Es involuntario, totalmente involuntario, pero no puedo evitar sonreír al recordarnos temblando, nerviosos, sudorosos y con los pantalones bajados.
—Qué frío hacía —comento cómplice en esta tregua suave y dulce que es más cómoda, debo reconocerlo, que la habitual guerra silenciosa.
—Y mira que le insistía al viejo —sonríe también—: «Papá, ¿por qué no arreglas la calefacción del coche?», y él venga a decirme que no, total, para semejante cacharro y los dos días que le quedaban, y como el único que lo usaba era yo… Sí, pero por la noche y en invierno, cojones.
—Eso precisamente era lo que no le decías —y como me da corte mirarle, acuno lo que queda de tila en la taza y me reflejo en el fondo y le sonrío a los posos con esa mueca sombría y extraña que se nos queda en la cara cuando nos azoran los recuerdos.
París, incómodo también en el pasado, se levanta atolondrado.
—¿Te pido otra tila? A mí no me vendría mal una caña.
Me quedo triste, sola y descangayada, casi me entran ganas de llorar y tampoco estaría mal si lo hiciera. Por una vez en mi vida no llamaría la atención. A fin de cuentas estoy en la cafetería de un hospital, es lo propio.
—¿Qué haces? —pregunta Nacho, que llega y se sienta en la banqueta vacía.
—Huyo. Me da reparo ver a las hijas de Santi. No quiero mentirles.
—No te preocupes —comenta disgustado—, ya lo he hecho yo. Y además ahora están rodeadas de compañeros. Las tendrán entretenidas un rato. La noticia ha corrido como la pólvora y han venido casi todos. El único que no ha dado señales de vida aún es Javier el Bebé, pero tampoco conocía tanto a Santi.
—¿Por qué has tenido que hacerlo tú? ¿No era cosa de los jefes?
—Ésos son unos cabrones que han escurrido el bulto divagando sandeces. Para una puta tarea que les toca y ni siquiera consiguen hacerla bien. No sé qué coño dirían, pero no coló. En cuanto se largaron, la mujer y las hijas me abordaron en el pasillo cuando volvía de acompañar a Reme al taxi y me suplicaron que les contase la verdad. Les dije que hacía una vigilancia y que alguien manipuló su tubo de escape para que se asfixiara dentro del coche.
—Y la presencia de la farmacéutica junto a él ¿cómo la justificaste?
—Agárrate: les solté que era la testigo principal y le acompañaba porque sólo ella era capaz de reconocer a la persona que supuestamente buscábamos, un agresor sexual peligroso. Espero que lo hayan tragado.
—No va a colar, Nacho, ya te lo digo yo. No se chupan el dedo.
—Al menos una de las hijas, la mayor, casi seguro que no. Vaya mierda. Necesito un coñac —confiesa al fin—. Con el recuerdo de la familia llorando en mi hombro me es imposible concentrarme, y buena falta nos hace, porque aquí hay un montón de cosas que no casan, hace un buen rato que lo pienso. Han ido a por él, Clara, y quién sabe cuál de nosotros será el siguiente —concluye agorero.
—No exageres. Vale que tenía mil enemigos, llevaba muchos años en esto y ha metido a tanta calaña entre rejas que cualquiera puede haber querido darle un susto, pero ¿nosotros? Estate tranquilo, somos insignificantes —razona ella.
—No. No se trata de Santi, es por la comisaría. Acuérdate, nos lo dijo el Culebra y mira ahora dónde está, de parque de atracciones para gusanos. Hay algo dentro que huele a podrido. Estamos metidos en demasiados fregaos —y enumera con los dedos—: Vito y su gran cargamento de coca, su camello preferido caído por sobredosis en acto de servicio, una puta colgando del techo, el pez gordo que estaba liado con ella que se revienta la sesera sin motivo, tú colándote en el burdel de una peligrosa proxeneta para averiguar si trata con menores y curra para Vito y vuelta a empezar, todo relacionado siempre con él. Hemos levantado una alfombra que tapa mucha mierda y nos lo quieren hacer pagar.
