Gary sumergió la cabeza en el líquido conservante durante un momento, Notó cómo le llenaba la boca, la nariz, el laberinto de los senos frontal y maxilar. Emergió de nuevo y dejó que el líquido chorreara por su rostro antes de continuar.
—La raza humana. Te refieres a los vivos, la gente que me odia. Que no puede soportar mirarme. ¿Por qué, Dekalb? ¿Por qué doy tanto asco? Al menos, respóndeme con sinceridad a eso.
El enemigo por lo menos pensó antes de contestar.
—Porque eres exactamente igual a nosotros. Puedes hablar, puedes pensar, Los muertos incansables de ahí fuera, tu ejército, a ellos podemos mirarles y pensar que sólo son monstruos. No saben lo que hacen. Pero tú has elegido esto.
—Lo elegí —repitió Gary. No lo había tenido en cuenta, siempre se había visto a sí mismo como una víctima de las circunstancias. Presionado por los sucesos hasta que había terminado en la cumbre de los mismos.
—Eres humano, podrías ser humano. Y te comes a otros humanos. No se trata de algo muy complicado. Es el tabú más antiguo del mundo. Eres un caníbal.
El estómago de Gary se agitó al pensarlo. Le acudieron a la mente una docena de excusas para sus acciones, pero las dejó de lado de inmediato; todas eran mentira. Dekalb tenía razón. Él había elegido ser quien era. No cambiaba nada. La ira se abrió paso en el pecho de Gary y llegó a su boca. Sintió deseos de escupir.
—Sigues sin comprenderlo, Dekalb. Yo no soy el malo. No soy un jodido monstruo. La gente ha intentado matarme casi desde el día que regresé: Ayaan y su tropa de
girl scouts
del infierno. Marisol. Y a causa de Marisol, Jack. Tú has venido hoy aquí a matarme. Ha habido otros que ni siquiera conoces, un tipo que yo creía que era mi amigo, o al menos mi maestro. Él intentó matarme, sí. Pero ¿por qué? ¿Porque soy sucio, antinatural? ¿Porque soy el mal? No soy ninguna de esas cosas. ¡Sólo tengo hambre! —rugió Gary—. Tengo derecho a existir, derecho a permanecer con vida tanto tiempo como pueda y mientras tenga medios para comer. Lo que significa que tengo derecho a comer.
Gota.
—Puedes juzgarme tanto como quieras, pero aquí estamos. Yo gano. Voy a vivir para siempre y tú vas a morir.
Gota.
El cuerpo de Jack comenzó a convulsionarse, sus músculos protestaban una última vez. Se agitó en la cadena, su hombro chocó contra la pared y lo hizo girar sobre sí mismo. Su boca se abrió y salió un chillido de horror, un sonido crudo, húmedo y animal que se extinguió con un traqueteo. En parte era la sinfonía de los malditos y, en parte, el llanto de un recién nacido.
El vómito le salió por la boca y la nariz. Su pecho subió por última vez con un espasmo y, después, sencillamente, paró. Sus sistemas fallaron. Murió.
—Tienes cerca de un minuto antes de que vuelva —le comentó Gary; ambos miraban el reciente cadáver—. ¿Alguna última petición?
Dekalb se echó a reír, era un sonido amargo y explosivo. Se metió la mano en el bolsillo y cogió algo. Gary se estremeció, pero cuando vio lo que Dekalb había encontrado, se relajó; era un cigarrillo liado a mano y una caja de cerillas.
—No sabía que fumaras —dijo Gary entre risitas.
—Si voy a empezar ahora, debería apresurarme. —Se encajó el cigarrillo entre los labios y abrió la caja de cerillas—. Osman, no lo has llegado a conocer, me dio esto antes de partir de Governors Island. Dijo que me relajaría. Quizá haga menos doloroso que me devoren vivo. Pero eso echaría a perder tu diversión, ¿no?
Gary levantó un brazo tembloroso, dándole permiso.
—No soy un cabrón absoluto. Adelante. Un último acto de compasión.
—Gracias. —Dekalb arrancó una de las cerillas de cartón y colocó la cabeza de la misma sobre la tira aceleradora de la cubierta de la caja de cerillas—. Por cierto, alguien te debe una disculpa.
—¿Eh?
Dekalb asintió con la cabeza, meciendo su ridículo porro en la boca.
—Sí. Tus profesores de la facultad de Medicina. Se olvidaron de explicarte que el formaldehído es altamente inflamable.
La cerilla prendió con un susurro. Dekalb la lanzó hacia delante en un arco que la hizo caer en medio de la bañera de Gary.
El líquido inflamable entró en combustión produciendo un fuerte estruendo mientras el aire de la sala quedaba absorbido por la deflagración. Una bola de fuego increíblemente ligera y caliente salió despedida a través de la abertura del techo mientras todo lo que había en la habitación ardía en llamas. Levanté los brazos para protegerme la cara a la vez que el fuego rugía mientras trataba de aguantar la respiración. Mis pies abandonaron el suelo y todo se dio la vuelta, notaba como el vello de mis antebrazos se rizaba y chamuscaba. Bajé los brazos y me hallé tumbado sobre la espalda.
