Vincent se detuvo, con la mano aún en la barandilla. Se le veía algo turbado. Caxton se preguntó si habría visto algún cadáver antes de ese día.
Pasaron juntos a la habitación donde la vida de Jeff Montrose se había terminado aproximadamente a las cinco y cuarto de la madrugada, varias horas antes de que Caxton regresara a la ciudad.
I as paredes de la habitación estaban cubiertas con pósteres de varios conciertos, pintadas de tinta negra sobre papeles de olores chillones. Había ropa y libros amontonados en el suelo también junto al catre que Montrose había utilizado como cama. Había varias estanterías con vídeos y DVD cuidadosamente ordenados, entre los que destacaba una copia de Colmillos. Caxton esperaba que Vincent no se diera cuenta. Bajo la única ventana del cuarto, había una mesa ocupada casi por completo por un enorme ordenador beige y varias resmas de papel para impresora. Montrose estaba sentado en una silla frente al ordenador, en la misma postura en que Caxton lo había descubierto. Llevaba una camisa blanca con el cuello y los puños desabrochados, y una capa negra forrada de terciopelo rojo: el atuendo que utilizaba durante las visitas fantasmas por la ciudad. Su maquillaje facial era impecable, el rimel y la sombra negros contrastaban mucho con el blanco casi perfecto de su piel. Tenía el cuello completamente desgarrado, pero no había una sola gota de sangre en toda la habitación.
Vincent echó un vistazo al cuerpo y empezó a vomitar. Dio vueltas hasta que encontró un cubo de basura, que agarró con las dos manos mientras su pecho y sus hombros se sacudían convulsivamente.
Caxton esperó pacientemente a que terminara.
—El asesino fue nuestro vampiro, el original. No cabe duda. Debió de venir directamente después del ataque en el callejón. El profesor Geistdoerfer, de la universidad, debió de proporcionarle la dirección de Montrose.
—¿El Lobo Veloz? —le preguntó Vincent, que la miró con los ojos corno platos.
—El profesor Geistdoerfer fue quien despertó al vampiro. No creo que en un principio comprendiera las consecuencias de lo que estaba haciendo. Más tarde el vampiro recurrió a las amenazas y la intimidación para controlarlo. Pero, en fin… ahora está muerto.
«Seguramente muerto por segunda y última vez», pensó pero no lo dijo.
—Y este chaval... —Vincent se acercó un poco más al cuerpo Alargó el brazo y examinó el tejido de la capa—. ¿Qué era, satanista o algo así?
—No, era estudiante de historia —respondió Caxton frunciendo el ceño—. Le fascinaban los fantasmas, los vampiros y otros seres antinaturales. Por eso eligió esta universidad, para poder estudiar el período más oscuro de la historia norteamericana. La gente del siglo XIX compartía algunos de sus intereses más macabros.
—Por eso cuando apareció el vampiro no quiso dejar pasar la oportunidad de echarle una mano.
Caxton negó con la cabeza.
—Sólo porque le interesaran los vampiros no significa que fuera malo. Mi novia era gótica cuando iba al instituto y no hacía más que leer libros sobre vampiros. Y puedo asegurarle que no es malvada. Muchos niños juegan a vampiros.
—Sí, nosotros también lo hacíamos. En el colegio. Nos atábamos una toalla negra al cuello y corríamos de un lado a otro Ungiendo que nos mordíamos. Pero entonces descubrimos a las chicas y nos dimos cuenta de que esos jueguecitos eran una tontería. Este chaval nunca logró superar esa fase, ¿no?
Caxton se encogió de hombros.
—Y ahora ha pagado por ello. Qué tonto...
Caxton apartó unos papeles y le mostró al capitán Vincent lo que había debajo: una estaca, un trozo de madera de unos treinta centímetros con la punta afilada.
—Este chico podía ser muchas cosas menos estúpido —dijo—. Sospechaba que pasaba algo, seguramente desde que oyó la noticia de la muerte del agente Garrity. Y sabía que él era cómplice, pues había ayudado a devolverle la vida al vampiro. Sabía lo que estaba sucediendo en la ciudad.
Pasó un dedo por la afilada punta de la estaca. Era probable que Montrose supiera que no iba a servir de nada contra un vampiro que había comido esa misma noche; había leído bastante sobre vampiros y habría visto Colmillos más de una vez. Era probable que la estaca fuera lo mejor que había podido encontrar.
—No creo que en el fondo fuera mala persona, simplemente no lograba decidir de qué lado estaba.
Vincent negó con la cabeza.
—No lo entiendo, agente. ¿Por qué quería que viera todo esto?
Caxton se inclinó sobre el ordenador que había en el escritorio.
—Cuando descubrimos el cuerpo encontramos también esto. No hizo nada por ocultarlo.
