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Authors: Federico García Lorca

Tags: #Clásico, drama, teatro

Yerma (3 page)

BOOK: Yerma
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CANTAN:

En el arroyo frío

lavo tu cinta,

como un jazmín caliente

tienes la risa.

LAVANDERA 1ª.—A mí no me gusta hablar.

LAVANDERA 3ª.—Pero aquí se habla.

LAVANDERA 4ª.—Y no hay mal en ello.

LAVANDERA 5ª.—La que quiera honra que la gane.

LAVANDERA 4ª.—

Yo planté un tomillo,

yo lo vi crecer.

El que quiera honra,

que se porte bien.

(Ríen.)

LAVANDERA 5ª.—Así se habla.

LAVANDERA 1ª.—Pero es que nunca se sabe nada.

LAVANDERA 4ª.—Lo cierto es que el marido se ha llevado a vivir con ellos a sus dos hermanas.

LAVANDERA 5ª.—¿Las solteras?

LAVANDERA 4ª.—Sí. Estaban encargadas de cuidar la iglesia y ahora cuidan de su cuñada. Yo no podría vivir con ellas.

LAVANDERA 1ª.—¿Por qué?

LAVANDERA 4ª.—Porque dan miedo. Son como esas hojas grandes que nacen de pronto sobre los sepulcros. Están untadas con cera. Son metidas hacia dentro. Se me figura que guisan su comida con el aceite de las lámparas.

LAVANDERA 3ª.—¿Y están ya en la casa?

LAVANDERA 4ª.—Desde ayer. El marido sale otra vez a sus tierras.

LAVANDERA 1ª.—Pero ¿se puede saber lo que ha ocurrido?

LAVANDERA 5ª.—Anteanoche, ella la pasó sentada en el tranco, a pesar del frío.

LAVANDERA 1ª.—Pero ¿por qué?

LAVANDERA 4ª.—Le cuesta trabajo estar en su casa.

LAVANDERA 5ª.—Estas machorras son así: cuando podían estar haciendo encajes o confituras de manzanas, les gusta subirse al tejado y andar descalzas por esos ríos.

LAVANDERA 1ª.—¿Quién eres tú pare decir estas cosas? Ella no tiene hijos, pero no es por culpa suya.

LAVANDERA 4ª.—Tiene hijos la que quiere tenerlos. Es que las regalonas, las flojas, las endulzadas no son a propósito pare llevar el vientre arrugado.
(Ríen.)

LAVANDERA 3ª.—Y se echan polvos de blancura y colorete y se prenden ramos de adelfa en busca de otro que no es su marido.

LAVANDERA 5ª.—¡No hay otra verdad!

LAVANDERA 1ª.—Pero ¿vosotras la habéis visto con otro?

LAVANDERA 4ª.—Nosotras no, pero las gentes sí.

LAVANDERA 1ª.—¡Siempre las gentes!

LAVANDERA 5ª.—Dicen que en dos ocasiones.

LAVANDERA 2ª.—¿Y qué hacían?

LAVANDERA 4ª.—Hablaban.

LAVANDERA 1ª.—Hablar no es pecado.

LAVANDERA 4ª.—Hay una cosa en el mundo que es la mirada. Mi madre lo decía. No es lo mismo una mujer mirando unas rosas que una mujer mirando los muslos de un hombre. Ella lo mira.

LAVANDERA 1ª.—Pero ¿a quién?

LAVANDERA 4ª.—A uno, ¿lo oyes? Entérate tú, ¿quieres que lo diga más alto?
(Risas.)
Y cuando no lo mira, porque está sola, porque no lo tiene delante, lo lleva retratado en los ojos.

LAVANDERA 1ª.—¡Eso es mentira!
(Algazara.)

LAVANDERA 5ª.—¿Y el marido?

LAVANDERA 3ª.—El marido está como sordo. Parado, como un lagarto puesto al sol.
(Ríen.)

LAVANDERA 1ª.—Todo se arreglaría si tuvieran criaturas.

LAVANDERA 2ª.—Todo esto son cuestiones de gente que no tiene conformidad con su sino.

