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Authors: David Wellington

Tags: #Ciencia ficción, #Terror, #Fantasía

Zombie Planet (36 page)

BOOK: Zombie Planet
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—Vale —dijo ella, insegura acerca de qué otra cosa hacer—. Vamos a prepararnos para otro ataque. —Pero mientras lo decía, oyó algo. El sonido del helicóptero ahogaba casi todos los demás ruidos, pero oyó otro motor, un motor de gasolina. Bajó la vista y vio un enorme camión acelerando por el lado de la carretera, dando la impresión de que iba a chocar con el vagón de carga. Tenía llamas pintadas en las puertas y su motor al aire libre traqueteaba como loco.

De pie en la parte de atrás, un gorila, o quizá un hombre realmente peludo, levantó un largo tubo hasta su hombro. Sarah reconoció las chapas rectangulares montadas en el extremo posterior. Era un misil Stinger, un arma antiaérea.

El Zarevich debía de haber aprendido sobre cómo repeler ataques aéreos después de la vez que Ayaan intentó el mismo truco con él en Egipto. A los pies del gorila había una pila de Stingers.

—¡Baja! —gritó ella, y Osman giró el helicóptero en un descenso en picado tan brusco que ella perdió el equilibrio y se cayó por la puerta de tripulación, su caída se detuvo en seco cuando se tensó su cuerda de seguridad—. ¡Osman! —gritó de nuevo oscilando en el aire un metro por debajo de la tripa del Jayhawk—. ¡Osman!

—¡Estoy ocupado! —respondió él también a gritos.

El gorila disparó su arma. Una línea de humo gris salió disparada de la boca del cañón. Osman inclinó el helicóptero a un lado, pero el Stinger era un misil guiado y ya había fijado su objetivo en la cola del Jayhawk. Ante los ojos de Sarah, giró en pleno vuelo y cambió de orientación para seguir el rastro de humo del helicóptero.

Osman hizo descender de nuevo el aparato y Sarah se balanceó bruscamente en su cuerda. Con las manos engarfiadas trató una y otra vez de coger la cuerda. Las puntiagudas copas de los abetos de abajo se acercaban a ella a toda velocidad, pero... pero... sí, tenía una mano en la cuerda. Se las arregló para subir una pulgada antes de que el helicóptero la hiciera soltarse otra vez.

Podía oír el Stinger acercándose. Cortaba el aire con un agudo chirrido. Sarah se cogió a la cuerda con las dos manos y tiró de sí misma, su cuerpo ondeando al viento.

Una docena de manos envueltas en vendajes se asomaron y la cogieron de los hombros, los brazos, el cuello e incluso las orejas. Las momias tiraron de ella y la metieron en el interior del helicóptero antes de que la tripa del Jayhawk comenzara a traquetear y golpear las copas de los árboles más altos. Osman descendió medio metro más y la madera y las agujas explotaron contra el tren de aterrizaje. Todo olía a resina.

Cincuenta metros más atrás, las aletas estabilizadoras del Stinger se enredaron en un alarce destrozado. El misil explotó con una brillante nube de fuego y humo negro. Osman le dio un tirón a la palanca y el helicóptero subió de nuevo, escapando de los árboles.

—Está bien, chica —le dijo por los auriculares—. ¿Qué demonios viene ahora?

Capítulo 10

Sarah era incapaz de pensar. Apenas podía respirar.

—¿Adónde nos dirigimos? —le preguntó Osman al oído. Su voz sonaba fina y afilada. Le escocía como si se le hubiera metido un insecto en el canal auditivo. Intentó quitarse los auriculares, pero sin su protección el ruido del rotor del helicóptero era ensordecedor. Era como el zumbido de una sierra a través de su cráneo. Se apresuró a recolocarse los auriculares.

No sabía qué hacer a continuación. Ayaan le había enseñado mucho sobre tácticas de unidades pequeñas. Había recibido lecciones de sigilo y camuflaje y guerra de guerrillas. No le venía ninguna a la cabeza mientras permanecía sentada en el suelo del Jayhawk. Miró a Gary.

