A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (14 page)

BOOK: A través del espejo y lo que Alicia encontró allí
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Y diciendo esto la colgó, de la montura, que estaba ya cargada de manojos de zanahorias, hierros de chimenea y otras muchas cosas más.

—Espero que lleves el pelo bien asegurado —continuó diciendo una vez que empezaron a marchar.

—Pues así así, como todos los días —respondió Alicia sonriendo.

—Eso no basta —dijo con ansiedad el caballero.

—Es que verás... El viento sopla tan fuertemente por aquí... Es tan espeso que parece sopa.

—¿Y no ha inventado un sistema para impedir que el viento se le lleve el pelo? —inquirió Alicia.

—Aún no —replicó el caballero—. Pero si que tengo un sistema para impedir que se me caiga.

—¡Ah! Pues me interesaría mucho conocerlo.

—Verás, primero se toma un palo bien recto —explicó el caballero— luego haces que el pelo vaya subiendo por el palo, como se hace con los frutales. Ahora bien, la razón por la que el pelo se cae es porque cuelga hacia abajo..., y ya sabes que nada se puede caer hacia arriba, conque... Es un sistema de mi propia invención. Puedes probarlo si quieres.

No sonaba demasiado cómodo el sistema, pensó Alicia, y durante algunos minutos caminó en silencio, sopesando la idea y deteniéndose cada dos por tres para auxiliar al pobre caballero, que ciertamente no era un buen jinete.

Cada vez que se detenía el caballo (lo que sucedía muy a menudo) se caía por delante; y cada vez que el caballo arrancaba de nuevo (lo que generalmente hacía de manera bastante súbita) se caía por la grupa. Por lo demás, se las arreglaba bastante bien, salvo por el vicio que tenía de caerse por uno u otro lado del caballo de vez en cuando; y como le daba por hacerlo generalmente por el lado por el que Alicia iba caminando, muy pronto esta se dio cuenta de que lo mejor era no ir andando demasiado cerca del caballero.

—Me temo que no ha tenido usted ocasión de ejercitarse montando a caballo —se aventuró a decir, mientras le auxiliaba después de su quinta y aparatosa caída.

Al oír esto, el caballero puso una cara de considerable sorpresa y quedó un tanto ofendido.

—¿Y por qué se te ocurre decirme eso ahora? —preguntó mientras se encaramaba nuevamente sobre su montura, agarrándose de los pelos de Alicia con una mano para no desplomarse por el otro lado.

—Porque la gente no se cae con tanta frecuencia del caballo cuando tiene práctica.

—Pues yo tengo práctica más que suficiente —declaró gravemente el caballero— ¡más que suficiente!

A Alicia no se le ocurrió otra cosa mejor que decir a esto que:

—¿De veras?

Bien es verdad que lo dijo tan cordialmente como pudo. Después de esto, continuaron avanzando en silencio durante algún rato, el caballero con los ojos cerrados mascullando cosas ininteligibles y Alicia esperando la siguiente caída.

—El gran arte de la equitación —empezó a declamar de golpe el caballero, con resonante voz y gesticulando con el brazo derecho mientras hablaba— estriba en mantenerse...

Pero aquí la frase se detuvo tan inopinadamente como había comenzado, pues el caballero cayó pesadamente de cabeza precisamente en medio del sendero por el que iba caminando Alicia. Esta vez se asustó de veras y por ello, mientras lo levantaba, le dijo con voz inquieta:

—Espero que no se haya roto ningún hueso.

—Ninguno que valga la pena de mencionar —repuso el caballero, como si no le importara quebrarse dos o tres—. El gran arte de la equitación, como estaba diciendo..., estriba en mantenerse adecuadamente en equilibrio. De esta manera en que voy a demostrar...

Dejó caer las riendas y extendió ambos brazos para mostrarle a Alicia lo que quería decir, y esta vez se cayó cuán largo era y de espaldas bajo las patas del caballo.

—¡Práctica más que suficiente! —continuaba repitiendo todo el tiempo, mientras Alicia le ayudaba a ponerse en pie—. ¡Práctica más que suficiente!

—¡Esto ya pasa de la raya! —gritó Alicia perdiendo esta vez toda su paciencia—. ¡Lo que usted debiera de tener es un caballo de madera con ruedas! ¡Eso es lo que necesita usted!

—¿Es que ese género equino cabalga con suavidad? —le preguntó el caballero con un tono que revelaba su gran interés; y se agarró firmemente al cuello de su caballo justo a tiempo para salvarse de una nueva y ridícula caída.

—¡Mucho más suavemente que un caballo de carne y hueso! —exclamó Alicia dando un pequeño chillido de la risa que le estaba dando todo ello, a pesar de los esfuerzos que hacia por contenerla.

—Voy a conseguirme uno —se dijo pensativo el caballero— uno o dos..., ¡varios!

Después de esto, se produjo un corto silencio y luego el caballero rompió de nuevo a hablar.

—Tengo un considerable talento para inventar cosas. Y no sé si habrás observado que la última vez que me levantaste del suelo estaba así como algo preocupado...

—Desde luego, me pareció que había puesto una cara bastante seria —aseguró Alicia.

—Bueno, es que precisamente entonces estaba inventando una nueva manera para pasar por encima de una cerca..., ¿te gustaría saber cómo?

—Me gustaría muchísimo —asintió cortésmente Alicia.

