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Authors: David Wellington

Tags: #Ciencia ficción, #Terror, #Fantasía

Zombie Planet (43 page)

BOOK: Zombie Planet
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—Sí, su personalidad está aquí. Es lo que estás mirando. Nada de esto —dijo ella, y señaló con una mano el mundo de huesos— existe en realidad. Es sencillamente cómo imagina él la red.

—Estamos dentro de su alma, entonces. Tú has visto su alma. Así que debes de saber que está loco —probó Sarah.

—He visto sus visiones aquí. Están aquí y son reales. He visto al padre de las tribus en el fondo de su ciénaga. Él nunca mintió en eso: realmente vio lo que dice que vio. Si quieres que lo detenga porque está loco, entonces tendrás que convencerme de que lo que él ve es menos cierto que lo que tú estás viendo ahora.

La caja torácica de Sarah se hundió. Estaba desesperada.

—¿Así que le crees? ¿Crees que debe matar a todo el mundo sólo porque un viejo dios mohoso le dijo que lo hiciera? ¿Crees que eso le da derecho?

—Creo que él es un monstruo —afirmó Nilla, y su calavera se volvió hacia el cielo. Allí arriba había una luna, justo encima de ellas. Naturalmente, era una enorme calavera. A Sarah se le ocurrió que sería la calavera de Mael Mag Och—. Pero no veo de qué otro modo puede acabar esto. Quiero decir, ¿qué es más importante que el fin del mundo? Lo siento, Sarah. Odio decirlo, suena muy cruel, pero es cierto. La única forma en que los muertos podrán descansar es si la Fuente se colapsa.

—¡Gilipolleces! —Sarah se enfureció—. ¡Me niego a aceptar eso!

—Tranquilízate, Sarah. ¿No será un enorme alivio no tener que luchar más? Lo sé por tu experiencia personal. La muerte no es para tanto. Vienes aquí y te pasas la eternidad con tus recuerdos.

—¿Y tu culpa? —preguntó Sarah.

—Sí, también hay algo de eso. Pero sé de qué estoy hablando. Antes de que Mael me enseñara cómo acceder a este lugar yo era un desastre. Tenía daños cerebrales masivos y no podía recordar siquiera mi nombre real. Ahora he recuperado el contacto con mi vida. Era una buena vida, aunque un poco corta, y estoy agradecida. Eso es lo que le debo.

—¿Y yo? —dijo Sarah, alargando la mano para coger el cúbito de Nilla—. ¿Qué me debes a mí? ¿Por qué me has traído aquí?

—Estabas tan triste… Creía que podía ayudarte que te enseñara el otro lado. Es tan tranquilo. Pacífico. Pero quizá tú no lo ves de ese modo… Tú todavía estás viva, así que tal vez este sitio te da miedo.

No se lo daba. Eso era lo raro. De pie en el borde del lago de sangre, bajo una luna que no era otra cosa que una calavera sonriente, Sarah sentía la paz, la tranquilidad. La permanencia del mundo de huesos le daba cierta seguridad. Allí jamás pasaría nada…, lo que significaba que nunca pasaría nada malo.

Nilla le tocó la mandíbula con sus esbeltas falanges.

—Ahora puedes volver. No te retendré en contra de tu voluntad. O puedes quedarte aquí y… esperar.

Sarah se lo pensó. De todos modos moriría en unos minutos. ¿No sería más sencillo si simplemente se quedaba en ese paraíso o lo que fuera? Pateó algunos huesos con el pie y se levantó un fino polvo, el polvo de huesos tan antiguos que habían sido erosionados por la eternidad, y sin embargo, algo quedaba. Sus propios recuerdos eran ese polvo, de un modo muy real. Los de todo el mundo lo eran. Algunos de sus recuerdos tenían que ver con Ayaan. Ayaan estaba en el mundo real. ¿Pensaría Ayaan que la había abandonado? Sarah escarbó en la harina de hueso con el dedo gordo. El polvo le trajo recuerdos, recuerdos aleatorios, pero mientras literalmente removía el polvo su cerebro reproducía los días pasados de su vida. El día que había montado en camello con los beduinos. Sí, ése había sido un buen día. El día que su padre le había dicho que se iría lejos, a un internado en Suiza, y ella se había echado a llorar porque le daban miedo las niñas blancas con su pelo liso. El día que Ayaan le había dejado sujetar por primera vez una pistola. La primera vez que Jack le había preguntado qué era más importante que el fin del mundo.