Había crecido. No cabía duda. Las regordetas patas de cangrejo que en su día sujetaban su calavera ahora eran tan largas como los antebrazos de Sarah. Con su visión especial pudo ver que el proceso seguía en marcha. Vio cómo ocurría.

Él estaba extrayendo energía del campo biológico de la Tierra, lo estaba utilizando para curarse. Estaba recurriendo al suministro de energía que Ptolemy le había indicado, la Fuente, para reconstruirse, salvo que no era su forma humana lo que estaba recreando. Era algo nuevo.

Tan cerca de la Fuente, la energía impregnaba el aire que respiraba, lo llenaba hasta el cielo. Casi podía ver la propia Fuente a través del fuselaje del helicóptero. Era como una proyección que se superponía a su visión, un torrente, una lluvia de luz y forma pura que entraba en erupción y estallaba y lanzaba fogonazos a través de ella constantemente. Como su propio espectáculo de luces.

—Sarah —dijo Osman, al mismo tiempo que Ptolemy se adelantaba y le tocaba el brazo.

sarah
, la llamó la momia.

Ella lo miró con ojos enloquecidos.

—Ayúdame —dijo ella—, dame algún consejo. Me estoy ahogando aquí. ¿Qué hacemos?

nuestra voladora única máquina ventaja es esta voladora ventaja máquina
, dijo Ptolemy.

—No podemos dar vueltas eternamente —insistió Osman. Ella había hablado por el micrófono y él la había oído, y dio por hecho que hablaba con él—. Antes o después tendremos que aterrizar.

debemos permanecer aire debemos aire
, continuó la momia.

Ambos tenían razón. Sarah recordaba a la perfección el momento en que Ayaan le había dado la orden a Osman de aterrizar en Egipto. Cuando se había aventurado a pie e inmediatamente estuvo desbordada por los necrófagos acelerados y el
lich
verde que los controlaba. La propia Sarah se había opuesto al aterrizaje. Había dicho que era una estupidez. Un suicidio.

No tenía elección.

—Llévanos a tierra, Osman —dijo ella, con los ojos clavados en la cara de Ptolemy—. Aléjate un par de kilómetros de la columna y luego localiza un claro en el que podamos aterrizar.

Ptolemy no dijo nada. Sarah había tomado una decisión, que era lo principal. Irían a pie desde allí. En realidad, tenían pocas alternativas. El gorila de la apisonadora tenía toda una pila de Stinger preparados. La única ventaja con la que contaba Sarah, la superioridad aérea, se había transformado en una debilidad.

A Osman le llevó un rato encontrar un sitio aceptable para aterrizar. E incluso así no era el lugar perfecto: un tosco agujero entre los árboles donde un trozo de roca sobresalía del lado de la montaña. Tenía poca cobertura y no ofrecía ningún tipo de acceso a la carretera. Si Sarah hubiera contemplado la posibilidad antes, podrían haber llevado equipamiento para repeler el fuego y haber descendido con cuerdas en un sitio mejor. Pero no lo había pensado. No había pensado en posibles problemas. Su plan parecía tan bueno que se había olvidado de asegurarse de tener una alternativa.

Ayaan la habría abofeteado, pensó, y con razón.

Las momias salieron de un salto por la puerta de la tripulación. Ella les pasó sus armas y se colgó la suya al hombro. Antes de abandonar el aparato se dio media vuelta para mirar a Osman. Tenía el ceño fruncido y tamborileaba con los dedos sobre el panel de control, como si estuviera contando los segundos que quedaban para poder volver a despegar.

Su padre empezó a tirar de su cinturón de seguridad y ella le lanzó una mirada furiosa.

—Tú te quedas aquí. Vigila a tu monstruosa calavera o haz lo que quieras —le espetó. Su rabia por el intento de su padre de prohibirle llevar a cabo esta misión todavía tenía que diluirse.

—Sarah, por favor, ten cuidado —le suplicó él. Seguía intentando desabrocharse el cinturón.

Sarah se agachó sobre él y le ajustó las cintas del chaleco. Con una expresión de derrota absoluta dejó caer las manos a los lados.

