Zapatos de caramelo (44 page)

Read Zapatos de caramelo Online

Authors: Joanne Harris

BOOK: Zapatos de caramelo
4.75Mb size Format: txt, pdf, ePub
8

S
á
bado, 15 de diciembre

Estaba deseosa de ver a Roux. Quería comprobar si la situación era distinta, si había conseguido cambiar el viento. Esperaba alguna señal, como una nevada, la aurora boreal o un caprichoso cambio de tiempo, pero por la mañana, cuando me levanté, vi el mismo cielo amarillo y la misma calzada húmeda de siempre; aunque estuve atenta a mamá, no la noté distinta, la vi trabajar en el obrador como siempre, con el pelo recogido y un delantal sobre el vestido negro.

Hace falta tiempo para que estas cosas funcionen. Nada cambia tan rápido y supongo que fue insensato pretender que en una sola noche ocurriese todo: que Roux regresara, que mamá comprendiese la verdad sobre Thierry y que nevara. Por eso mantuve la calma, salí con Jean-Loup y esperé a que diesen las tres.

A las tres en punto junto a la tumba de Dalida... Es imposible equivocarse, ya que hay una escultura de tamaño natural; en realidad no sé muy bien quién es Dalida, aunque supongo que se trata de una actriz. Me retrasé unos minutos y Roux me estaba esperando. A las tres y diez ya había oscurecido, y cuando subí corriendo los escalones hacia el sepulcro lo vi, apoyado en una lápida, como si fuese una escultura, inmóvil y arropado por el abrigo gris largo.

—Pensé que no vendrías.

—Lamento haberme retrasado. —Lo abracé—. Verás, tenía que quitarme de encima a Jean-Loup.

Roux sonrió.

—Lo dices como si fuera siniestro. ¿Quién es?

Se lo expliqué y me sentí algo incómoda al responder:

—Un amigo del liceo. Adora este sitio. Le encanta hacer fotos y cree que algún día verá un fantasma.

—Bueno, es el lugar adecuado —opinó Roux y me miró—. Dime, ¿qué hay de nuevo?

¡Anda ya, tío! La verdad es que ni siquiera sabía por dónde empezar. En las últimas semanas han ocurrido tantas cosas que...

—En realidad, nos peleamos.

Sé que es una tontería, pero se me llenaron los ojos de lágrimas. Está claro que no tiene nada que ver con Roux y que no me proponía mencionar a Jean-Loup, pero una vez abierta la boca...

—¿Por qué discutisteis?

—Por una chorrada, por nada.

Roux me dirigió la sonrisa que a veces muestran las estatuas religiosas. Obviamente, no guarda el menor parecido con un ángel, pero..., pero fue una sonrisa paciente, supongo que queda claro, una sonrisa que parece decir «si es necesario puedo esperar todo el día a que me lo cuentes».

—Verás, no quiere venir a la chocolatería —añadí, me sentí contrariada y llorosa y muy arrepentida de habérselo contado—. Según dice, no se siente cómodo.

A decir verdad, no es lo único que dijo, pero lo demás es tan absurdo y negativo que soy incapaz de repetirlo. Francamente, Jean-Loup me cae bien, pero Zozie es mi mejor amiga, exceptuando a Roux y a mamá, por lo que me molesta que sea tan injusto.

—¿Zozie no le cae bien? —quiso saber Roux.

Me encogí de hombros.

—No la conoce realmente. Se debe a que una vez le chilló. En general Zozie no se pone tan nerviosa, pero detesta que le tomen fotos.

No era solo eso. Hoy Jean-Loup me mostró dos docenas de fotos que sacó el día que estuvo en la chocolatería y que imprimió con el ordenador. Se trata de fotos de la casa de Adviento, de mamá, de mí, de Rosette y, por último, cuatro de Zozie, tomadas en ángulos estrafalarios, como si intentase pillarla sin que se diera cuenta...

«No es justo. Te pidió que no le hicieses fotos.»

Jean-Loup se mantuvo en sus trece.

«Quiero que las observes.»

Las contemplé. Eran espantosas. Habían salido borrosas y guardaban muy poco parecido con Zozie: solo un óvalo pálido a modo de cara y la boca retorcida como alambre de espino. Todas presentaban el mismo error de impresión: una mancha oscura alrededor de la cabeza, rodeada por un círculo amarillo...

«Seguramente fastidiaste las copias impresas», opiné.

Jean-Loup negó con la cabeza.

«Así salieron de la impresora.» «Entonces tiene que ver con la luz o con otra cosa.»

«Tal vez. Puede que tengan que ver con otra cosa.» Lo miré a los ojos y pregunté:

«¿A qué te refieres?».