—Espera —le pidió Sarah.

—No hay mucho más que pueda hacer aquí aparte de esperar —le respondió Nilla—. Y en otro sentido no existe tal cosa. ¿Qué hay en tu mente?

—Me has preguntado qué es más importante que el fin del mundo.

Nilla asintió.

—Mael dice eso todo el tiempo. Es como su mantra o algo así. Lo he pensado un millón de veces y nunca se me ha ocurrido una respuesta. No hay nada más importante que el fin del mundo. Quiero decir, ¿cómo puedes superar el apocalipsis?

—Sólo una persona muerta puede pensar eso. —Los muertos no podían cambiar. Su padre no era capaz de comprender que ella había crecido. Ayaan no podía aceptar que se había convertido en una abominación. Jack, o Mael, no entendía que su dios estaba muerto. Naturalmente, para una persona viva la respuesta era más fácil que la pregunta. Ayaan le había enseñado eso con ejemplos. Con el ejemplo de toda su vida y también con los eventos más recientes.

Su padre le había enseñado la respuesta el día que la había abandonado. El día que la entregó a los somalíes y les pidió que se ocuparan de ella.

En sus propias y egoístas maneras, Gary y Marisol le habían demostrado la verdad de la respuesta. Cada superviviente, todos los que habían vivido durante la Epidemia, le habían enseñado la respuesta. Todo el mundo vivo era la respuesta. Y lo había sido durante doce años.

«El día siguiente.» La única cosa más importante que el apocalipsis era lo que hacías después. Qué elegías hacer cuando el mundo dejaba de tener sentido.

—El día siguiente —repitió Sarah—. Ésa es la respuesta. La única cosa más importante que el fin del mundo es el día siguiente.

—¿En serio? —preguntó Nilla.

—Sí. Incluso si el mundo acaba. Si todo se va al infierno… todavía necesitas seguir viviendo. Tienes que levantarte, sacudirte el polvo y reconstruir.

—No había pensando en eso —asintió Nilla—. Debemos volver. —El propio
eididh
se dobló y curvó a su alrededor. Sarah fue empujada a través del espacio y el tiempo y cayó pesadamente sobre el vagón de carga, justo donde estaba antes. Ayaan estaba allí, con todos los necrófagos. Salvo que ninguno de ellos se movía. Sarah bajó la vista y comprobó que tenía piel otra vez, aunque no estaba respirando.

—He detenido el tiempo unos segundos, al menos el tiempo según lo percibes tú —le explicó Nilla. Estaba al lado de Sarah, totalmente limpia y con piel en su vestido blanco. Donde estaba sentada, Sarah tenía la vista a la altura del ombligo de Nilla, que estaba rodeado de un tatuaje de un sol con rayos negro. Levantó la vista y vio a Nilla mirándola—. No tenemos tiempo que perder. Necesitarás las reliquias. El Zarevich sabía que Mael tramaba algo y descubrió el hechizo para atraparlo en un frasco. Él mandó a su mejor
lich
a buscarlos; Amanita, seguro que la recuerdas. Buscaba los tres objetos que él necesitaba para encerrarlo. Entonces los atacaste. Eso fue algo realmente bueno, Sarah. Ahora nos salvará. Ve. ¡Tienes que atraparlo y encerrarlo antes de que llegue a la Fuente!

