Read A bordo del naufragio Online
Authors: Alberto Olmos
QUE LA VIDA IBA EN SERIO UNO LO EMPIEZA A DESCUBRIR MÁS TARDE COMO TODOS LOS JÓVENES YO VINE A LLEVARME LA VIDA POR DELANTE JAIME GIL DE BIEDMA
. Sales del metro por la puerta que dice Entrada y subes las escaleras esquivando repartidores de folletos. Estás harto de coger propaganda y tirarla al suelo sin leerla. El joven proletario no tiene más remedio que publicitar escuelas de idiomas o viajes al extranjero para pagarse sus estudios vernáculos. Pero a ti te importan tres cojones los viajes al extranjero y las escuelas de idiomas. También te importa tres cojones el pobre y astroso gilipollas que se presta a trabajo tan estúpido. En general, te importa todo tres cojones, con la noble excepción de tu abuela. Aprietas el paso porque se te están congelando orejas y manos. Sin embargo, desearías estar en cualquier sitio menos aquí. Te gustaría batirte en retirada, pero sucede que nadie dijo nunca que esto fuera una guerra, ni siquiera una simple batalla. Y ése es el problema, la lucha existe pero nadie reconocerá que la has ganado. Tampoco se admiten dimisiones. Se lucha, nada más, y ése es el drama. El edificio gris está cada vez más cerca. Toses mientras caminas y te parapetas tras el pañuelo, que ya no da más de sí. El cielo permanece opaco y mudo y tú tratas de recordar qué maldito escritor dijo que el cielo nos protegía. Tú sabes mucho de protección y no soportas que te hablen con displicencia de lo que conoces. También sabes mucho de soledad, y te jode que la palabra corra de boca en boca como un problema de todos cuando eres tú el único que lo sufre. Ellos no saben lo que es la soledad. Están demasiado ocupados siendo felices para sentirse solos. Y piensas: solos es una palabra donde semántica y morfología se contradicen. Y piensas: tengo que apuntar esta frase. Llegas a los soportales de la facultad y un compañero te pone en la mano un anuncio,
VIVA ZAPATA SANGRÍA EN BENEFICIO DE CHIAPAS
, estrujas el panfleto y lo tiras a una papelera llena de panfletos exactamente iguales. Y piensas: supongo que a los de Chiapas les debe resultar conmovedor que se diviertan en su nombre. Y piensas: «América, no invoco tu nombre en vano.» Comienzas a subir las escaleras, cinco pisos de escalones grises (el color de moda en la facultad) y te preguntas si hay alguien interesado en acabar contigo porque, sea cual sea el grupo que eliges, siempre te asignan el aula más recóndita y alejada del nivel del mar. Lo único que te hace subir las escaleras con cierto brío es que el azar coloque unos escalones más arriba uno de esos culos apretados que tanto te gustan. Pero, por lo general, subes hasta el quinto sin ver otra cosa que tus zapatos sucios y un montón de peldaños oscuros. A la puerta de clase se congrega el alumnado, que cotorrea como gallinas (y tú conoces muy bien cómo cotorrean las gallinas, de modo que no es una frase hecha). Te cuelas entre la gente intentando que el pandemónium no penetre en tu cabeza. Pero es imposible: antes de cruzar el umbral y poner un pie en el paralelepípedo de los lelos, la masa líquida y bruna de tu sesera se convulsiona con más fuerza que nunca. Te diriges al fondo de la clase con la intención de esconderte en el último pupitre y no separarte ni un segundo del radiador. Dejas la mochila con brusquedad sobre el suelo y sonríes pensando en el atracón de calor que se va a llevar tu espalda. Pones las manos en las barras del radiador y te cagas en lo más alto. Están apagados. Y piensas: ¿cómo pueden estar apagados? Y piensas: ¿cómo coño pueden estar apagados los radiadores en pleno invierno? Desde tu asiento puedes ver entera el aula. Ahora está casi vacía. Hay unas veinte personas. Dos o tres en las últimas filas, siete u ocho en las centrales y el resto delante. Los de atrás estáis solos, mirando cada uno para un lado, como evitando toparos con el oneroso espejo que es el otro. Los de delante hablan animadamente entre ellos. Son los triunfadores, los buenos, los primeros de la clase, de la fila y de la vida. Te entran ganas de leer