A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (8 page)

BOOK: A través del espejo y lo que Alicia encontró allí
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Alicia tomó a Tweedledum del brazo y trató de tranquilizarlo diciéndole:

—No debes de enojarte tanto por un viejo sonajero.

—¡Es que no es viejo! —gritó Tweedledum más furioso todavía—. ¡¡Es nuevo, te digo que es nuevo!! Lo compré ayer..., ¡mi bonito SONAJERO NUEVO!— Y su tono de voz subió hasta convertirse en un auténtico alarido.

Durante todo este tiempo, Tweedledee había estado intentando plegar su paraguas, lo mejor que podía, consigo dentro; lo cual, representaba una ejecución tan extraordinaria que logró que Alicia se distrajera y olvidara por un momento a su airado hermano. Pero no lo logró del todo y acabó rodando por el suelo, enrollado en el paraguas, del que sólo le asomaba la cabeza: y ahí quedó, abriendo y cerrando la boca, con los ojos muy abiertos...

—Pareciéndose más a un pez que a cualquier otra cosa —pensó Alicia.

—¡Naturalmente que estarás de acuerdo en que nos batamos en duelo! —dijo Tweedledum con un tono un poco más tranquilo.

—Supongo que sí —dijo malhumorado el otro mientras salía del paraguas— sólo que, ya sabes, ella tendrá que ayudarnos a vestirnos.

Así que, los dos hermanos se adelantaron mano a mano en el bosque y volvieron de allí al minuto con los brazos cargados de toda clase de cosas... tales como cojines, mantas, esteras, manteles, ollas, tapaderas y cubos de carbón...

—Espero que tengas buena mano para sujetar con alfileres y atar con cordeles —advirtió Tweedledee—porque hemos de ponernos todas y cada una de estas cosas de la manera que sea.

Más tarde, Alicia solía comentar que nunca había visto un jaleo mayor que el que armaron aquellos dos por tan poca cosa... y la cantidad de objetos que hubieron de ponerse encima... y el trabajo que le dieron haciéndole atar cordeles y sujetar botones...

—La verdad es que cuando terminen se van a parecer más a dos montones de ropa vieja que a cualquier otra cosa —se dijo Alicia—, mientras se afanaba por enrollar un cojín alrededor del cuello de Tweedledee, "para que no puedan cortarme la cabeza" —según dijo aquél—.

—Ya sabes —añadió con mucha gravedad— que es una de las cosas más malas que le pueden ocurrir a uno en un combate... que le corten a uno la cabeza.

Alicia rió con gusto, pero se las arregló para disimular las carcajadas con una tosecita por miedo a herir sus sentimientos.

—¿Estoy algo pálido? —preguntó Tweedledum, acercándose para que le ciñera el yelmo (yelmo, lo llamaba él, aunque pareciera más bien una cacerola...)

—Bueno... si... un poco —le aseguró Alicia con amabilidad.

—La verdad es que generalmente soy una persona de mucho valor —continuó Tweedledum en voz baja—: lo que ocurre es que hoy tengo un dolor de cabeza...

—Y yo, ¡un dolor de muelas! —dijo Tweedledee que había oído el comentario—. Me encuentro mucho peor que tú.

—En ese caso, sería mucho mejor que no os pelearais hoy —les dijo Alicia, pensando que se le presentaba una buena oportunidad para reconciliarlos.

—No tenemos más remedio que batirnos hoy; pero no me importaría que no fuese por mucho tiempo —dijo Tweedledum—. ¿Qué hora es?

Tweedledee consultó su reloj y respondió:

—Son las cuatro y media.

—Pues entonces, combatamos hasta las seis y luego, ¡a cenar! —propuso Tweedledum.

—Muy bien —convino el otro, aunque algo taciturno— y ella, que presencie el duelo... sólo que no se acerque demasiado a mí —añadió— porque cuando a mí se me sube la sangre a la cabeza..., ¡vamos, que le doy a todo lo que veo!

—¡Y yo le doy a todo lo que se pone a mi alcance, lo vea o no lo vea! —gritó Tweedledee.

—Pues si es así —rió Alicia— apuesto que habréis estado dándole a todos estos árboles con mucha frecuencia.

Tweedledum miró alrededor con gran satisfacción.

—Supongo —se jactó— que cuando hayamos terminado, ¡no quedará ni un sólo árbol sano a la redonda!

—¡Y todo por un sonajero! —exclamó Alicia que aún tenía esperanzas de que se avergonzaran un poco de pelearse por tan poca cosa.

—No me habría importado tanto —se excusó Tweedledee— si no hubiera sido uno nuevo.

«¡Cómo me gustaría que apareciera ahora el cuervo monstruoso!» —pensó Alicia.

—No tenemos más que una espada, ya sabes —le dijo Tweedledum a su hermano así que tú puedes usar el paraguas..., pincha igual de bien; sólo que más vale que empecemos pronto porque se está poniendo todo muy negro.

—¡Y tan negro! —convino Tweedledee.

Estaba oscureciendo tan velozmente que Alicia pensó que se estaría acercando alguna tormenta.

—¡Qué nube tan negra y tan espesa! —dijo— ¡Y qué rápidamente se está encapotando el cielo! Pero..., ¿qué veo? ¡Si me parece que esa nube tiene alas!

—¡Es el cuervo! —gritó Tweedledum con un chillido de alarma y en el acto los dos hermanos salieron de estampía y desaparecieron en el bosque.

Alicia corrió un poco también y se detuvo bajo un corpulento árbol.

«No creo que pueda dar conmigo aquí» —pensó— es demasiado grande como para poder penetrar entre estos árboles; pero ya me gustaría que no aletease de esa manera... está levantando un huracán en el bosque... ¡allí va un mantón que se le habrá volado a alguien!