El ordenador estaba en modo de reposo. Caxton presionó la barra espaciadora y la pantalla cobró vida al instante. Se trataba de la página del servidor de correo de la universidad y había un mensaje abierto:
Asunto: Una humilde petición de ayuda
De: John Geistdoerfer
Para: Jeffrey Montrose
Prioridad: Normal
Querido Montrose
,
Me temo que nuestros peores temores se han cumplido. La policía va a acordonar la excavación, aunque deberíamos haberlo previsto. Creo que ya conociste a la agente Caxton. En estos momentos viene a interrogarme, seguramente me someterá a un tercer grado y me dará una paliza que no deje marcas. Supongo que seré lo bastante hombre para soportarlo, pero lo peor es que... Jeff, van a apoderarse de los ataúdes y demás objetos y dudo que volvamos a verlos jamás. Sé que compartes mi pasión por este hallazgo y por eso me gustaría pedirte ayuda
.
Es posible que lo que voy a proponerte no se ajuste estrictamente a la legalidad. No te preocupes: asumo toda la responsabilidad y, llegado el caso, me comprometo a pagar cualquier multita estúpida que puedan imponernos. Recordarás que hablamos de trasladar los ataúdes a un lugar seguro, donde podamos ocuparnos mejor de ellos. Quiero que cojas la furgoneta del departamento y empieces a hacerlo hoy mismo. No se lo cuentes a nadie, aunque si te paran en la carretera no mientas por mí, faltaría más. Si puedes, hazlo pronto, Jeff
.
Te auguro un futuro brillante, esplendoroso. Veo tu nombre bajo el mío en el artículo que publicaremos cuando demos a conocer este hallazgo. Hay momentos en que las nimias consideraciones temporales de los mortales deben someterse a las necesidades de la historia. Creo que en ti he encontrado a alguien que comparte esa creencia. Tienes mi eterna gratitud
.
John
Hiram Morse había cumplido con su deber siguiendo las órdenes generales. Cuando nuestro piquete halló resistencia, regresó corriendo a la línea de combate, donde reunió ayuda, y no poca. Regresó con el 3.0 batallón de Maine al completo, unos doscientos cincuenta hombres con el coronel Lakeman al frente espada en mano. Cruzaron el bosque sirviéndose de antorchas para iluminar el camino, eran tantos que parecía como si varios incendios simultáneos avanzaran por entre los árboles.
Se encargaron de Chess sin más demora. Los hombres le rodearon el cuello con una soga, lo colgaron del árbol más alto de su propio jardín y se sentaron a observar cómo se sacudía y pugnaba por liberarse.
Finamente pareció comprender la futilidad de sus esfuerzos y dejó que su cuerpo pendiera inerte de la cuerda, pero ni siquiera así murió. Fue durante aquella parte de su destrucción cuando solicité permiso para examinar de cerca a la criatura que había corrompido a mi Bill. Me concedieron el deseo, me llevaron Junto a él y lo miré a los ojos. Había pensado escupirle a la cara, pero al ver la expresión de profunda inteligencia que reflejaban sus ojos mi cólera flaqueó. Durante un largo minuto no hice otra cosa que mirarle mientras él me miraba mí.
Lentamente, la noche dio paso al amanece y, en aquel momento, el primer rayo de luz lo alcanzó como si fuera el dedo de Dios. Entonces su carne se derritió cual candela de cera y sus huesos desnudos cayeron de la soga.
Me hicieron una camilla, pues no podía andar, y se me llevaron de allí.
LA DECLARACIÓN DE ALVA GRIEST
Vincent leyó el mensaje un par de veces, tal como Caxton había hecho anteriormente. Mientras esperaba, pensó en Montrose. El día y la noche anteriores, el estudiante había llevado a cabo una tarea durísima. Solo, sin ayuda de nadie, había trasladado noventa y nueve ataúdes a una nueva ubicación. Caxton suponía que si te dedicabas a la arqueología, aprendías a estar rodeado de huesos sin que se te pusieran los pelos de punta. Y, aun así, debió de necesitar todo el día; seguro que terminó exhausto.
Después de aquel trabajo tan pesado y tan escabroso, había regresado a casa y se había puesto la capa que llevaba cuando dirigía las visitas fantasmas. Había preparado la estaca y se había sentado a esperar el devenir de los acontecimientos. Segura mente se sentía confusa, pues deseaba desesperadamente conocer un vampiro de carne y hueso. Y aterrado, pues sabía que probablemente no iba a sobrevivir al encuentro. Caxton se peguntó sobre que habrían hablado. Se preguntó si al final Montrose habría acabado enterándose de lo que tantas ganas tenía de descubrir.
Cuando el capitán Vincent hubo terminado de leer el mensaje, se quedó estudiando el cuerpo sin vida. Parecía recuperad de su ataque de aprensión.
—No lo entiendo. Si ayudó al vampiro, ¿por qué lo mató?
—Porque Montrose podría habernos dicho dónde estaban los vampiros. Se habrá dado cuenta de que Geistdoerfer tuvo precaución de no mencionar la ubicación del escondite en su mensaje. Montrose era la única persona viva que lo sabía.
