Read Zombie Nation Online

Authors: David Wellington

Tags: #Ciencia ficción, #Terror

Zombie Nation (39 page)

BOOK: Zombie Nation
4.76Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Señora, tranquila. Puedo protegerla —le dijo él—. Le prometo que saldremos de aquí juntos.

Dick entró a trompicones en el pasillo y se balanceó sobre sus pies un segundo, quizá tratando de orientarse. El soldado se llevó el rifle al hombro y descargó tres disparos en un rápido estallido. El ruido era ensordecedor en el estrecho pasillo, el destello de la boca del rifle, cegador. Los agujeros abrieron el pecho, el cuello y la cara de Dick, que giró sobre sí mismo y cayó al suelo.

El soldado fue lo suficientemente listo para no dirigirse al cadáver de Dick y buscar signos de no vida.

Dick yacía encogido, con la cabeza debajo y alejada del soldado, sus piernas despatarradas ante él. El soldado apuntó de nuevo y vació medio cargador en la espalda del hombre muerto.

—Mierda —gritó y disparó de nuevo. En el pasillo escasamente iluminado no conseguía acertar un disparo a la cabeza.

Dio un paso más, luego otro. Salió a la carrera y le dio una patada a la bota que le quedaba a Dick y regresó al trote, pero no sucedió nada. Humedeciéndose los labios se acercó hasta cernirse sobre la silueta derrumbada de Dick. Se llevó el arma a la cara, preparado para volarle la cabeza de una vez por todas.

—Señora, apártese —le gritó a ella.

Dick se incorporó con la fuerza suficiente para estampar la culata del rifle en el ojo del soldado, haciéndole gritar lo bastante alto como para que a Nilla le dolieran los tímpanos. Pero, por supuesto, ni la mitad de fuerte que cuando Dick clavó sus incisivos en el muslo del soldado y arrancó un grueso trozo de carne.

Nilla no se quedó allí para mirar.

Si tuviera más tiempo para cerciorarme. ¿Con qué estoy lidiando aquí? Esta mañana he manipulado el campo durante tres segundos. Podía sentir cómo se agrupaba, su calor en las manos. Cálido, agradable. Estimulante. Esto es una locura, ¡estoy loco! Ya no soy un científico, soy un hechicero, pintando sonajeros rojos y traqueteantes en el fondo de la cueva. Aunque… funciona. [Notas de laboratorio, 04/09/04]

En una cocina en desuso llena de polvo y arañas, Nilla tropezó con una mujer obesa cuyas piernas habían sido roídas hasta mostrar fragmentos dispersos de hueso. El cadáver seguía intentando levantarse, ponerse en pie cogiéndose a la mesa que tenía sobre ella. Se elevaba unos centímetros del suelo y volvía a caer, con un crujido tartamudo, sólo para intentarlo una y otra vez.

Nilla cogió una lata de remolachas de tamaño industrial y golpeó la cabeza de la mujer. Luego se sentó en el suelo, al lado de la mujer dos veces muerta, y trató de pensar qué hacer a continuación.

Le estaba costando comprender qué estaba sucediendo. Al menos una parte tenía que ver con la luz. Estaban encendidas las luces de emergencia de la prisión por todas partes y tenían la potencia suficiente para permitirle ver dónde estaban las puertas y las salidas. Pero las luces aparecían en ángulos extraños, y eran lo bastante tenues para que cuando te acercabas a alguien en un pasillo no fuera más que una sombra borrosa. Era imposible saber si estaban vivos o muertos.

Nilla. Nilla, háblame. Puedo sacarte de aquí si me hablas.

Ella se incorporó, de repente estaba prestando atención. La voz de Mael se había suavizado. Al principio las intrusiones de Mael en su cabeza habían sido zumbidos, repiqueteantes torrentes de sonido. Ahora casi sonaban como sus propios pensamientos. Era difícil resistirse a él, más difícil de lo que lo había sido antes. Estaba descubriéndola, aprendiendo sus botones, sus resortes. Estaba profundizando en su mente, y ella no estaba segura de que pudiera sacarlo sin hacerse daño en el proceso.

