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Authors: Diego Armando Maradona

Tags: #biografía, #Relato

Yo soy el Diego (18 page)

BOOK: Yo soy el Diego
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Después, contra los búlgaros, cometimos algunos errores viejos, como que nos pesquen mal parados de contraataque, pero ya estábamos demasiado firmes. Igual, nos confundió un poco la actitud de ellos, porque pensamos que nos iban a atacar más. De todas maneras los vacunamos: primero Valdano, que se colgó del cielo para cabecear un centrazo de Cucciuffo, después Burru, por un centro mío, de esos que me encantan, cuando llego al fondo como wing izquierdo y con la raya final ahí, como si fuera un precipicio, saco el centro torciendo nada más que el tobillo, mirando a la tribuna. Y a cobrar, 2 a 0. Vacunábamos a todos, uno atrás del otro. ¡Ya estábamos en octavos de final!

Eramos un equipo que tenía todo, técnica y garra. Un periodista argentino, Juvenal, lo definió bárbaro:
"Dinámica europea con chamuyo criollo".
Eso éramos, muy ordenados tácticamente, con una propuesta defensiva muy novedosa, con un libre, como Brown; dos stoppers como Ruggeri y Cucciuffo; dos laterales volantes como Giusti y Olarticoechea; un volante central que paraba a todos como Batista; el Negro Enrique, que nos daba el equilibrio, y Burruchaga que era el enlace; y arriba, Valdano y yo. Con leves cambios, ésa era la base, ¡un equipazo!

Mi vieja, la Tota, me decía:
Nene, ¿qué comes? ¡Corres más que nunca! En la televisión apareces siempre vos con la pelota.
Es que estaba enchufadísimo, mejor que nunca. Me moría por tirarme a tomar sol, pero no quería dejar el comedor, la concentración, la pieza... ¡La pieza! Yo la compartía con Pedrito Pasculli y todos los días le agregábamos algo: un cuadrito, una foto, un adorno, una carta... Queríamos que fuera nuestra casa por un mes, ¡nuestra casa hasta la final!

Tenía nuestro estilo la pieza, además. Era humilde, humilde... No te digo Fiorito, no, pero paredes finitas de ladrillos, camitas chiquitas un poco duras, un solo teléfono, el de la factura de Passarella que cuento más adelante. Pero para nosotros estaba bien, por que así éramos: cobrábamos 25 dólares, ¡25 dólares!, de viático por día... Yo lo vivía intensamente, era todo tal cual lo había soñado, ni más ni menos. Me sentía, por fin, el patrón de Bilardo, como antes Passarella se había sentido el patrón de Menotti. Bilardo se la había jugado por mí, me había dado la capitanía, me había bancado... Passarella fue grande en el '82 porque tenía todo lo que yo tuve en el '86: la capitanía, el consenso, la confianza... Yo salía de la concentración para el Azteca y decía: "¡Hasta lueeegooo!", era como una ceremonia, sabía que iba para ganar.

Teníamos nuestras cábalas, nuestras costumbres repetidas. Siempre, una vez por semana, cenábamos en el restaurante "Mi Viejo", que era del gordo Cremasco, un ex compañero de Bilardo, en la época de Estudiantes. También, por ejemplo, el día anterior a cada partido había una salida obligatoria, a un shopping que se llamaba Sanborns, o algo así. Lo habíamos hecho antes del primer partido, contra Corea, y no lo podíamos cortar. Eso sí: cada vez avanzábamos más en el campeonato, y cada vez más gente se enteraba de nuestra cábala. Para mí, era casi un entrenamiento más: me la pasaba corriendo por los pasillos, con trescientas personas atrás, al trote, hasta que me metía en un negocio —podía ser uno de los negocios electrónicos o una peluquería... de mujeres— y ahí me quedaba, mientras sentía miles de ojos mirándome, clavados en mí, desde el otro lado de la vidriera. ¿La verdad? Yo estaba feliz, feliz... Era un cariño exagerado, pero no me abrumaba, para nada. Conmigo, en esas caminatas, estaba siempre el Negro Galíndez. Bueno, en esas caminatas y a cada rato, listo para defenderme. Me acuerdo que Tito Benrrós, el utilero, lo hacía entrar siempre: a propósito, me gritaba, o hacía que se enojaba, y el Negro saltaba como un loco. Cuando estaba bien, es una forma de decir, ¿no?, lo hacíamos cantar boleros. Su clásico era:
Reloj, me voy amor...
o un disparate así, con una voz que, bueno, mi perro sonaba mejor. También estaba Salvatore Carmando conmigo, por supuesto: era el masajista del Napoli y siempre me había ayudado mucho. Lo cierto es que la pasábamos muy bien en la concentración del América. Eramos un grupo, un buen grupo.

