Yo soy Dios (44 page)

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Authors: Giorgio Faletti

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Yo soy Dios
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Después de un instante ya roncaba.

Russell se acercó a los barrotes. Al frente, la pared de un pasillo que se extendía a la izquierda. A la derecha adivinaba otra celda, de la cual no llegaba ningún ruido. Quizá los virtuosos habitantes de Chillicothe no daban motivos a las autoridades para ser invitados a visitas frecuentes. Hizo lo mismo que el otro y se echó en el catre. Miró un techo que parecía recién pintado. Pensó en cómo había logrado una vez más pasar la noche en una celda.

Su padre había cumplido
.

A los cinco minutos de llegar a la terraza del edificio, un helicóptero se había posado con gracia sobre la plataforma del tejado. Seguramente el piloto había sido advertido de la urgencia, porque no apagó los motores. Un hombre bajó del lado del copiloto y se acercó a Russell, caminando agachado para protegerse del desplazamiento del aire producido por las palas. Lo cogió del brazo e, indicándole que caminara agachado, lo acompañó hasta el aparato
.

Sólo el tiempo de cerrar la portilla y colocarse el cinturón de seguridad, y ya estaban en vuelo. Bajo ellos, la ciudad pasó a toda velocidad transformándose casi enseguida en la pista de vuelos privados del aeropuerto Fiorello La Guardia. El piloto posó el aparato junto a un pequeño y esbelto Cessna CJ1 con los emblemas de la Wade Enterprise
.

Ya tenía las turbinas encendidas y una asistente de vuelo lo recibió junto a la pequeña escalera. Era una chica rubia con uniforme beige y una camiseta clara que recordaban los tonos del logotipo de la corporación. Russell se acercó sintiendo a sus espaldas el helicóptero que levantaba vuelo y se alejaba
.


Buenas tardes, señor Wade. Me llamo Sheila Lavender. Seré su asistente durante todo el vuelo
.

Le señaló el interior del avión
.


Pase, por favor
.

Russell lo hizo y se encontró en una elegante cabina con cuatro cómodos asientos para los pasajeros. En la cabina de mando, dos pilotos estaban en sus puestos. Delante de ellos tenían una miríada de instrumentos que, para un profano, hablaban un lenguaje incomprensible
.

Sheila le indicó las butacas
.


Póngase cómodo, señor Wade. ¿Puedo servirle alguna bebida?

Russell se sentó en un asiento, percibiendo que lo acogía con suavidad. Había decidido no beber, pero quizá se mereciera una copa. Con una pizca de cinismo pensó que su reglamento de servicio era mucho menos estricto que el de Vivien
.


¿Tiene whisky de la reserva personal de mi padre?

La azafata sonrió
.


Sí, estamos provistos
.


Bien, entonces beberé un sorbo. Con un poco de hielo, por favor
.

La chica se atareó en un mueble bar. Por el interfono llegó la voz del piloto
.


Señor Wade, soy el comandante Marcus Hattie. Buenas tardes y bienvenido a bordo
.

Russell hizo un gesto hacia la cabina para devolver el saludo
.


Hemos escogido este avión porque sus dimensiones permiten aterrizar y despegar en la pista del Ross County Airport. Lamentablemente, en este momento tenemos un problema de tráfico aéreo. Estamos en lista de espera y me temo que tengamos que aguardar unos minutos antes de despegar
.

Russell mostró contrariedad. Si la prisa hubiese sido velocidad, a pie habría llegado a su destino antes que aquel avión. La llegada de Sheila con un vaso le calmó un poco la ansiedad. Miró por la ventanilla con toda la calma que le proporcionó el whisky. Al cabo de un interminable cuarto de hora, el avión se movió y llegó a la pista. Un potente empuje de las turbinas, una sensación de vacío y ya estaban en el aire, describiendo un giro para poner rumbo a Chillicothe, Ohio
.

Russell miró el reloj y después el sol en el horizonte, tratando de hacer una previsión de la duración del viaje. Entonces se oyó la voz del piloto
.


Hemos despegado. Estimamos que la llegada a destino se producirá en poco menos de dos horas
.

Durante el viaje, intentó llamar a Vivien un par de veces, pero su móvil estaba siempre ocupado. Russell supuso que, tal como estaban las cosas, estaría recibiendo y haciendo muchas llamadas. Y con lo que había ocurrido, no estaba seguro de que Vivien quisiera hablar con él
.

«Tienes la palabra del capitán, no la mía.»

El recuerdo de esas palabras hizo que el whisky se volviera amargo de repente. Para mejorarlo le agregó el sabor de la revancha, cuando le revelara que había encontrado él solo lo que habían estado buscando juntos
.