«Tú ya me entiendes. Me refiero a las luces espectrales...» ¡Anda ya, tío! ¡Luces espectrales! Me figuro que hace tanto que Jean-Loup sueña con ver ese fenómeno extraño que en esta ocasión ha flipado. Se ha metido precisamente con Zozie. ¿Cómo es posible equivocarse tanto?

Roux me observaba con cara de ángel tallado.

—Háblame de Zozie —pidió—. Por lo que cuentas, sois muy amigas.

Le hablé del funeral, de los zapatos de caramelo, de la víspera de Todos los Santos y de la forma en la que Zozie había entrado súbitamente en nuestras vidas, como una aparición de un cuento de hadas, y logrado que todo fuese fabuloso...

—Tu madre parece cansada.

Sabes hablar,
pensé. Roux parecía agotado, estaba más pálido que de costumbre y necesitaba lavarse urgentemente la cabeza. Me pregunté si tenía para comer y si debería haberle llevado alimentos.

—Verás, con la Navidad y todo lo demás, es una época de mucho trajín para nosotras... —
Un momento,
pensé e inquirí—: ¿Nos has espiado?

Roux se encogió de hombros.

—He estado por allí.

—¿Para qué?

Volvió a encogerse de hombros.

—Digamos que por curiosidad.

—¿Por eso te quedaste? ¿Simplemente por curiosidad?

—Por curiosidad y porque me pareció que tu madre tenía problemas.

Salté como leche hervida.

—Ya lo creo. Todos los tenemos.

Volví a hablar de Thierry, de sus planes, de que ya nada era como entonces y de lo mucho que añoraba los viejos tiempos, en los que todo resultaba sencillo...

Roux sonrió.

—Nunca hubo nada sencillo.

—Al menos sabíamos quiénes éramos —insistí.

Roux se encogió de hombros por enésima vez y guardó silencio. Me metí la mano en el bolsillo y me topé con su muñeco de pinza, el de anoche. Tres pelos rojos, el secreto susurrado al oído y el signo en espiral de Ehecatl, el Viento del Cambio, dibujado con rotulador sobre el corazón.

Apreté con fuerza el muñeco, como si así pudiera lograr que Roux se quedase.

Roux se estremeció y se ciñó el abrigo.

—Dime, no te irás realmente, ¿eh? —pregunté.

—Pensaba hacerlo y creo que debería, pero todavía hay algo que me inquieta. Anouk, ¿alguna vez has tenido la sensación de que pasa algo, de que alguien te utiliza, te manipula y de que, si supieras quién y por qué...? —Me miró y me alegró comprobar que sus colores no eran de cólera, sino azules reflexivos. Prosiguió con voz queda y creo que fue la primera vez que lo oí hablar tanto de un tirón, ya que Roux no es hombre de muchas palabras—: Ayer estaba cabreado, tan enfadado debido a que Vianne me había ocultado algo tan importante que no vi lo que tenía delante, no escuché ni pensé. Desde entonces me he dedicado a reflexionar. Me he preguntado si es posible que la Vianne Rocher que yo conocí se haya convertido en una persona tan diferente. Al principio supuse que se debía a su relación con Thierry, pero conozco a los de su especie y también a Vianne. Sé que es una mujer fuerte. También sé que es imposible que permita que alguien como Le Tresset domine su vida, sobre todo si tenemos en cuenta lo mucho que ha sufrido... —Meneó la cabeza—. No, si Vianne tiene problemas, no proceden de él.

—En ese caso, ¿de quién?

Roux me miró.

—Hay algo en tu amiga Zozie, algo que no logro precisar, pero no dejo de sentirlo cuando está cerca. Hay algo demasiado perfecto, que no está bien, algo que es..., que casi es peligroso.

—¿A qué te refieres?

Roux se limitó a encogerse de hombros.

Fui yo quien comenzó a molestarse. Primero Jean-Loup y ahora Roux; intenté encontrar una explicación:

—Roux, nos ha ayudado... Trabaja en la chocolatería, cuida a Rosette, me enseña cosas...

—¿Qué clase de cosas?

No pensaba decírselo porque, para empezar, Zozie no le caía bien. Volví a meter la mano en el bolsillo y el muñeco de pinza pareció un huesecillo envuelto en lana.

—No la conoces, eso es todo. Deberías darle una oportunidad.

Roux adoptó cara de testarudez. Cuando toma una decisión cuesta mucho que cambie de idea. Me parece muy injusto, mis dos mejores amigos...

—Te caería bien. Estoy segura de que acabarías por apreciarla. Cuida de nosotras...

—Si creyera que es así ya me habría ido. Tal como están las cosas...

