Zapatos de caramelo (43 page)

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Authors: Joanne Harris

BOOK: Zapatos de caramelo
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Roux vio la sonrisa y puntualizó:

—No pienso quedarme.

Bueno, Roux, eso es lo que crees,
reflexioné.

Abrí la mano y vi tres pelos rojos enredados en mis dedos.

Esta vez, para variar, Roux, que tanto se precia de hacer lo que le viene en gana, tendrá que hacer lo que yo quiero. Esta vez me toca a mí. Yo decido. Cueste lo que cueste, asistirá a nuestra fiesta en Nochebuena. He dicho cueste lo que cueste. Tal vez no quiera venir, pero acudirá..., aunque para ello tenga que convocar a Huracán a fin de que lo arrastre.

6

Viernes, 14 de diciembre

Invocación al viento.

En primer lugar, enciende las velas. Las rojas son buenas para la suerte y otras cuestiones, aunque las blancas también dan resultado. Si de verdad quieres hacerlo bien, enciende velas negras, ya que es el color del final del año, el período lento y oscuro entre el Día de los Muertos y la Luna Llena del diciembre, fecha en la que el año fenecido vuelve a comenzar.

Traza en el suelo un círculo de tiza amarilla. Desplaza la cania y la alfombra de tiras de tela azul para usar el suelo de madera. Cuando termines vuelve a colocarlas en su sitio para que mamá no vea las marcas. Mamá no lo comprendería, aunque...

Mamá no tiene por qué enterarse.

Como ves, me he puesto los zapatos rojos. No sé por qué, pero tengo la sensación de que me dan suerte, de que cuando los llevo no puede ocurrir nada malo. Trae un poco de pintura en polvo o de arena de colores (como verás, yo utilizo cristales de azúcar) a fin de marcar los puntos en el círculo: el negro para el norte, el blanco para el sur, el amarillo para el este y el rojo para el oeste. Esparce la arena por todo el círculo y pacificarás a los dioses menores del viento.

Ocupémonos del sacrificio: incienso y mirra. Por si no lo sabes, es lo que los Reyes Magos ofrecieron al niño Jesús en el pesebre. Creo que, si fue lo bastante bueno para el niño Jesús, también tiene que serlo para nosotras. Y oro; veamos, he cogido varios cuadrados de chocolate envueltos en papel dorado y supongo que será suficiente, ¿no? Zozie dice que los aztecas siempre ofrecían chocolate a los dioses... y sangre, por descontado, aunque espero que no quieran mucha. Un pinchazo... ¡ay! Bueno, eso es todo..., enciende el incienso y estaremos a punto.

Siéntate en el círculo, con las piernas cruzadas, y aferra con cada mano uno de tus muñecos de pinza. Necesitarás una bolsa de cristales de azúcar rojos, que esparcirás por el suelo para entrar.

En primer lugar marcamos el signo de la señora del Conejo de la Luna. Pantoufle puede sostenerlo por mí en el borde del círculo de tiza. A continuación dibujamos Tezcatlipoca Azul, el Colibrí, que representa el cielo a mí izquierda, y Tezcatlipoca Rojo, el Mono, que representa la tierra a tu izquierda. Bam monta guardia de ese lado, junto al signo de Uno Mono.

Ya está, listo. ¿No es divertido? Lo habíamos hecho con anterioridad, ¿te acuerdas? Entonces algo salió mal, pero ahora no sucederá lo mismo. Esta vez invocaremos al viento adecuado. No llamaremos al Huracán, sino alViento del Cambio porque aquí hay algo que necesitamos modificar.

¿De acuerdo? Ahora trazamos la espiral en el azúcar rojo del suelo.

Ahora nos ocupamos de la invocación. Estoy al tanto de que no conoces la letra pero, si te apetece, puedes unirte a la canción. Canta...

VI'
à
l'bon vent, v'l
à
l'joli vent...

Eso es, eso es, suavemente.

Muy bien, ahora a por los muñecos de pinza. Este es Roux. Todavía no lo conoces, pero falta poco. Y esta es mamá, ¿te das cuenta? Mamá con su bonito vestido rojo. En realidad se llama Vianne Rochen Es lo que le susurré al oído. ¿Quién es la del pelo color mango y los ojazos verdes? Eres tú, Rosette, eres tú. Los reuniremos en el círculo, con las velas encendidas y el signo de Ehecatl en el centro. Los pondremos así porque tienen que estar juntos, como las figuras del nacimiento. Pronto volverán a reunirse y seremos una familia...

