A barlovento (38 page)

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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: A barlovento
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–Por ahí –dijo 974 Praf para ayudar.

Voy a morir, pensó Uagen, con bastante claridad y casi con calma. Voy a morir metido dentro de esta aeronave alienígena que tiene diez millones de años y que está medio podrida, medio hinchada y medio incinerada, a mil años luz de cualquier otro ser humano y con una información que podría salvar vidas y convertirme en un héroe.

¡La vida es muy injusta!

La criatura del muro de la cámara de interrogatorios había vivido el tiempo justo para contarle algo que también podría matarlo, por supuesto, si es que era verdad y si es que conseguía salir de allí. Por lo que le había dicho, lo que sabía en esos momentos lo convertía en objetivo de personas que no se lo pensarían dos veces antes de matarlo a él o cualquier otro.

–¿Es de la Cultura? –le había dicho a aquella cosa larga con cinco extremidades que colgaba del muro de la cámara.

–Sí –le había dicho mientras intentaba mantener la cabeza levantada para hablar con él–. Agente. Circunstancias Especiales.

Uagen volvió a oírse tragar saliva otra vez. Había oído hablar de ce. De niño había soñado con ser un agente de Circunstancias Especiales. Mierda, incluso había soñado con serlo cuando era joven. Jamás se había imaginado que conocería a uno de verdad.

–Ah –dijo y se sintió como un auténtico imbécil–. Encantado.

–¿Y usted? –dijo la criatura.

–¿Qué? ¡Ah!
Mmm.
Erudito. Uagen Zlepe. Erudito. Un placer. Bueno. Quizá no.
Mmm.
Es solo. Bueno. –Volvía a manosearse el collar. Seguro que parecía que balbuceaba–. No importa. ¿Podemos bajarlo de ahí? Todo este sitio, bueno, cosa, está...

–Ja. No. Creo que no –dijo la criatura y quizá incluso estuviera intentando sonreír. Hizo un gesto con la cabeza, como si la echara hacia atrás y después se estremeció de dolor–. Odio tener que decírselo. Yo soy lo único que sujeta esto, la verdad. A través de este enlace. –Sacudió la cabeza–. Escuche Uagen. Tiene que salir de aquí.

–¿Sí? –Al menos eso era una buena noticia. El suelo de la cámara se bamboleó bajo sus pies cuando rugió otra detonación y sacudió las formas de los muertos y los moribundos que parecían marionetas atadas a la pared. Una de las exploradoras extendió las alas para sujetarse y derribó a 974 Praf. Esta dio un chasquido con el pico y miró furiosa a la culpable.

–¿Tiene comunicador? –le preguntó la criatura–. ¿Algo para mandar señal fuera de la aerosfera?

–No. Nada.

La criatura volvió a hacer otra mueca.

–Joder. Entonces tiene que... largarse de Oskendari. A una nave, un hábitat, a cualquier parte. A algún sitio donde se pueda poner en contacto con la Cultura, ¿entiende?

–Sí. ¿Por qué? ¿Para decir qué?

–Conspiración. No es broma, Uagen, no es ejercicio. Conspiración. Una puta conspiración muy seria. Creo que para destruir... orbital.

–¿Qué?

–Orbital. Todo un orbital llamado Masaq. ¿Lo conoce?

–¡Sí! ¡Es famoso!

–Quieren destruirlo. Facción chelgriana. Han enviado chelgriano. No sé nombre. No importa. Está de camino, o lo estará pronto. No sé cuándo. El ataque ocurre. Tú. Sal de aquí. Lárgate. Díselo a la Cultura. –La criatura se puso rígida de repente y se inclinó sobre el muro de la cámara cerrando los ojos. Un tremendo estremecimiento recorrió la cavidad y arrancó un par de cadáveres de los muros de la cámara para tirarlos inertes al suelo convulso. Uagen y dos de las exploradoras cayeron de espaldas. Uagen se volvió a poner en pie con cierto esfuerzo.