LAVANDERA 4ª.—Cada hora que transcurre aumenta el infierno en aquella casa. Ella y las cuñadas, sin despegar los labios, blanquean todo el día las paredes, friegan los cobres, limpian con vaho los cristales, dan aceite a la solería, pues cuanto más relumbra la vivienda más arde por dentro.

LAVANDERA 1ª.—Él tiene la culpa; ¡él! Cuando un padre no da hijos debe cuidar de su mujer.

LAVANDERA 4ª.—La culpa es de ella que tiene por lengua un pedernal.

LAVANDERA 1ª.—¿Qué demonio se te ha metido entre los cabellos para que hables así?

LAVANDERA 4ª.—¿Y quién ha dado licencia a tu boca para que me des consejos?

LAVANDERA 2ª.—¡Callar!

LAVANDERA 1ª.—Con una aguja de hacer calceta, ensartaría yo las lenguas murmuradoras.

LAVANDERA 2ª.—¡Calla!

LAVANDERA 4ª.—Y yo la tapa del pecho de las fingidas.

LAVANDERA 2ª.—Silencio. ¿No ves que por ahí vienen las cuñadas? 

(Murmullos. Entran las dos cuñadas de YERMA. Van vestidas de luto. Se ponen a lavar en medio de un silencio. Se oyen esquilas.)

LAVANDERA 1ª.—¿Se van ya los zagales?

LAVANDERA 3ª.—Sí, ahora salen todos los rebaños.

LAVANDERA 4ª.—Me gusta el olor de las ovejas.

LAVANDERA 3ª.—¿Sí?

LAVANDERA 4ª.—¿Y por qué no? Olor de lo que una tiene. Como me gusta el olor del fango rojo que trae el río por el invierno.

LAVANDERA 3ª.—Caprichos.

LAVANDERA 5ª.—
(Mirando.)
Van juntos todos los rebaños.

LAVANDERA 4ª.—Es una inundación de lana. Arramblan con todo. Si los trigos verdes tuvieran cabeza, temblarían de verlos venir.

LAVANDERA 3ª.—¡Mire cómo corren! ¡qué manada de enemigos!

LAVANDERA 1ª.—Ya salieron todos, no falta uno.

LAVANDERA 4ª.—A Ver..., no... Sí, sí, falta uno.

LAVANDERA 5ª.—¿Cuál ... ?

LAVANDERA 4ª.—El de Víctor.

(Las dos cuñadas se yerguen y miran.)

En el arroyo frío lavo tu cinta.

Como un jazmín caliente tienes la risa.

Quiero vivir en la nevada chica

de ese jazmín.

LAVANDERA 1ª.—

¡Ay de la casada seta!

¡Ay de la que tiene los pechos de arena!

LAVANDERA 5ª.—

Dime si tu marido

guarda semilla

para que el agua cante

por tu camisa.

LAVANDERA 4ª.—

Es tu camisa

nave de plata y viento

por las orillas.

LAVANDERA 1ª.—

Las ropas de mi niño

vengo a lavar

para que tome el agua

lecciones de cristal.

LAVANDERA 2ª.—

Por el monte ya llega

mi marido a comer.

Él me trae una rosa

y yo le doy tres.

LAVANDERA 5ª.—

Por el llano ya vino

mi marido a cenar.

Las brisas que me entrega

cubro con arrayán.

LAVANDERA 4ª.—

Por el aire ya viene

mi marido a dormir.

Yo, alhelíes rojos

y él, rojo alhelí.

LAVANDERA 1ª.—

Hay que juntar flor con flor

cuando el verano seca la sangre al segador.

LAVANDERA 4ª.—

Y abrir el vientre a pájaros sin sueño

cuando a la puerta llama temblando

el invierno.

LAVANDERA 1ª.—Hay que gemir en la sábana.

LAVANDERA 4ª.—¡Y hay que cantar!

LAVANDERA 5ª.—

Cuando el hombre nos trae

la corona y el pan.

LAVANDERA 4ª.—Porque los brazos se enlazan.

LAVANDERA 2ª.—Porque la luz se nos quiebra en la garganta.

LAVANDERA 4ª.—Porque se endulza el tallo de las ramas.