Y este..., ¿quién es este, el que está situado fuera del círculo amarillo? Es Thierry con su móvil. No queremos que el viento haga daño a Thierry, pero ya no puede estar con nosotros porque, Rosette, solo puedes tener un padre y él no lo es. Por eso tiene que irse. Lo siento, Thierry.

¿Oyes cómo sopla el viento? Es el Viento del Cambio que viene de camino. Zozie dice que puedes volar con el viento, que es como un caballo salvaje que es posible domar y adiestrar para que haga lo que tú quieres. Puedes convertirte en una cometa o un ave, puedes conceder deseos, puedes descubrir tu deseo más íntimo...

Si los deseos fueran caballos, los mendigos cabalgar
í
an y volar
í
an.

Vamos, Rosette, volemos y cabalguemos.

7

S
á
bado, 15 de diciembre

Resulta sorprendente lo mentirosos que llegan a ser los niños. Al igual que una gata doméstica, durante el día ronronea en el sofá y por la noche se convierte en una reina que se pavonea, en una asesina nata que desdeña su otra vida.

Anouk no es una asesina, al menos de momento, pero posee esa faceta feroz. Me encanta saberlo, por supuesto, ya que no he salido al mercado a buscar una mascota complaciente, pero no podré quitarle ojo de encima si decide actuar a mis espaldas.

En primer lugar, invocó a Ehecatl sin mí. No me molesta; en realidad, estoy muy orgullosa de que lo hiciese. Es imaginativa, ingeniosa e inventa rituales si los existentes no la satisfacen; en síntesis, es una caótica muy suya.

En segundo lugar, pero mucho más importante, ayer fue a visitar a Roux en secreto y en contra de mis advertencias. Afortunadamente, anotó todo en su diario, que leo de forma periódica. Es fácil; al igual que su madre, guarda los secretos en una caja de zapatos que coloca en el fondo del armario, algo previsible y conveniente. Desde mi llegada he revisado los secretos de ambas.

Me alegro de haber leído el diario de Anouk, ya que dice que hoy, a las tres en punto, se verá con Roux en el cementerio. Hasta cierto punto, no podía ser mejor; mis planes con relación a Vianne se acercan a su conclusión y casi ha llegado el momento de iniciar la próxima etapa. Claro que robar una vida es mucho más sencillo en teoría que en la práctica. Un puñado de facturas abandonadas, un pasaporte extraído de un bolso en el aeropuerto e incluso el nombre que figura en una lápida reciente y para mí el trabajo está prácticamente terminado. En esta ocasión quiero más que un nombre, más que detalles bancarios, mucho más que dinero.

Está claro que se trata de un juego de estrategia y, como tantos, consiste en colocar las piezas en su sitio sin que el adversario se entere de lo que ocurre y, a renglón seguido, decidir cuáles sacrificas a fin de ganar. A partir de ahí, se trata de un cuerpo a cuerpo, de una batalla de voluntades entre Yanne y yo, y debo reconocer que deseo librarla incluso más de lo que imaginaba. Por fin la enfrentaré en el último asalto, sabiendo lo que ambas nos jugamos...

A ese juego sí que valdrá la pena jugar.

Recapitulemos las jugadas que hemos realizado hasta ahora. Entre otros asuntos, me he ocupado a fondo del contenido de la piñata de Yanne y he descubierto varias cosas.

Para empezar, no es Yanne Charbonneau.

Bueno, por descontado que ya lo sabíamos. Lo más interesante es que tampoco es Vianne Rocher... o, al menos, a eso apunta el contenido de su caja. Sabía que se me había escapado algo importante y el otro día, cuando salió, por fin encontré lo que buscaba.

De hecho, ya lo había visto, pero pasé por alto su significación porque me centré en Vianne Rocher. Está en la caja, sujeto con un trozo de cinta roja descolorida: un dije de plata que podría proceder de una pulsera barata o de una sorpresa navideña, un dije con forma de gato y ennegrecido por el paso del tiempo. Está en la caja de zapatos de Vianne, con uno de los dientes de leche de Anouk y una baraja de tarot que ha visto tiempos mejores.

