Habían visitado Borbetomagus, también conocida como Worms, donde le dijeron que se creía que la espada que buscaban estaba en una cueva situada en lugar llamado Drachenfels.
Mientras subían por una estrecha senda, encontraron un antiguo poste direcciones con la siguiente inscripción:
Bewahre doch
vor Jammervoch
—No sé mucho alemán, pero parece una especie de aviso -dijo Gunnodoyak.
—No me gusta nada -dijo Ragnar.
—Debe de referirse a alguna clase de dragón -sugirió Tahmurath-. Al fin y al cabo, estamos en Drachenfels, que quiere decir «la roca del dragón».
—Probablemente es un
Tatzlwurm
-dijo Zerika.
—¿Un qué?
—Un
Tatzlwurm.
Así llaman los alemanes a un dragón que habita en una montaña.
Tras pasar varios giros y recodos, llegaron a lo que parecía ser una mina abandonada. Los maderos que rodeaban la entrada estaban muy deteriorados. Un olor húmedo y rancio salía del interior.
Ragnar fue el siguiente en llegar después de Zerika.
—¿Otra vez tendremos que meternos en un sitio oscuro? -preguntó.
Zerika se asomó al interior mientras esperaban la llegada del resto del grupo.
—Por lo menos no es lo bastante grande para que salga un bicho gigante.
—De modo que, si ahí dentro hay un dragón, tiene que ser pequeño, ¿no?
—No necesariamente. Puede haber otras entradas al interior de la montaña. Quizás este túnel desemboque en una caverna natural. Pero, incluso en este caso, podríamos estar relativamente a salvo si permanecemos en los túneles más pequeños.
Bajaron por el túnel unos cien metros y llegaron a una cámara grande. Parecía una cueva natural, a juzgar por las extravagantes formas de las estalactitas y estalagmitas.
—Quedaos en el túnel -susurró Zerika-. Volveré enseguida. Regresó al cabo de varios minutos de tensa espera.
—Tenemos suerte -murmuró-. Hay un dragón ahí dentro. Un
lindworm,
en realidad, porque tiene dos patas y no tiene alas. Ahora está dormido.
—Son buenas noticias -dijo Ragnar-. Mi lema es: «Deja dormir a los dragones».
—Tendremos que acercarnos con sigilo y matarlo.
—¿Por qué?
—Está custodiando una enorme arca. Apuesto a que la espada se encuentra dentro.
¦-Espera un momento. ¿Quieres decir que tenemos que matar a un dragón para conseguir una cosa que sirve para matar a un dragón? Parece surrealista. Ya hemos matado al
guivrey y
al
wyvern.
—El
guivre
también mató a Malakh y estuvo a punto de cargarse a Megaera.
—Bueno, puedes probar a entrar y pedirle amablemente al dragón que te dé la espada. A continuación, puedes usarla para matarlo.
—Buen plan, pero creo que paso.
—Bien. Volvamos al plan A. Megaera, tendrás que quitarte la armadura; no puedes entrar con sigilo llevando eso. Y ahora, si Ragnar ha terminado de quejarse…
—Por lo menos, dime que es un dragón pequeñito.
—¿Te acuerdas del
guivre?
—
Bastante bien.
—Pues es el doble de grande.
—¡Vaya!
Cuando Megaera se hubo despojado de la armadura, siguieron a Zerika a la cámara donde dormía el
lindworm.
Zerika los estaba poniendo en formación para realizar un ataque simultáneo cuando resonó una brutal carcajada por toda la caverna. Se volvieron a la vez para buscar a quien así se reía, incluido el
lindworm,
que acababa de despertarse. Vieron un alto humanoide con cuernos y rabo, y con los ojos de facetas múltiples de un insecto.
—Detesto estropearos vuestra sorpresa -dijo-. Pero creo que será mucho más interesante si el
lindworm
está despierto. Además, así es una lucha de igual a igual.
—¡Beelzebub! -exclamó Zerika, y le arrojó un cuchillo, pero se desvaneció en una voluta de humo de azufre antes de que pudiese alcanzarlo. Entretanto, el
lindworm
se disponía a aprovechar la oportunidad. Quiso golpear con su enorme cabeza a Megaera; ella lo eludió a tiempo, pero arrojándose al suelo, y además se le escapó la espada de la mano. Ragnar irrumpió desde el lado opuesto, en un intento de clavar su fina hoja entre las costillas del monstruo; sin embargo, el pellejo de la criatura era duro como el diamante y la espada de Ragnar no le causó ni un arañazo. El
lindworm
agitó la cola
y
lanzó a Ragnar contra la pared de la cueva; el aventurero cayó al suelo inconsciente.
—¡Huid! -gritó Zerika.
Fue un consejo que todos estaban dispuestos a seguir. Por desgracia, Megaera y Gunnodoyak quedaron atrapados en una vía sin salida de donde no podían escapar. El
lindworm
pareció darse cuenta, ya que avanzó hacia ellos de forma lenta, casi indiferente. Echó la cabeza atrás, como una serpiente preparándose para el ataque, y se abalanzó sobre Gunnodoyak. Éste intentó esquivarlo pero el monstruo fue demasiado rápido, lo atrapó entre sus fauces y se lo tragó entero.
