Zigzag (45 page)

Read Zigzag Online

Authors: José Carlos Somoza

Tags: #Intriga

BOOK: Zigzag
13.89Mb size Format: txt, pdf, ePub

Pero se equivocaba.

Lo comprobó un instante después.

Había cosas que podían arrancar la razón a una mente sana.

La noche parecía frágil. Una débil gasa negra cuajada de luces diminutas. El picudo morro del Northwind la desgarró como un cuchillo de hielo. La mayor parte de su tonelaje presionó los amortiguadores hidráulicos mientras los frenos retenían el increíble impulso en medio de un ruido atronador.

Harrison no esperó a que se detuviera. Se apartó del encargado del aeropuerto y señaló con la cabeza la furgoneta estacionada en el pasaje de la terminal número tres. Sus hombres subieron a ella, eficaces, silenciosos; el último cerró la puerta y el vehículo se deslizó sin prisas hacia el avión. Casi todos los vuelos comerciales habían cesado a esas horas de la madrugada, por lo que no era de temer ningún tipo de molestia. Harrison acababa de recibir un informe de los pilotos: el viaje se había realizado sin incidencias. Pensó que la primera parte de su tarea, reunir a todos los científicos, estaba concluida.

Se volvió hacia su hombre de confianza, sentado junto a él.

—No quiero armas ni violencia. Si no desea entregar su maletín ahora, no se lo quitaremos. Ya tendremos tiempo de hacerlo al llegar a la casa. Lo primero de todo es lograr que se confíe.

La furgoneta se detuvo y los hombres bajaron. El viento, que alisaba el césped alrededor de las pistas despeinó el níveo cabello de Harrison. La escalerilla ya estaba situada, pero la compuerta de salida del avión no se abría.
¿A qué esperan?

—Las ventanillas... —señaló su hombre de confianza.

Por un instante Harrison no entendió qué quería decir. Entonces volvió a mirar al avión y cayó en la cuenta.

Salvo el cristal de la cabina de los pilotos, los cinco ojos del buey a los costados del lujoso Northwind parecían pintados de negro. No le constaba que aquel modelo tuviese cristales ahumados. ¿Qué hacían los pasajeros a oscuras?

De repente las ventanillas se encendieron con la suavidad con que, al anochecer, se despiertan las farolas en una calle solitaria. La luz flotaba de una abertura a otra: sin duda, alguien sostenía una linterna dentro de la cabina. Pero lo más llamativo era el
color
de aquella luz.

Roja. De un tono sucio, poco uniforme.

O bien el efecto lo causaban las manchas que cubrían por dentro los cristales.

Un hormigueo procedente de sus entrañas clavó a Harrison en el suelo. Durante un momento fue como si el tiempo no transcurriera.

—Entrad... en ese avión... —dijo, pero nadie pareció oírle. Tomó aliento y reunió fuerzas, como un general dirigiéndose a su maltrecho ejército ante la inminencia de la derrota—.
¡Entrad en el maldito avión!

Le pareció que gritaba en medio de un mundo de seres paralizados.

27

—Sergio Marini lo planeó todo. Conocía tan bien los riesgos como yo, pero tenía... —Blanes quedó un instante pensativo, como buscando la palabra justa—. Puede que más curiosidad. Creo que ya te comenté alguna vez, Elisa, que Eagle quería que hiciéramos experimentos con el pasado reciente, pero yo me negaba. Sergio nunca estuvo de acuerdo conmigo en eso, y cuando vio que no lograba convencerme aparentó capitular. Supongo que yo resultaba imprescindible para el proyecto y tenía que fingir delante de mí, pero a mis espaldas habló con Colin. Él era un físico joven y genial, había diseñado a SUSAN y estaba deseando destacar. «Es nuestra oportunidad, Colin», le diría. Se pusieron a pensar cómo iban a hacerlo sin que yo me enterara, y se les ocurrió la gran idea: ¿por qué no usar a uno de los estudiantes? Eligieron a Ric Valente. Era ideal para eso, un alumno brillante, con ambiciones; Colin lo conocía desde Oxford. Al principio, sin duda, le pedirían pocas cosas: que se entrenara en el manejo del acelerador y los ordenadores... Luego le dieron instrucciones más específicas. Practicaba casi todas las noches. Carter y sus hombres lo sabían y lo protegían.

