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Authors: Federico García Lorca

Tags: #Clásico, drama, teatro

Yerma (2 page)

BOOK: Yerma
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VÍCTOR.—
(Sonriente.)
¡Vamos!

YERMA.—
(Ríe.)
Los voy a rodear de encajes.

VÍCTOR.—Si es niña le pondrás tu nombre.

YERMA.—
(Temblando.)
¿Cómo?...

VÍCTOR.—Me alegro por ti.

YERMA.—
(Casi ahogada.)
No..., no son para mí. Son para el hijo de María.

VÍCTOR.—Bueno, pues a ver si con el ejemplo té animas. En esta casa hace falta un niño.

YERMA.—
(Con angustia.)
¡Hace falta!

VÍCTOR.—Pues adelante. Dile a tu marido que piense menos en el trabajo. Quiere juntar dinero y lo juntará, pero ¿a quién lo va a dejar cuando se muera? Yo me voy con las ovejas. Dile a Juan que recoja las dos que me compró, y en cuanto a lo otro, ¡que ahonde!
(Se va sonriente.)

YERMA.—
(Con pasión.)
¡Eso! ¡Que ahonde!

Te diré, niño mío, que sí,

tronchada y rota soy para ti.

¡Cómo me duele esta cintura,

donde tendrás primera cuna!

¿Cuándo, mi niño, vas a venir?

¡Cuando tu carne huela a jazmín!

(YERMA, que en actitud pensativa se levanta y acude al sitio donde ha estado VÍCTOR y respira fuertemente, como si aspirara aire de montaña, después va al otro lado de la habitación como buscando algo y de allí vuelve a sentarse y coge otra vez la costura. Comienza a coser y queda con los ojos fijos en un punto.)

Telón

Cuadro Segundo

(Campo. Sale YERMA, Trae una cesta. Sale la VIEJA 1ª)

YERMA.—Buenos días.

VIEJA 1ª.—Buenos los tenga la hermosa muchacha. ¿Dónde vas?

YERMA.—Vengo de llevar la comida a mi esposo, que trabaja en los olivos.

VIEJA 1ª.—¿Llevas mucho tiempo de casada?

YERMA.—Tres años.

VIEJA 1ª.—¿Tienes hijos?

YERMA.—No.

VIEJA 1ª.—¡Bah! ¡Ya tendrás!

YERMA.—
(Con ansias.)
¿Usted lo cree?

VIEJA 1ª.—¿Por qué no?
(Se sienta.)
También yo vengo de traer la comida a mi esposo. Es viejo. Todavía trabaja. Tengo nueve hijos como nueve soles, pero como ninguno es hembra, aquí me tienes a mí de un lado para otro.

YERMA.—Usted vive al otro lado del río.

VIEJA 1ª.—Sí. En los molinos. ¿De qué familia eres tú?

YERMA.—Yo soy hija de Enrique el pastor.

VIEJA 1ª.—¡Ah! Enrique el Pastor. Lo conocí. Buena gente. Levantarse. Sudar, comer unos panes y morirse. Ni más juego, ni más nada. Las ferias para otros. Criaturas de silencio. Pude haberme casado con un tío tuyo. Pero ¡ca! Yo he sido una mujer de faldas en el aire, he ido flechada a la tajada de melón, a la fiesta, a la torta de azúcar. Muchas veces me he asomado de madrugada a la puerta creyendo oír música de bandurrias que iba, que venía, pero era el aire.
(Ríe.)
Te vas a reír de mí. He tenido dos maridos, catorce hijos, cinco murieron y, sin embargo, no estoy triste, y quisiera vivir mucho más. Es lo que digo yo. Las higueras, ¡cuánto duran! Las casas, ¡cuánto duran!, y sólo nosotras, las endemoniadas mujeres, nos hacemos polvo por cualquier cosa.

YERMA.—Yo quisiera hacerle una pregunta.

VIEJA 1ª.—¿A ver?
(La mira.)
Ya sé lo que me vas a decir. De estas cosas no se puede decir palabra.
(Se levanta.)

YERMA.—
(Deteniéndola.)
¿Por qué no? Me ha dado confianza el oírla hablar. Hace tiempo estoy deseando tener conversación con mujer vieja. Porque yo quiero enterarme. Sí. Usted me dirá...

