jugadores están codificados de una manera determinada y su número es muy limitado.

—Tienes razón -dijo Robín-. Creo que no hemos recibido ni un solo mensaje de ésos en todo el día.

—En efecto, he prestado mucha atención a esta cuestión. Por eso creo que este programa maneja los objetos de una forma nueva.

—¿Alguna cosa más? -preguntó Arthur.

—Voy a necesitar un poco de tiempo para analizar lo que he encontrado hasta ahora. Aquí pasa algo muy raro y no estoy seguro de lo que debo pensar al respecto.

Los seis nos metimos en el ascensor y bajamos. No hablamos mucho; supongo que todos pensábamos en el juego, aunque cada uno desde un punto de vista diferente. Era obvio que Art había disfrutado enormemente y parecía que se esforzaba por reprimir una sonrisa. Robin también se lo había pasado muy bien, pero aquel dato era secundario en comparación con el enfoque crítico y analítico del juego, como si hubiera estado probando el producto para el fabricante y se preparase para escribir el informe. Krishna no había jugado, sino que se sumergió en los aspectos técnicos del juego de Dworkin; sin embargo, tuve la impresión de que se había divertido, por lo menos, tanto como Art o incluso más.

George y Al también parecían haber pasado un buen rato; por supuesto, George aprovechaba cualquier oportunidad para exhibir su desternillante sentido del humor. Al, por su parte, seguramente había disfrutado de la acción desbordante y del toma y daca verbal con sus compañeros de grupo.

Me pregunté si era el único al que le preocupaba lo que aquel programa iba a hacer en Internet y a todos los que acabasen enganchados a él.

No pude pasar por alto que el ascensor emitía un ruido indefinido.

Arthur nos ofreció su hospitalidad a Al y a mí, pero decidimos volver a Palo Alto y dormir en casa de George. Le conté a Al que ya había dormido en el
futon de
George.

—Aunque admito que la vez que dormí sobre él, estaba tan cansado que habría dormido de pie. Tal vez deberíamos ir a un hotel -sugerí-. El
futon
de George puede ser demasiado incómodo para ti.

—¿Qué soy? ¿Una princesa, o algo parecido? -preguntó Al-. Escucha una cosa: me paso una buena parte de mi vida durmiendo en camas de hotel que parecen estar llenas de grava. No voy a levantarme con todo el cuerpo dolorido por que haya un guisante debajo de la cama. Te aseguro que suelo dormir muy bien.

—En realidad, no me preocupan los bultos -dijo George- Es que a mi pitón le gusta el
futon…

—¿Sabes?, creo que no deberíamos abusar de un amigo -declaró Al- ¿Y si nos vamos a un hotel?

Durante el resto del viaje a Palo Alto nos dedicamos a convencer a Al de que George bromeaba respecto a la pitón.

Era muy tarde cuando llegamos al piso de George, pero ninguno tenía ganas de ir a dormir. George preparó café descafeinado y puso un CD de Glenn Gould en el que interpretaba las
Variaciones Goldberg.
Puso el volumen bajo, pero al cabo de unos minutos, Cassie salió del dormitorio y se unió a nosotros. No pareía importarle que la hubieran despertado en plena noche. George le presentó a Al. Cassie observó a Al con gesto pensativo y dijo:

—Tienes un aura muy confusa. Nunca he visto nada igual. Me asusta un poco.

—Cassie, ¿siempre tienes que alucinar a la gente diez minutos después de conocerla? -preguntó George.

—Tienes razón -dijo ella, sonriendo con cierta timidez-. Es una costumbre. -Se volvió hacia Al de nuevo y añadió-: Lo siento, no me hagas caso.

—No importa -contestó Al-. Ya me lo habían dicho.

—¿Ya te lo habían dicho? -exclamé, sorprendido. Esta vez fue Al quien sonrió con timidez.

—Sí, una vez, hace algunos años. Una gitana echadora de esa cartas me leyó el tarot. Tiró las cartas, pero las recogió y quiso devolverme el dinero.

—Eso sí que es lo bastante raro para asustar a cualquiera -dije.

—¡Bah! -dijo George-. Lo más probable es que le parecieras lo bastante inteligente como para que ella comprendiese que no podría engañarte.

—George, eres un cínico -le regañó Cassie con voz suave. Le dio un beso y regresó a la cama. Dijo que debía levantarse temprano.

Durante un rato, estuvimos escuchando la música.

—¿No tenías un disco de vinilo de esta obra cuando estábamos en la universidad? -pregunté a George cuando acabó.

—Todavía lo guardo, pero ya no lo pongo. Es como una pieza de coleccionista.

Al sonrió; era evidente que la música le había gustado mucho.

—Te gusta Bach, ¿verdad? -preguntó a George.

Me eché a reír.

—A George le gusta Bach porque cree que, si viviese en la actualidad sería un pirata informático.

—No sería, Bach era un pirata. Lo que pasa es que programaba para órganos, clavicordios y cosas así. ¿Qué es una partitura musical, sino un algoritmo?