Después de dos siglos y otro par de vasos, el piloto informó que estaban iniciando el descenso. Otra vez, como en el viaje de unos días antes, la oscuridad lo sorprendió en pleno vuelo. Pero esta vez las luces de abajo le parecieron una promesa más fácil de cumplir. Sin olvidar que las promesas también las cumplían los locos asesinos
.

El aterrizaje fue perfecto y el aparato llegó sin novedad hasta el edificio de la terminal. Cuando por fin se abrió la portilla y puso los pies en tierra, se encontró con un panorama prácticamente igual que el del pequeño aeropuerto de Hornell
.

A un lado del edificio bajo y largo había una persona que lo esperaba junto a un coche. Un Mercedes negro de cuatro puertas, brillante bajo los focos de la terminal. Su padre no había ahorrado costes. Pero recordó que debería pagar esos lujos con el sudor de su frente. Dejó de sentirse culpable
.

Se acercó al coche, donde lo recibió un hombre alto y delgado, con pinta de quien está más acostumbrado a alquilar coches fúnebres que automóviles de pasajeros
.


¿El señor Russell Wade?


Yo mismo
.


Richard Balling, de la Ross Rental Service
.

Ninguno de los dos tendió la mano a modo de saludo afable. Russell tuvo la impresión de que Balling albergaba cierto desprecio hacia los que bajaban de un jet privado y se encontraban con un Mercedes esperándolos. Aun cuando él cobrara por ello
.


Este es el coche reservado para usted. ¿Necesita un chófer?


¿El coche tiene GPS?

El hombre lo miró escandalizado
.


Naturalmente, señor
.


Entonces conduciré yo
.


Como prefiera
.

Esperó a que el hombre rellenase los formularios con sus datos, los firmó y subió al vehículo
.


Por favor, ¿puede indicarme la dirección del sheriff?


El veintiocho de North Paint Street
.
Naturalmente, en Chillicothe. ¿Puede llevarme hasta la ciudad?

Mientras ponía en marcha el motor, Russell le dedicó una sonrisa cómplice
.


Naturalmente que no
.

Arrancó haciendo chirriar las ruedas sobre el balasto sin cuidarse de las legítimas preocupaciones de Balling por su criatura. Mientras conducía, programó el navegador. En la pantalla apareció la carretera y un punto de llegada a una distancia de catorce kilómetros y medio, con un tiempo de viaje de veintiún minutos. Dejó que la persuasiva voz de la señorita electrónica lo guiara hasta aconsejarle que tomara a la derecha la carretera 104. Mientras se acercaba a la ciudad pensó en sus próximos movimientos. No había confeccionado un programa preciso. Disponía de un nombre y unas fotos. Lo primero sería pedirle informaciones al sheriff, después actuaría en consecuencia. Había llegado allí dejándose guiar por la improvisación. Y continuaría en esa línea. Sin darse cuenta, la larga recta lo llevó a pisar el acelerador, hasta que una luz giratoria y un sonido agudo a sus espaldas llegaron para pedirle explicaciones
.

Aparcó a la derecha y esperó la inevitable aparición del agente. Bajó la ventanilla para ver que un uniformado se tocaba el sombrero a modo de saludo
.


Buenas noches, señor
.


Buenas noches, oficial
.


Por favor, carnet de conducir y papeles del coche
.

Russell le dio los documentos del Mercedes, el certificado de alquiler y el carnet. El agente, que llevaba la insignia del Ross County, los examinó. Era un tipo corpulento, de nariz ancha y picado de viruelas
.


¿De dónde viene, señor Wade?


De Nueva York. Acabo de aterrizar en el aeropuerto Ross County
.

La mueca del policía le hizo comprender su error. Quizás aquel agente perteneciera a la misma escuela de pensamiento que el señor Balling
.


Señor Wade, me temo que hay un problema
.


¿Qué problema?


Usted circulaba como una bala. Y por su aliento deduzco que la bala estaba un poco colocada
.


Agente, no estoy borracho
.


Eso lo comprobaremos. Bastará con que sople en un globo, como cuando era niño
.

Bajó del Mercedes y siguió al agente hasta su coche. Hizo lo que se le pedía pero lamentablemente el resultado no fue el mismo que en su infancia. La reserva personal del whisky de Jenson Wade no permitió que su soplo fuera el de un niño
.

El agente lo miró con aire satisfecho
.


Tendrá que acompañarme. ¿Lo hará por las buenas o debo esposarlo? Le recuerdo que la resistencia al arresto es un agravante
.

Russell lo sabía demasiado bien. Era un detalle que había aprendido pagándolo muy caro
.


No hacen falta esposas
.

