Zapatos de caramelo (58 page)

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Authors: Joanne Harris

BOOK: Zapatos de caramelo
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Roux se muestra cauteloso, aunque finalmente sonríe, acepta la copa de champán que le ofrece madame Luzeron y la levanta para brindar con todos.

Me siguió al obrador cuando la charla se reanudó. Rosette lo persiguió a gatas, con su disfraz de mono, y ahora recuerdo lo fascinada que quedó la primera vez que Roux entró en la chocolatería, como si hasta ella lo hubiese reconocido.

Roux se agachó y le acarició los cabellos. El parecido entre ambos es tiernamente conmovedor, como los recuerdos y el tiempo perdido. Hay tantas cosas que no ha visto: la primera vez que Rosette levantó la cabeza, su primera sonrisa, los dibujos de animales, el baile de la cuchara que tanto encolerizó a Thierry. Por su expresión ya sé que jamás le recriminará que sea distinta, que Rosette nunca lo avergonzará, que ni se le ocurrirá compararla con nadie ni pedirle que sea más que ella misma.

—¿Por qué no me lo dijiste? —quiso saber Roux.

Dudé antes de responder. ¿Qué verdad debía contarle? ¿Que tuve demasiado miedo, que fui demasiado orgullosa o demasiado terca para cambiar? ¿Que, al igual que Thierry, me enamoré de una fantasía que, cuando por fin estuvo a mi alcance, demostró que no era oro sino, lisa y llanamente, un manojo de paja?

—Quería que nos asentáramos y que nos convirtiésemos en gente corriente.

—¿Has dicho corriente?

Le conté el resto. Le hablé de nuestra huida de pueblo en pueblo, de la alianza falsa, del cambio de nombre, del fin de la magia y de Thierry; también de la búsqueda de la aceptación al precio que fuera, incluso el de mi sombra, incluso el de mi alma.

Roux permaneció un rato en silencio y luego rió suave y guturalmente.

—¿Lo has hecho a cambio de una chocolatería?

Negué con la cabeza.

—Ya no, se acabó.

Roux siempre insistió en que me esforzaba en exceso y me preocupaba demasiado..., pero ahora veo que no me preocupé lo suficiente por las cosas que de verdad me importan. Al fin y al cabo, una chocolatería no es más que arena y mortero, piedra y cristal. No tiene corazón ni más vida que la que nos arrebata. Y una vez que se la hemos dado...

Roux cogió en brazos a Rosette, que no se retorció como suele hacer cuando un desconocido se acerca a ella, sino que lanzó un silencioso cacareo de deleite e hizo signos con ambas manos.

—¿Qué ha dicho?

—Dice que pareces un mono —respondí y reí—. Te aseguro que, viniendo de Rosette, es todo un cumplido.

Roux sonrió y nos abrazó. Permanecimos entrelazados unos segundos, con Rosette colgada de su cuello, el suave murmullo de las risas en el local y el aroma a chocolate.

En ese momento el silencio se impone en la chocolatería, resuenan las campanillas, la puerta se abre de par en par y a través de la abertura diviso otra figura de rojo y con la cabeza cubierta; una figura más alta, más corpulenta y tan conocida pese a la barba postiza que no me hace falta ver que en la mano lleva un puro.

Thierry entra en medio del silencio y tropieza al caminar, lo que apunta a que ha bebido.

Traspasa a Roux con una mirada malévola y pregunta:

—¿Quién es ella?

—¿Quién? —repite Roux.

Thierry cruza el local de tres zancadas; a su paso golpea el árbol de Navidad, por lo que los regalos se desparraman por el suelo, y con su rostro de barba blanca apunta a Roux.

—Lo sabes perfectamente. Me refiero a tu cómplice, a la que te ayudó a cobrar el cheque con el que te pagué, la misma que el banco grabó a través del circuito de televisión y que, al decir de todos, este año ha desplumado a más de un mamón en París.

—Ni tengo cómplices ni jamás cobré tu cheque —puntualiza Roux.