VIEJA 1ª.—¿Qué?

YERMA.—
(Bajando la voz.)
Lo que usted sabe. ¿Por qué estoy yo seca? ¿Me he de quedar en plena vida para cuidar aves o poner cortinitas planchadas en mi ventanillo? No. Usted me ha de decir lo que tengo que hacer, que yo haré lo que sea, aunque me mande clavarme agujas en el sitio más débil de mis ojos.

VIEJA 1ª.—¿Yo? Yo no sé nada. Yo me he puesto boca arriba y he comenzado a cantar. Los hijos llegan como el agua. ¡Ay! ¿Quién puede decir que este cuerpo que tienes no es hermoso? Pisas, y al fondo de la calle relincha el caballo. ¡Ay! Déjame, muchacha, no me hagas hablar. Pienso muchas ideas que no quiero decir.

YERMA.—¿Por qué? ¡Con mi marido no hablo de otra cosa!

VIEJA 1ª.—Oye. ¿A ti te gusta tu marido?

YERMA.—¿Cómo?

VIEJA 1ª.—Que si lo quieres. Si deseas estar con él...

YERMA.—No sé.

VIEJA 1ª.—¿No tiemblas cuando se acerca a ti? ¿No te da así como un sueño cuando acerca sus labios? Dime.

YERMA.—No. No lo he sentido nunca.

VIEJA1ª.—¿Nunca? ¿Ni cuando has bailado?

YERMA.—
(Recordando.)
Quizá... Una vez... Víctor...

VIEJA 1ª.—Sigue.

YERMA.—Me cogió de la cintura y no pude decirle nada porque no podía hablar. Otra vez el mismo Víctor, teniendo yo catorce años
(él era un zagalón)
, me cogió en sus brazos para saltar una acequia y me entró un temblor que me sonaron los dientes. Pero es que yo he sido vergonzosa.

VIEJA 1ª.—Y con tu marido...

YERMA.—Mi marido es otra cosa. Me lo dio mi padre y yo lo acepté. Con alegría. Esta es la pura verdad. Pues el primer día que me puse de novia con él ya pensé... en los hijos... Y me miraba en sus ojos. Sí, pero era para verme muy chica, muy manejable, como si yo misma fuera hija mía.

VIEJA 1ª.—Todo lo contrario que yo. Quizá por eso no hayas parido a tiempo. Los hombres tienen que gustar, muchacha. Han de deshacernos las trenzas y darnos de beber agua en su misma boca. Así corre el mundo.

YERMA.—El tuyo, que el mío no. Yo pienso muchas cosas, muchas, y estoy segura que las cosas que pienso las ha de realizar mi hijo. Yo me entregué a mi marido por él, y me sigo entregando para ver si llega, pero nunca por divertirme.

VIEJA 1ª.—¡Y resulta que estás vacía!

YERMA.—No, vacía no, porque me estoy llenando de odio. Dime: ¿tengo yo la culpa? ¿Es preciso buscar en el hombre al hombre nada más? Entonces, ¿qué vas a pensar cuando te deja en la cama con los ojos tristes mirando al techo y da media vuelta y se duerme? ¿He de quedarme pensando en él o en lo que puede salir relumbrando de mi pecho? Yo no sé, ¡pero dímelo tú, por caridad!
(Se arrodilla.)

VIEJA 1ª.—¡Ay, qué flor abierta! Qué criatura tan hermosa eres. Déjame. No me hagas hablar más. No quiero hablarte más. Son asuntos de honra y yo no quemo la honra de nadie. Tú sabrás. De todos modos debías ser menos inocente.

YERMA.—
(Triste.)
Las muchachas que se crían en el campo como yo, tienen cerradas todas las puertas. Todo se vuelve medias palabras, gestos, porque todas estas cosas dicen que no se pueden saber. Y tú también, tú también lo callas y te vas con aire de doctora, sabiéndolo todo, pero negándolo a la que se muere de sed.

VIEJA 1ª.—A otra mujer serena yo le hablaría. A ti no. Soy vieja, y sé lo que digo.

YERMA.—Entonces, que Dios me ampare.

VIEJA 1ª.—Dios, no. A mí no me ha gustado nunca Dios. ¿Cuándo os vais a dar cuenta de que no existe? Son los hombres los que te tienen que amparar.

