A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (11 page)

BOOK: A través del espejo y lo que Alicia encontró allí
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—La cuestión —zanjó Humpty Dumpty— es saber quién es el que manda..., eso es todo.

Alicia se quedó demasiado desconcertada con todo esto como para decir nada, de forma que tras un minuto Humpty Dumpty empezó a hablar de nuevo:

—Algunas palabras tienen su genio... particularmente los verbos..., son los más creídos..., con los adjetivos se puede hacer lo que se quiera, pero no con los verbos..., sin embargo, ¡yo me las arreglo para tenérselas tiesas a todos ellos! ¡Impenetrabilidad! Eso es lo que yo siempre digo.

—¿Querría decirme, por favor —rogó Alicia— ¿qué es lo que quiere decir eso?

—Ahora sí que estás hablando como una niña sensata —aprobó Humpty Dumpty, muy orondo—.Por «impenetrabilidad» quiero decir que ya basta de hablar de este tema y que más te valdría que me dijeras de una vez qué es lo que vas a hacer ahora pues supongo que no vas a estar ahí parada para el resto de tu vida.

—¡Pues no es poco significado para una sola palabra! —comentó pensativamente Alicia.

—Cuando hago que una palabra trabaje tanto como esa —explicó Humpty Dumpty— siempre le doy una paga extraordinaria.

—¡Oh! Dijo Alicia.

Estaba demasiado desconcertada con todo esto como para hacer otro comentario.

—¡Ah, deberías de verlas cuando vienen a mi alrededor los sábados por la noche! —continuó Humpty Dumpty—. A por su paga, ya sabes...

Alicia no se atrevió a preguntarle con qué las pagaba, (de forma que menos podría decíroslo yo a vosotros.)

—Parece usted muy dicho en esto de explicar lo que quieren decir las palabras, señor mío —dijo Alicia— así que, ¿querría ser tan amable de explicarme el significado del poema titulado «Galimatazo»?

—A ver, oigámoslo —aceptó Humpty Dumpty— soy capaz de explicar el significado de cuantos poemas se hayan inventado y también el de otros muchos que aún no se han inventado.

Esta declaración parecía ciertamente prometedora, de forma que Alicia recitó la primera estrofa:

Brillaba, brumeando negro, el sol,

agiliscosos giroscaban los limazones

banerrando por las váparas lejanas,

mimosos se fruncían los borogobios

mientras el momio rantas murgiflaba.

—Con eso basta para empezar —interrumpió Humpty Dumpty— que ya tenemos ahí un buen montón de palabras difíciles. Eso de que «brumeaba negro el sol» quiere decir que eran ya las cuatro de la tarde..., porque es cuando se encienden las brasas para asar la cena.

—Eso me parece muy bien —aprobó Alicia— pero, ¿y lo de los «agiliscosos»?

—Bueno, verás: «agiliscosos» quiere decir «ágil y viscoso», ¿comprendes? es como si se tratara de un sobretodo..., son dos significados que envuelven a la misma palabra.

—Ahora lo comprendo —asintió Alicia, pensativamente—. Y, ¿qué son los «limazones»?

—Bueno, los «limazones» son un poco como los tejones..., pero también se parecen un poco a los lagartos..., y también tienen un poco el aspecto de un sacacorchos...

—Han de ser unas criaturas de apariencia muy curiosa.

—Eso sí, desde luego —concedió Humpty Dumpty— también hay que señalar que suelen hacer sus madrigueras bajo los relojes de sol..., y también que se alimentan de queso.

—Y, ¿qué es «giroscar» y «banerrar»?

—Pues «giroscar» es dar vueltas y más vueltas, como un giroscopio; y «banerrar» es andar haciendo agujeros como un barreno.

—Y la «vápara», ¿será el césped que siempre hay alrededor de los relojes de sol, supongo? —dijo Alicia, sorprendida de su propio ingenio.

—¡Pues claro que sí! Como sabes, se llama «vápara» porque el césped ese va para adelante en una dirección y va para atrás en la otra.