—Estaré tan a salvo como siempre —le contestó—, que no es mucho. Al menos tengo esto —dijo, mostrándole la Makarov—. Tu generación se aseguró de que tuviéramos muchas de éstas. —La rabia se había acumulado en su estómago. Comenzó a subirle por la garganta y supo que estaba a punto de decir algo horrible. Sus inseguridades, su miedo, su pánico y su miseria en general estaban alimentando una explosión realmente colosal y sabía que no podría contenerla. Lo que saliera de su boca iba a ser feroz y sarcástico y, sobre todo, cruel a secas.

—No vayas —suplicó él—. Como tu último progenitor vivo te lo pido. Por favor, quédate aquí.

—¡Mi progenitor! ¡Mi guardián! —explotó ella—. Nunca te cansas de tu rollo de poder, ¿eh?, ¿Eh? —Levantó un dedo como un puñal hacia Gary, que no se inmutó—. Tú has sido su guardián durante doce años. Tiene que haberte encantado.

—Era mi deber sagrado —le replicó él. Su voz era muy suave.

Casi tan suave como para detenerla.

—Sí, bueno, pues es un deber jodido el que tienes. Pasar doce años destrozando y curando un cerebro humano muerto. Guau. Vaya manera de mantener la llama eterna viva, papá.

Su cara, lo que quedaba de ella, se vino abajo. Comprendió de inmediato lo que ella estaba diciendo.

Siempre había sido un tipo inteligente. Lo suficiente para creer que sabía lo que era mejor para todo el mundo.

Algo había cambiado dentro de ella. Una reacción química que heló su rabia y transformó su volcán de angustia en un glaciar de odio puro. Cuando habló, su voz sonó fría y desapasionada.

—Ayaan era mi progenitora —le espetó—. Tú sólo eres mi padre.

Los dedos de Osman tamborilearon más y más rápido sobre el panel. Su alteración invadió la cabina como un mal olor. Sarah dio un paso atrás, y otro, y sus pies tocaron roca sólida. Se agachó e hizo un gesto a las momias para que se apartaran cuando el helicóptero se levantó, su rotor golpeando atronadoramente el aire.

Cuando se hubo marchado, Sarah se quedó sola con las momias. Ptolemy estaba cerca de ellas, pero apartando ligeramente la mirada. Dispuesto a aceptar órdenes sin pedir nada expresamente. Las otras estudiaron sus armas. Les habían dado escopetas, escopetas de combate M1014 semiautomáticas con culatas cortas y pesadas. Las momias tenían un poco más de destreza manual que los necrófagos, pero sus manos vendadas y sus ojos disecados no bastaban para las armas de precisión. Las escopetas eran un equilibrio perfecto entre su poder de detención y la facilidad de manejo.

Inspeccionó a su escuadrón antes de ponerse en marcha. Seis de ellas, el contingente entero que en su día había estado expuesto en un museo de arte de Nueva York. Dos de ellas tenían caras pintadas como Ptolemy, aunque la ejecución era bastante burda en comparación. El resto eran momias verdaderamente antiguas, sus andrajosos envoltorios estaban manchados de fluidos corporales y podridos por el tiempo. Por aquí y por allá un trozo de antebrazo atrofiado o un fragmento de mejilla horriblemente seca asomaba a través de sus vendas descuidadas.

Sarah escogió a una de estas reliquias como avanzadilla y le entregó un machete. La momia no perdió tiempo, sino que se movió directamente hacia la zona que rodeaba el lugar de aterrizaje, moviendo el brazo adelante y atrás como un péndulo, desbrozando la maleza con la hoja, cortando las ramas de los árboles, salpicándose los vendajes con la resina que soltaban. Las otras se apiñaron detrás, con Sarah y Ptolemy a la retaguardia. Era difícil seguirlas. Estaban en la ladera una montaña, un lugar escarpado en el que nunca se había construido, que jamás había estado en contacto con manos humanas. Los guantes de Sarah se rajaban y enganchaban cada vez que cogía una rama para agarrarse y tomar impulso, y sus botas resbalaban en el precario equilibrio del escarpe. Empezó a sudar, a pesar de que la nieve que la rodeaba reflejaba una luz fría que le azotaba la cara. Le comenzó a gotear la nariz y al instante estuvo en la penosa situación de tener que parar cada diez segundos para sonarse los mocos o limpiarse con la manga. Intentó dejarlo estar, pero eso era insoportable, cada terminación nerviosa de su cara estaba roja e irritada por el aire de la montaña.