YERMA.—Pero ¿por qué me dices eso, por qué?

VIEJA 1ª.—
(Yéndose.)
Aunque debía haber Dios, aunque fuera pequeñito, para que mandara rayos contra los hombres de simiente podrida que encharcan la alegría de los campos.

YERMA.—No sé lo que me quieres decir.

VIEJA 1ª.—Bueno, yo me entiendo. No pases tristeza. Espera en firme. Eres muy joven todavía. ¿Qué quieres que haga yo?
(Se va. Aparecen dos MUCHACHAS.)

MUCHACHA 1ª.—Por todas partes nos vamos encontrando gente.

YERMA.—Con las faenas, los hombres están en los olivos, hay que traerles de comer. No quedan en las casas más que los ancianos.

MUCHACHA 2ª.—¿Tú regresas al pueblo?

YERMA.—Hacia allá voy.

MUCHACHA 1ª.—Yo llevo mucha prisa. Me dejé al niño dormido y no hay nadie en casa.

YERMA.—Pues aligera, mujer. Los niños no se pueden dejar solos. ¿Hay cerdos en tu casa?

MUCHACHA 1ª.—No. Pero tienes razón. Voy de prisa.

YERMA.—Anda. Así pasan las cosas. Seguramente lo has dejado encerrado.

MUCHACHA 1ª.—Es natural.

YERMA.—Sí, pero es que no os dais cuenta lo que es un niño pequeño. La causa que nos parece más inofensiva puede acabar con él. Una agujita, un sorbo de agua.

MUCHACHA 1ª.—Tienes razón. Voy corriendo. Es que no me doy bien cuenta de las cosas.

YERMA.—Anda.

MUCHACHA 2ª.—Si tuvieras cuatro o cinco no hablarías así.

YERMA.—¿Por qué? Aunque tuviera cuarenta.

MUCHACHA 2ª.—De todos modos, tú y yo, con no tenerlos, vivimos más tranquilas.

YERMA.—Yo, no.

MUCHACHA 2ª.—Yo, sí ¿Qué afán! En cambio, mi madre no hace más que darme yerbajos pare que los tenga, y en octubre iremos al Santo que dicen que los da a la que lo pide con ansia. Mi madre pedirá. Yo, no.

YERMA.—¿Por qué te has casado?

MUCHACHA 2ª.—Porque me han casado. Se casan todas. Si seguimos así no va a haber solteras más que las niñas. Bueno, y además..., una se casa en realidad mucho antes de ir a la iglesia. Pero las viejas se empeñan en todas estas cosas. Yo tengo diecinueve años y no me gusta guisar, ni lavar. Bueno, pues todo el día he de estar haciendo lo que no me gusta. ¿Y para qué? ¿Qué necesidad tiene mi marido de ser mi marido? Porque lo mismo hacíamos de novios que ahora. Tonterías de los viejos.

YERMA.—Calla, no digas esas cosas.

MUCHACHA 2ª.—También tú me dirás loca, ¡la loca, la local
(Ríe.)
Yo te puedo decir lo único que he aprendido en la vida: toda la gente está metida dentro de sus casas haciendo lo que no les gusta. Cuánto mejor se está en medio de la calle. Ya voy al arroyo, ya subo a tocar las campanas, ya me tomo un refresco de anís.

YERMA.—Eres una niña.

MUCHACHA 2ª.—Claro, pero no estoy loca.
(Ríe.)

YERMA.—¿Tu madre vive en la parte más alta del pueblo?

MUCHACHA 2ª.—Sí.

YERMA.—¿En la última casa?

MUCHACHA 2ª.—Sí.

YERMA.—¿Cómo se llama?

MUCHACHA 2ª.—Dolores. ¿Por qué preguntas?

YERMA.—Por nada.

MUCHACHA 2ª.—¿Por algo preguntarás?

YERMA.—No sé..., es un decir...

MUCHACHA 2ª.—Allá tú... Mira, me voy a dar la comida a mi marido.
(Ríe.)
Es lo que hay que ver. Qué lástima no poder decir mi novio, ¿verdad?
(Ríe.)
¡Ya se va la loca!
(Se va riendo alegremente.)
¡Adiós!

VOZ de VÍCTOR.—
(Cantando.)