Dolorido, me senté hasta que volví a ver a Gary. Se había convertido en una columna en llamas. Su enorme y rebosante cuerpo temblaba entre convulsiones mientras la grasa manaba de su piel rajada y se deslizaba por sus extremidades como la cera de una vela.
Mientras yo lo observaba —y creedme, estaba observando, había algo brutalmente hipnótico en el horror que se desplegaba ante mí que no me permitía dejar de hacerlo—, él luchaba por recuperarse, por recuperar el control de su cuerpo. El dolor… no puedo describir el dolor que Gary sentía. Nadie podría, nadie vivo. Los seres humanos no experimentan arder hasta la muerte, al menos no de la manera que Gary lo hizo. Incluso cuando nos queman en una pica, nos libramos de lo peor. Inhalamos un poco de humo y morimos de asfixia.
Los muertos no respiran. Tampoco se desmayan. Gary estaba muriendo de la peor forma posible, pero no se le permitía la misericordia de la inconsciencia. Lo veía tratando de recuperar el control de su cuerpo rebelde de luchar contra el dolor. Sus manos se doblaron, sus brazos bajaron. Estaba intentando agarrar algo. Lo que fuera. A mí.
Me libré por poco mientras un colosal brazo en llamas golpeaba las baldosas que había a mi lado. Notaba el aire caliente que Gary desprendía; sentía el flujo ardiente que había desplazado su golpe. Mis pies empujaron con fuerza el suelo y mis brazos se flexionaron para levantarme. Si no me ponía de pie en el siguiente segundo, estaba perdido.
Gary giró sobre sus pies con los brazos extendidos como garrotes, la luz que despedían me deslumbró justo cuando me escapé de sus garras y me levanté con la espalda pegada a la pared. Echó un brazo atrás y trató de asaetarme un puñetazo con su enorme puño ardiente, pero me las arreglé para esquivarlo. El golpe impactó con la pared y reventó los ladrillos.
Durante un momento estuve a salvo. Gary estaba ciego: el fuego había convertido sus globos oculares en pegotes de gelatina cocida. Dio manotazos buscándome en su oscuridad personal. Decidí no darle la oportunidad.
Me di media vuelta, corrí y me deslicé hasta un pasillo que conducía fuera de la habitación de la bañera. Me encontré cara a cara con un hombre muerto con un peto vaquero chamuscado. Me había olvidado de la guardia personal de Gary. Ése en particular no parecía nada contento por lo que yo le había hecho a su amo. Sus manos rotas agarraron mi camisa y su boca abierta se lanzó a por mi hombro. Me eché hacia atrás, intentando liberarme de su presa, pero fue inútil, se le había atascado el dedo índice en una de las trabillas de mi cinturón. La mejor estrategia que se me ocurría era tirarlo a la bañera de Gary con la esperanza de que ardiera en llamas. Pero si lo hacía, yo iría detrás de él.
La mandíbula del hombre muerto se abrió, preparándose para morder, cuando sucedió algo verdaderamente sorprendente. Cualquier chispa animada, cualquier fuerza vital que pudiera haber en los ojos del tipo del peto (y no había mucha) lo abandonó. Sus ojos se pusieron en blanco y sus rodillas se doblaron. Sin vida, muerto por segunda vez, se deslizó a mi lado y casi me derribó.
Una mujer muerta con trenzas apareció para reemplazarlo, pero cayó muerta antes siquiera de tocarme. Bien. Todavía estaba ocupado internando soltar al muerto del peto de la trabilla de mi cinturón.
Me liberé y me puse a correr, tan rápido como podía, sin tener ni idea de adónde me dirigía. Llegué al principio de una escalera y traté de recordar si los muertos me habían empujado hacia abajo o hacia arriba cuando me sacaron de la sala de máquinas. Todavía estaba de pie, indeciso, desesperado por salir de la oscura fortaleza, cuando oí pisadas procedentes de arriba que se dirigían hacia mí. Eran dos grupos de pisadas. Uno lento, comedido, rítmico, y otro, revuelto y caótico, como si alguien sin coordinación alguna estuviera intentando mantener el ritmo. Había oído pisadas así antes, en el hospital de Meatpacking District. No había acabado bien.
No había ningún lugar para esconderse y no llevaba ningún arma conmigo. Habría muerto, sin duda, si las criaturas que bajaron la escalera hubieran querido quitarme la vida. Por fortuna, no era así.
Una momia con un colgante de cerámica bamboleándose en su cuello emergió de la penumbra. Ella —discernía unas toscas formas angulosas parecidas a pechos y caderas bajo sus embrolladas vendas de hilo— llevaba un muerto tras de sí, un hombre sin nariz. No tenía más que un agujero rojizo en medio de la cara.
Tres pasos por encima de mí se detuvieron al unísono, de una forma que sugería que entre ellos había una estrecha comunicación. Ella colocó sus manos sobre los lados de la cabeza del tipo sin nariz y apretó con fuerza mientras pegaba su frente a la de él. El hombre muerto hizo un extraño ruido de succión, áspero, doloroso, que tenía que ser el del aire inspirado a través de su herida. Cuando habló no me cupo ninguna duda de que, de algún modo, no era su voz lo que yo oía, sino la de otra persona hablando a través de él.
