A barlovento (48 page)

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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: A barlovento
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Para un evento especialmente salvaje había una pista de rápidos. Un río gigante y torrencial sobre el que el estadio podía descender como un flotador monstruoso para bajar por la garganta más grande del mundo, girando sobre sí mismo de una forma monumental, virando y meciéndose hasta que se encontraba con el inmenso remolino rodeado de acantilados del fondo, donde se limitaba a girar sobre una agitada espiral de agua, una columna que era absorbida y se hundía en un juego de bombas colosales capaces de vaciar un mar, hasta que uno de los superelevadores del Centro llegaba para devolverlo a pulso a su altura habitual, entre las vías fluviales de la parte superior.

Para la representación de esa noche, el estadio se iba a quedar donde estaba, en la punta de una pequeña península de las costas del lago Bandel, en la plataforma Guerno, a una docena de continentes en el sentido del giro galáctico de Xaravve. La punta de la península contaba con una serie de puntos de acceso subterráneos, varios edificios de apoyo y almacenes elegantemente disfrazados, una amplia explanada repleta de bares, cafés, restaurantes y otros locales de ocio, además de un muelle gigante con forma de repisa donde el estadio se sometía a cualquier tipo de mantenimiento o reparación necesaria.

Los sistemas estratégicos táctiles, de iluminación y sonido que incorporaba el estadio, incluso sin ningún tipo de optimización participativa personal, eran inmejorables, el Centro asumía la responsabilidad del resto de las condiciones externas.

El estadio era uno de los seis existentes, todos construidos de forma específica para proporcionar lugares a los eventos que debían celebrarse al aire libre. Estaban distribuidos por todo el mundo para que siempre hubiera uno en el lugar adecuado en el momento más conveniente, fueran cuales fueran las condiciones requeridas.

–Aunque, por supuesto –se sintió obligado a señalar Kabe–, podrías tener solo uno y luego ralentizar o acelerar el orbital entero para sincronizarlo.

–Ya se ha hecho –dijo el avatar con cierto desdén.

–Eso me había parecido.

El avatar levantó la cabeza.

–Ajá.

Justo encima de ellos, apenas visible entre la calima matinal, una diminuta forma más o menos rectangular resplandecía con el reflejo del sol.

–¿Qué es eso?

–Ese es el Vehículo General de Sistemas, clase Ecuador,
Experimentando una significativa falta de gravedad
–dijo el avatar. Kabe vio que el otro estrechaba un poco los ojos y una débil sonrisa se formaba alrededor de los labios y los ojos–. También ha cambiado su calendario de vuelo para venir a ver el concierto. –El avatar vio que la forma se agrandaba y frunció el ceño–. Pero tendrá que irse de ahí; por ahí es por donde pasan mis meteoritos explosivos.

–¿Explosivos? –dijo Kabe. Estaba observando el creciente rectángulo del VGS, que iba aumentando poco a poco–. Parece, bueno, espectacular. –
Peligroso quizá fuera un término más adecuado,
pensó el embajador.

El avatar sacudió la cabeza. Él también estaba mirando la gigantesca nave que descendía y entraba en la atmósfera, sobre ellos.

–Na, no es tan peligroso –dijo el avatar, que, en apariencia aunque era de suponer que no en realidad, le había leído el pensamiento–. La coreografía de la lluvia ya está casi lista. Quizá haya unos cuantos trocitos de materias blandas que todavía podrían excederse y necesitar un nuevo trazado de trayectoria, pero, de todos modos, todos tienen sus propios motores escolta. –El avatar le sonrió–. He utilizado un montón de viejos cuchillos misil, reservas de guerra reactivadas, cosa que me pareció muy apropiada. Supuse que les haría falta practicar.

Volvieron a mirar al cielo. El VGS ya era casi del mismo tamaño de una mano cuando se estira todo el brazo. Sus rasgos comenzaban a aparecer sobre las superficies doradas y blancas.

–Todas las rocas están colocadas, cargadas y olvidadas hace tiempo –continuó el avatar–, meterlas es tan simple como colocar los anillos en un planetario. Ningún peligro ahí tampoco. –Señaló con un gesto al VGS, que estaba cerca y era lo bastante brillante como para arrojar su propia luz sobre el paisaje circundante, como una luna dorada, extraña y rectangular flotando sobre el mundo.

»Ese es el tipo de cosas por las que las Mentes Centrales no pueden evitar preocuparse –dijo el avatar alzando una ceja plateada–. Un trillón de toneladas de nave capaz de acelerar como una flecha disparada con un arco y que se acerca lo suficiente a la superficie como para que yo sintiese la curva del campo de gravedad de la muy cabrona si no estuviese protegido. –Sacudió la cabeza–. Esas naves VGS –dijo chasqueando la lengua como si se refiriese a un niño travieso, pero encantador.

–¿Crees que se aprovechan de ti porque antes fuiste una de ellas? –preguntó Kabe.