—¿Te quedarás? —Olvidé que estaba furiosa con él y me colgué de su cuello—. ¿Vendrás a nuestra fiesta de Nochebuena?

—Bueno... —Dejó escapar un suspiro.

—¡Fantástico! Así conocerás realmente a Zozie y te presentaremos a Rosette... Ay, Roux, no sabes cuánto me alegro de que te quedes...

—Lo sé. Yo también me alegro.

No estaba muy contento que digamos; mejor dicho, parecía muy preocupado. Sea como fuere, el plan dio resultado, que es lo que importa. Rosette y yo conseguimos cambiar el viento y...

—¿Tienes dinero? —pregunté—. Llevo... —Conté lo que tenía en el bolsillo—. Si te sirve de algo, tengo dieciséis euros y monedas. Pensaba comprar un regalo de cumpleaños para Rosette, pero...

—No —me interrumpió, en mi opinión bruscamente. Nunca le ha gustado que le dejen dinero, por lo que es posible que mi comentario fuese inoportuno—. Anouk, estoy bien.

A mí no me lo pareció. En ese momento lo vi claro. Además, si no le pagaban...

Hice la señal de la Mazorca de Maíz y apoyé la palma de mi mano sobre la suya. Es un signo de buena suerte que me enseñó Zozie y que se utiliza para obtener riquezas, alimentos y cosas. No sé cómo opera, pero da resultado; Zozie lo empleó en la chocolatería para que más clientes compren las trufas de mamá y, aunque está claro que eso no ayudará a Roux, lo que espero es que funcione de otra manera, para conseguir otro trabajo, ganar la lotería o encontrar dinero en la calle. Hice resplandecer la señal en mi imaginación, por lo que brilló contra la piel de Roux como si fuese polvo centelleante.
Roux, con eso bastar
á
,
pensé. Así no será caridad.

—¿Nos visitarás antes de Nochebuena?

—No lo sé. Tengo..., tengo varias cosas que resolver antes de esa fecha.

—¿Vendrás a la fiesta? ¿Me lo prometes?

—Te lo prometo —confirmó Roux.

—¿Cruzarás los dedos sobre el corazón y estarás dispuesto a morir si no cumples?

—Cruzaré los dedos sobre el corazón y estaré dispuesto a morir.

9

Domingo, 16 de diciembre

Hoy Roux no fue a trabajar. En realidad, no ha hecho acto de presencia en todo el fin de semana. Resulta que el viernes se marchó temprano, dejó la pensión en la que se hospedaba y desde entonces nadie lo ha visto.

Sospecho que era lo que cabía esperar. Al fin y al cabo, le pedí que se fuese. En ese caso, ¿por qué me siento terriblemente desconsolada? Y, por si eso fuera poco, ¿por qué espero que aparezca?

Thierry está que arde de furia. En su mundo, dejar un trabajo es vergonzoso y poco íntegro y quedó claro que no está dispuesto a aceptar la más mínima excusa. También ha pasado algo con un cheque, con un talón que Roux cobró o no hizo efectivo ...

Este fin de semana apenas he visto a Thierry. El sábado polla noche pasó un momento y comentó que tenía un problema en el apartamento. Solo comentó al pasar la ausencia de Roux y no me atreví a preguntar nada.

Hoy ha venido al final del día y me ha contado la historia completa.

Zozie estaba a punto de cerrar el local; Rosette jugaba con un rompecabezas, cuyas piezas no intenta encajar, sino que se limita a trazar complicadas espirales en el suelo, y yo me disponía a preparar el último lote de trufas de cereza cuando Thierry irrumpió en la chocolatería furioso a rabiar, rojo como un pimiento y a punto de estallar.

—¡Ya sabía yo que pasaba algo! —despotricó—. Esos son jodidamente iguales: vagos, ladrones..., ¡viajeros! —Adjudicó a la última palabra la inflexión más asquerosa que quepa imaginar y logró que sonase como un insulto exótico—. Ya sé que se supone que es amigo tuyo, pero ni siquiera tú puedes hacer la vista gorda. Abandonó el trabajo sin decir ni mu y fastidió mis planes. Lo demandaré, aunque puede que tal vez me limite a dar su merecido a ese cabrón pelirrojo...

—Thierry, por favor. —Le serví una taza de café—. Intenta tranquilizarte.

Other books

Line Of Scrimmage by Lace, Lolah
Taken by the Dragon King by Caroline Hale
The Perfect Indulgence by Isabel Sharpe
Deceptions by Michael Weaver
Banana Split by Josi S. Kilpack
A Ravishing Redhead by Jillian Eaton
The Stone Demon by Karen Mahoney