—Los ruidos que oía en el pasillo... —murmuró Elisa— Esa sombra...

—Era Ric. Incluso hizo algo más, que sorprendió a Marini y a Colin: mantuvo relaciones con Rosalyn Reiter para que todo el mundo creyese, si lo atrapaban yendo y viniendo de noche por los barracones, que era debido a que la visitaba.

La memoria de Elisa se había trasladado a la habitación de Nueva Nelson: oía los pasos y veía deslizarse la sombra por la mirilla de la puerta. Y allí estaba de nuevo Ric Valente, contemplándola con una sonrisa de desprecio. Lo que ahora sabía encajaba muy bien con el Ric que ella había conocido: la ambición, el deseo de sobresalir aun por encima de Blanes... Todo eso era propio de él, así como su mezquino uso de los sentimientos de Rosalyn. Pero ¿qué clase de cosa había hecho durante sus pruebas nocturnas? ¿Cómo se habían producido esos sueños y visiones? ¿De qué manera Ric había trastornado hasta ese punto la vida de todos?

Jacqueline pareció leerle el pensamiento. Alzando la cabeza preguntó:

—Pero ¿qué fue lo que Ric hizo para que haya sucedido esto...?

—Todo a su tiempo, Jacqueline —repuso Blanes—. No sabemos aún lo que hizo exactamente, pero os contaré lo que Reinhard y yo creemos que ocurrió la noche del sábado primero de octubre de 2005. La noche en que Rosalyn murió y desapareció Ric.

Se hallaban sentados de nuevo alrededor de la mesa, con el flexo como una isla de luz en el centro. Estaban fatigados y hambrientos (lo único que habían ingerido durante las últimas horas era agua), pero Elisa apenas pensaba en otra cosa que en escuchar lo que Blanes contaba. Suponía que su porcentaje de adrenalina era cada vez mayor, y lo mismo debía de ocurrir con los demás, incluyendo al pobre Víctor. Entretanto, Carter entraba y salía, recibía llamadas y enviaba mensajes. Le había pedido el documento de identidad a Víctor, explicándole que necesitaría un pasaporte falso si quería acompañarlos. Ahora hablaba con alguien afuera. Elisa no podía oírlo.

—Como recordaréis —prosiguió Blanes—, esa noche se nos prohibió el uso de aparatos electrónicos debido a la tormenta. Nadie podía ir a la sala de control ni conectar las máquinas. Imagino que Ric pensó que no encontraría mejor oportunidad para experimentar por su cuenta, ya que nadie lo molestaría. Ni siquiera se lo dijo a Marini y Craig. Se levantó y preparó la cama con la almohada y la mochila como acostumbraba, simulando que seguía acostado. Pero ocurrió algo que no esperaba. Es decir, dos cosas. La primera (según creemos, no hay pruebas concretas), que Rosalyn se dirigió a su cuarto en plena noche para hablarle: hacía días que él se había hartado de fingir con ella y estaba desesperada. Al intentar despertarle descubrió el engaño, se intrigó y lo buscó por toda la estación. Quizá se encontraron en la sala de control, o quizá ella llegara cuando él ya había desaparecido. Sea como fuere, sucedió la segunda cosa, la que debemos averiguar, eso que Ric hizo de especial (puede que lo hiciera Rosalyn, pero lo dudo: ella solo sufrió las consecuencias), lo erróneo... El resto solo es conjetura: Zigzag apareció y mató a Rosalyn, y Ric desapareció, —Tras una pausa, Blanes continuó—. Marini y Craig, más tarde, borraron los rastros de la utilización del acelerador para que no sospecháramos nada, o bien se borrarían con el apagón, no estoy seguro. Lo cierto es que Marini conservó una copia secreta de los experimentos de Ric, así como de los suyos propios. Ni siquiera Eagle conocía su existencia. Los especialistas nos interrogaban con drogas, pero Carter afirma que ninguna, droga puede obligarte a confesar algo que tratas de ocultar, a menos que te hagan las preguntas precisas. La existencia de esos archivos se les pasó por alto. Sergio los guardaba, sin duda porque había empezado a sospechar que lo sucedido podía relacionarse con los experimentos de Ric, aunque quizá no tuviera certeza absoluta hasta la muerte de Colin. Él fue el primero de nosotros que se enteró (lo que demuestra que estaba muy pendiente). ¿Y recordáis lo nervioso que se encontraba en la base de Eagle, reclamando protección?