el periódico, pero te das cuenta de que lo olvidaste en algún sitio, no sabes dónde. O puede que hoy no lo hayas comprado. Los días se suceden con demasiado orden y concierto como para saber lo que uno compra o deja de comprar. La rutina es la ruina. Un chico de pelo largo, barbitaheño (sic) y delgado se sube a la tarima y agarra el micro. No es el profesor, es el delegado (una cosa que no se sabe muy bien qué es). Con su habitual y agradecible circunspección, os informa de que no hay clase a primera hora. Tú lo lamentas porque te jode venir a las ocho de la mañana a estar solo rodeado del joven ejército de la alegría: prefieres estar solo en tu pecera, rodeado de sombras y de libros. Pero, por otro lado, te anima no ver hoy la cara de ese gordo haragán que se supone tu profesor. Te cabrea y enerva que imparta clase recorriendo el aula de arriba abajo, abrochándose y desabrochándose incansablemente el puño izquierdo de la camisa. Si por ti fuera, no habría ni un solo profesor en la universidad. Sólo habría libros. ¿Quién necesita maestros si se tienen ganas de saber y libros donde saciarse? Empiezas a pensar qué hacer hasta las nueve. Ves a Lolita en la puerta. Hoy se ha puesto la blusa camel que tanto le aplana el pecho. Por lo demás, vaqueros Bonaventure y botas negras, pelo suelto y rizado, pulsera de cuero en la muñeca derecha y de hilos trenzados en la izquierda, colgante al cuello y nada de maquillaje. Está hablando con el de siempre, un tipo robusto, fumador, de camisa a rayas y Liberto negros, zapatos de cordones y calcetines ejecutivos. Un gilipollas. Hacen tan buena pareja como un ángel y un procesador de textos. Pero ya sabes lo que se dice, no hay quien entienda a las mujeres. (La verdad es que no hay quien entienda a nadie.) De todos modos, te gustaría saber qué ha visto una niña de viento como Lolita en un hombre de provecho como ése. Ella fue lo primero que viste al escrutar la nueva piara de compañeros del presente curso. Era demasiado pura para no destacar entre tanta fan del colorete. Su cuerpo, desde el principio, te pareció sublime; y su rostro presentaba esos rasgos que tanto admiras y que tanto escasean. Lolita tiene un rostro entre la Cybill Sheperd de
Taxi Driver
y una monja idealizada. Tiene unos labios finos, insinuados con una sola pincelada. No es una de esas bocazas que tanto gustan a los lujuriosos sin paladar, ni tampoco una de esas bocas extenuas de labios como espadas que cortan todo lo que tocan. Sus labios son sensuales, sonrosados, tersos, florales, elegantes. Y sus ojos no son de este mundo, proceden de los tiempos de Nefertiti, o de un alejandrino modernista. Son unos ojos entre palisandro y Rioja, con una hechura que parece tomar como modelo el universo (unos ojos cósmicos) pues su mirar es lento, seguro, legendario. Pero todo ello, que de por sí constituye algo excepcional, no valdría nada sin el movimiento. Lolita se sabe mover. Lolita, cuando anda, penetra el aire como si ella misma fuese aire. Lo que la hace divina es su lentitud al pasearse, al hablar, al mesarse los cabellos, al morder la tapa azul de su bic amarillo. Te encanta observarla, sin más. Pero ¿quieres conocerla, hablarla, morder con ella la tapa azul de su bic amarillo? Sí y no. La realidad y el deseo. Sabes que si te acercaras a ella, que si fueses un chico normal y haciéndote el longui coincidieras con ella en algún sitio, su primor caería al suelo como una cortinilla. Te hallarías ante otra mujer, que no se llamaría Lolita, sino Silvia o Teresa o Lucía; y sus andares te parecerían frívolos y sus ojos vulgares y su boca mezquina y su cuerpo entero una ruina aderezada. De modo que ahí la tienes, Lolita Perfección, inalcanzable pero existente, como Dios para un cristiano. Y piensas: ¿quién soy yo que estoy mirando? Te levantas, la echas un último vistazo y te giras. Te sientas sobre la mesa y apoyas los antebrazos en el borde de la ventana. La facultad está rodeada de árboles sin nombre y césped infame. Cruzan los coches por la M-30, que sirve de horizonte. Ves otras facultades a lo lejos y te