¿Y era algo malo? No podía evitar preguntárselo. Estaba casi segura de que él estaba loco, pero al menos, en medio de su locura, había un sitio para ella.

¿Por qué te escondes de mi, muchacha? Creía que al fin nos estábamos llevando bien. Di algo, ¿lo harás? Di algo para que pueda averiguar dónde estás. Después podré ponerte a salvo.

Ella mantuvo la boca cerrada. Todavía no estaba segura. Había tanto de sí misma que ya no podría encontrar… Había habido un ser humano completo, alguien con una personalidad propia, con gustos y manías y creencias y actitudes y, y, y… recuerdos. Había habido recuerdos, y ahora estaban escondidos. Aquella persona se había parado. Cuando ella murió, esa persona dejó de funcionar. Esos recuerdos habían sido bloqueados, escondidos tras un muro que ella parecía incapaz de echar abajo.

¿Se habían perdido esas cosas para siempre? ¿Recuperaría alguna vez sus recuerdos? Mael le había prometido su nombre. Ella necesitaba saber quién había sido. Si supiera, por ejemplo, si había sido una buena persona, una persona amable, o había sido un poco malvada, un poco mala. Si supiera eso, quizá sabría qué hacer a continuación.

Muchacha. ¿Acaso no sabes que soy tu amigo? ¿A estas alturas no lo sabes? He hecho tantas cosas por ti. ¿Así es cómo me lo pagas?

Jason Singletary podría haberle contado la verdad, pero ahora estaba muerto. Dos veces muerto. Ella y Dick habían devorado su cerebro, entre los dos. Era lo más cercano a la misericordia que tenía para ofrecerle.

Pensó que quizá había comenzado de nuevo. Que morir la había liberado del lastre de tener un pasado. O quizá le había dado una misión, la misión de construirse desde un borrador. Quizá había sido traída de vuelta por alguna razón, pero no la de Mael. Sin duda Jason Singletary lo creía. Ella era la única, le había dicho, que podía ir a ese lugar. El lugar de las montañas, ese lugar en el fin del mundo. El lugar que el capitán Clark le había enseñado en una fotografía. Era una pena que nadie pudiera decirle qué se suponía que debía hacer allí. Se puso en pie lentamente y se sacudió el polvo de los pantalones. Abandonó la cocina. Giró a la izquierda a la primera ocasión, porque parecía que recordaba que cuando estabas perdido en un laberinto, tenías que girar siempre a la izquierda. El pasillo que tenía delante era largo, oscuro y frío. Desde ese extremo alejado, vio un rectángulo de luz pálida. Avanzó hacia allí. Se sintió atraída hacia allí.

—Estoy aquí, Mael —dijo en voz alta. Porque le debía eso al menos—. Aunque por el momento voy a buscar mi propio camino, si no te importa.

Nilla, ¡al fin! Creía que estabas muerta. Bueno, por supuesto que sí que me importa mucho, la verdad. Tenemos cosas que hacer. Gira a la derecha en la próxima intersección, muchacha. Es una orden.

—No estoy segura de esto —replicó Nilla—. He visto lo que tus muertos le hacen a los vivos. Me parece bastante cruel. E innecesario. Si quería matarlos a todos, ¿por qué tu dios Teuagh no derretía los polos o disparaba todas las armas nucleares? ¿Por qué despertar a los muertos? Es tan desordenado, tan ineficiente. ¿Me estás diciendo que no se le ocurrió nada mejor?

Yo no cuestiono su forma de hacer las cosas.

—Lo que significa sencillamente que no lo sabes.

La voz de Mael se volvió un poco más tensa, un poco más brusca. Decidió que lo había pillado. Al menos un poco. Eso ya era una especie de victoria en sí misma.

Si ahora vas a decirme que no crees en el Padre de los Clanes, preferiría que te ahorraras la saliva.

—No es que no vaya a necesitarlo para nada más. Mael, necesito tiempo para pensar. Un poco de espacio. Quiero que sepas que no se trata de ti. Soy yo.

