A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (3 page)

BOOK: A través del espejo y lo que Alicia encontró allí
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Durante algún tiempo estuvo intentando descifrar este pasaje, hasta que al final se le ocurrió una idea luminosa:

—¡Claro! ¡Como que es un libro del espejo! Por tanto, si lo coloco delante del espejo las palabras se pondrán del derecho.

Y este fue el poema que Alicia leyó entonces:

GALIMATAZO

Brillaba, brumeando negro, el sol;

agiliscosos giroscaban los limazones

banerrando por las váparas lejanas;

mimosos se fruncían los borogobios

mientras el momio rantas murgiflaba.

¡Cuidate del Galimatazo, hijo mío!

¡Guárdate de los dientes que trituran

Y de las zarpas gue desgarran!

¡Cuidate del pájaro Jubo-Jubo y

que no te agarre el frumioso Zamarrajo!

Valiente empuñó el gladio vorpal;

a la hueste manzona acometió sin descanso;

luego, reposóse bajo el árbol del Tántamo

y quedóse sesudo contemplando...

Y así, mientras cabilaba firsuto.

¡¡Hete al Galimatazo, fuego en los ojos,

que surge hedoroso del bosque turgal

y se acerca raudo y borguejeando!!

¡Zis, zas y zas! Una y otra vez

zarandeó tijereteando el gladio vorpal!

Bien muerto dejó al monstruo, y con su testa

¡volvióse triunfante galompando!

¡¿Y haslo muerto?! ¡¿Al Galimatazo?!

¡Ven a mis brazos, mancebo sonrisor!

¡Qué fragarante día! ¡Jujurujúu! ¡Jay, jay!

Carcajeó, anegado de alegría.

Pero brumeaba ya negro el sol

agiliscosos giroscaban los limazones

banerrando por las váparas lejanas,

mimosos se fruncían los borogobios

mientras el momio rantas murgiflaba...

—Me parece muy bonito —dijo Alicia cuando lo hubo terminado—, sólo que es algo difícil de comprender (como veremos a Alicia no le gustaba confesar, y ni siquiera tener que reconocer ella sola, que no podía encontrarle ni pies ni cabeza al poema). Es como si me llenara la cabeza de ideas, ¡sólo que no sabría decir cuáles son! En todo caso, lo que sí está claro es que alguien ha matado a algo... Pero ¡ay! ¡Si no me doy prisa voy a tener que volverme por el espejo antes de haber podido ver cómo es el resto de esta casa! ¡Vayámos primero a ver el jardín!

Salió del cuarto como una exhalación y corrió escaleras abajo... aunque, pensándolo bien, no es que corriera, sino que parecía como si hubiese inventado una nueva manera de descender veloz y rápidamente por la escalera, como se dijo Alicia a sí misma, le bastaba con apenas apoyar la punta de los dedos sobre la barandilla para flotar suavemente hacia abajo sin que sus pies siquiera tocaran los escalones. Luego, flotó por el vestíbulo y habría continuado, saliendo despedida por la puerta del jardín, si no se hubiera agarrado a la jamba. Tanto flotar la estaba mareando, un poco, así que comprobó con satisfacción que había comenzado a andar de una manera natural.

Capítulo 2
El jardín de las flores vivas

—Veré mucho mejor cómo es el jardín —se dijo Alicia— si puedo subir a la cumbre de aquella colina; y aquí veo un sendero que conduce derecho allá arriba...; bueno, lo que es derecho, desde luego no va... —aseguró cuando al andar unos cuantos metros se encontró con que daba toda clase de vueltas y revueltas—... pero supongo que llegará allá arriba al final. Pero ¡qué de vueltas no dará este camino! ¡Ni que fuera un sacacorchos! Bueno, al menos por esta curva parece que se va en dirección a la colina. Pero no, no es así. ¡Por aquí vuelvo derecho a la casa! Bueno, probaré entonces por el otro lado.

Y así lo hizo, errando de un lado para otro, probando por una curva y luego por otra; pero siempre acababa frente a la casa, hiciera lo que hiciese. Incluso una vez, al doblar una esquina con mayor rapidez que las otras, se dio contra la pared antes de que pudiera detenerse.