Pero ¿qué me dices de la interpretación de la pieza por parte del músico? -preguntó Al-. No todos los pianistas tocarían las
Variaciones Goldberg?
como Glenn Gould.

—¿Y qué hay de la improvisación? -añadí-. Sobre todo, para un músico de
jazz
como tú. Incluso la música barroca permitía a los intérpretes intercalar adornos y fiorituras.

—Es una limitación de la tecnología actual -dijo George, señalándome con un dedo-. Algún día, los ordenadores interpretarán un programa, ¡e improvisarán!, como un músico. Ya lo verás.

Al asintió con gesto pensativo.

—¡Vaya, George! No me había dado cuenta de que eres un visionario.

Pensé que George se iba a ruborizar.

—A veces, la diferencia entre un visionario y un loco de atar es muy sutil -dije.

—Se rieron de Colón, de Galileo… -insistió George.

—En realidad, sometieron a Galileo a arresto domiciliario y lo amenazaron con quemarlo en la hoguera.

—Bueno, no importa -dijo George, volviéndose hacia Al-. ¿Cómo te introdujiste en este mundillo dominado por los hombres? ¿Qué fue lo que te atrajo?

—Tal vez me gustaban las probabilidades. -Al me enseñó por unos instantes su maliciosa sonrisa-. En realidad, todo empezó como una simple afición. Cuando estudiaba en Antioch, nunca hice ni un solo curso de informática. Después de graduarme, volví a mi casa en Filadelfia y tomé algunas lecciones en Drexel mientras decidía lo que iba a hacer para ganarme la vida. Por eso me siento un tanto insegura con los chiflados de los ordenadores salidos de Caltech, como Michael y tú.

George soltó una carcajada.

—¿Arcangelo, un maniático de los ordenadores? Mike, ¿hiciste algún curso de informática en la facultad?

—Tuve que hacer un par de ellos, era obligatorio en mi carrera.

—¿Qué estudiaste? -preguntó Al.

—Física. De hecho, George también la empezó. Así fue como nos conocimos.

—Sí -confirmó George-. Eso fue antes de que descubriera que la mecánica cuántica resultaba perjudicial para mi cerebro.

—En cualquier caso, la informática era ante todo mi afición -continué.

—¿Qué hiciste con la física?

—Me cansé de ir a la universidad. No iba a encontrar ningún trabajo con mi licenciatura y no estaba dispuesto a empezar un doctorado. Además, a mediados de los noventa había un montón de físicos buscando trabajo. Tenía que ganarme la vida de otra manera.

A la mañana siguiente, antes de irnos de Palo Alto, tuve la ocasión de pasar por la tintorería. En el mostrador estaba el mismo tipo genial que la otra vez. le di el resguardo. Me sentía un poco avergonzado, porque había insistido mucho en tener la ropa lista en un día, y habían pasado más de dos meses. Buscó durante unos diez minutos por los percheros y desapareció en la trastienda durante otros diez. Por fin, regresó con las manos vacías.

—¿Y bien? -le pregunté.

—Estará lista el martes.

Era la tercera semana de junio y tanto Al como estábamos muy ocupados. El virus de la Triple Hora Bruja seguía circulando bastante y reinaba la paranoia en Nueva York, Chicago, Filadelfia y las demás ciudades que tenían algún tipo de bolsa.

El problema de la paranoia es que es un arma de doble filo. Si tienes miedo de todo el mundo, incluso de la gente que necesitas que te ayude, puede ser tu perdición. Las compañías temerosas de dejar que consultores externos intervinieran en sus sistemas informáticos, probaron diversas estrategias defensivas, desde inútiles tonterías a auténticas estupideces.

Gerdel Hesher Bock había conseguido sobrevivir al primer asalto y estaban decididos a impedir que volviera a producirse. Desde principios de mes, realizaba comprobaciones regulares. Lo primero que hice al regresar fue buscar los marcadores 666. No había ninguno. No me sorprendió, porque Gerdel Hesher Bock no utilizaba el sistema operativo de Macrobyte. Wall Street era una de las pocas áreas comerciales en que la competencia de Macrobvte había realizado progresos relevantes. La mayoría de las compañías del sector utilizaban un software creado por una empresa llamada Vekter.

Limpiar el sistema informático de Gerdel Hesher Boch era una cosa, y mantenerlo limpio, otra muy distinta. Reuní en varias ocasiones a todos los empleados para subrayar la importancia de no utilizar soportes magnéticos ajenos a la empresa. Tras la reciente catástrofe, la mayoría de los trabajadores eran receptivos a mis sugerencias, por lo que me sorprendió un poco descubrir que el sistema volvía estar infectado.

De hecho, no debería de haber pasado, porque había instalado antivirus suficientes como para evitar la contaminación aunque alguien hubiera metido un disquete infectado cada diez minutos. Fue entonces cuando comprendí que el virus de Beelzebub se introducía por las conexiones de red. Era, en efecto, un gusano. Modifiqué la configuración del programa antivirus para que examinase las conexiones de red, y con esto parecía que, por fin, había preparado un sistema totalmente seguro.

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