Su respuesta le golpeó las costillas con fuerza suficiente para hacerla aullar por la sorpresa y el dolor. Algo, algo muerto, había ido a por ella rápido y con fuerza. No era Dick. Tenía brazos, brazos que se cerraban alrededor de su cintura, brazos insensibles que la partirían en dos si no hacía algo.

Nilla hizo algo.

Volviéndose a un lado se dejó caer al suelo como un paquete de harina, deslizándose entre el anillo de esos brazos aplastantes. A la vez, le pateó con una pierna, aplastando una rótula con el tacón de su zapato. Insensible, la cosa muerta se abalanzó sobre ella de nuevo, levantándose en la oscuridad, roto, pestilente y andrajoso, los músculos desgarrados y devastados convulsionándose, golpeando, descendiendo para hacerla pedazos.

Nilla alargó un brazo, notó pelo y agarró. La cosa muerta pivotó y arañó y golpeó el aire, pero Nilla la mantuvo lejos de sí y evitó lo peor de su ataque. Tirando y gruñendo, arrastró a la criatura muerta hacia la puerta, en dirección a la luz. Tenía que darse prisa y obligó a sus músculos a obedecerla, a darle una cierta coordinación mientras tiraba del pelo apelmazado por la sangre. Metió la cabeza de la cosa muerta bajo la axila, empujó de nuevo y reventó su cráneo contra el marco de la puerta.

El cráneo de la cosa muerta se abrió y todo movimiento se esfumó de sus aleteantes extremidades. Nilla la dejó caer y avanzó hasta la luz, su cuerpo le chillaba, cada músculo de sus brazos y su espalda desgarrado por el esfuerzo. Después bajó la vista hasta la cosa.

Shar le devolvió la mirada.

Era ella, sin lugar a dudas, era ella. Nilla no tenía la menor idea de cómo había muerto la chica. En realidad tampoco importaba. Había muerto y había regresado, y Mael había sido lo suficientemente listo como para convertirla en una de sus marionetas. Nilla apretó un nudillo contra su labio inferior, tratando de no vomitar. Cuando dejó de temblar, miró al techo. Como si él estuviera allí, en algún lugar en el cielo. Del mismo modo que cualquier otra persona hubiera levantado la vista para hablar con Dios.

—Esto es todo, ¿no? Esto es todo lo que tienes para ofrecer. Cosas muertas luchando en la oscuridad. Hiriéndose unos a otros. Bien, que te jodan. He acabado contigo.

Él no volvió a hablar con ella. Quizá sabía que no era lo mejor, o tal vez ella había desconectado la parte de su cerebro que lo escuchaba. Al otro lado de la puerta había una escalera que conducía al piso superior. En lo alto, una puerta se abría a la oscuridad. Cuando, finalmente, los ojos de Nilla se habituaron, vio estrellas. Nubes. El cielo nocturno. A su izquierda, un zumbido y explosiones de motor. Miró a su alrededor y vio las aspas en marcha de un helicóptero.

No lo ves, pero sabes que está allí, sientes su presencia. A través de la pared puedo sentirlo… vida, en glorioso abstracto. En mitad de las pruebas de esta mañana ella ha empezado a vomitar sangre, y para cuando la había aseado y sedado, la extrusión debería haber colapsado pero… no lo hizo. Justo al otro lado de la pared, y yo lo sabía de algún modo, le susurré. Creo que ahora se está fortaleciendo. He reventado todos los fetiches e instrumentos, pero… todavía está aquí, por supuesto, los sensores no muestran nada, pero… yo puedo notarlo. [Notas de laboratorio, 06/11/04]

—Saldrá de ahí en cualquier momento —prometió Clark, aunque sabía que se equivocaba.

Vikram y él miraron el acceso de la escalera que daba a la prisión. Se suponía que el sargento Horrocks debía salir por esa puerta en cualquier momento, a la cabeza de los soldados que quedaban.