—¡Megaera! ¡Sal de ahí enseguida! -gritó Zerika, pero era demasiado tarde; aunque echó a correr hacia un lado, el
lindworm
le cortó la retirada, tiró la cabeza hacia atrás de nuevo, sin duda preparándose para atacar cuando de pronto, el aire pareció estremecerse alrededor de Megaera. Al despejarse, había tres Megaeras en el pequeño túnel sin salida.
El
lindworm
atacó a una de ellas, pero, cuando cerró las fauces a su alrededor aquélla se disolvió en el aire. Sin perder tiempo, el monstruo se preparó para otro ataque. Sin embargo, antes de que pudiese hacerlo, Zerika salió de las sombras y le dio un tajo en la parte trasera de una pata. Como le había sucedido a Ragnar, la espada fue ineficaz y el
lindworm
volvió a responder agitando la cola, que derribo a Zerika al suelo.
La criatura se abalanzó sobre una de las dos restantes Megaeras. Una vez mas, la imagen se disipó cuando el monstruo la tocó, pero esta vez la auténtica Megaera aprovechó la distracción, fue corriendo hacia el lugar donde estaba su espada y la empuñó justo cuando se revolvía el
lindworm
hacia ella. Blandió la hoja y le dio un tajo en el cuello. Su espada resultó ser un poco más poderosa que las de Zerika y Ragnar, ya que le abrió una herida, aunque no muy profunda. El monstruo agitó la cabeza y emitió un rugido ensordecedor. Sin embargo, se recuperó enseguida y clavó sus ojos almendrados en la última Megaera. Parecía darse cuenta de que, esta vez, sus enormes fauces no morderían el aire.
En ese momento, otro fuerte rugido resonó en la cueva. Todas las miradas, incluida la del
lindworm,
se volvieron en la dirección de que procedía. Era Ragnar.
Había sacado la flecha negra y tensado el arco. Cuando el monstruo giró la cabeza hacia él, la disparó. La flecha voló directa a la herida abierta en la coraza natural del
lindworm.
Se introdujo en el orificio del cuello y se clavó en la carne.
El
lindworm
echó la cabeza atrás otra vez para rugir, pero sólo emitió un gemido ahogado. De súbito, se le doblaron las patas bajo su enorme cuerpo. La cola se agitó de forma convulsiva un par de veces y quedó inmóvil.
El grupo se reunió. Megaera limpió la sangre del dragón que manchaba su espada, Tahmurath salió de su escondrijo entre las estalagmitas. Zerika y Ragnar se acercaron cojeando a los otros dos.
—Supongo que las imágenes duplicadas eran obra tuya, Tahmurath -dijo Megaera-. Muchas gracias.
—De nada -respondió, haciendo una reverencia con su capa. -Creí que habías dicho que era más grande que el
guivre
-dijo Ragnar a Zerika, perplejo-. A mí me parece del mismo tamaño.
—Lo sé. Sólo quería darte una agradable sorpresa.
—¿Qué hacemos con Gunnodoyak? -preguntó Megaera-. ¿No deberíamos tratar de sacarlo de ahí?
—No estoy seguro de que valga la pena -dijo Tahmurath-, pero deberíamos intentarlo. Por desgracia, me temo que ni siquiera tu espada es lo bastante afilada para abrir al monstruo en canal.
—Examinemos el arca -sugirió Zerika- Si lo que hemos venido a buscar está ahí dentro, tal vez nos sirva.
Tras unos momentos de nerviosismo buscando trampas y forzando la cerradura, Zerika consiguió abrir la tapa.
En el interior había un tronco de árbol. Estaba enraizado en el fondo del arca y ascendían a través de un agujero que era apenas lo bastante ancho. Aparte de esto, el arca estaba vacía.
—¡Maldita sea! -exclamó Megaera-. Otra búsqueda inútil.
—Espera un momento -dijo Tahmurath-. Hay algo grabado en el tronco, pero no puedo leerlo en la penumbra. Zerika, ¿qué puedes ver con tus ojos élficos?
—«No atribuyas a la malicia lo que bien puede explicarse como estupidez. Adapes.» -leyó.
Todos se quedaron mirando la inscripción; entonces, Ragnar soltó una risotada.
—¡Venga ya! -dijo Megaera-. No es tan divertido.
—Es bastante divertido -replicó Ragnar-, pero no sólo eso. Es la navaja de Hanlon. ¿No lo entiendes? Se supone que estábamos buscando la espada del padre, y hemos encontrado esto.
—¿La navaja de Hanlon? ¿Qué es eso? -inquirió Zerika.
—Es una expresión, como la ley de Murphy. En concreto, es una variante de la navaja de Occam.
—Muy bien, picaré: ¿qué es la navaja de Occam?
—No se trata de ninguna broma. Guillermo de Occam era un filósofo escolástico inglés del siglo XIV: dijo que las explicaciones sencillas son preferibles a las complicadas. Este principio es conocido como la navaja de Occam.