—Debemos encontrar esos ataúdes —dijo Vincent—. Debemos dar con ellos antes de que anochezca.
Caxton asintió. Aquello era más o menos la mitad de lo que quería oír decir, la mitad de lo que esperaba de él tras obligarlo a ir hasta allí y ver el cadáver de Montrose. Para la otra mitad iba a hacer falta algo más de diplomacia.
Acompañó a Vincent fuera de la escena del crimen, bajaron la escalera y salieron a la acera. Mientras estaban dentro, la lluvia se había vuelto torrencial. Glauer estaba en posición de firmes junto al coche de su jefe, con el ala de la gorra completamente empapada.
—Agente, quiero que organice un registro puerta por puerta dijo Vincent con expresión totalmente impasible—. Quiero que reúna a todos los hombres y mujeres disponibles, y que comprueben todos los lugares donde pueden estar escondidos esos ataúdes.
—Sí, señor —respondió Glauer, aunque no se movió. Caxton y él habían ensayado la escena que seguía a continuación—. Creo que podemos destinar treinta agentes al caso, todos ellos con vehículo. Nos pondremos manos a la obra rápidamente. Hay cientos de lugares donde buscar en la zona. Haremos lo que podamos.
—Sinceramente, eso espero —masculló Vincent—. ¿Es consciente de lo que nos jugamos?
Glauer permaneció muy quieto y no dijo nada. Se hizo un silencio largo e incómodo y al final el agente se volvió hacia Caxton .
Fue Vincent quien rompió el silencio.
—¿Qué sucede? ¿Me lo va a decir?
Esta escena es considerablemente más violenta que el resto de las que hemos visto obra del vampiro —respondió Caxton.
En un primer momento había creído que aquel vampiro era diferente. Que tenía algo así como un sentido del honor y la decencia. Arkeley sabía que no era así y ahora Caxton se daba cuenta de que debería haberle escuchado. Ella misma debería haberlo sabido desde el principio—. Creo que podemos hablar de la existencia de un patrón de conducta. Empezó por herir a Geistdoerfer. Podría haberlo matado en el acto, pero fue capaz de controlarse. Avanzó hasta el homicidio del agente Garrity, que había intentado acabar con él. Después mató a Geistdoerfer porque tenía hambre. Lo de la familia de Nueva Jersey —dijo, señalando hacia el callejón, donde habían hallado el coche— lo hizo porque tenía prisa. Y desde allí vino directamente a esta casa. Montrose lo estaba ayudando activamente, llevaba toda la vida soñando con hacerse amigo de un vampiro. Pero éste lo mató tan sólo porque conocía el paradero de los ataúdes, para atar un cabo suelto. La vida humana ha perdido todo el valor para este vampiro, jefe. Se ha convertido en un verdadero socio pata capaz de actuar a sangre fría. Cada vez se muestra más cruel, y aún no ha terminado.
Vincent estaba muy pálido. Volvió la cabeza hacia la calla lluviosa para no tener que mirarla a ella, pero Caxton dio dos pasos y se colocó de nuevo frente a él. Aquélla era la parte peligrosa de la operación, pues tenía que confiar en que Vincent fuera un hombre razonable.
—Inicialmente no tenía intención de despertar a los demás, quería dejar que descansaran en paz; pero eso fue antes de que empezara a cambiar. Ahora creo que no va a conformarse con despertar a uno o a dos: va a despertarlos a todos.
—Eso no es más que una conjetura —dijo Vincent con un hilo de voz.
—Es posible, pero tenemos que prepararnos para esa eventualidad.
—Había llegado el momento de hablar en serio—. Capitán —dijo Caxton—, si tiene la bondad de escucharme, quisiera hacerle una recomendación.
Vincent puso mala cara, pero después de dedicarle una larga mirada, asintió.
—Debería evacuar totalmente la ciudad.
Se mantuvo firme y esperó a que Vincent le echara la caballería. No tuvo que esperar demasiado. Mientras el jefe de policía le contaba a gritos lo que pensaba sobre su idea, Caxton aguardó a que la tormenta verbal arreciara. De hecho, apenas prestó atención a lo que le estaba diciendo.
—Registraremos la ciudad de cabo a rabo buscando esos ataúdes —dijo—. Haré todo lo posible para dar con ellos antes de que caiga la noche, pero si la búsqueda no da resultado...
—¿También tiene una recomendación para cuando eso suceda?
Caxton lo miró fijamente a los ojos, como un vampiro hipnotizando a una víctima. Sabía que no poseía los poderes mágicos, pero esperaba que su sinceridad y su miedo produjeran un efecto similar.
—Si no logramos encontrar los ataúdes antes de que anochezca, debemos estar preparados. Preparados para un ejército de vampiros, porque de eso estamos hablando. Cuando despierten estarán hambrientos y matarán a quienquiera que encuentren. Capitán, necesito su autorización para empezar a hacer planes para esta noche.
—¿Esta noche? ¿La noche en que usted sólita va a enfrentarse a cien vampiros con la única ayuda de su pistola?