La criatura de la pared lo miraba fijamente.

–Uagen. Díselo a CE, o a Contacto. Me llamo Gidin Sumethyre. Sumethyre, ¿entendido?

–Entendido. Gidin Sumethyre.
Mmm.
¿Eso es todo?

–Suficiente. Y ahora sal de aquí, orbital Masaq. Chelgriano. Gidin Sumethyre. Eso es todo. Ahora largo. Intentaré sujetar esto... –La cabeza de la criatura fue dejándose caer poco a poco sobre el pecho. Otra convulsión titánica sacudió la cámara.

–Eso que la criatura acaba de decir –empezó a decir 974 Praf, parecía perpleja.

Uagen se inclinó y cogió a la intérprete por las alas secas y correosas.

–¡Hay que salir! –le gritó a la cara–. ¡Ahora!

Habían llegado a una parte un poco más ancha del pasaje que ya se había convertido en una pendiente bastante escarpada cuando el viento que pasaba susurrando junto a ellos cobró fuerza de repente y se convirtió en una galerna. Las dos exploradoras de rapiña que iban delante de Uagen y cuyas alas dobladas actuaban como velas en medio del aullador torrente de aire, intentaron incrustarse contra las paredes, que se ondulaban y cedían. Empezaron a deslizarse hacia atrás, hacia él, mientras Uagen también intentaba sujetarse contra los tejidos húmedos del tubo.

–Oh –dijo 974 Praf con tono prosaico, estaba detrás de Uagen, un poco más abajo–. Este cambio no indica nada bueno.

–¡Socorro! –chilló Uagen mientras miraba a las dos exploradoras, que aunque seguían aferrándose desesperadas a las paredes del pasaje, continuaban deslizándose hacia él. Uagen intentó convertirse en una equis contra las paredes, pero estas ya se habían separado demasiado.

–Aquí abajo –dijo la intérprete 974 Praf. Uagen miró entre sus pies. 974 Praf se asía al suelo ribeteado, se había aplastado todo lo posible contra él.

El erudito levantó la cabeza cuando la exploradora más cercana resbaló un poco más, ya casi podía tocarlo.

–¡Buena idea! –jadeó. Se hundió. La frente le rebotó contra el espolón de la exploradora. Se aferró a los ribetes del suelo cuando las dos exploradoras se deslizaron sobre él. El viento aulló y le tiró del traje, después amainó. Se desenredó de 974 Praf y miró hacia atrás. En una dolorosa maraña de picos, alas y patas, las dos exploradoras estaban incrustadas pasaje arriba, junto con la que cerraba la marcha, en la parte estrecha que acababan de atravesar todos. Una de las criaturas aladas dijo algo con un chasquido.

974 Praf le respondió con otro chasquido y luego se levantó de golpe y se escabulló por el pasaje.

–Se da la circunstancia de que las aves exploradoras de
Yoleus
intentarán permanecer ahí incrustadas y bloquear así el viento que alimenta el incendio mientras nosotros completamos el viaje hacia al exterior del
Sansemin.
Por aquí, Uagen Zlepe, erudito.

El erudito se quedó mirando la espalda de la intérprete y después salió gateando tras ella. Empezaba a tener una sensación extraña en el estómago. Intentó identificarla y luego se dio cuenta. Era como estar en un ascensor o en una nave sometida a la inercia.

–¿Nos estamos hundiendo? –dijo con un gimoteo.

–Da la sensación de que el
Sansemin
está perdiendo altura con rapidez –dijo 974 Praf, rebotando de ribete en ribete por el escarpado suelo que tenía delante.

–¡Oh, mierda! –Uagen volvió la vista atrás. Habían dado la curva y habían perdido de vista a las exploradoras de rapiña. El pasaje se hundía todavía más, era como bajar por un tramo de escaleras muy empinadas.

–Aja –dijo la intérprete cuando el viento volvió a tirar de ellos.