LAVANDERA 1ª.—Y las tiendas del viento cubren a las montañas.

LAVANDERA 6ª.—
(Apareciendo en lo alto del torrente.)

Para que un niño funda

yertos vidrios del alba.

LAVANDERA 1ª.—Y nuestro cuerpo tiene ramas furiosas de coral.

LAVANDERA 6ª.—Para que haya remeros en las aguas del mar.

LAVANDERA 1ª.—Un niño pequeño, un niño.

LAVANDERA 2ª.—Y las palomas abren las alas y el pico.

LAVANDERA 3ª.—Un niño que gime, un hijo.

LAVANDERA 4ª.—Y los hombres avanzan como ciervos heridos.

LAVANDERA 5ª.—¡Alegría, alegría, alegría, del vientre redondo, bajo la camisa!

LAVANDERA 2ª.—¡Alegría, alegría, alegría, ombligo, cáliz tierno de maravilla!

LAVANDERA 1ª.—

¡Pero, ay de la casada seca!

¡Ay de la que tiene los pechos de arena!

LAVANDERA 3ª.—¡Que relumbre!

LAVANDERA 2ª.—¡Que coma!

LAVANDERA 5ª.—¡Que vuelva a relumbrar!

LAVANDERA 1ª.—¡Que cante!

LAVANDERA 2ª.—¡Que se esconda!

LAVANDERA 1ª.—Y que vuelva a cantar.

LAVANDERA 6ª.—La aurora que mi niño lleva en el delantal.

LAVANDERA 2ª.—
(Cantan todas a coro.)

En el arroyo frío lavo tu cinta.

Como un jazmín caliente tienes la risa.

¡Ja, ja, ja!

(Mueven los paños con ritmo y los golpean.)

Telón

Cuadro Segundo

(Casa de YERMA. Atardece. JUAN está sentado. Las dos CUÑADAS de pie.)

JUAN.—¿Dices que salió hace poco?
(La hermana mayor contesta con la cabeza.)
Debe de estar en la fuente. Pero ya sabéis que no me gusta que salga sola.
(Pausa.)
Puedes poner la mesa.
(Sale la hermana menor.)
Bien ganado tengo el pan que como.
(A su hermana.)
Ayer pasé un día duro. Estuve podando los manzanos y a la caída de la tarde me puse a pensar pare qué pondría yo tanta ilusión en la faena si no puedo llevarme una manzana a la boca. Estoy harto.
(Se pasa la mano por la cara. Pausa.)
Esa no viene... Una de vosotras debía salir con ella, porque para eso estáis aquí comiendo en mi mantel y bebiendo mi vino. Mi vida está en el campo, pero mi honra está aquí. Y mi honra es también la vuestra.
(La hermana inclina la cabeza.)
No lo tomes a mal.
(Entra YERMA con dos cántaros. Queda parada en la puerta.)
¿Vienes de la fuente?

YERMA.—Para tener agua fresca en la comida.
(Sale la otra hermana.)
¿Cómo están las tierras?

JUAN.—Ayer estuve podando los árboles.
(YERMA deja los cántaros. Pausa.)

YERMA.—¿Te quedarás?

JUAN.—He de cuidar el ganado. Tú sabes que esto es cosa del dueño.

YERMA.—Lo sé muy bien. No lo repitas.

JUAN.—Cada hombre tiene su vida.

YERMA.—Y cada mujer la suya. No te pido yo que te quedes. Aquí tengo todo lo que necesito. Tus hermanas me guardan bien. Pan tierno y requesón y cordero asado como yo aquí, y pasto lleno de rocío tus ganados en el monte. Creo que puedes vivir en paz.

JUAN.—Para vivir en paz se necesita estar tranquilo.

YERMA.—¿Y tú no estás?

JUAN.—No lo estoy.

YERMA.—Desvía la intención.

JUAN.—¿Es que no conoces mi modo de ser? Las ovejas en el redil y las mujeres en su casa. Tú sales demasiado. ¿No me has oído decir esto siempre?