—¿Quién nos quiere hacer pagar? —pregunta París, que llega cargado con dos botellines de cerveza y una nueva infusión para mí.
—Vito, o quien sea que haya querido cargarse a Santi. Según Nacho, han ido a por él porque nos hemos metido en casos que nos vienen grandes —explico.
—Y tanto —insiste él—. Va todo muy rápido. Me diréis que una cosa nos está llevando a otra, pero ¿has visto la cara que traes? ¿Es necesario que te expongas tanto? Mira, ya ni recuerdo por qué tuvimos que meterte en esa casa de putas. Por cierto, ¿cómo conseguisteis salir de allí?
—De pura chiripa, la cosa estaba empezando a ponerse chunga cuando llamó París para avisar de lo de Santi. Menos mal que por una vez has llegado a tiempo —le dice con retintín—. El teléfono sonó en el momento preciso y mi consternación fue tan auténtica que no tuve ni que fingirla. La buena noticia es que, como no nos hemos destapado, podemos volver a citarnos con ella cuando queramos. Creo que le gustamos las dos, aunque más tu Reme que yo.
—Pero expláyate con lo interesante, mujer —interviene Nacho—, ¿había muchas chicas?, ¿y cómo es la madame?, ¿has averiguado si trabaja para Vito?
—Es una hija de puta con todas las letras, pero de Vito no soltó prenda. En cuanto a las chicas, sólo vimos a una que respondía al nombre de Cielo y no pasaba de los dieciséis, estaría bien si pudiéramos localizarla.
—¿Localizarla cómo? —pregunta París—. No tenemos ningún dato…
—No, pero quien sí debe tener información es el fotógrafo, uno que se hace llamar Kodak y se encarga de elaborar los books de presentación.
—No me suena de nada —comenta Nacho, famoso por sus contactos—, pero seguro que con alguna llamadita a mi gente consigo algo. Puedo intentarlo.
—Hazlo —le pide—. Además, mencionó a Olvido.
—¿Habló de ella? —se interesa París—. ¿Qué dijo?
—Bueno… —se sonroja—. Que posando le recordaba a ella.
—¡Ésta sí que es buena! —exclama Nacho—, ¿posaste para ellos?
—No me quedó otra. Pero no enseñé nada que comprometiera mi honra.
—Más te vale —afirma muy serio—, porque entonces tendría que buscar al Kodak ese, quemar los negativos y arrancarle los ojos.
—Últimamente no sé qué pasa que la ciudad está llena de machitos vengadores. Con que le localices me basta, gracias. Del resto me encargo yo, no vaya a ser que caigan en vuestras manos mis fotos y…
—¿Y qué? —se alarma París al ver que se interrumpe en mitad de la frase.
—Joder, que somos gilipollas. Ya sé cómo demostrar que Virtudes trabaja para Vito. ¿No me dijiste que en la primera guardia en su mansión sacasteis fotos de un casting de putas? Pues sólo tengo que echarles un vistazo a las imágenes donde salga la madame e identificarla —sentencia Clara.
—Me voy a comisaría ahora mismo, a ver en cuántas se distingue bien a esa pájara. A primera hora las tengo listas. Y de paso aprovecho para hacer esas llamaditas que comentamos. Vosotros avisad a Reme para que también se presente —planifica Nacho exaltado—, si contamos con una doble identificación ésta será irrebatible ante cualquier jurado.
—Buena idea —reconoce París—. Hay que empezar a organizar este rompecabezas. Cualquier cosa antes que estar aquí parados.
—¿Y yo qué hago? —pregunta Clara con los ojos brillantes.
—Te acabas la tila y te vas a casita a descansar —la abronca Nacho.
—Pero ¿me avisarás si te enteras de algo?