preguntas si no hubieras estado mejor en una de ellas. Y te preguntas si en una de ellas no habría una chica (llamada Rosa, por ejemplo) que pudiera comprenderte, asumirte, para poder luego tú comprenderte también, y asumirte. El cielo sigue gris, fiel a sí mismo. Empiezas a tener esas ideas espontáneas e inútiles que te asaltan en los tiempos perdidos. Piensas que cae la bomba atómica y que todos gritan mientras tú te ríes. Piensas que Buñuel no es tan bueno como queremos creer los españoles y que, salvo en pintura, somos un país mediocre. Piensas que no deberías haber comido tanto chocolate de niño para no arruinar de tal manera tu dentadura. Piensas que ya podrían dejar de inventar teléfonos móviles y crear un medicamento que congelara la oscuridad líquida que patalea en tu sesera. Piensas que en tu pueblo las nubes son grandes y limpias y que aquí nunca has visto una nube grande y limpia. Piensas que sería mejor tener a tu padre muerto y enterrado porque al menos sabrías dónde está, en qué tumba, y podrías llevarle flores y odio, y no así, que es como si su tumba fuera el viento, que te huye cuando le persigues y se esconde cuando lo buscas. Piensas que tu abuelo no es bueno pero que no tienes pruebas de ello sino sólo una afilada sospecha. Piensas que tu abuela es tu madre. Piensas que tu madre es también tu madre. Piensas que no se pueden tener dos madres y que, si tienes que elegir, te quedas con tu abuela. Piensas que nadie te ha dicho nunca que tengas que elegir, pero la verdad es que tampoco iban a dejar que lo hicieras. Piensas: ¿quiénes son ellos? Piensas: . Piensas: me duele la cabeza. Piensas: estoy solo y me duele la cabeza y me duele la garganta y no puedo respirar y tengo frío. Piensas: toda ciudad se divide en norte y sur, ricos y pobres, por supuesto. Piensas: en la ciudad hay dos clases de jóvenes, los niños norte y los niños obreros. Piensas: yo como niño de pueblo soy una especie de niño obrero antiguo. Piensas: los niños norte y los niños obreros forman clases sociales y, al contrario de lo que nos enseñan, las clases sociales son tan estáticas y herméticas como los estamentos del Medievo. Piensas: los niños obreros odian a los niños norte. Piensas: los niños norte desprecian a los niños obreros y mucho más a los niños de pueblo como yo. Piensas: ya me da igual lo que piensen de mí en el mundo. Piensas: los niños norte-norte se drogan. Piensas: los niños obrerosobreros se drogan. Piensas: se drogan algunos niños norte y algunos niños obreros. Piensas: se drogan en los extremos porque en los extremos no hay posibilidad de cambio. Piensas: unos lo tienen todo y otros no tienen nada. Piensas: tanto si lo tienes todo como si no tienes nada estás muerto. Piensas: a los niños norte les llevan al pediatra y a los niños obreros se los lleva el pederasta. Piensas: el mundo es perfecto porque es. Piensas: algo de esto lo dijo Hegel. Piensas: yo no he leído a Hegel sino libros sobre Hegel. Piensas: ¿qué pensaría Hegel después de hacerse su primera paja? Piensas: ¿sería el señor Hegel tan humano como para hacerse una paja? Piensas: ¿puede el Espíritu desenvolverse a lo largo de la Historia sin necesidad de ser tan cabrón? Piensas: ¿cómo puedo saber yo que hoy es hoy y no un ayer repetido? Piensas: dijo el torero que había gente para todo. Piensas: hay gente incluso para matar toros. Piensas: todavía no he leído nada de Pessoa. Piensas: todavía no he visto una película de W. C. Fields. Piensas: todavía no he probado el tabaco. Piensas: me pregunto cuál de las tres cosas será más perjudicial para la salud. Piensas: qué manera más estúpida de perder la mañana. Piensas: qué manera más estúpida de perder la vida. Piensas: para pensar no me hace falta venir aquí. Piensas: la pecera es oscura pero tiene una lámpara graduada y puede verse un trozo triangular de cielo donde un pájaro invisible me hace compañía. Piensas: ¿qué pensarán todos estos lelos del tipo feo que se sienta en la última fila y que lleva siempre la misma ropa y una mochila verde y pesada? Piensas: ¿qué creerán que llevo en la mochila?