YERMA.—Justo. Las mujeres dentro de sus casas. Cuando las casas no son tumbas. Cuando las sillas se rompen y las sábanas de hilo se gastan con el uso. Pero aquí no. Cada noche, cuando me acuesto, encuentro mi cama más nueva, más reluciente, como si estuviera recién traída de la ciudad.

JUAN.—Tú misma reconoces que llevo razón al quejarme. ¡Que tengo motivos para estar alerta!

YERMA.—Alerta ¿de qué? En nada te ofendo. Vivo sumisa a ti, y lo que sufro lo guardo pegado a mis carnes. Y cada día que pase será peor. Vamos a callarnos. Yo sabré llevar mi cruz como mejor pueda, pero no me preguntes nada. Si pudiera de pronto volverme vieja y tuviera la boca como una flor machacada, te podría sonreír y conllevar la vida contigo. Ahora, ahora déjame con mis clavos.

JUAN.—Hablas de una manera que yo no te entiendo. No te privo de nada. Mando a los pueblos vecinos por las cosas que te gustan. Yo tengo mis defectos, pero quiero tener paz y sosiego contigo. Quiero dormir fuera y pensar que tú duermes también.

YERMA.—Pero yo no duermo, yo no puedo dormir.

JUAN.—¿Es que te falta algo? Dime. ¡Contesta!

YERMA.—
(Con intención y mirando fijamente al marido.)
Sí, me falta.
(Pausa.)

JUAN.—Siempre lo mismo. Hace ya más de cinco años. Yo casi lo estoy olvidando.

YERMA.—Pero yo no soy tú. Los hombres tienen otra vida, los ganados, los árboles, las conversaciones; las mujeres no tenemos más que ésta de la cría y el cuidado de la cría.

JUAN.—Todo el mundo no es igual. ¿Por qué no te traes un hijo de tu hermano? Yo no me opongo.

YERMA.—No quiero cuidar hijos de otros. Me figuro que se me van a helar los brazos de tenerlos.

JUAN.—Con ese achaque vives alocada, sin pensar en lo que debías, y te empeñas en meter la cabeza por una roca.

YERMA.—Roca que es una infamia que sea roca, porque debía ser un canasto de flores y agua dulce.

JUAN.—Estando a tu lado no se siente más que inquietud, desasosiego. En último caso, debes resignarte.

YERMA.—Yo he venido a estas cuatro paredes para no resignarme. Cuando tenga la cabeza atada con un pañuelo para que no se me abra la boca, y las manos bien amarradas dentro del ataúd, en esa hora me habré resignado.

JUAN.—Entonces, ¿qué quieres hacer?

YERMA.—Quiero beber agua y no hay vaso ni agua, quiero subir al monte y no tengo pies, quiero bordar mis enaguas y no encuentro los hilos.

JUAN.—Lo que pasa es que no eres una mujer verdadera y buscas la ruina de un hombre sin voluntad.

YERMA.—Yo no sé quién soy. Déjame andar y desahogarme. En nada te he faltado.

JUAN.—No me gusta que la gente me señale. Por eso quiero ver cerrada esa puerta y cada persona en su casa.
(Sale la HERMANA PRIMERA lentamente y se acerca a una alacena.)

YERMA.—Hablar con la gente no es pecado.

JUAN.—Pero puede parecerlo.
(Sale la otra hermana y se dirige a los cántaros en los cuales llena una jarra.)

JUAN.—
(Bajando la voz.)
Yo no tengo fuerzas para estas cosas. Cuando te den conversación cierra la boca y piensa que eres una mujer casada.

YERMA.—
(Con asombro.)
¡Casada!

JUAN.—Y que las familias tienen honra y la honra es una carga que se lleva entre dos.
(Sale la hermana con la jarra, lentamente.)
Pero que está oscura y débil en los mismos caños de la sangre.
(Sale la otra hermana con una fuente de modo casi procesional. Pausa.)
Perdóname.
(YERMA mira a su marido, éste levanta la cabeza y se tropieza con la mirada.)
Aunque me miras de un modo que no debía decirte: perdóname, sino obligarte, encerrarte, porque para eso soy el marido.
(Aparecen las dos hermanas en la puerta.)

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