¿Por qué duermes solo, pastor?

¿Por qué duermes solo, pastor?

En mi colcha de lana

dormirías mejor.

¿Por qué duermes solo, pastor?

YERMA.—
(Escuchando.)

¿Por qué duermes solo, pastor?

En mi colcha de lana

dormirías mejor.

Tu colcha de oscura piedra,

pastor,

y tu camisa de escarcha,

pastor,

juncos grises del invierno

en la noche de tu cama.

Los robles ponen agujas,

pastor,

debajo de tu almohada,

pastor,

y si oyes voz de mujer

es la rota voz del agua.

Pastor, pastor.

¿Qué quiere el monte de ti pastor?

Monte de hierbas amargas,

¿qué niño te está matando?

¡La espina de la retama!

(Va a salir y se tropieza con VÍCTOR que entra.)

VÍCTOR —
(Alegre.)
¿Dónde va lo hermoso?

YERMA.—¿Cantabas tú?

VÍCTOR —Yo.

YERMA.—¡Qué bien! Nunca te había sentido.

VÍCTOR.—¿No?

YERMA.—Y qué voz tan pujante. Parece un chorro de agua que te llena toda la boca.

VÍCTOR.—Soy alegre.

YERMA.—Es verdad.

VÍCTOR.—Como tú triste.

YERMA.—No soy triste, es que tengo motivos para estarlo.

VÍCTOR.—Y tu marido más triste que tú.

YERMA.—El, sí. Tiene un carácter seco.

VÍCTOR.—Siempre fue igual.
(Pausa. YERMA está sentada.)
¿Viniste a traer la comida?

YERMA.—Sí.
(Lo mira. Pausa.)
¿Qué tienes aquí?
(Señala la cara.)

VÍCTOR.—¿Dónde?

YERMA.—
(Se levanta y se acerca a VÍCTOR.)
Aquí..., en la mejilla; como una quemadura.

VÍCTOR.—No es nada.

YERMA.—Me ha parecido.
(Pausa.)

VÍCTOR.—Debe ser el sol...

YERMA.—Quizá... (
Pausa. El silencio se acentúa y sin el menor gesto, comienza una lucha entre los dos personajes.)

YERMA.—
(Temblando.)
¿Oyes?

VÍCTOR.—¿Qué?

YERMA.—¿No sientes llorar?

VÍCTOR.—
(Escuchando.)
No.

YERMA.—Me había parecido que lloraba un niño.

VÍCTOR.—¿Sí?

YERMA. —Muy cerca. Y lloraba como ahogado.

VÍCTOR.—Por aquí hay siempre muchos niños que vienen a robar fruta.

YERMA.—No. Es la voz de un niño pequeño.
(Pausa.)

VÍCTOR.—No oigo nada.

YERMA.—Serán ilusiones mías. (
Lo mira fijamente y VÍCTOR la mira también y desvía la mirada lentamente como con miedo. Sale JUAN.)

JUAN.—¡Qué haces todavía aquí!

YERMA.—Hablaba.

VÍCTOR.—Salud.
(Sale.)

JUAN.—Debías estar en casa.

YERMA.—Me entretuve.

JUAN.—No comprendo en qué te has entretenido.

YERMA.—Oí cantar los pájaros.

JUAN.—Está bien. Así darás que hablar a las gentes.

YERMA.—
(Fuerte.)
Juan, ¿qué piensas?

JUAN.—No lo digo por ti, lo digo por las gentes.

YERMA.—¡Puñalada que le den a las gentes!

JUAN.—No maldigas. Está feo en una mujer.

YERMA.—Ojalá fuera yo una mujer,

JUAN.—Vamos a dejarnos de conversación. Vete a la casa.
(Pausa.)

YERMA.—Está bien. ¿Te espero?

JUAN.—No. Estaré toda la noche regando. Viene poca agua, es mía hasta la salida del sol y tengo que defenderla de los ladrones. Te acuestas y te duermes.

YERMA.—
(Dramática.)
¡Me dormiré!
(Sale.)

Telón

ACTO SEGUNDO
Cuadro Primero

(Canto a telón corrido. Torrente donde lavan las mujeres del pueblo Las lavanderas están situadas en varios pianos.)

BOOK: Yerma
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