Al rato, no habría podido decir cuánto, aunque todavía era de día, encontró una roca estable y se arrastró y maldijo escalándola, hasta que logró apoyar la mitad del cuerpo en la parte superior, con las piernas colgando. Levantó la cabeza y vio a las momias de pie sobre las rocas, como cabras montesas o sherpas o algo así. Entre la falta de oxígeno y el absoluto agotamiento no tenía fuerzas para maldecirlas.

Cuando dejó de resollar y se limitó a jadear, cuando se hubo secado el sudor del pelo y quitado la mayoría de las agujas de pino de la ropa interior, vio que Ptolemy estaba señalando algo. Siguió su dedo vendado y asintió. Ahora la Fuente estaba por debajo de ellos, más abajo en el valle. Su visión especial era casi excesiva por la proximidad del suministro de energía.

Cuando sus ojos se acomodaron, se encontró mirando un extraño hueco en la falda de la montaña, un valle semicircular unos cincuenta metros más abajo. Allí había un par de edificios y algunas esculturas, con sus formas medio erosionadas por el viento y la nieve. El propio valle estaba lleno de huesos humanos.

Capítulo 11

El fuego explotó a su alrededor. Alcanzó los árboles y llenó el aire con la peste de la brea ardiente, manaba en olas líquidas sobre la nieve y dejaba el suelo ardiendo lentamente a su paso. Ayaan se tiró de rodillas con los brazos sobre la cabeza cuando la segunda explosión impactó en la carretera, una tercera, fuego por todas partes y el ruido, una cuarta, el ruido la estaba martilleando, el aire retemblaba por el ruido. Veía las agujas de los pinos levantarse del suelo como si hubieran cogido el planeta y lo estuvieran sacudiendo.

Rodó sobre su espalda y se deslizó en un agujero, un pequeño hueco de nieve donde una piedra se había hundido en la tierra. Alargó una mano y tiró de Nilla. Ésta hizo ademán de hablar, pero Ayaan le indicó con la cabeza que no lo hiciera. Echó un vistazo por un lado de la roca y vio el helicóptero en el aire, no lo bastante cerca para tocarlo, aunque eso era sólo a causa de su pobre percepción visual de la profundidad, la incapacidad de sus ojos muertos de enfocar como era debido. El helicóptero estaba en el aire sobre el vagón de carga, blanco y naranja, y las momias se asomaron por la puerta de la tripulación. ¡Momias, en el nombre del Profeta! ¿Querían venganza? ¿Buscaban venganza por las cuarenta y nueve momias que había matado en Chipre?, se preguntó, y entonces hubo más explosiones, brillantes flores que se abrían sobre su cabeza, fuego y humo.

Su cerebro rebotaba dentro su cráneo como un animal intentando escapar. Se abrazó con fuerza y bajó la barbilla. Se hizo pequeña. El vestido de Nilla estaba manchado, echado a perder, las dos estaban empapadas de nieve derretida y salpicadas de rescoldos, algunos todavía ardiendo. Ayaan se sacudió las ascuas de la chaqueta, se pasó los dedos por el pelo para quitárselas. El helicóptero se quedó en el aire. Los rifles comenzaron a devolver el fuego desde tierra, los fanáticos vivos disparaban al helicóptero, pero el piloto sabía cómo mantenerse fuera del alcance. ¿Dónde estaban las ametralladoras? Ella misma había inspeccionado las ametralladoras del calibre 50 del vagón de carga, las había desmontado y limpiado durante el largo viaje, cuando se había alegrado de tener algo que hacer, cualquier cosa para acabar con el aburrimiento. ¿Dónde estaban?, ¿por qué no devolvían el fuego? Tenían alcance de sobra.

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