Nilla desapareció y el tiempo comenzó de nuevo. Sarah miró a Ayaan, que sólo parecía confusa. Luego saltó del vagón de carga y empezó a correr hacia el horizonte de sucesos de la Fuente.

Capítulo 20

Unos cuantos necrófagos la persiguieron, pero ella era más rápida y pasó el límite antes de que llegaran a acercarse siquiera. Sus pies resbalaban continuamente sobre los huesos rotos desperdigados por el valle. En una ocasión tropezó y cayó de bruces; estiró las manos para tocar tierra firme cuando el extremo irregular de un fémur se aproximaba a su cara. De algún modo logró volver a ponerse en pie.

No fue difícil encontrar a Mael Mag Och. Su cuerpo ardía, aunque no tan deprisa como debería. Dejaba un fino rastro de humo en el aire a su paso, una huella semivisible para que ella lo siguiera. Se movía lentamente, su cuerpo no muerto era incapaz de apresurarse, y el camino era escarpado. Sarah dedujo que tenía ante sí una buena ocasión de atraparlo, pero luego ¿qué? ¿Cómo se suponía que lo encerraría?

Te lo enseñaré cuando llegue el momento
, dijo Nilla dentro de su cabeza. Sarah estuvo a punto de caerse, se había olvidado de que el aro de nariz medio fundido seguía en su mano. Se había olvidado de que todavía podía hablar con la
lich
rubia.

—¿Cuándo llegue a la Fuente, qué hará? —preguntó ella.

Esperemos que no llegue
—dijo Nilla—.
Si lo hace, avanzará hasta el centro. Ni siquiera yo podré protegerlo entonces, pero no importará. Su cuerpo se desintegrará, pero su conciencia se fusionara con la propia fuerza vital… no sólo la Fuente, no sólo la grieta, sino con el propio campo biológico de la Tierra. En ese momento no habrá mucho que él no sea capaz de hacer. Tendrá más poder del que su Teuagh soñó jamás.

—Tienes razón —asintió Sarah—. Esperemos que no llegue.

Delante de ella, unos cuatrocientos metros más arriba en la cuesta, veía a Mael Mag Och. Una luz titilante tocaba su cabeza y sus hombros. Era demasiado esperar que el cerebro le hirviera dentro de la cabeza. Incluso si su cuerpo fracasaba, podría coger otro sin más de la masa de necrófagos sin manos que había al lado del vagón de carga. Avanzó, escalando la falda de la montaña, agarrándose a las columnas y calaveras y huesos, tirando de su cuerpo colina arriba.

Las reliquias te permitirán encerrarlo en ese cuerpo
—dijo Nilla—.
Ésa es la razón por la que el Zarevich ansiaba tanto conseguirlas. Luego puedes destruirlo, y todo habrá terminado. Habrá sido destruido. Incluso la parte de él que todavía vive en Gary saldrá y se disipará.

Sarah jadeaba y sudaba y maldecía mientras ascendí, en una atmósfera con menos oxígeno. Le costaba respirar. Veía muy poco, sus ojos estaban cegados por la luz de la Fuente. Puso la mano sobre el canto de una roca y tiró de sí misma hacia arriba, y allí estaba, en lo alto del valle. Vio las erosionadas esculturas de dinosaurios, la luz del sol se colaba por los agujeros de la escayola. Vio los edificios bajos, que se habían venido abajo tras doce duros inviernos.

En el centro de todo, donde la Fuente era tan brillante que le hacía latir la cabeza, una guardia de honor esperaba a Mael Mag Och. Dos esqueletos, erguidos sólo por la energía pura, estaban a cada lado de la singularidad. Parecían sacados de la visión del
eididh
que había compartido con Nilla, y a la vez eran perversamente horribles, en cuanto a cómo ella esperaba que fueran las cosas en la realidad. Uno era casi humano en apariencia, o al menos parecía un esqueleto humano, salvo que la parte superior de su cráneo estaba destrozada como si se la hubiera volado con un disparo de escopeta en la boca. Los bordes de sierra de su calavera le daban el aspecto de llevar una especie profana de corona. El otro esqueleto, y de algún modo ella sabía que era una mujer, estaba retorcido y doblado, sus huesos se habían deformado de un modo irreconocible para Sarah. Estaban picados y descascarillados y en algunas partes parecían cera derretida. Su calavera estaba fusionada con la parte superior de la caja torácica y los huesos del brazo izquierdo. Parecía como si se hubiera derretido lentamente, como una vela que se deja al sol.