...ves a tu abuelo al fondo y a su lado está la abuela ves a los padres de los demás niños a los hermanos mayores de los demás niños a los profesores a gente que nunca habías visto y te vas poniendo nervioso ya se acerca tu turno te va a tocar a ti primero dice Juan lo de los caballos luego dice Luis lo de las joyas y luego dices tú qué tienes que decir cuál es tu frase era la más corta era tan fácil que te la dieron nadie puede quedar fuera es una actividad del colegio y nadie puede quedar fuera es sólo una frase puedes hacerlo repite qué tienes que decir cómo es esa frase se la dices a Juan no a Pedro no a Natalia no al público Juan ya ha dicho lo que tenía que decir Luis está diciendo lo que tenía que decir Luis ya ha acabado tienes que decirlo cuál es tu frase sólo es una frase nadie se queda fuera es una actividad del colegio vendrán tus abuelos a verte estarán orgullosos de ti pensaste no quiero hacerlo no quiero hacerlo es una actividad del colegio no quiero hacerlo y dijiste bueno vale si sólo es una frase y pensaste no quería hacerlo no quería hacerlo y ahora piensas no quería hacerlo yo no quería hacerlo cuál es la frase no me acuerdo todos te miran todos te están mirando tu abuela sabe que te toca hablar a ti y se está poniendo nerviosa tu abuelo te mira inmisericorde Juan dice su frase pero no la misma frase sino la frase que seguía han pasado sobre tu personaje y tus abuelos han ido allí para nada y los padres de los otros niños sonríen a sus hijos y tu madre está en Cuenca y tu padre está en un sitio que no sabes cómo se llama y del que nadie habla tú no querías hacerlo pero lo hiciste era una actividad del colegio pero hubieras dado cualquier cosa por no participar en ella corres corres corres tan deprisa como puedes pero ellos son más rápidos y Luis te agarra de las piernas y Andrés te agarra de un brazo y te atan a un árbol y tú gritas pero nadie va a ayudarte te quitan las zapatillas y los pantalones y los calzoncillos y la camiseta y te golpean con ortigas y Juan quiere orinar sobre ti pero Andrés le dice no te pases tío y él dice no me paso es un marica todos lo sabemos no vale para nada todos lo sabemos y sientes la orina caliente sobre tus muslos y empiezas a llorar y quieres morirte y no sabes qué has hecho para que te odien y no sabes qué has hecho tu abuela dice mira cómo le han puesto ay Dios mío de mi alma pobre niño lo que le han hecho y tu abuelo dice quién ha sido quién ha sido que se le va a caer el pelo y tú miras para el suelo y no dices nada y tu abuelo dice quién ha sido y tú no dices nada y él dice la madre que le parió a este crío nunca dice nada y dice sólo sabe que armar líos y dice más valía que se lo llevara su madre y tú piensas qué he hecho yo y piensas nadie me quiere y tu abuelo dice pero di algo desgraciado y tu abuela dice cállate Simón que él no ha hecho nada y tú piensas yo no he hecho nada los chicos de estas edades ya se sabe y sigue limpiándote y mojando con alcohol tus heridas que te duelen mucho pero no dices nada porque tu abuela te quiere el señor dice es muy introvertido demasiado para un chico de su edad y tu abuela dice ya lo sabemos el señor dice su rendimiento es muy bajo y tu abuela dice ya lo sabemos el señor dice hay que intentar solucionar esto cuanto antes si no luego será peor y tu abuela dice ya lo sabemos el señor dice le convendría venir a mi consulta dos veces por semana y tu abuelo dice no no quiero que mi nieto se pase el día en una consulta y dice mi nieto no está loco y dice yo cuidaré de él yo le meteré en cintura el señor dice no creo que eso sea lo que más convenga al chico y tu abuelo dice usted no sabe lo que conviene a mi nieto y el señor dice todos sabemos que lo que el chico necesita es ayuda y siento decirles que son ustedes demasiado mayores para cuidarlo y tu abuela dice yo todavía me valgo sola y el señor dice no me refiero a eso y tu abuelo dice entonces a qué carajo se refiere y el señor dice me refiero a que la diferencia entre padres e hijos está en torno a los veinte años y en su caso la diferencia llega a los cincuenta y tu abuelo dice eso son tonterías no son más que tonterías