Uagen sintió que se le abrían mucho los ojos. Se quedó mirando lo que tenía delante.

–¡Luz! –chilló–. ¡Luz! ¡Praf! Veo... –Se fue quedando sin voz.

–Fuego –dijo la intérprete–. Al suelo, Uagen Zlepe, erudito.

Uagen se dio la vuelta y se tiró a los escalones un momento antes de que lo golpeara la bola de fuego. Tuvo tiempo de tomar aliento e intentar enterrar la cara entre los brazos. Sintió a 974 Praf encima de él, con las alas extendidas, cubriéndolo. El estallido de calor y luz duró un par de segundos.

–Arriba otra vez –dijo la intérprete–. Tú primero.

–¡Estás ardiendo! –chilló él cuando la intérprete lo empujó con las alas y el erudito bajó tropezando por los escalones ribeteados.

–Así es –dijo Praf. El humo y las llamas se enroscaban tras las alas de la intérprete mientras esta pinchaba y empujaba a Uagen para que siguiera bajando. El viento era cada vez más fuerte, el erudito tenía que luchar contra él para poder avanzar, bajar por la fuerza por el lado ribeteado de lo que ya era casi un tubo vertical, como si por alguna razón hubieran vuelto al mismo nivel.

Al mirar hacia delante, Uagen volvió a ver una luz. Gimió y luego vio que esa vez era blanca y azul, no amarilla.

–Nos acercamos al exterior –jadeó 974 Praf.

Se dejaron caer del vientre del behemotauro moribundo, aunque no cayeron mucho más rápido que lo que quedaba de la inmensa criatura en sí, que ardía, se desintegraba, se derrumbaba y descendía todo al mismo tiempo. Uagen atrajo a 974 Praf contra sí y apagó las llamas que le consumían las alas, después utilizó los motores de los tobillos y la capa globo para detener su caída y tras una eternidad de precipitarse entre restos que aleteaban y ardían y animales heridos, los dos rodearon por debajo la inmensa ruina en forma de uve que era el behemotauro moribundo y salieron al aire fresco del espacio donde los restos de la fuerza expedicionaria de exploradoras de rapiña del
Yoleus
los encontró momentos antes de que un diseisor ogrino pudiera descender sobre ellos para tragárselos enteros.

La aturdida y silenciosa intérprete se estremecía entre sus brazos, el olor a carne quemada le llenaba a Uagen la nariz mientras iban subiendo poco a poco con la tropa de exploradoras para regresar al behemotauro dirigible
Yoleus.

–¿Irte?

–Sí, fuera. Ir. Partir. Abandonar esto.

–¿Deseas irte, partir, abandonar esto, ahora?

–En cuanto sea posible. ¿Cuándo sale la próxima nave? De quién sea. Bueno, no,
mmm,
que no sea chelgriana. Sí; chelgriana, no.

Uagen nunca se había imaginado que la cámara de interrogatorios de
Yoleus
le pudiera parecer ni remotamente acogedora, pero en ese momento lo pensaba. Por extraño que pareciera, allí se sentía seguro. Era una pena que tuviera que irse.

Yoleus
estaba hablando con él a través de un cable de conexión y un intérprete llamado 46 Zhun. El cuerpo más fornido de lo que solo de nombre era el macho 46 Zhun estaba encaramado a un saliente, junto a 974 Praf, que estaba pegada a la pared de la cámara y tenía un aspecto chamuscado, inerte y muerto, pero que al parecer estaba comenzando su reconstitución y recuperación. 46 Zhun cerró los ojos. Uagen se quedó allí de pie, en el suelo cálido y suave de la cámara. Todavía podía sentir el olor a quemado que desprendían sus ropas. Se estremeció.

46 Zhun volvió a abrir los ojos.

–El próximo objeto que parte tiene previsto salir del Segundo Trópico del portal de Secesión de Inclinación, en el lóbulo de Allende, dentro de cinco días –dijo el intérprete.

–Cogeré ese. Espera, ¿es chelgriano?