Los esqueletos eran no muertos, sin duda, aunque de todos modos estaban animados, porque se movían mientras ella los observaba, cambiando el peso de un pie a otro, levantando los brazos para animar al druida, pero su energía no era oscura, ni brillante. Era pura, clara, la energía no adulterada del propio planeta.

Mael Mag Och llegó ante ellos y los esqueletos le hicieron una reverencia, dándole la bienvenida a su destino. Sarah se apresuró hacia delante mientras Nilla le gritaba instrucciones.

Ponle la cuerda por la cabeza.

Sarah lo hizo. Mael ni siquiera se dio la vuelta. Estaba demasiado cerca de conseguir su apocalipsis.

Coloca el brazalete en su… en su muñón.

Sarah lo hizo.

Ahora, la espada.

Sarah se acordó de que no tenía la espada. Sin embargo, se buscó en el cinturón, aunque sabía que no la tenía.

—La gente del Zarevich me la quitó.

Tienes que atravesarlo con la espada. Es el único modo de evitar que salte a otro cuerpo. La espada, Sarah. La espada
.

—¡No la tengo! Ni siquiera sé qué hicieron con ella.

Nilla estaba muy cerca de ella, físicamente cerca. Sarah notaba su decepción en el aire. El miedo y el fracaso.

—Tiene que haber otra manera —dijo Sarah. Pero naturalmente no la había.

La hay.

Mael Mag Och había acabado con los esqueletos. Fuera lo que fuese lo que sucedió entre ellos no era para los oídos de Sarah. El druida pasó a su lado, hacia las ruinas de los edificios. Los esqueletos habían cerrado filas, no dejarían entrar a Sarah.

Hay un modo. Es muy simple. Él me necesita para protegerlo de la Fuente. No puedo dejar de hacerlo, del mismo modo que tú no puedes dejar de respirar. Pero puedo hacerme visible.

—¿Qué?

La voz de Nilla era muy suave.

Sólo puedo llevar a cabo esta función a causa de mi poder, mi capacidad de sustraer mi propia aura. Si me hago visible, me consumirá la Fuente, igual que a cualquier otra cosa muerta. Mael Mag Och perderá su protección y su cuerpo será destruido. Creo que su conciencia quedará atrapada aquí, ya que todos los cuerpos posibles que puede ocupar están demasiado lejos. ¿Tiene sentido?

El cuerpo de Sarah se estremeció.

—No puedo… no puedo pedirte que hagas eso —dijo ella, pero sabía que si Nilla se hubiera negado, de hecho le habría pedido, suplicado, que lo hiciera. La habría amenazado, le habría rogado, suplicado—. ¡Pero morirás!

Morí tiempo atrás
—replicó Nilla—.
Está bien. Tengo mis recuerdos.

Luego sucedió muy deprisa.

Nilla apareció ante Sarah, hermosa, rubia, vestida de blanco. Tenía una sonrisa triste en el rostro. Se convirtió en una columna de llamas al instante. Sarah sólo esperó que no hubiera sentido dolor. Incluso sus huesos ardieron, en un segundo quedaron reducidos a cenizas.

Los esqueletos no se inmutaron. Desde detrás de la barrera que formaban Sarah oyó un único grito estrangulado y vio otra explosión de fuego. Salió corriendo hacia delante. Los esqueletos la retuvieron, pero pudo ver el cuerpo de Mael Mag Och ardiendo tan rápido como lo había hecho el de Nilla. Quizá aún más.

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