—¿Qué quieres decir? -inquirió Megaera- ¿Acaso se supone que podemos matar al dragón con esta cita? Y si el autor es ese Hanlon, ¿quién este Adapes que aparece aquí?
—¡Espera un momento! -exclamó Tahmurath-. Repite eso.
—¿El qué?
—La última frase.
—¿Quién es este Adapes que aparece aquí?
—¡Adapes! ¡Claro! Vamos a aplicar la sabiduría de la antigua
Ars Magna.
Tahmurath hizo una serie de pases mágicos mientras entonaba un extraño encantamiento. Una sombra pareció oscurecer la frase grabada en el arca. Cuando se desvaneció, las palabras habían desaparecido y en su lugar apareció la empuñadura de una espada clavada en el tronco. Tahmurath la empuñó y tiró de ella, pero no consiguió moverla.
—Megaera ¿nos haces los honores? -le pidió.
Megaera se adelantó e intentó arrancar ,a espada del tronco, primero con una mano y luego con ambas. No se movió.
—¡Buf! está atascada.
—Que lo intente Ragnar -sugirió Zerika.
—¿Por qué? No es tan fuerte como yo.
—No, pero es quien mató al linmdunzu. Tal vez eso le otorgue el derecho de poseer la espada.
Ragnar se acercó y tiró de la empuñadura. La larga espada salió del tronco con facilidad y mientras salía pudieron ver que había otra inscripción en la hoja.
—¿Qué dice? -preguntó Zerika.
—
Navajita
. – dijo riendo entre dientes y se volvió hacia Tahmurath-. No hace falta que me digas que voy a recibir un archivo grande ya puedo escuchar como se está cargando en el disco. Megaera, ¿quieres una espada nueva?
—Me gusta la que tengo. Ésa es más bien de tu estilo.
—De hecho, mi estilo son las armas arrojadizas. Uno puede hacerse daño manejando una de estas cosas.
Se dirigió hacia el cadáver del lindworn. Dio un tajo en el vientre del monstruo y las duras escamas se partieron como si fueran de papel de furmar. Las entrañas se desparramaron en el suelo con un intenso holor.
—Prueba allí -sugirió Tahmurath, señalando un segmento especialmente abultado del tubo digestivo.- Procura no hacer un corte demasiado hondo para no abrir en canal a Gunnodoyak.
Ragnar siguió su consejo y rasgó el tejido con cuidado. Una de las manos de Gunnodoyak salió a través de la abertura. Mientras Ragnar la agrandaba. Megaera se acercó para sacar del cuerpo de Gunnodoyak. Lo dejó tumbado en el suelo: estaba inerte y con la piel de un tono azulado.
—Tahmurath, ¿puedes hacer algo por él? -preguntó.
—Desde luego, lo voy a intentar. Sin embargo, resulta irónico que quienes pueden resucitar a los muertos sean siempre los que mueran.
—No estoy muerto. Al menos, todavía -dijo Gunnodoyak.
—¿Cómo es posible que no estés muerto? -quiso saber Megaera-. Creía que ya te habrías asfixiado.
—He practicado una antigua disciplina oriental: bajas el ritmo metabólico y reduces la necesidad de oxígeno. A veces resulta muy útil.
—Tahmurath, ¿qué estás buscando? -le preguntó. Estaba registrando su bolsa.
—El corazón de la anfisbena. Acabo de darme cuenta de lo que tenía que hacer con él.
Sacó el órgano cardíaco y enseñó la carita sonriente.
—Veis la sonrisa, ¿verdad? -dijo.
Dejó el corazón en el suelo y canturreó un hechizo similar al que había usado con la espada de Ragnar. Cuando terminó, la carita sonriente había desaparecido y sobre el corazón había un anillo de oro. Al examinarlo más de cerca, comprobaron que el anillo lenía un grabado de una serpiente mordiéndose la cola.
—Muy bonito -dijo Gunnodoyak-. Si no me equivoco, ese archivo ya está descifrado. ¿Para qué sirve el anillo, Tahmurath?
—No tengo la menor idea.
Interrumpieron la partida un poco antes de lo habitual, ya que parecía una buena idea examinar los nuevos programas que habían recibido. El programa del anillo de Art estaba descifrado, en efecto, y resultó ser… un programa de descifrado.
—Me gusta cómo tuvimos que matar al dragón para conseguir al matador de dragones -comentó George.
El programa que correspondía a la navaja de Hanlon resultó ser un antivirus.
—¿Es el mismo que la espada del hijo de Al? -preguntó Art.
—No, es diferente -dije, mientras miraba la pantalla por encima del hombro de George-. El programa de Al protege los programas si ya está instalado. Éste parece atacar desde el exterior, por lo que puede utilizarse en un sistema que ya esté infectado.
—Bueno vamos a usar el programa de descifrado del jefe con la lista de contraseñas que sacamos del MUD -sugirió Krishna.
Tuvimos suerte, porque no sólo funcionó bien, sino que la lista contenía el nombre y la contraseña de un empleado de Macrobyte.
Tras probar algunas cosas más con el nuevo software, decidimos ir a tomar café. Art conocía un sitio que estaba abierto toda la noche y no se hallaba lejos de Cepheus.