—Nuestro Gary ya no está en sus cabales. No puede soportar su fin, si es que me entiendes. Este lugar estará atestado de muertos en cualquier momento. Supongo que no querrás estar aquí cuando eso suceda.
Me humedecí los labios.
—Bueno, no —dije.
—Ven conmigo, amigo. Hay trabajo que hacer —dijo él. La momia pasó a mi lado arrastrando su mascota muerta tras de sí. Cuando él no fue capaz de seguir su paso, ella lo levantó y lo llevó en brazos. Las extremidades del muerto se balanceaban, tenía la boca laxa, abierta y desdentada. Ella se movía de prisa, mucho más que cualquier otro muerto que yo hubiera visto hasta el momento, y era difícil seguirle el ritmo en algunos de los pasillos más estrechos, tuvimos que apretarnos para atravesarlos. Debí de correr en la dirección errónea al salir de la sala de la bañera de Gary. De no haber sido por mi guía egipcia no hubiera encontrado nunca la salida.
Finalmente, salimos a la claridad de la luz del día y el aire fresco. No me di cuenta de cuánto humo había inhalado hasta que introduje un poco de aire limpio en mis pulmones. La fortaleza de Gary estaba en llamas; la columna de humo que se levantaba desde lo alto de su torre arrastraba consigo un montón de chispas. No me importaba mucho. No tenía pensado volver ahí dentro.
Me preocupaba el hecho de que la momia me había llevado hasta una pradera de plantas raquíticas rodeada de pintorescas casas de ladrillo. Eran los establos de Gary, el lugar donde vivían los prisioneros. Grité el nombre de Marisol hasta que empecé a toser, mi esófago achicharrado protestó con vigor contra cualquier intento de hablar.
Se abrieron las puertas y las ventanas de las casas y me miraron un montón de caras aterrorizadas. Mientras permanecía donde estaba, preguntándome qué decirle a esa gente, Marisol vino corriendo hacia mí con una taza de té descascarillada. Estaba llena de agua que bebí, agradecido, de un trago.
Marisol le echó un vistazo rápido a la momia y se sobrepuso ante la sorpresa que pudo llegar a sentir por la presencia de la mujer egipcia. Supongo que debía de haber visto muchísima gente muerta durante su tiempo de cautiverio.
—¿Dónde está Jack? —preguntó Marisol.
Jack. Claro. Jack, quien hasta donde yo sabía estaba colgando boca abajo de un pie en la sala de la bañera de Gary. Muerto. Hambriento. Incapaz de levantarse.
—No lo ha conseguido —le dije. No tenía ningún sentido darle los detalles.
Ella me dio una fuerte bofetada en la mejilla.
—Vale. —Me dejé caer sobre la hierba.
—Eso es por hacer que lo mataran. Ahora, ¿qué demonios está pasando? ¿Gary está muerto? Por favor, dime que Gary está muerto.
Asentí con la cabeza. No tenía sentido decirle que no estaba seguro. Bueno, no quería que me abofeteara otra vez.
—Sí, ha ardido hasta morir.
—Bien. ¿Cuál es el plan?
Pensé durante un momento antes de contestar. Había habido un plan, después el plan se vino abajo. Salvo que, quizá, todavía podía funcionar.
—Tenemos un helicóptero en camino. El fuego debería ser la señal que necesita nuestro piloto. Estará aquí en unos diez minutos. Entonces nos sacará de aquí. Sin embargo, hay un problema.
—¿Un problema? ¿Sólo uno? —preguntó Marisol—. ¡Eso convierte este día en el mejor del mundo!
—Tranquilízate, ¿vale? —Me puse de pie y le devolví la taza. Hasta ese momento estuve conteniendo el aliento—. No hay suficiente espacio en el helicóptero para todos a la vez. Pero, mira, estamos protegidos por el muro. —Le señalé el muro de ladrillo de cinco metros de altura que rodeaba todo el perímetro de la zona de los establos. Se cerraba sólidamente contra un lado de la fortaleza y estaba claro que había sido diseñado para evitar el ataque de los muertos—. Llevaremos a las mujeres y los niños primero, después haremos un segundo viaje con los hombres.
Marisol se mordió el labio con tanta fuerza que empezó a sangrar. Veía la sangre. Entonces, ella asintió y me cogió de una oreja. Tiró con tanta fuerza que no pude hacer otra cosa que seguirla, protestando como loco.
Me arrastró hasta que llegamos a la parte de atrás de una de las casas antes de soltarme. La miré fijamente, muy molesto; después de todo, acababa de arriesgar mi vida para salvarla de Gary. Entonces levanté la vista y entendí lo que estaba intentando comunicarme.
Había un hueco de cinco metros en el muro, un lugar donde Gary no había terminado los trabajos de construcción. Había pilas de ladrillos alrededor, preparados para colocar, pero no había ninguna cuadrilla para terminar la tarea.
Entretanto, al otro lado de la pared, había quizá un millón de personas muertas. Un millón de personas muertas que no habían comido en días.