En ese instante noto algo en su expresión, veo que cae en la cuenta de algo, pero ya es demasiado tarde.

Thierry lo sujeta del brazo. Están muy cerca, semejan imágenes de un espejo distorsionado, Thierry con la mirada desaforada y Roux muy pálido.

—La policía lo sabe todo sobre ella —afirma Thierry—. Nunca había estado tan cerca de pillarla. Cambia de nombre, ¿no? Trabaja sola, pero esta vez ha cometido un error porque se lió con un perdedor como tú. ¿Quién es? —Habla a gritos y está tan rojo como Papá Noel. Clava en Roux su mirada ebria e insiste—: ¿Quién demonios es Vianne Rocher?

10

Lunes, 24 de diciembre.

Nochebuena, once menos cinco de la noche

Vaya, ¿acaso no se trata de la pregunta del millón?

Thierry está borracho. Lo noto en el acto. Apesta a cerveza y a puro, olores que se adhieren a su disfraz de Papá Noel y a esa barba de algodón ridículamente festiva. Debajo del disfraz sus colores son lúgubres y amenazadores, pero me doy cuenta de que se halla en un estado lamentable.

Frente a él, Vianne se ha puesto blanca como una estatua de hielo, con los labios entreabiertos y la mirada llameante. Menea la cabeza con impotente negación. Sabe que Roux no la delatará. Anouk se ha quedado sin habla y ha sufrido dos golpes: el primero, la conmovedora escena familiar que ha vislumbrado al otro lado de la puerta del obrador y, el segundo, esa desagradable intervención cuando por fin todo parecía perfecto.

—¿Vianne Rocher? —pregunta Vianne y su voz suena hueca.

—Ni más ni menos —confirma Thierry—. También se la conoce como Françoise Lavery, Mercedes Desmoines o Emma Windsor, por mencionar unos pocos nombres.

Veo que, detrás de su madre, Anouk se horroriza. Alguno de esos nombres ha evocado algo. ¿Tiene importancia? Lo dudo mucho. En realidad, creo que he ganado la partida.

Thierry le clava su típica mirada calculadora.

—Él te llama Vianne. —Es evidente que se refiere a Roux. Vianne niega con la cabeza en silencio—. ¿Quieres decir que nunca has oído ese nombre?

Vuelve a negar con la cabeza y a continuación...

Su expresión demuestra que ha reparado en la trampa, ve lo limpiamente que ha sido manipulada para llegar a este punto y comprende que su única posibilidad radica en negarse a sí misma por tercera vez.

Nadie se fija en madame, que está tras ellos. Reservada durante la cena festiva, básicamente solo ha hablado con Anouk, pero ahora contempla a Thierry con una expresión de descarnado y simple pavor. Veamos, está claro que he preparado a madame, que mediante delicadas indirectas, encantos sutiles y química de la de toda la vida la he conducido hasta ese instante de revelación y ahora solo es necesario un único nombre para que la piñata se abra como una castaña sobre las llamas.

Vianne Rochen
Bien, ese es el pie para mi entrada. Sonrío, me incorporo y tengo tiempo para un último y festivo trago de champán antes de que las miradas esperanzadas, temerosas, furiosas y adoradoras converjan sobre mí cuando por fin reclamo el premio.

Sin dejar de sonreír, pregunto:

—¿Vianne Rocher? Soy yo.

11

Lunes, 24 de diciembre.

Nochebuena, once de la noche

Debió de encontrar los papeles que guardo en la caja de mi madre. A partir de ahí es sencillo abrir una cuenta a mi nombre, solicitar un pasaporte y un carnet de conducir nuevos, todo lo que necesita para convertirse en Vianne Rocher. Ahora incluso se parece a mí; con Roux como cebo, también le resultó fácil utilizar mi identidad robada de tal manera que en algún momento nos incriminará...

Ah, ahora sí que veo la trampa. Como siempre sucede con esta clase de historias, comprendo demasiado tarde lo que de verdad quiere: obligarme a descubrir las cartas, tenderme una trampa para que revele mi juego, hacerme volar como una hojita al viento mientras un nuevo grupo de Furias me pisa los talones.