—Y va para cada lado un buen trecho también —añadió Alicia.

—Exactamente, así es. Bueno, los «borogobios» son una especie de pájaros desaliñados con las plumas erizadas por todas partes..., una especie de estropajo viviente. Y en cuanto a que se «fruncian mimosos», también puede decirse que estaban «fruncimosos», ya ves, otra palabra con sobretodo.

—¿Y el «momio» ese que «murgiflaba rantas»? —preguntó Alicia—. Me parece que le estoy ocasionando muchas molestias con tanta pregunta.

—Bueno, las «rantas» son una especie de cerdo verde; pero respecto a los «momios» no estoy seguro de lo que son. Me parece que la palabra viene de «monseñor con insomnio», en fin, un verdadero momio.

—Y entonces, ¿qué quiere decir eso de que «murgiflaban»?

—Bueno, «murgiflar» es algo así como un aullar y un silbar a la vez, con una especie de estornudo en medio; quizás llegues a oír como lo hacen alguna vez en aquella floresta..., y cuando te haya tocado oírlo por fin, te bastará ciertamente con esa vez. ¿Quién te ha estado recitando esas cosas tan difíciles?

—Lo he leído en un libro —explicó Alicia—. Pero también me han recitado otros poemas mucho más fáciles que ese; creo que fue Tweedledee..., si no me equivoco.

—¡Ah! En cuanto a poemas —dijo Humpty Dumpty, extendiendo elocuentemente una de sus grandes manos— yo puedo recitar tan bien como cualquiera, si es que se trata de eso...

—¡Oh, no es necesario que se trate de eso! —se apresuró a atajarle Alicia, con la vana esperanza de impedir que empezara.

—El poema que voy a recitar —continuó sin hacerle el menor caso— fue escrito especialmente para entretenerte.

A Alicia le pareció que en tal caso no tenía más remedio que escuchar; de forma que se sentó y le dio unas «gracias» más bien resignadas.

En invierno,

cuando los campos están blancos,

canto esta canción en tu loor.

—Sólo que no la canto —añadió a modo de explicación.

—Ya veo que no —dijo Alicia.

—Si tú puedes ver si la estoy cantando o no, tienes más vista que la mayor parte de la gente —observó severamente Humpty Dumpty.

Alicia se quedó callada.

En primavera,

cuando verdean los bosques,

me esforzaré por decirte lo que pienso

—Muchísimas gracias —dijo Alicia.

En verano,

cuando los días son largos

a lo mejor llegues a comprenderla.

En otoño,

cuando las frondas lucen castañas,

tomarás pluma y papel para anotarla.

—Lo haré si aún me acuerdo de la letra después de tanto tiempo —prometió Alicia.

—No es necesario que hagas esos comentarios a cada cosa que digo —recriminó Humpty Dumpty— no tienen ningún sentido y me hacen perder el hilo...

Mandéles a los peces un recado:

«¡Qué lo hicieran ya de una vez!»

Los pequeños pescaditos de la mar

mandáronme una respuesta a la par.

Los pequeños pescaditos me decían:

«No podemos hacerlo, señor nuestro, porque...»

—Me temo que no estoy comprendiendo nada —interrumpió Alicia.

—Se hace más fácil más adelante —aseguró Humpty Dumpty.

Otra vez les mandé decir:

«¡Será mejor que obedezcáis!»

Los pescaditos se sonrieron solapados.

«Vaya genio tienes hoy», me contestaron.

Se lo dije una vez y se lo dije otra vez.

Pero nada, no atendían a ninguna de mis razones.

Tomé una caldera grande y nueva,

que era justo lo que necesitaba.

La llené de agua junto al pozo

y mi corazón latía de gozo.

Entonces, acercándoseme me dijo alguien:

«Ya están los pescaditos en la cama».

Le respondí con voz bien clara:

«¡Pues a despertarlos dicho sea!»

Se lo dije bien fuerte y alto;

fui y se lo grité al oído...