Para tranquilidad de Balling dejó el Mercedes en una plazuela y luego subió al coche patrulla. Mientras bajaba del vehículo en el número 28 de North Paint Street, un pensamiento lo animó un poco. Estaba buscando la oficina del sheriff y la había encontrado
.

El sonido de pasos en el pasillo hizo que se acercara a los barrotes. Poco después, un hombre de uniforme se detuvo ante la puerta de la celda.

—¿Russell Wade?

—Soy yo.

El agente le hizo un gesto con su cabeza medio calva. Parecía el hermano bienhechor del tipo que dormía y roncaba en el catre.

A lo mejor lo era.

—Ven. Estás de suerte.

Después del ruido de la cerradura que se abría y del chirrido de las rejas, se encontró siguiendo al hombre por el pasillo. Se detuvieron ante una puerta con una placa donde se leía que Thomas Blein era el sheriff del Ross County. El agente llamó y abrió sin esperar respuesta. Le indicó que entrara y cerró la puerta a sus espaldas. El día antes, Russell había vivido una situación casi idéntica. Le hubiera gustado decirle al agente que se sentía feliz de no haber recibido las mismas atenciones de la secretaria de su padre, pero no le pareció oportuno hacerlo.

En la oficina había dos hombres y un vago aroma a cigarro. Uno estaba sentado a un escritorio lleno de papeles, sin duda era el Thomas Blein anunciado en la puerta. Alto, de abundante cabellera blanca, rostro sereno pero decidido. Su cuerpo delgado cobraba presencia con el uniforme, que a la vez le otorgaba la justa importancia.

El otro, sentado en una silla frente al escritorio del sheriff, era un abogado. No lo parecía por el aspecto, pero el hecho de que estuviese allí y las palabras del policía lo hacían suponer. La confirmación llegó cuando el de aire bonachón pero mirada firme se levantó y le tendió la mano.

—Buenos días, señor Wade. Soy Jim Woodstone, su abogado.

La noche anterior había usado la única llamada permitida y lo había hecho al avión, a un número que le había facilitado la azafata. Después de explicarle la situación en que se encontraba, le pidió que informara a su padre. Le pareció que a Sheila Lavender no le sorprendía su aprieto.

Russell estrechó la mano al letrado.

—Encantado, abogado. —Y se dirigió al hombre de la mesa—: Buenos días, sheriff. Lo siento si le he ocasionado algún problema. No era mi intención.

Dado la fama que precedía a Russell, su actitud compungida debió de sorprender a los dos hombres, que por un instante se encontraron al mismo lado de la barricada. Blein le respondió con una simple pregunta.

—¿Usted es Russell Wade, el rico?

—Mi padre es el rico. Yo soy el hijo disoluto y desheredado.

Al sheriff le hizo gracia la breve y a la vez amplia descripción de Russell. Sonrió.

—Usted es una persona polémica, señor Wade. Y pienso que con razón. ¿Es así?

—Bueno, yo diría que sí.

—¿A qué se dedica, señor Wade?

Russell sonrió.

—Bueno, cuando no ocupo mi tiempo en que me arresten, soy periodista.

—¿Para qué periódico trabaja?

—Actualmente para ninguno, soy reportero
free-lance
.

—¿Y qué lo ha traído a Chillicothe?

El abogado Woodstone intervino con tono profesional y circunspecto. De algún modo tenía que justificar los honorarios que le pagaría la Wade Enterprise.

—Señor Wade, no está obligado a responder si no lo considera oportuno.

Russell movió la mano dándole a entender que estaba todo bien, lo que satisfizo al sheriff. En este caso era fácil, bastaba con decir la verdad.

—Estoy haciendo un reportaje sobre la guerra de Vietnam.

Con actitud casi teatral, el sheriff Blein arqueó una ceja.

—¿Todavía le interesa a alguien ese tema?

«Más de lo que pueda imaginar.»

—Hay cosas que quedaron ocultas. Cosas que es justo que salgan a la luz.

En el escritorio del sheriff, Russell vio un grueso sobre marrón. Parecía el que la noche anterior habían usado para poner sus efectos personales unos minutos antes de hacerle las fotos (frente y perfil), tomarle las huellas digitales y encerrarlo en una celda.

—¿Son mis exiguos haberes?

El sheriff cogió el sobre y lo abrió. Sacó el contenido y lo puso sobre el escritorio. Russell se acercó y comprobó que no faltaba nada. Reloj, billetera, las llaves del Mercedes...

La mirada del sheriff cayó sobre la fotografía del chico con el gato. Compuso una expresión inquisitiva antes de separarse del respaldo y apoyar los codos en la mesa.

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