Capítulo 5
Agua y Lana

Y mientras decía esto cogió el mantón al vuelo; miró alrededor suyo para ver si encontraba a su dueña. Al momento apareció la Reina blanca, corriendo desalada por el bosque, con los brazos abiertos en cruz, como si viniera volando; y Alicia se acercó muy cortésmente a su encuentro para devolverle el mantón.

—Me alegro mucho de haberle podido echar una mano —dijo Alicia mientras le ayudaba a ponérselo de nuevo.

La Reina blanca parecía no poder responderle más que con una extraña expresión, como si se sintiera asustada y desamparada, y repitiendo en voz baja algo que sonaba así como «pan y mantequilla, pan y mantequilla...», de forma que Alicia decidió que si no empezaba ella a decir algo no lograría nunca entablar conversación.

La inició pues, tímidamente, preguntándole:

—¿Tengo la honra de dirigirme a la Reina blanca?

—Bueno, si llamas a eso «dirigirse»... —respondió la Reina blanca— no es en absoluto lo que yo entiendo por esa palabra.

Alicia pensó que no tendría ningún sentido ponerse a discutir precisamente cuando estaban empezando a hablar, de forma que sonrió y le dijo:

—Si Su Majestad quisiera decirme cómo debo empezar, lo intentaré lo mejor que pueda.

—Pero si es que no quiero que lo hagas en absoluto! —gimió la pobre Reina—. ¡Me he estado dirigiendo todo el tiempo durante las dos últimas horas!

«Más le valiera» —pensó Alicia— tener a alguien que la "dirigiera" un poco, pues estaba tan desarreglada...»

—Todo lo lleva mal puesto —consideró Alicia— y le sobran alfileres por todas partes. ¿Me permite ponerle bien el mantón? —añadió en voz alta.

—¡No sé qué es lo que le pasa! —suspiró, melancólica, la Reina—. Creo que debe de estar del mal humor. Lo he puesto con un alfiler por aquí y otro por allá, ¡pero no hay manera de que se esté quieto!

—No puede quedar bien, por supuesto, si lo sujeta sólo por un lado —le dijo Alicia mientras se lo iba colocando bien con mucho cuidado— y, ¡Dios mío!, ¡en qué estado lleva ese pelo!

—Es que se me ha enredado con el cepillo —explicó la Reina suspirando y el peine se me perdió ayer.

Alicia desenredó cuidadosamente el cepillo e hizo lo que pudo por arreglarle un poco el pelo.

—¡Vaya, ya tiene mucho mejor aspecto! —le dijo después de haberle cambiado de sitio la mayor parte de los alfileres—. ¡Lo que de verdad le hace falta es tener una doncella!

—Estoy segura de que te contrataría a ti con mucho gusto —aseguró la Reina—. A dos reales la semana y mermelada un día sí y otro no.

Alicia no pudo evitar la risa al oír esto, y le contestó:

—No quisiera verme empleada... y no me gusta tanto la mermelada.

—¡Ah! Pues es una mermelada excelente —insistió la Reina.

—Bueno, en todo caso, lo que es hoy no me apetece nada.

—Hoy es cuando no podrías tenerla ni aunque te apeteciera —atajó la Reina—. La regla es: mermelada mañana y ayer... pero nunca hoy.

—Alguna vez tendrá que tocar «mermelada hoy» —objetó Alicia.

—No, no puede ser —refutó la Reina—. Ha de ser mermelada un día sí y otro no: y hoy nunca puede ser otro día, ¿no es cierto?

—No, no comprendo nada —dijo Alicia—. ¡Qué lío me he hecho con todo eso!

—Eso es lo que siempre pasa cuando se vive marcha atrás —le explicó la Reina amablemente—: al principio se marea siempre una un poco...

—¡Viviendo marcha atrás! —repitió Alicia con gran asombro—. ¡Nunca he oído una cosa semejante!

—... Pero tiene una gran ventaja y es que así la memoria funciona en ambos sentidos.

—Estoy segura de que la mía no funciona más que en uno —observó Alicia—. No puedo acordarme de nada que no haya sucedido antes.

—Mala memoria, la que sólo funciona hacia atrás —censuró la Reina.

—¿De qué clase de cosas se acuerda usted mejor? —se atrevió a preguntarle Alicia.

—¡Oh! De las cosas que sucedieron dentro de dos semanas —replicó la Reina con la mayor naturalidad—. Por ejemplo: —añadió, vendándose un dedo con un buen trozo de gasa— ahí tienes al mensajero del Rey. Está encerrado ahora en la cárcel, cumpliendo su condena; pero el juicio no empezará hasta el próximo miércoles y por supuesto, el crimen se cometerá al final.

—¿Y suponiendo que nunca cometa el crimen? —preguntó Alicia.

—Eso sería tanto mejor, ¿no te parece? —dijo la Reina sujetando con una cinta la venda que se había puesto en el dedo.

A Alicia le pareció que desde luego eso no se podía negar.

—Claro que sería mejor —dijo—pero entonces, el haber cumplido condena no sería tanto mejor para él.

—Ahí es donde te equivocas de todas todas —le aseguró la Reina—. ¿Te han castigado a ti alguna vez?

—Sólo por travesuras —se excusó Alicia. —¡Y estoy segura de que te sentó muy bien el castigo! —concluyó triunfante la Reina.

—Sí, pero es que yo sí que había cometido las cosas por las que me castigaron —insistió Alicia— y en eso estriba la diferencia.

—Pero si no las hubieses cometido —replicó la Reina— eso te habría sentado mucho mejor aún. ¡Mucho mejor, muchísimo mejor! Pero es que, ¡muchísimo mejor!

Con cada «mejor» iba elevando más y más el tono de voz hasta que al final no se oía más que un gritito muy agudo.

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