A Mummy in Her Backpack / Una momia en su mochila (9 page)

BOOK: A Mummy in Her Backpack / Una momia en su mochila
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—No hay problema —dijo el señor García —. Iré a arreglarlo.

Flor miró hacia abajo y masculló —Es mi culpa. Tiré toallas de papel en el inodoro. Yo lo limpiaré.

El señor García no supo qué decir. Flor era una niña tan buena. —No te puedo dejar hacer eso. Es un trabajo sucio —dijo.

Flor movió la cabeza —No. No hay . . .

Lupita se rio. —Caca —acabó la frase de Flor.

Flor continuó —Sólo son toallas de papel. Yo las sacaré si usted . . .

—Si yo ¿qué? —preguntó el señor García.

—Si deja el baño cerrado hasta después de la escuela.

—Pero eso será un desastre. Además, ¿qué van a hacer las otras niñas?

—Pueden usar el otro —dijo Flor.

Lupita agregó —Y puede cerrar el agua. Vi cómo mi papi lo hizo una vez que se inundó nuestro baño.

—Niñas, ¿por qué no quieren que entre nadie al baño? —preguntó el señor García.

—¿Le puedo mostrar después de clases? —respondió Flor—. Le prometo que no es nada malo.

El señor García miró a Flor y a Lupita. Conocía a las niñas desde que estaban en kínder. Si Flor le decía que no era nada malo, entonces no era nada malo. Así es que aceptó —Está bien. Ustedes saquen las toallas de papel, y yo cubriré la puerta con cinta de advertencia.

Luego Flor hizo algo que él no esperaba que hiciera. Miró hacia arriba para ver al señor García, le sonrió bien grande y le dio un fuerte abrazo. Así fue como él supo que había hecho lo correcto.

Mientras los tres caminaban hacia el baño, Lupita le susurró a Flor —¿Qué vamos a hacer después de la escuela?

—En este momento no lo sé —respondió Flor.

Lo que Flor no sabía es que Sandra las había estado observando. Tenía sospechas por qué estaba inundado el baño, así es que le dijo a la señorita King que tenía dolor de estómago. En vez de ir a la enfermería, se fue al baño donde Rafa se estaba escondiendo. Cuando llegó a la puerta del baño, se detuvo.

—¿Quién está aquí? —gritó Sandra.

Nadie respondió.

—Sé que hay alguien aquí—dijo. Sandra caminó de puntitas en el baño, tratando de mantener sus zapatos y sus pantalones secos. En ese momento llegaron Flor, Lupita y el señor García.

—Sandra, ¡sal de ahí! —gritó Flor.

Sandra no los había escuchado llegar. Con la sorpresa, Sandra se resbaló y se cayó. Se pegó en la cabeza con la pared del baño. Para cuando llegó el señor García a su lado, estaba empapada y llorando. El conserje la ayudó a levantarse y la sacó del baño.

—¿Qué estabas haciendo allí? —le preguntó Flor. Sandra estaba llorando tanto que no le contestó.

—Tienes que tener más cuidado —dijo Lupita—. No te preocupes, Sandra. Le vamos a contar a la señorita King lo que pasó.
Todo
lo que pasó.

Sandra lloró más fuerte.

—¿Ven? —dijo el señor García—. El piso mojado es peligroso. Vale más que me dejen a mí limpiarlo.

Flor pensó con rapidez. —Sandra se cayó porque la asustamos. Tendré más cuidado.

—Está bien —dijo él—. Pero estaremos afuera por si nos necesitas.

El señor García le dio a Flor un gancho de alambre para que sacara todas las toallas. Flor pisó con delicadeza adentro del baño inundado. Cuando abrió el baño, Rafa la miró y sonrió. Estaba a punto de decir algo cuando Flor se puso el índice sobre los labios. Rafa asintió y se quedó callado. Sumergiendo el gancho en el inodoro, sacó las toallas empapadas y las dejó caer de sopetón sobre el piso. El sonido que hicieron era tan asqueroso como la idea de lo que podría sacar después. Cuando Flor sacó la última toalla, el agua se fue por el inodoro, en lugar de rebalsarse. Suspiró en señal de alivio.

—Listo —anunció al salir del baño. Después cayó en cuenta del desastre que había hecho—. Supongo que debo recoger las toallas ahora.

—Nos encargaremos de eso más tarde —dijo el señor García—. Tengo que llevar a Sandra con la enfermera, y ustedes tienen que regresar al salón.