—Te esperas a mañana y punto pelota, hoy no trabajas más. A ver si me voy a tener que cabrear —y acto seguido se levanta de la mesa y se va. Ella apura su taza y se da cuenta de que París la observa.
—Dime la verdad, Clara —le pide—, qué tal ha ido lo de la madame.
—Reme es todo un partido, si es eso lo que te interesa.
—No te estoy preguntando por ella. Reme no era consciente del peligro, tú sí, por eso quiero tu versión. ¿Qué has visto allí dentro?
—Esa gente tiene pasta y contactos en todas partes. A primera hora de mañana te hago un informe y sacas tus conclusiones. Mi impresión es que aquí hay una madeja en la que todos están liados. No puede ser casualidad que la madame trabaje para Vito, éste conociera al Culebra, él a Olvido y ésta al empresario. Sólo falta la pieza que haga encajar todo. Lo que me rechina es lo de Santi. Después de saber cómo lo encontraron parece que le tendieron una trampa, pero no entiendo qué tiene que ver con ninguno de los otros muertos.
—No lo sé, puede que Nacho tenga razón: todo el mundo sabe que las operaciones importantes de vuestra comisaría las organiza él, de modo que, si alguien teme que metáis el hocico en su negocio, sólo tiene que cargarse al que dirige el tinglado. También hay otra opción —sugiere, y debe de pensar que lo que va a decir no me gustará, porque su mirada esquiva la mía.
—Dilo, venga, échale huevos. Pregúntame si estaba metido en algún trapicheo. No serás el único que lo haya hecho.
—¿Lo estaba?
—Jamás he visto nada que me hiciera suponerlo.
—¿Quién más quería saberlo?
—Ramón.
—Un tipo listo tu Ramón.
—Es abogado, está acostumbrado a pensar lo peor de la gente.
—Yo también, soy policía. ¿Pondrías la mano en el fuego por Santi?
—Hace un par de días lo tendría clarísimo. Ahora no sé a qué atenerme.
—¿Clara? —implora una voz débil de chiquilla tras ella que, sin volverse, sabe a la perfección de quién se trata. Mierda, mierda y mierda.
—Ana, bonita, ¿cómo estás? —dice mientras se levanta y la abraza maternal.
—He bajado a por una botella de agua, arriba hace demasiado calor —explica confusa y sofocada—, ¿cuándo has llegado?, ¿no te han dicho que estábamos arriba?, ¿has podido ver a mi padre?
Sí, arriba, claro, la culpa es mía por pretender huir de lo inevitable, gallina, mentirosa, traidora y ahora, con su hija frente a mí que no comprende por qué no estoy consolando a su madre y a sus hermanas, hasta cruel. Por eso, y porque sé que el destino es a todas luces inevitable y los castigos de la cobardía se pagan con el bochorno y se purgan dando la cara y soportando el abucheo de los testigos, me despido laxa de París y me dejo arrastrar junto a las demás mujeres de mi mentor y soy besada, oprimida, consultada por las hijas serias, por la esposa llorosa, por sus manos frías y sus cuerpos tibios mientras farfullo mi lista de excusas que, en el fondo, nadie necesita más que yo porque llevo un día horrible, una semana horrible, una vida horrible y odio, precisamente ahora en que algo me falla dentro, los malditos hospitales que jamás traen nada bueno y sí, todo va a ir bien, seguro que sale de ésta, es duro como el granito, aún no sabemos mucho del caso, no, esta vez yo no trabajaba con él, era un asunto que llevaba solo, pero tan pronto como me entere de algo os informo y cuánto lo siento, de verdad, y llamadme para lo que sea. Sabéis que siempre podéis contar conmigo.
Y me marcho, me voy. Beso suavemente a cada una de ellas, me abrazo a la esposa desconsolada, murmuro que estoy desfallecida y deserto por entre el hueco de sus brazos, ágil y temerosa, cuando parece que empiezan a pesarme demasiado, cuando siento que me aprietan ya de más. En días eternos como hoy sólo puedo sentirme a salvo en casa.