Nos entendíamos de memoria. Sincronizábamos con Valdano, si él bajaba yo me quedaba más arriba o al revés, Burruchaga picaba cuando tenía que picar. Carlos nos había metido eso en la cabeza y las cosas salían sin hablarnos, como calcadas de los entrenamientos.

Igual no era fácil. El partido contra Uruguay, en Puebla, por los octavos, el 16 de junio, se abrió con el gol de Pedrito Pasculli, gracias a un pase de... Acevedo, un defensor de ellos. No fue un triunfo más, ése: a mí me fastidiaba la paranoia que tenían los uruguayos en aquellos tiempos y, además, ¡hacía 56 años que no le ganábamos a los yoruguas en un Mundial! Desde aquella final del '30. Seguíamos, seguíamos volteando muñecos, pegábamos más duro que Tyson. Eso sí: el guacho de Luigi Agnolin, el referí italiano, me anuló mal un gol a mí, porque yo no había ido en plancha sobre Bossio: ¡Nooo, viejo, nooo! Le gané porque salté, no fue plancha... Ese Agnolin era terrible: nosotros lo quisimos apretar de entrada y el tano nos contestó:
A mi no me aprieten porque yo los cago a trompadas a todos.
Lo empujó a Francescoli, lo empujó, a Giusti le metió un codazo... A mí me gustaba Agnolin, era de los pocos que me gustaban, aunque se equivocaba como la mayoría de los arbitros.

A esa altura del campeonato a mí me gustaba Alemania, no era ningún boludo, yo. A mi hermano Lalo le gustaban los de toque prolijo, por eso se inclinaba por Marruecos, que estaba haciendo un buen torneo. Y al Turco le gustaban más Francia y Dinamarca. A mí me gustaba Alemania por varias cosas: iban al frente como locos; tenían a Matthaus, ya en aquella época uno de los mejores del mundo, a Vóller, que era un fiera; a Allofs...

Lo de Dinamarca fue increíble: parecía el tren bala, con Laudrup, con Elkjaer-Larsen y el técnico se volvió loco cuando empezó perdiendo 2 a 1 con España, sacó a un defensor y se derrumbó: le metieron cinco, sobre todo porque mi amigo el Buitre Butragueño, estaba inspiradísimo... Bilardo siempre decía: un error táctico, un partido.

La cosa es que habíamos llegado hasta ahí cuando nadie creía en nosotros y alguno me preguntó si nos conformábamos con estar entre los ocho mejores... ¡Para qué! Les recordé, porque la tenía siempre bien presente, aquella frase de Obdulio Varela, antes de la final del '50, antes del Maracanazo:
Cumplidos solamente si somos campeones.

Se venía Inglaterra, nada menos. 22 de junio de 1986, otro día que no voy a olvidar mientras viva, nunca... Aquel partido contra los ingleses, peleado, apretado, con el negrito Barnes complicándonos las cosas al final. Y con mis dos goles. ¡Mis dos goles!

Del segundo recuerdo muchas cosas, muchas... Si lo cuenta algún pariente mío, siempre aparece un inglés más; si lo cuenta Cóppola, Bilardo me había dado la noche libre el día anterior y yo volví para el partido, al mediodía... No, en serio: creo que es el gol soñado. Yo en Fiorito soñaba con algún día hacer un gol así en la canchita, con el Estrella Roja, y lo hice en un Mundial, para mi país y en una final.

Sí, una final, porque nosotros, por todo lo que representaba, jugábamos una final contra Inglaterra. Porque era como ganarle más que nada a un país, no a un equipo de fútbol. Si bien nosotros decíamos, antes del partido, que el fútbol no tenía nada que ver con la Guerra de las Malvinas, sabíamos que habían muerto muchos pibes argentinos allá, que los habían matado como a pajaritos... Y esto era una revancha, era... recuperar algo de las Malvinas. Todos decíamos, en las notas previas, que no había que mezclar las cosas, pero eso era mentira, ¡mentira! No hacíamos otra cosa que pensar en eso, ¡un carajo que iba a ser un partido más!