La gigantesca nave parecía haberse detenido al fin, llenaba casi una cuarta parte del cielo. Algunos jirones de nubes se habían formado bajo su superficie inferior. Unos caparazones concéntricos de campo asomaban en forma de líneas apenas visibles a su alrededor, como una serie de burbujas cavernosas y anidadas que flotaran en el cielo.

–Cómo lo sabe –dijo el avatar–. A cualquier Mente nacida Centro se le fundirían los plomos con solo pensar en dejar que algo así de grande entrara en el perímetro; les gusta que las naves se queden fuera, donde, si en algún momento hubiera algún problema, se limitarían a desmoronarse sin más. –El avatar se echó a reír de repente–. Le estoy diciendo que se largue de mi chorro de propulsión ahora mismo. Lo que, por supuesto, es una grosería.

Las nubes que se estaban formando bajo la nave gigante empezaron a arremolinarse y subir, la nave
Experimentando una significativa falta de gravedad
estaba empezando a alejarse. Las nubes hirvieron a su alrededor, como un millón de estelas que se formaran a la vez, y unos rayos parpadearon entre las nacientes torres de vapor.

–Mire eso. Me está arruinando la mañana entera. –El avatar volvió a sacudir la cabeza–. Típico de un VGS. Será mejor que ese pequeño despliegue no evite que mis nubes de nácar se formen esta noche porque puedo montar un follón. –La criatura miró a Kabe–. Venga, no hagamos caso de ese alarde y vamos abajo. Quiero enseñarle los motores de este trasto.

–Pero, compositor Ziller, ¡su público!

–Está en Chel y es muy probable que pagara lo que fuera por verme colgado, empalado y quemado.

–Mi querido Ziller, de eso es de lo que se trata. Estoy seguro de que lo que dice es una burda exageración, aunque comprensible; pero incluso si en eso hubiera una sola pizca de verdad, aquí ocurre todo lo contrario. En Masaq hay un número inmenso de personas que estarían encantadas de dar su vida para salvar la suya. Es a ellas a las que yo me refería, como estoy seguro de que sabe. Muchas de ellas estarán esta noche en el concierto, y el resto lo estará viendo, absortos.

»Llevan años esperando con paciencia, con la esperanza de que un día usted se sintiese inspirado para terminar otra obra larga. Y ahora que al fin ha ocurrido, están deseando experimentarla de la forma más absoluta posible y rendirle el homenaje que saben que se merece. Están desesperados por estar allí, escuchar su música y verlo con sus propios ojos. ¡Anhelan verlo dirigir esta noche
La luz que expira!

–Pues ya pueden anhelarlo todo lo que quieran, pero se van a llevar una decepción. No tengo ninguna intención de ir, no si ese trozo supurante de forraje de escritorio va a estar presente.

–¡Pero si no se van a ver! ¡Les mantendremos separados!

Ziller levantó su gran morro negro y apuntó con él el recubrimiento de cerámica teñido de rosa de Tersono, lo que hizo que el dron se encogiera un poco.

–No te creo –le dijo el chelgriano.

–¿Qué? ¿Porque pertenezco a Contacto? ¡Pero eso es ridículo!

–Apuesto a que fue Kabe el que te dijo eso.

–Da igual cómo lo he averiguado. No tengo ninguna intención de obligarlo a que se reúna con el comandante Quilan.

–Pero te gustaría que lo hiciera, ¿no?

–Bueno... –El aura del dron se recubrió de repente de un arco iris de confusión.


¿
Te gustaría
o no?

–¡Bueno, por supuesto que me gustaría! –dijo la máquina bamboleándose en el aire con lo que parecía un ataque de furia, frustración o ambas cosas. Su aura parecía confusa.

–¡Ja! –exclamó Ziller–. ¡Lo admites!

–Desde luego que me gustaría que se reunieran; es absurdo que no lo hayan hecho, pero yo solo querría que ocurriera si se produce de forma natural, ¡no si se lograra contra sus expresos deseos!


Shh.
Aquí viene uno.

–¡Pero...!


¡Shh!

El bosque Pfesine, en la plataforma Ustranhuan, (era imposible alejarse más del estadio Stullien sin abandonar Masaq del todo) era famoso por sus cotos de caza.

Ziller había viajado hasta allí desde Aquime a última hora de la noche anterior, se había alojado en un alegre pabellón de caza, se había levantado tarde, había encontrado un guía local y se había ido a saltar sobre el cuello de los janmandresiles de Kussel. En ese momento creía oír a uno acercándose, abriéndose paso entre la densa maleza que bordeaba el estrecho sendero que cruzaba justo por debajo del árbol en el que se había ocultado.

El compositor miró a su guía, un tipo pequeño y fornido con equipo antiguo de camuflaje que estaba agachado en otra rama, a cinco metros de distancia. Estaba asintiendo y señalando en la dirección del ruido. Ziller se sujetó a la rama que tenía encima y se asomó para intentar ver al animal.

–Ziller, por favor –dijo la voz del dron, sonaba muy extraña en su oído.

El chelgriano se volvió de repente hacia la máquina que flotaba a su lado y la miró furioso. Se llevó un dedo a los labios y lo agitó. El dron se tiñó de un color crema turbio por la vergüenza.