*
Es tarde, la puerta está cerrada con sus tres vueltas y sólo sale a recibirme la gata, desperezándose, con los ojos repletos de legañas medio cerrados y vaya siesta te has echado, jodía, ¿dónde está tu amo?, ¿no ha llegado todavía?
Es absurdo que intente buscarlo por la casa, sé de sobra que está vacía, se nota cuando no está. La duda es, ¿por qué? Y te ha dejado sin cenar, le dice a la pobre, que no tienes culpa de nada, todo el día aburrida esperando a que regresemos del trabajo y cómo, vamos a ver, pretende éste que tengamos un hijo si ni siquiera podemos ocuparnos dignamente de un animal de compañía, gorda como está del mínimo caso que le hacemos, sólo alimentarla y acariciarla y, además, que a lo mejor ahora ni puedo tener niños. Pero eso él no lo sabe, claro, y cómo se lo voy a decir si jamás coincidimos, si mira la hora que es y no tengo ni idea de dónde puede estar, refunfuña para sus adentros quitándose los zapatos, con ganas de bajarse las malditas medias y darse una ducha larga y relajante mientras él llega y entonces, con calma, contarle cómo ha sido el día, pero sin recrearme en lo malo, sólo para desahogarme porque cuando me escucha, cuando se para y me entiende es tan gratificante, tan relajado, tan natural, que hasta consigue que le perdone los momentos de genio y berrinche en que me dan ganas de sacar la pistola y meterle un par de balazos en la boca, para que aprenda.
De camino al dormitorio hace una parada en el baño y abre la ducha, que se vaya calentando el agua mientras me desnudo. Pero no, porque al ir a quitarse el reloj y dejarlo sobre su cómoda, se encuentra con una nota:
Clara,
Hemos localizado a mi madre. Se ha liado la manta a la cabeza y se ha ido al cortijo. Ha llamado a mi hermano para decirle que quiere quedarse allí una temporada a reflexionar sobre su vida, que ahora parece que no le gusta nada.
Nos vamos a buscarla en el próximo AVE, no nos fiamos de que le dé por hacer más locuras. Te llamé a comisaría, pero me dijeron que estás en algo muy importante y no se te puede molestar. Intentaré telefonearte esta noche y contarte cómo va todo. Volveré tan pronto como pueda.
Abrígate,
Ramón
Está visto que cuando más hace falta un hombre nunca se le encuentra. Pues muy bien. Genial. Estupendo.
Y entonces, cuando va a echarse a llorar porque vaya mierda de día, de marido, de existencia, joder, suena el teléfono y se apresura a cogerlo sin mirar quién llama porque qué más da si será él, seguro, que en el fondo sabe cuándo lo necesito, como si me leyera el pensamiento o me sintiera desvalida aun en la distancia, qué tierno.
—¿Ramón?
—Qué Ramón ni qué niño muerto, soy Nacho. Llevo una hora comiéndole la oreja a mis confites, pero al fin he dado con algo y menos mal, porque vaya nochecita. Estoy hasta los huevos y quiero largarme a casa. ¿Clara? ¿Estás ahí?
—Sí, pero no para broncas.
—Vale, perdona —recula—. Es que pensé que te interesaría saber lo único que he podido averiguar de ese Kodak: tenías razón, es un fumeta. Dicen que es un buen fotógrafo, por lo legal trabaja en cosas de moda y, según parece, se saca una pasta extra haciendo catálogos para modelos que empiezan. Por lo visto ahora le llaman así a sacarle fotos a las putillas. Me han dicho que vive por el Centro y que para casi todas las noches por un bar de Malasaña…, espera, que busco el nombre… Oye —se para—, no se te ocurra largarte hasta allí tú sola.