—Tiene razón —dijo Flor—. Pero, por favor, no se olvide de poner la cinta de advertencia.

—Voy a hacer algo mejor —dijo—. Voy a cerrar con llave y más tarde le pondré la cinta a la puerta.

—Perfecto —dijo Flor—. Muchas gracias. Aquí estaremos después de clases.

Flor y Lupita regresaron al salón y empezaron a contarle a la señorita King lo que le pasó a Sandra. Lupita se aseguró de decirle —Se cayó en agua de inodoro —bien fuerte para que todos la oyeran. La clase irrumpió en risas.

Cuando la secretaria de la escuela llamó y pidió que llevaran las cosas de Sandra a la oficina, la señorita King le dijo a Flor —Mandaré a otra persona esta vez. Ya has estado demasiado tiempo fuera del salón.

—Está bien —dijo Flor. No le molestaba. Sólo quería sentarse un poco y pensar.

Flor pasó el resto del día preocupada por Rafa. Comió muy poco de su almuerzo, y le dio las rebanadas de manzana a Lupita. Las niñas hasta caminaron por afuera del baño durante el recreo para asegurarse de que la puerta estuviera cerrada. Durante la hora de ciencias sociales, en lugar de estudiar mapas, Lupita le susurró —¿Crees que Rafa esté bien?

—Shhh —dijo Flor—. No digas su nombre.

—¿Qué le vas a decir al señor García después de clases?

Flor suspiró. La señorita King pasó cerca de ellas, así es que Flor señaló a un lugar en el mapa e hizo como que estaba trabajando—. Supongo que tendré que decirle la verdad —respondió—. Pero no sé cómo.

Flor se encogió de hombros y continuó mirando el libro. No sabía qué hacer.

Después de la escuela, Flor y Lupita pasaron por sus hermanitos en sus salones, y luego fueron a buscar al señor García. Cuando lo encontraron, Flor preguntó —¿Ya podemos entrar al baño?

—Claro —le dijo.

—Tenemos que hacer algo con nuestros hermanos —Flor le susurró a Lupita.

—No hay problema —respondió Lupita. Después llamó a los niños, que estaban caminando despacio detrás de ellas—. ¿Quieren ir al patio antes de irnos a casa? —Los niños corrieron al patio y empezaron a cavar en la caja de arena.

Flor y el señor García entraron al baño. El señor García abrió la puerta y preguntó —Bien, ¿ahora me puedes decir cuál era el problema?

Flor lo dudó y luego asintió. —Espéreme aquí. —Entró al baño y salió en unos segundos abrazando la mochila. Miró hacia el suelo y susurró—. ¿Me promete no decirle a nadie?

El señor García lo pensó. Tenía que decirle al director todo lo que pasaba. Sabía de un conserje que no reportó a un gato que estaba viviendo debajo de un salón. Lo corrieron cuando el director encontró gatitos en su almuerzo. Esas cosas le pasaban a los conserjes.

Después miró a Flor. Sus grandes ojos cafés estaban rojos y llorosos. ¿Qué más podría hacer?

—Te lo prometo —dijo.

Flor miró a su alrededor para asegurarse de que no había niños cerca. Despacio abrió la mochila. —Todo está bien, Rafa —dijo.

Primero, el señor García vio el sombrero de vaquero maltratado y luego la piel amarilla y arrugada. Le recordó la mostaza seca que tallaba del piso de la cafetería después que servían banderillas.

—Él es Rafa —dijo Flor.

Hasta a un conserje que estaba acostumbrado a ver cosas asquerosas, como el señor García, le repugnó.

Rafa se levantó y sonrió —Buenos días. Rafael Rigoberto Pérez Hernández, para servirle.

El señor García miró a Rafa y luego a Flor. —Está bien, Flor. ¿Qué está pasando aquí? —preguntó.

Flor le contó de su viaje a Guanajuato, del museo de las momias y que Rafa se escapó metido en su mochila.

El señor García frunció el ceño —Así es que . . . Estoy hablando con una . . . —Movió la cabeza y dijo— Poner personas en vitrinas y llamar eso un museo me suena raro, pero jamás he estado en Guanajuato. Mi familia es de Jalisco. Pero, llévatelo . . . a casa, y te prometo que guardaré tu secreto. —Flor lo prometió y Rafa se volvió a meter en la mochila. El señor García agregó —Y en el futuro, prométeme que vas a dejar los inodoros en paz.