—Hijo de puta —dijo Jacqueline. Su vientre, desnudo bajo el top, y sus pechos se movían con los jadeos de furia—. Hijo de...

—No pretendo disculparlo —murmuró Blanes tras un denso silencio—, pero sospecho que lo que Sergio soportó fue peor que lo de muchos de nosotros, porque él sí creía saber cómo había comenzado todo...

—No te atrevas a compadecerlo. —Jacqueline hablaba con voz quebrada, gélida—. Ni lo intentes, David...

El físico orientó hacia Jacqueline sus párpados entornados.

—Si Zigzag surgió debido a errores humanos, Jacqueline —dijo lentamente—, todos merecemos compasión. En cualquier caso, Sergio guardó esos archivos en una unidad USB que escondió en su casa de Milán. Durante estos tres últimos años Carter ha estado sospechando de él. Envió a varios profesionales a registrar su apartamento, pero no hallaron nada. No se atrevió a intentarlo de nuevo: era arriesgarse a que Eagle conociera su doble juego. Pero ayer, cuando se supo que Marini había sido asesinado, aprovechó la circunstancia para rastrear con un equipo de sus propios hombres. Encontró la unidad en el doble fondo de una de esas cajitas de trucos de magia a los que Marini era tan aficionado y envió los archivos a Reinhard. Yo tenía que venir a Madrid a preparar esta reunión, así lo habíamos acordado. Silberg es el único que ha estado estudiando los archivos toda la noche y el día de hoy. Sus conclusiones viajan con él ahora. Por eso es tan importante recuperarlas.

—Pero Harrison se ha enterado —señaló Elisa.

—Era necesario decírselo para que no sospechara nada. Carter mismo se lo dijo, pero le echó la culpa a Marini, aduciendo que el miedo le había llevado a enviarnos esos documentos. Sabe que Harrison confiscará los archivos, pero intentará recobrarlos.

—¿Y luego?

—Huiremos. Carter ha diseñado un plan de fuga: primero iremos a Zurich, y de allí a cualquier lugar que él decida. Permaneceremos ocultos mientras buscamos alguna forma de... de solucionar el problema de Zigzag.

Aquella expresión hizo que Elisa apretara los labios.
Sí, es un «problema». Míranos a nosotras. Mira nuestro aspecto, mira en lo que nos hemos convertido Jacqueline y yo: ratas cobardes que tratan de embellecerse y tiemblan confiando en que el problema les perdone la vida una noche más
. No podía evitar pensar que Blanes, Silberg y Carter quizá se sentirían atemorizados, pero no habían probado ni un tercio de la mierda que ellas tragaban a paletadas todos los días.

Se enderezó en el asiento y habló con la energía que solía mostrar cuando tomaba una decisión.

—No, David. No podemos huir, y lo sabes. Tenemos que regresar. —Fue como si hubiese estado sentada a la mesa con títeres abandonados y solo en aquel momento alguien los manejara: cabezas, gestos, cuerpos que se removían. Añadió—: A Nueva Nelson. Es nuestra única oportunidad. Si Ric desencadenó todo esto allí, solo
allí
podremos... ¿Cómo dijiste? «Solucionar el problema.»

—¿Regresar a la isla? —Blanes frunció el ceño.

—¡No! —Jacqueline Clissot había estado murmurando aquella palabra en voz cada vez más alta, hasta llegar al grito, Entonces se puso en pie. Su estatura era considerable, y aquellos tacones negros la incrementaban. Los maquillados ojos relampagueaban de dolor en la penumbra de la habitación—. ¡No volveré a esa isla jamás! ¡Nunca! ¡Ni se te ocurra!