Era más que ganar un partido, era más que dejar afuera del Mundial a los ingleses. Nosotros, de alguna manera, hacíamos culpables a los jugadores ingleses de todo lo sucedido, de todo lo que el pueblo argentino había sufrido. Sé que parece una locura, un disparate, pero eso era, de verdad, lo que sentíamos. Era más fuerte que nosotros: estábamos defendiendo nuestra bandera, a los pibes muertos, a los sobrevivientes... Por eso, creo, el gol mío tuvo tanta trascendencia. En realidad, los dos la tuvieron, los dos tuvieron su gustito.

El segundo fue, como dije, el gol que uno sueña de pibito. Nosotros, en el potrero, cuando hacíamos algo así o parecido, decíamos que lo habíamos mareado al rival, lo habíamos vuelto loco... Fue... no sé, cuando yo vuelvo a verlo, me parece mentira haberlo logrado, en serio. No porque lo haya hecho yo, pero te parece que no se puede hacer un gol así, que lo podrás soñar, pero nunca lo vas a concretar. Ya es un mito, ahora, y por eso se han inventado muchas cosas, como que yo pensé en un consejo de mi hermano, en el momento... No, en el momento, no, pero después sí me di cuenta, algo me habrá venido a la cabeza, porque definí como mi hermano el Turco me había dicho: resulta que poco más de seis años antes, el 13 de mayo del '81, durante una gira con el Seleccionado mayor, contra Inglaterra, en Wembley, yo había hecho una jugada muy parecida, pero muy parecida y definí tocándola a un costado cuando me salió el arquero. La pelota se fue afuera por esto, por nada, cuando yo ya estaba gritando el gol. El Turco me llamó por teléfono y me dijo:
¡Boludo!, no tendrías que haber tocado... Le hubieras amagado, si ya estaba tirado el arquero.
Y yo le contesté: "¡Hijo de puta! Vos porque lo estabas mirando por televisión". Pero él me mató:
No, Pelu, si vos le amagabas, enganchabas para afuera y definías con derecha, ¿entendés?
¡Siete años tenía el pendejo! Bueno, la cosa es que esta vez definí como mi hermano quería.

Lo que sí es cierto, y también se cuenta como una leyenda, es que yo lo venía viendo a Valdano, que corría a mi izquierda, abriéndose hacia el segundo palo... La cosa fue así: yo arranqué atrás de la mitad de la cancha, sobre la derecha; la pisé, giré y pasé entre Beardsley y Reid; ahí ya me puse el arco entre ceja y ceja, aunque me faltaban unos metros, todavía... Con un enganche hacia adentro, lo pasé a Butcher, y es a partir de ahí donde me empezó a ayudar Valdano, porque Fenwick, que era el último, ¡no me salía! Lo esperaba a él, lo esperaba para hacer la descarga hacia adentro, que era lo lógico... Si Fenwick me salía, yo se la daba a Valdano y él quedaba solo contra Shilton... Pero Fenwick ¡no me salía! Yo lo encaré, entonces, amagué para adentro y me le fui por afuera, hacia la derecha... ¡Me tiró un guadañazo terrible, Fenwick! Yo seguí y ya lo tenía a Shilton de frente... Estaba en el mismo lugar que en aquella jugada de Wembley, ¡en el mismo lugar! Iba a definir de la misma manera, pero... pero el Barba (Dios) me ayudó, el Barba me hizo acordar...
Pie...
Hice así y Shilton se comió el amague, se lo comió... Entonces llegué al fondo y le hice,
tac,
adentro... Al mismo tiempo Butcher, el grandote rubio, que me había alcanzado de nuevo, ¡me pegó un patadón! Pero no me importaba nada, nada de nada... Había hecho el gol de mi vida.

En el vestuario, cuando le dije a Valdano que lo venía mirando, me quiso matar:
No te puedo creer, ¿hiciste ese gol y me venías mirando? Me ofendés, viejo, me humillas, no es posible.
... Y se acercó el Negro Enrique, que estaba en la duchas, y la remató:
Mucho elogio, mucho elogio para él, pero con el pase que le di, si no hacía el gol era para matarlo.
¡Hijo de puta, el Negro! ¡En el área nuestra me había dado el pase!