Al igual que yo, Vianne viaja ligera de equipaje. Nada de lo que tiene es trivial. Conserva cada objeto de la caja por un motivo y lo mismo puede decirse del dije de plata. Se menciona en el recorte de periódico, tan reseco y amarilleado que no me atreví a desdoblarlo del todo: refiere la desaparición de Sylviane Caillou, de dieciocho meses, ocurrida en la puerta de una farmacia hace más de treinta años.

¿Alguna vez intentó regresar? La intuición me dice que no. Como suele afirmar, «tú eliges a tu familia», y para esa niña, su madre, cuyo nombre ni siquiera aparece en el recorte, no representa más que ADN. Sin embargo, para mí...

Podéis considerarme curiosa. La busqué en internet. Me llevó un buen rato; cada día desaparecen niños y se trataba de un caso antiguo, cerrado hace mucho y que no despertó demasiado interés, pero por fin lo encontré e incluí el nombre de la madre de Sylviane, que tenía veintiún años cuando se llevaron a la pequeña y ahora cuarenta y nueve según la web de exalumnas; está divorciada, no tiene hijos, todavía vive en París, cerca del Père Lachaise, y regenta un hotelito.

Se llama Le Stendhal y se encuentra en la esquina de la avenue Gambetta y la rue Matisse. En total no hay más de doce habitaciones; incluye un árbol navideño de hojalata, pelado, y un interior exageradamente decorado. Junto a la chimenea se encuentra una pequeña mesa redonda sobre la cual un muñeca de porcelana con vestido de seda rosa permanece tiesamente bajo una campana de cristal. Otra muñeca, en este caso vestida de novia, monta guardia al pie de la escalera. La tercera, de ojos azules y con abrigo y sombrero bordeados de piel roja, permanece sobre el mostrador de la recepción.

Detrás del mostrador se encuentra madame en persona: una mujer fornida, con el rostro tenso y el pelo raleante de los que hacen dieta habitualmente y la forma de mirar de su hija...

—Madame...

—¿En qué puedo ayudarla?

—Vengo de Le Rocher de Montmartre. Estamos haciendo una promoción especial de bombones artesanales y me gustaría saber si puedo entregarle unas muestras para que las pruebe...

En el acto la expresión de madame se volvió de contrariedad.

—No me interesa —espetó.

—No está obligada a comprar. Pruebe y luego...

—Se lo agradezco, pero no quiero nada.

Era lo que me esperaba. Los parisinos son muy desconfiados y mi propuesta parecía demasiado buena como para ser cierta. De todas maneras, cogí una caja de nuestros bombones especiales y la abrí sobre el mostrador: una docena de trufas recubiertas de cacao en polvo, cada una colocada en su molde de papel dorado y rizado, con una rosa amarilla en una esquina de la caja y el símbolo de la señora de la Luna de Sangre trazado a un lado de la tapa.

—Dentro hay una tarjeta de visita —añadí—. Si le gustan, puede encargarlos directamente. Si no la convencen... —Me encogí de hombros—. Invita la casa. Vamos, pruebe un bombón. Me gustaría saber qué opina.

Madame tuvo sus dudas. Noté que su recelo espontáneo estaba en colisión con el aroma que escapaba de la caja: el olor ahumado y a café del cacao; atisbos de clavo, cardamomo y vainilla; el perfume fugaz del Armagnac, una fragancia semejante a la del tiempo perdido, el olor agridulce del fin de la infancia.

—¿Los reparte por todos los hoteles de París? En ese caso no obtendrá muchos beneficios.

Sonreí.

—Siempre digo que hay que especular para acumular.

Madame cogió una trufa del molde de papel y le hincó los dientes.

—Hummm... No está mal.

En realidad, creo que su opinión es más favorable. Entorna los ojos y su boca de labios delgados se humedece.

—¿Le gusta?

Debería encantarle. La seductora señal de la señora de la Luna de Sangre ilumina su rostro con un brillo sonrosado. Ahora veo más claramente a Vianne en ella, si bien se trata de una Vianne envejecida, cansada y amargada por la búsqueda de riquezas; una Vianne sin hijos que no tiene más salida para su afecto que el hotel y las muñecas de porcelana.

—Ciertamente, no está nada mal —declaró madame.

—La tarjeta está en la caja. Venga a visitarnos. —Madame había cerrado los ojos y asintió soñadoramente—. Feliz Navidad.

Madame no respondió.

Bajo la campana de cristal, la muñeca de ojos azules con abrigo y sombrero bordeados en piel me sonrió serenamente, como una niña congelada en una burbuja de hielo.

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