—¿Y qué propones, entonces? —preguntó Elisa en un tono casi suplicante.

—¡Ocultarnos! ¡Huir y ocultarnos en algún sitio!

—¿Y, mientras tanto, dejar que Zigzag elija al siguiente?

—¡Nada ni nadie me hará regresar a esa isla, Elisa! —Bajo su alborotada mata de pelo bermellón peinado hacia atrás y la blancuzca capa de maquillaje, la expresión y el tono de Jacqueline se habían vuelto amenazadores—. ¡Allí... me convertí en lo que soy! ¡Allí...! —gruñó—. ¡Allí
entró
eso en mi vida! ¡No voy a regresar...!
¡No regresaré... ni aunque ÉL quiera... !

Se detuvo bruscamente, como si de pronto se hubiese percatado de lo que acababa de decir.

—Jacqueline... —murmuró Blanes.

—¡No soy una persona! —Con una horrible mueca, la paleontóloga se llevó la mano al pelo como si quisiera arrancárselo—. ¡No estoy viva! ¡Soy una cosa enferma! ¡Contaminada! ¡Allí me contaminé! ¡Nada me hará regresar! ¡Nada! —Había alzado las manos como garras, como si deseara defenderse de algún ataque físico. Su pantalón se ceñía a las caderas, provocativamente descendido. Era una imagen sensual y a la vez deprimente.

Oyéndola gritar, algo abrumador subió como la espuma a la cabeza de Elisa. Se levantó y se encaró con Jacqueline.

—¿Sabes una cosa, Jacqueline? Estoy harta de oír cómo te adjudicas siempre toda la náusea para ti sola. ¿Tus años han sido difíciles? Bienvenida al club. ¿Tenías profesión, esposo e hijo? Déjame decirte lo que tenía yo: mi juventud, mis ilusiones de estudiante, mi futuro, toda mi vida... ¿Has perdido tu propio respeto? Yo he perdido mi estabilidad, mi cordura... Sigo viviendo en esa isla todas y cada una de las noches. —Sus ojos se llenaron de lágrimas—. Incluso ahora, incluso esta noche, con todo lo que sé, algo dentro de mí me reprocha que no esté en mi dormitorio vestida como una puta soñando que obedezco sus asquerosos deseos, enferma de terror cuando lo siento acercarse y asqueada de mí misma por no ser capaz de rebelarme... Te juro que quiero abandonar esa isla para siempre, Jacqueline. Pero si no regresamos a ella, nunca podremos salir de ella. ¿Entiendes? —preguntó con dulzura. Y de súbito lanzó un grito inesperado, brutal—:
¿Entiendes de una maldita puta vez, Jacqueline?

—Jacqueline, Elisa... —susurró Blanes—. No debemos...

El intento apaciguador se vio interrumpido bruscamente al abrirse la puerta.

—Ha cazado a Silberg.

Momentos después, cuando logró recordar con coherencia aquellos instantes, Elisa pensó que Carter no podía haber empleado mejor término.
Zigzag nos caza, en efecto. Somos su presa.

—Ha ocurrido en pleno vuelo, uno de mis hombres acaba de llamarme. Tuvo que suceder en cuestión de segundos, poco antes de aterrizar, porque los pilotos habían hablado con los escoltas y todo iba bien... Cuando aterrizaron comprobaron que las luces de la cabina de pasajeros no se encendían y echaron un vistazo con linternas. Los escoltas estaban en el suelo, en medio de un mar de sangre, completamente pirados, y Silberg repartido en trozos por todos los asientos. Mi contacta no lo ha visto, pero ha oído decir que era como si hubieran transportado un matadero en un avión...

Other books

That Man 2 by Nelle L’Amour
Void by Cassy Roop
Anabel Unraveled by Amanda Romine Lynch
Echo Round His Bones by Thomas Disch
The Lovely Shadow by Cory Hiles
Simply Irresistible by Kate Pearce
The Butterfly Storm by Frost, Kate
Winter's Kiss by Felicity Heaton
What Changes Everything by Masha Hamilton
The Tennis Trophy Mystery by David A. Adler