Pero fue un gol, un gol... increíble. ¿Saben qué quería hacer yo con ese gol? Quería poner toda la secuencia en fotos bien grandes encima de la cabecera de la cama... Le agregaba una foto de Dalmita (en aquel tiempo, todavía no había nacido Gianinna) y le metía una inscripción abajo:
Lo mejor de mi vida.
Nada más.

Y me dio mucho placer el otro, también. A veces siento que me gustó más el de la mano, el primero. Ahora sí puedo contar lo que en aquel momento no podía, lo que en aquel momento definí como "La mano de Dios"... Qué mano de Dios, ¡fue la mano del Diego! Y fue como robarle la billetera a los ingleses, también...

Nadie se dio cuenta, en el momento: me tiré con todo. Ni yo sé cómo hice para saltar tanto. Metí el puño izquierdo y la cabeza detrás, el arquero Shilton, Peter Shilton, ni se enteró y Fenwick, que venía atrás, fue el primero que empezó a pedir mano. No porque la haya visto, sino porque no entendía cómo podía haberle ganado en el salto al arquero. Cuando yo vi que el juez de línea corría hacia el centro de la cancha, encaré para el lugar de la tribuna donde estaba mi papá, donde estaba mi suegro, para gritárselo a ellos... ¡Mi viejo había sacado medio cuerpo afuera, convencido de que yo había hecho el gol de cabeza! Estuve medio gil, porque salí festejando con el puño izquierdo cerrado y mirando de reojo a ver qué hacían los jueces, ¡mira si el arbitro se agarraba de eso y sospechaba! Por suerte ni se enteró. A esa altura, todos los ingleses protestaban y Valdano me hacía así,
¡ssshhh!,
con el dedo en la boca, como si fuera una foto de una enfermera en un hospital.

El me había dado el pase: habíamos tirado una pared, lo apuraron, me devolvió un adoquín, porque otra no le quedaba, y yo salté, salté con el arquero y el puño arriba, pero detrás de la cabeza... Golazo, golazo, a llorar a la iglesia... Como le contesté a un periodista inglés, de la BBC, un año después: "Fue un gol totalmente legítimo, porque lo convalidó el arbitro. Y yo no soy quién para dudar de la honestidad del arbitro".

Me querían matar todos, por supuesto. Pero cuando volví a Italia me pasó una cosa sensacional. Me vino a ver Silvio Piola, que fue un gran goleador italiano en los mundiales de los años treinta, y me dijo:
A todos estos que te dicen que sos deshonesto porque hiciste un gol con la mano, deciles que en Italia tienen un honesto menos, entonces... ¡Porque ya también hice uno con la mano, jugando para la Nazionale, contra Inglaterra, y bien que lo festejaron!
Un fenómeno, el viejo. Después leí que él también había hecho uno como yo.

Bélgica, pobre, fue un escalón, nada más. En esa semifinal, que se jugó el 25 de junio, estábamos tan agrandados que no podíamos perder. Eso me daba un poco de miedo, la verdad, ¡nosotros nunca éramos banca! Ahí, en ese partido, se terminó de confirmar lo que yo ya venía sintiendo: todos los demás, mis compañeros, me ayudaban a ser figura. En una de ésas, soy figura por los goles que hago, pero los espacios me los hacen ellos. En el primero, por ejemplo, el mérito de Burru fue inmenso. Le amagué, me entendió, hizo la pausa y me la metió justa. En el segundo, el mérito fue de Cucciuffo y Valdano, que me la trajo. Esta vez, cuando hice los goles, pensé en mamá, en lo feliz que debía estar por eso... Porque la alegría es cada vez más grande. En ese partido, insisto, todo el mundo decía que íbamos a ganar, y a mí me daba un cagazo enorme eso: es muy fácil relajarse, dejarse estar, dormirse en los laureles. Por eso, después de los dos goles, quise seguir metiendo, quise hacer más... Y miraba el palco donde estaba mi viejo... Sólo me faltaba que el Barba nos ayudara para ganar el campeonato. Ya estábamos ahí, en la final, en el lugar donde sólo nosotros, los jugadores y el cuerpo técnico, creíamos.

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