Humpty Dumpty elevó la voz hasta aullar casi y Alicia pensó con un ligero estremecimiento:

«¡No habría querido ser ese mensajero por nada del mundo!»

Pero, ¡qué tipo más vano y engolado!

Me dijo: «¡No hace falta hablar tan alto!»

¡Si que era necio el badulaque!

«Iré a despertarlos» dijo «siempre que...»

Con un sacacorchos que tomé del estante

fui a despertarlos yo mismo al instante.

Cuando me encontré con la puerta atrancada,

tiré y empujé, a patadas y a puñadas.

Pero al ver que la puerta estaba cerrada

intenté luego probar la aldaba...

A esto siguió una larga pausa.

—¿Eso es todo? —preguntó tímidamente Alicia.

—Eso es todo —dijo Humpty Dumpty.

—¡Adiós! Esto le pareció a Alicia un tanto brusco; pero después de una indirecta tan directa, concluyó que no sería de buena educación quedarse ahí por más tiempo.

De forma que se puso en pie y le dio la mano.

—¡Adiós y hasta que nos volvamos a ver! —le dijo de la manera más jovial que pudo.

—No creo que te reconozca ya más, ni aunque nos volviéramos a ver —replicó Humpty Dumpty con tono malhumorado, concediéndole un dedo para que se lo estrechara de despedida.

—Eres tan exactamente igual a todos los demás...

—Por lo general, se distingue una por la cara —señaló Alicia pensativa.

—De eso es precisamente de lo que me quejo —rezongó Humpty Dumpty—. Tu cara es idéntica a la de los demás..., ahí, un par de ojos... (señalando su lugar en el aire con el pulgar), la nariz, en el medio, la boca debajo. Siempre igual. En cambio, si tuvieras los dos ojos del mismo lado de la cara, por ejemplo..., o la boca en la frente..., eso sí que sería diferente.

—Eso no quedaría bien —objetó Alicia.

Pero Humpty Dumpty sólo cerró los ojos y respondió:

—Pruébalo antes de juzgar.

Alicia esperó un minuto para ver si iba a hablar de nuevo. Pero como no volviera a abrir los ojos ni le prestara la menor atención, le dijo un nuevo «adiós» y no recibiendo ninguna contestación se marchó de ahí sin decir más; pero no pudo evitar el mascullar mientras se alejaba:

—¡De todos los insoportables...! —y repitió esto en voz alta, pues le consolaba mucho poder pronunciar una palabra tan larga— ¡de todos los insoportables que he conocido, éste es desde luego el peor! Y...

Pero nunca pudo terminar la frase, porque en aquel momento algo que cayó pesadamente al suelo sacudió con su estrépito a todo el bosque.

Capítulo 7
El león y el unicorno

Al momento comenzaron a acudir soldados corriendo desde todas partes del bosque, primero de a dos y de a tres, luego en grupos de diez y veinte, y finalmente en cohortes tan numerosas que parecían llenar el bosque entero. Alicia se refugió tras un árbol por miedo a que fueran a atropellarla y estuvo así viéndolos pasar.

Pensó que nunca había visto en toda su vida soldados de píe tan poco firmes, constantemente estaban tropezando con una cosa u otra de la manera más torpe, y cada vez que uno de ellos daba un traspiés y rodaba por el suelo, muchos otros más caían detrás sobre él, de forma que al poco rato todo el suelo estaba cubierto de soldados apilados en pequeños montones.

Entonces aparecieron los caballos. Como tenían cuatro patas, se las arreglaban mejor que los soldados; pero incluso aquellos tropezaban de vez en cuando y a juzgar por el resultado, parecía ser una regla bien establecida la de que cada vez que tropezaba un caballo, su jinete debía de caer al suelo en el acto. De esta manera, la confusión iba aumentando por momentos y Alicia se alegró mucho de poder salir del bosque, por un lugar abierto en donde se encontró con el Rey blanco sentado en el suelo, muy atareado escribiendo en su cuaderno de notas.

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