—Prometido —asintió Flor—. Gracias.

Flor, Lupita y sus hermanos empezaron a caminar a casa. En el camino, las cosas se complicaron aún más para Flor, Rafa y hasta para el señor García.

Las niñas les dijeron a sus hermanos que caminaran enfrente de ellas para poder platicar en privado. Los niños corrieron y empezaron a platicar de súper héroes. Mientras Flor, Lupita y sus hermanos cruzaban la calle, pasaron por la tienda “Todo a dólar”. Los niños pararon y miraron por la vitrina. Las niñas los alcanzaron y también empezaron a mirar. La vitrina estaba llena de diferentes disfraces para la Noche de Brujas, desde súper héroes hasta princesas y zombis. Los trajes colgaban sin gracias y sin vida. Flor se asomó por la vitrina y dijo —Espero que mamá no me compre el disfraz de princesa del que me habló. Quiero disfrazarme de bruja.

—¿Otra vez? —se quejó Lupita—. Fuiste bruja en el segundo año.

—Sí —dijo Flor—. Pero esta vez ¡voy a dar mucho miedo! No seré una de esas brujitas buenas.

—¿Te pondrás uñas largas y te pintarás la piel de color verde? —preguntó Lupita.

—¡Sí! —dijo Flor—. Quiero una peluca de pelo maltratado y zapatos picudos.

Lupita miró a Flor. —Yo quiero ser un chango. Mi tía ya casi termina mi disfraz.

Flor movió la cabeza. —Le tengo que decir a mi mamá que no me compre ese disfraz. Ya estamos a 24 de octubre.

La mochila de Flor se movió, y ella estuvo a punto de caerse.

—Párale, Rafa —gritó Flor—. ¡Te puede ver alguien!

Las niñas escucharon los gritos ahogados de Rafa, pero no podían entender lo que estaba diciendo. Flor miró a su alrededor. Iban pasando unos niños de tercero.

Lupita apuntó detrás de ellos y gritó —¡Córranle! ¡Ahí viene el cucuy!

Los niños corrieron sin mirar atrás. Nadie quiere que lo atrape el cucuy. Jamás volverían a ver a sus papás.

Lupita volteó hacia Flor y se rio. —Ya no hay nadie. —Después vio las caras aterrorizadas de Adrián y Gabriel. Les sonrió. —Estaba jugando. Esperen aquí.

Flor tomó su mochila y la abrió. Regañó a Rafa —¿Qué te pasa?

—Me cuesta escuchar desde adentro de tu mochila, mija —dijo Rafa—, ¿dijiste que hoy es el 24 de octubre?

—Sí —dijo Flor.

—¡Dios mío! —gritó Rafa—. Sólo me quedan ocho días.

—La Noche de Brujas no es hasta dentro de siete días —corrigió Lupita.

—No me refiero a la Noche de Brujas —dijo Rafa—. El Día de los Muertos, ¿sabes?, el día en que se recuerdan a los seres queridos que han partido.

—¿Y? —preguntó Lupita—. ¿Qué importa eso?

Los ojos de Rafa la miraron desde adentro de la mochila y explicó. —Es mi época favorita del año. Toda la familia, mis tataranietos vienen y cantan y traen comida. Tengo que regresar a Guanajuato. Tengo que estar en el museo para entonces.

Flor miró a Lupita. Lupita le regresó la mirada y dijo —Olvídalo, Flor. Acabas de regresar. Además, no sabes ni cómo ir a Guanajuato.

—Sí sé —dijo Flor—. Te subes a un carro, manejas a Tijuana, te subes a un avión, vuelas a . . . a . . . Guadalajara y tu tío te lleva a Guanajuato.

—¡Sabía que podía contar contigo! —dijo Rafa.

—¡Oye! —dijo Flor—. No dije que te llevaría. Sólo dije que sabía cómo llegar allí.

—Pero . . . —dijo Rafa.

—Lo averiguaré, Rafa —dijo Flor—. Pero primero tengo que irme a casa.

—Yo también —respondió Rafa.

Flor miró exasperada, cerró el zíper de la mochila, se la puso en la espalada y empezó a caminar. Caminó en silencio con Lupita. Después de unos cuantos pasos, escuchó un llanto.

—¿Qué pasa? —Flor le preguntó a Lupita.

Lupita se dio vuelta. —Nada —dijo.

Flor se detuvo y miró a Lupita. —¿No lloraste hace un ratito? —le preguntó a Flor.

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