Habían pasado siete largos minutos desde su última llamada. En ese momento se oía mucho ruido de fondo, muchos disparos y gritos procedentes del piso de abajo. Todo había parado desde entonces.

—En cualquier momento —repitió Clark, y Vikram murmuró dándole la razón. Detrás de ellos el helicóptero Pave Low haría girar su rotor inútilmente. Tenían un tiempo limitado para esperar. El combustible para el aparato escaseaba.

—Oh, Bannerman, ahí está —anunció Vikram cuando apareció una silueta humana en la puerta de la escalera—. No hay de qué preocuparse, yo… —Vikram se quedó silencio durante un instante, luego dejó escapar un grito aterrorizado. Levantó su pistola y descargó tres tiros rápidos hacia la puerta. Las balas colisionaron con la carne muerta e hicieron que la figura girara sobre sí misma.

—Eso no hacía falta —anunció la figura oculta en las sombras.

Era la chica. Se puso en pie y avanzó hasta el helipuerto iluminado. Un orificio de bala en su cuello rezumaba sangre seca pulverizada, tan seca que ni siquiera era brillante. Se apretó la herida con un dedo no muerto.

Era tan sencillo olvidar que ella no era uno de los vivos. Que no era exactamente lo que aparentaba, una inocente e indefensa superviviente de este horror. Clark tenía que recordarse de vez en cuando que ella era parte de la epidemia, no víctima de ella.

—¿Qué has hecho con el sargento Horrocks? —preguntó Clark.

La chica se encogió de hombros.

—No sé quién es. No encontrado a ningún vivo de camino a aquí. Vi algunos soldados, pero ya habían muerto.

Clark se dio cuenta de que Horrocks debía de estar muerto. El buen sargento, el excelente soldado, no había sobrevivido a la epidemia. Nadie podría sobrevivir para siempre, ni siquiera el héroe de Denver.

—Creo que podemos asumir que no se reunirá con nosotros. —Clark se enderezó más que antes y la miró con su expresión más autoritaria—. Entonces, ¿vas a devorarnos ahora o tienes otra cosa en mente?

El rostro de la chica se tornó amargo y le hizo un saludo de burla.

—Creía que subiríamos a este helicóptero para volar hasta esa montaña con la que estabas tan emocionado. Ya sabes, lo que íbamos a hacer en un principio.

—No esperarás de verdad que te llevemos con nosotros —farfulló Clark.

—Creo que necesitáis toda la ayuda que podáis conseguir. Escucha, capitán, no sé nada de tácticas militares, ni de política, ni de epidemiología ni de nada. Perdí cualquier conocimiento que pudiera tener al morir. Pero sé que mi destino está allí. Iré a pie si tengo que hacerlo, pero preferiría volar con vosotros.

Clark sintió un dolor de cabeza creciente. No tenía respuestas. No tenía información. Su cadena de mando estaba rota y su superior directo se había puesto en contra de la humanidad. De acuerdo con todas las teorías bélicas que conocía eso significaba que era hora de rendirse y evacuar. Pero el destino lo había colocado en esta posición y le exigía que se le ocurriera algo nuevo, algo que no aparecía en ningún manual técnico.

—Oh, demonios. —Sonó remilgado incluso para sí mismo—. Sube ya. No tenemos tiempo que perder.

Era más que cierto. Su destinación, Bolton’s Valley, estaba a más de ciento cincuenta kilómetros en línea recta. Los pilotos le habían asegurado que podían llegar al epicentro con el combustible que tenían a bordo, pero sólo eso. Una vez hubiera completado su misión tendrían que buscar un medio de transporte alternativo para abandonar el área de operaciones.

BOOK: Zombie Nation
4.76Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Constable's Tale by Donald Smith
Mind Games by William Deverell
Voice of the Heart by Barbara Taylor Bradford
Among the Nameless Stars by Diana Peterfreund
This Matter Of Marriage by Debbie Macomber
Bright Star by Talia R. Blackwood
Anywhere by Jinsey Reese, J. Meyers
Married Lovers by Jackie Collins