¿Y qué es un nombre?, me pregunto. ¿Acaso no puedo elegir otro? ¿No puedo cambiarlo, como ya he hecho tantas veces, poner al descubierto el farol de Zozie y obligarla a irse?

Thierry la mira azorado.

—¿Tú?

Zozie se encoge de hombros.

—¿Te sorprende?

Los demás la miran pasmados.

—¿Fuiste tú la que robó el dinero, la que cobró los cheques?

Muy pálida, Anouk permanece tras ella.

—No me lo puedo creer —declara Nico.

Madame Luzeron menea la cabeza.

—Pero si Zozie es amiga nuestra —interviene la pequeña Alice, y se ruboriza mucho tras pronunciar el corto discurso—. Le debemos tanto...

Jean-Louis la interrumpe:

—Reconozco una impostora nada más verlo y puedo jurar que Zozie no lo es.

Jean-Loup toma la palabra:

—Pues es cierto. La prensa publicó su foto. Es muy hábil para cambiar de cara, pero yo sabía que era ella. Mis fotos...

Zozie le dirige una mirada mordaz.

—Claro que es cierto, todo es cierto. He tenido más nombres que los que soy capaz de enumerar. Siempre he vivido al día. Nunca he tenido un hogar como debe ser, una familia, un negocio o cualquiera de las cosas con las que cuenta Yanne.

Me lanza una sonrisa que semeja una estrella fugaz y no puedo hablar ni moverme, he quedado tan cautivada como los demás. La fascinación es tan intensa que casi tengo el convencimiento de que me han drogado; mi cabeza parece un avispero y los colores se desplazan por la chocolatería y la hacen girar como un tiovivo.

Roux extiende el brazo y me sujeta. Aparentemente es el único que no comparte el sentimiento generalizado de consternación. Apenas reparo en que madame Rimbault, la madre de Jean-Loup, me ha clavado la mirada. Por debajo del pelo teñido, su rostro se ha demudado de desaprobación. Es evidente que desea irse, pero también está hipnotizada, atrapada por la explicación de Zozie.

Zozie sonríe y prosigue:

—Digamos que soy una aventurera. Siempre he vivido de mi ingenio, de las apuestas, de robar, de mendigar y del fraude. No conozco nada más. Nunca tuve amigos ni un lugar que me gustase lo suficiente como para quedarme. —Hace una pausa y percibo el encanto en el aire, puro incienso y polvo centelleante, y sé que los convencerá y los hará girar sobre la punta de su dedo meñique—. Aquí he encontrado un hogar. He descubierto personas a las que les caigo bien, que me quieren por ser quien soy. Supuse que podría reinventarme, pero las viejas costumbres tardan en desaparecer. Thierry lo lamento y me comprometo a devolverte el dinero.

A medida que las voces suben de tono confundidas, afligidas y titubeantes, la discreta madame se encara con Thierry. Madame, cuyo nombre no conozco, ha palidecido a causa de algo que apenas es capaz de expresar y en su rostro rígido sus ojos semejan ágatas.

—Monsieur, ¿cuánto le debe? —pregunta madame—. Me ocuparé personalmente de pagarlo, incluidos los intereses.

Incrédulo, Thierry le clava la mirada e inquiere:

—¿Por qué?

Madame se yergue en toda su altura, que no es mucha, ya que al lado de Thierry parece una codorniz frente a un oso.

—No me cabe la menor duda de que tiene derecho a protestar —responde con su tono nasal típicamente parisino—, pero tengo sobradas razones para suponer que, quienquiera que sea, Vianne Rocher es asunto mío mucho más que suyo.

—¿Por qué? —repite Thierry.

—Porque soy su madre.

12

Lunes, 24 de diciembre.

Nochebuena, once y cinco de la noche

El silencio que la ha contenido en su gélido capullo se quiebra con un grito. Vianne, que ya no está pálida sino enrojecida por el pulque y la confusión, se dispone a afrontar a madame en el pequeño semicírculo que se ha formado a su alrededor.

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