—De nada le valdrá insistir —dijo Alicia, mirando a la casa como si ésta estuviese discutiendo con ella—. Desde luego que no pienso volver allá dentro ahora, porque sé que si lo hiciera tendría que cruzar el espejo... volver de nuevo al cuarto y... ¡ahí se acabarían mis aventuras!

De forma que con la mayor determinación volvió la espalda a la casa e intentó nuevamente alejarse por el sendero, decidida a continuar en esa dirección hasta llegar a la colina. Durante algunos minutos todo parecía estar saliéndole bien y estaba precisamente diciéndose:

—Esta vez sí que lo logro— cuando de pronto el camino torció repentinamente, con una sacudida, como lo describió Alicia más tarde, y al momento se encontró otra vez andando derecho hacia la puerta.

—Pero ¡qué lata! —exclamó—. ¡Nunca he visto en toda mi vida una casa que estuviese tanto en el camino de una! ¡Qué estorbo!

Y sin embargo, ahí estaba la colina, a plena vista de Alicia; de forma que no le cabía otra cosa que empezar de nuevo. Esta vez, el camino la llevó hacia un gran macizo de flores, bordeado de margaritas, con un guayabo plantado en medio.

—¡Oh, lirio irisado! —dijo Alicia, dirigiéndose hacia una flor de esa especie que se mecía dulcemente con la brisa—. ¡Cómo me gustaría que pudieses hablar!

—¡Pues claro que podemos hablar! —rompió a decir el lirio—, pero sólo lo hacemos cuando hay alguien con quien valga la pena hacerlo. Alicia se quedó tan atónita que no pudo decir ni una palabra durante algún rato; el asombro la dejó sin habla. Al final, y como el lirio sólo continuaba meciéndose suavemente, se decidió a decirle con una voz muy tímida, casi un susurro:

—¿Y puedan hablar también las demás flores?

—Tan bien como tú —replicó el iris—, y desde luego bastante más alto que tú.

—Por cortesía no nos corresponde a nosotras hablar primero, ¿no es verdad? —dijo la rosa—. Pero ya me estaba yo preguntando cuándo ibas a hablar de una vez, pues me decía: «por la cara que tiene, a esta chica no debe faltarle el seso, aunque no parezca tampoco muy inteligente». De todas formas tienes el color adecuado y eso es, después de todo, lo que más importa.

—A mí me trae sin cuidado el color que tenga —observó el lirio—. Lo que es una lástima es que no tenga los pétalos un poco más ondulados, pues estaría mucho mejor.

A Alicia no le estaba gustando tanta crítica, de forma que se puso a preguntarles cosas:

—¿A vosotras no os da miedo estar plantadas aquí solas sin nadie que os cuide?

—Para eso está ahí en medio el árbol —señaló la rosa—. ¿De qué serviría si no?

—Pero ¿qué podría hacer en un momento de peligro? —continuó preguntando Alicia.

—Podría ladrar —contestó la rosa.

—¡Ladra «guau, guau»! —exclamó una margarita—, por eso lo llaman «guayabo».

—¡¿No sabías eso?! —exclamó otra margarita, y empezaron todas a vociferar a la vez, armándose un guirigay ensordecedor de vocecitas agudas.

—¡A callar todas vosotras! —les gritó el lirio irisado, dando cabezadas apasionadamente de un lado para otro y temblando de vehemencia—. ¡Saben que no puedo alcanzarlas! —jadeó muy excitado, inclinado su cabeza hacia Alicia, que si no ya verían lo que es bueno!

—No te importe —le dijo Alicia conciliadoramente, para tranquilizarlo. E inclinándose sobre las margaritas, que estaban precisamente empezando otra vez a vociferar, les susurró:

—Si no os calláis de una vez ¡os arranco a todas!

En un instante se hizo el silencio y algunas de las margaritas rosadas se pusieron lívidas.

—¡Así me gusta! —aprobó el lirio—. ¡Esas margaritas son las peores! ¡Cuando uno se pone a hablar, rompen todas a chillar a la vez de una forma tal que es como para marchitarse!

—¿Y cómo es que podéis hablar todas tan bonitamente? —preguntó Alicia, esperando poner al lirio de buen humor con el halago—. He estado en muchos jardines antes de este, pero en ninguno en que las flores pudiesen hablar.