–Estoy hablándole haciendo vibrar directamente la membrana interna de su oído. No hay posibilidad de que el animal que...

–Y yo –susurró Ziller con los dientes apretados e inclinándose mucho hacia Tersono–, estoy intentando concentrarme. ¿Quieres cerrar el puto pico de una vez?

El aura del dron se tiñó por un instante de blanco de pura furia y luego se fue sosegando, adquirió un tono gris de frustración mezclado con puntos morados de arrepentimiento. De inmediato ondeó un color verde amarillento que indicaba docilidad y cordialidad, intercalado con franjas rojas para demostrar que se lo estaba tomando como una especie de chiste.

–¿Y quieres dejar ya el puto arco iris de mierda? –siseó Ziller–. ¡Me estás distrayendo! ¡Y es probable que el animal también pueda verlo!

Se agachó cuando algo muy grande y con manchas azules pasó por debajo de la rama. Tenía una cabeza tan larga como todo el cuerpo de Ziller y un lomo lo bastante ancho como para haber dado acomodo a media docena de chelgrianos. El compositor se lo quedó mirando.

–Dios –suspiró–, qué bichos tan grandes. –Miró a su guía, que asentía y señalaba al animal.

Ziller tragó saliva y se dejó caer. La caída era de solo unos dos metros, aterrizó sobre las cinco patas y de un salto se encaramó al cuello de la bestia, se sujetó con los pies a los dos lados del cuello, sobre las orejas con forma de abanico que tenía, y se aferró a un puñado de las crines de color marrón oscuro de la cresta del animal antes de que este tuviera tiempo de reaccionar. Tersono bajó flotando para hacerle compañía. El janmandresile de Kussel se dio cuenta de que tenía algo pegado a la nuca y emitió un chillido ensordecedor. Sacudió la cabeza y el cuerpo con tanto vigor como pudo y salió disparado por el sendero que atravesaba la selva.

–¡Ja! ¡Ja ja ja ja ja! –chilló Ziller sujetándose con fuerza mientras el enorme animal corcoveaba y se sacudía bajo él. El viento lo golpeaba al pasar, hojas, frondas, enredaderas y ramas que pasaban zumbando, haciéndolo agacharse, esquivarlas y jadear. El pelo que le rodeaba los ojos se agitaba bajo la brisa, los árboles de ambos lados del camino pasaban en un contorno borroso de color verde azulado. El animal volvió a sacudir la cabeza para intentar desmontarlo.

–¡Ziller! –gritó el dron E. H. Tersono mientras cabalgaba sobre el aire, justo detrás de él–. ¡No he podido evitar observar que no lleva ningún tipo de equipo de seguridad! ¡Esto es muy peligroso!

–¡Tersono! –dijo Ziller, le empezaron a castañetear los dientes cuando la bestia que tenía debajo siguió cargando por la serpenteante pista.

–¿Qué?

–¿Quieres irte a la mierda?

Se abrió una especie de brecha en el dosel que tenían encima y la velocidad del animal aumentó al empezar a correr cuesta abajo. Lanzado hacia delante, Ziller tuvo que inclinarse hacia atrás, hacia los hombros cargados del bicho, para evitar que el animal lo arrojase por encima de su cabeza y lo pisotease. De repente, entre las frondas colgantes de musgo y las hojas suspendidas, se produjo un reflejo de luz en el suelo del bosque. Apareció un río muy ancho, el janmandresile de Kussel bajó como un trueno por el sendero y atravesó las aguas poco profundas, levantando grandes surcos de espuma con las patas, después se lanzó a las aguas profundas del centro, se zambulló y corcoveó con las patas delanteras mientras intentaba tirar a Ziller de cabeza al agua.

Despertó escupiendo en las aguas poco profundas, lo arrastraban de espaldas hacia la orilla del río. Levantó la cabeza, miró hacia atrás y vio que Tersono tiraba de él con un campo de manipulación; la máquina lucía el tono gris de la frustración.

El chelgriano tosió y escupió.

–¿Me he quedado
K.O.
un momento? –le preguntó a la máquina.

–Solo unos segundos, compositor –dijo Tersono tirando de él con lo que parecía una enorme facilidad, después lo posó en una orilla arenosa y lo incorporó–. Y casi fue mejor que se hundiese –le dijo–. El janmandresile de Kussel lo estuvo buscando antes de cruzar hasta el otro lado. Seguramente quería meterlo bajo el agua o arrastrarlo hasta la orilla para patearlo. –Tersono se colocó detrás de Ziller y le dio unos cuantos golpes en la espalda mientras el compositor tosía un poco más.

–Gracias –dijo Ziller, se había inclinado y escupido un poco más de agua de río. El dron seguía dándole golpes–. Pero no creas –continuó el chelgriano– que esto significa que voy a volver para dirigir la sinfonía en una especie de ataque de gratitud.

–Como si yo esperase semejante gentileza, compositor –dijo el dron con voz derrotada.

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