–No. Es un mercante jhuvuoniano.

–Cogeré ese.

–Ahora mismo no hay tiempo suficiente para que viajes y llegues a tiempo al susodicho Segundo Trópico del portal de Secesión de Inclinación.

–¿Qué?

–Ahora mismo no hay tiempo suficiente para que...

–Está bien, ¿cuánto tiempo me llevaría?

El intérprete cerró los ojos otra vez durante unos momentos, después los abrió.

–Veintitrés días sería el tiempo mínimo requerido para que un ser como tú viaje y llegue al Segundo Trópico del portal de Secesión de Inclinación desde este punto.

Uagen podía sentir un retortijón persistente en las tripas, era una sensación que no tenía desde que era muy pequeño. Intentó no perder la calma.

–¿Y después, cuándo sale la nave siguiente?

–Eso se desconoce –respondió el intérprete de inmediato.

Uagen venció las ganas de llorar.

–¿Es posible enviar una señal desde Oskendari? –preguntó.

–Por supuesto.

–¿A una velocidad superior a la de la luz?

–No.

–¿Podrías enviar una señal para pedir una nave? ¿Tengo algún modo de irme de aquí en un futuro cercano?

–La definición de futuro cercano. ¿Cuál sería?

Uagen contuvo un gemido.

–¿En los próximos cien días?

–No hay objetos conocidos que lleguen o partan durante ese periodo de tiempo.

Uagen se llevó las manos a los cabellos y tiró. Rugió de pura frustración, después se detuvo y parpadeó. Jamás había hecho eso. Jamás había hecho ninguna de las dos cosas. Nunca se había tirado de los pelos ni rugido de frustración. Se quedó mirando al cuerpo ennegrecido y lisiado de 974 Praf, después bajó la cabeza y se quedó mirando el suelo de la cámara. Los pequeños motores que llevaba en los tobillos le devolvieron un reflejo burlón.

Levantó la cabeza. ¿En qué había estado pensando?

Repasó lo que sabía de los mercantes jhuvonianos. Solo semicontactados. Bastante pacíficos, bastante fiables. Todavía en la era de la escasez. Naves capaces de unos cuantos cientos de años luz. Lentas según los estándares de la Cultura, pero con eso bastaba.


Yoleus
–dijo con calma–. ¿Puedes enviar una señal al Segundo Trópico de Secesión del Portal Inclinatorio o como se llame?

–Sí.

–¿Cuánto tiempo llevaría eso?

La criatura cerró los ojos y los abrió.

–Se requeriría un día más un cuarto de día para la señal de salida y se requeriría un periodo de tiempo parecido para una señal de respuesta.

–Bien. ¿Dónde está el portal más cercano al sitio en el que estamos y cuánto tiempo me llevaría llegar allí?

Otra pausa.

–El portal más cercano a donde estamos ahora es el Noveno Trópico del portal de Secesión de Inclinación, lóbulo Presente. Son dos días más tres quintas partes de un día de vuelo desde aquí, para una exploradora de rapiña.

Uagen respiró hondo. Pertenezco a la Cultura, pensó para sí. Eso es lo que se supone que tienes que hacer en una situación así, de eso trata, se supone.

–Por favor, envíale una señal al navío de los mercantes jhuvonianos –dijo– y diles que se les pagará una cantidad de dinero equivalente al valor de su navío si me recogen en el Noveno Trópico del portal de Secesión de Inclinación, lóbulo Presente, dentro de cuatro días y me llevan a un destino que les revelaré cuando nos encontremos allí. Menciona también que se agradecerá su discreción.

Se planteó la posibilidad de dejarlo así, pero esa nave parecía su única oportunidad y no podía permitirse el riesgo de que sus capitanes desecharan la señal como si estuviera loco. Y si se habían comprometido con esa fecha de salida, entonces tampoco había tiempo para meterse en una conversación por medio de señales para convencerlos. Volvió a respirar hondo antes de añadir algo más.

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