—Coloca la palma de la mano sobre el lecho de tierra de nuestro macizo, —le ordenó el lirio— y entonces comprenderás por qué.

Así lo hizo Alicia.

—Está muy dura la tierra de este lecho —comentó—, pero aún así no veo qué tiene que ver eso.

—En la mayor parte de los jardines —explicó el lirio—los lechos de tierra son tan muelles... que se amodorran las flores.

Eso le pareció a Alicia una razón excelente y se quedó muy complacida de conocerla.

—¡Nunca lo habría pensado! —comentó admirada.

—En mi opinión, tú nunca has pensado en nada —sentenció la rosa con alguna severidad.

—Nunca vi a nadie que tuviera un aspecto más estúpido —dijo una violeta de una manera tan súbita que Alicia dio un respingo, pues hasta ese momento no había dicho ni una palabra.

—¡A callar! —le gritó el lirio irisado—. ¡Como si tú vieras alguna vez a alguien! Con la cabeza siempre tan disimulada entre las hojas, ¡estás siempre roncando y te enteras de lo que pasa en el mundo menos que un capullo!

—¿Por casualidad hay alguna otra persona como yo en el jardín? —preguntó Alicia, prefiriendo no darse por enterada del comentario de la rosa.

—Pues hay otra flor que se mueve por el jardín como tú —le contestó ésta—. Me pregunto ¿cómo os las arregláis?

—Siempre te estás preguntando algo —rezongó el lirio irisado.

Continuó la violeta:

—Pero tiene una corola más tupida que la tuya.

—¿Se parece a mí? —preguntó Alicia con mucha viveza, pues le pasaba por la mente la idea de que ¡a lo mejor hubiera otra niña como ella en aquel jardín!

Bueno, la otra tiene un cuerpo tan mal hecho como el tuyo —explicó la rosa—, pero es más encarnada... y con pétalos algo más cortos, me parece...

—Los tiene bien recogidos, como los de una dalia —añadió el lirio irisado—, no cayendo desordenadamente, como los tuyos.

—Pero ya sabemos que no es por culpa tuya —interpuso generosamente la rosa—. Ya vemos que te estás empezando a ajar y cuando eso pasa, ya se sabe, no se puede evitar que se le desordenen a una un poco los pétalos.

A Alicia no le gustaba nada esa idea, de forma que para cambiar el tema de la conversación continuó preguntando:

—¿Y viene por aquí alguna vez?

—Estoy segura de que la verás dentro de poco —le aseguró la rosa—. Es de esa clase que lleva nueve puntas, ya sabes.

—Y ¿dónde las lleva! —preguntó Alicia con alguna curiosidad.

—Pues alrededor de la cabeza, naturalmente —replicó la rosa—. Me estaba preguntando precisamente por qué será que no tienes tú unas cuantas también. Creía que así es como debía ser por regla general.

—¡Ahí viene! —gritó una espuela de caballero—. Oigo sus pasos, pum, pum, avanzando por la gravilla del sendero.

Alicia miró ansiosamente a su alrededor y se encontró con que era la Reina roja.

—¡Pues sí que ha crecido!— fue su primera observación; pues, en efecto, cuando Alicia la vio por primera vez entre las cenizas de la chimenea no tendría más de tres pulgadas de altura... y ahora, ¡hétela aquí con media cabeza más que la misma Alicia!

—Eso se lo debe al aire fresco —explicó la rosa—, a este aire maravilloso que tenemos aquí afuera.

—Creo que iré a su encuentro —dijo Alicia, porque aunque las flores tenían ciertamente su interés, le pareció que le traería mucha más cuenta conversar con una auténtica reina.

—Así no lo lograrás nunca —le señaló la rosa—Si me lo preguntaras a mí, te aconsejaría que intentases andar en dirección contraria.

Esto le pareció a Alicia una verdadera tontería, de forma que sin dignarse a responder nada se dirigió al instante hacia la Reina. No bien lo hubo hecho, y con gran sorpresa por su parte, la perdió de vista inmediatamente y se encontró caminando nuevamente en dirección a la puerta de la casa.

Con no poca irritación deshizo el camino recorrido y después de buscar a la Reina por todas partes (acabó vislumbrándola a buena distancia de ella) pensó que esta vez intentaría seguir el consejo de la rosa, caminando en dirección contraria.

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