—Te diré cómo se me ocurrió la idea —dijo el caballero—. Verás, me dije a mi mismo: «la única dificultad está en los pies, pues la cabeza ya está de por sí por encima». Así pues, primero coloco la cabeza por encima de la cerca ..., y así queda asegurada ésta a suficiente altura..., y luego me pongo cabeza abajo..., y entonces son los pies los que quedan a suficiente altura, como verás..., y de esta forma, ¡paso la cerca! ¿Comprendes?

—Sí, supongo que lograría pasar la cerca después de esa operación —asintió Alicia pensativamente— pero, ¿no cree usted que resulta algo difícil de ejecutar?

—No lo he probado aún —declaró con gravedad el caballero— así que no puedo asegurarlo..., pero me temo que algo difícil sí sería.

El darse cuenta de esto pareció molestarle tanto que Alicia se decidió a cambiar apresuradamente de tema.

—¡Qué curioso yelmo el suyo! —dijo, prodigando alegría—. ¿Es también de su invención?

El caballero posó orgullosamente la vista sobre su yelmo, que llevaba colgado de la silla.

—Si —asintió— pero he inventado otro mejor aún que este..., uno en forma de un pan de azúcar. Con aquel yelmo puesto, si me sucedía caer del caballo, daba inmediatamente con el suelo puesto que en realidad caía una distancia muy corta, ¿comprendes?... Claro que siempre existía el peligro de caer dentro de él, desde luego... Eso me sucedió una vez..., y lo peor del caso fue que antes de que pudiera salir de nuevo, llegó el otro caballero blanco y se lo puso creyendo que era el suyo.

El caballero describía esta escena con tanta seriedad que Alicia no se atrevió a reír.

—Me temo que le habrá usted hecho daño —comentó con voz que le temblaba de la risa contenida— estando usted con todo su peso encima de su cabeza.

—Tuve que darle de patadas, por supuesto —explicó el caballero con la misma seriedad—. Y entonces se quitó el yelmo..., pero pasaron horas y horas antes de que pudiera salir de ahí dentro. ¡Estaba yo tan apremiado que no había quien me sacara de ahí!

—Me parece que lo que usted quiere decir es que estaba muy «apretado» —objetó Alicia.

—Mira, ¡apremiado por todas partes! —insistía el caballero—. ¡Te lo aseguro!

Levantó las manos, sacudiendo la cabeza, al decir esto, bastante excitado, y al instante rodó por tierra, acabando de cabeza en una profunda zanja Alicia corrió al borde de la cuneta para poder ayudarle. La caída la había tomado por sorpresa pues aquella vez el caballero parecía haberse mantenido bastante bien sobre su caballo durante algún tiempo, y además temía que esta vez sí se hubiese hecho daño de verdad.

Sin embargo, y aunque sólo podía verle la planta de los pies, se quedó muy aliviada al oír que decía en su tono usual de voz:

—Apremiado por todas partes —repetía— pero fue un descuido por su parte ponerse el yelmo de otro..., ¡y con el otro dentro además!...

—¿Cómo puede usted estar ahí hablando tan tranquilo con la cabeza abajo como si nada? —preguntó Alicia mientras lo arrastraba por los pies y amontonaba sus enlatados miembros al borde de la zanja.

El caballero pareció quedar muy sorprendido por la pregunta.

—Y, ¿qué más da donde esté mi cuerpo? —dijo—. Mi cabeza sigue trabajando todo el tiempo. De hecho, he comprobado que cuanto más baja tenga la cabeza, más invenciones se me van ocurriendo.

—Ahora, que la vez que mejor lo hice —continuó después de una pausa fue cuando inventé un budín mientras comíamos la entrada de carne.

—¿Con tiempo suficiente para que se lo sirvieran al siguiente plato? —supuso Alicia—. ¡Eso sí que se llama pensar rápido!

—Bueno, no fue el siguiente plato —dijo el caballero lentamente, con voz un tanto retenida—. No, desde luego no lo sirvieron después del otro.

—Entonces, ¿lo servirían al día siguiente, porque supongo que no iban a comer dos budines en la misma cena?

—Bueno, tampoco apareció al día siguiente —repitió el caballero igual que antes—. Tampoco al otro día. En realidad —continuó agachando la cabeza y bajando cada vez más la voz, no creo que ese budín haya sido cocinado nunca. En realidad, ¡no creo que ese budín sea cocinado jamás! Y, sin embargo, como budín, ¡qué invento más extraordinario!

—A ver, ¿de qué estaba hecho ese budín, según su invento? —preguntó Alicia, con la esperanza de animarlo un poco, pues al pobre caballero parecía que aquello le estaba deprimiendo bastante.

—Para empezar, de papel secante —contestó el caballero dando un gemido.

—Me temo que eso no quedaría demasiado bien...

—No quedaría bien así solo —interrumpió con bastante ansiedad— pero, ¡no tienes idea de cómo cambia al mezclarlo con otras cosas!... Tales como pólvora y pasta de lacrar. Pero tengo que dejarte aquí. —terminó diciendo.

Pues acababan de llegar al lindero del bosque.

A Alicia se le reflejaba el asombro en la cara. No podía menos de pensar con ese budín.

—Estás triste —dijo el caballero con voz inquieta— déjame que te cante una canción que te alegre.

—¿Es muy larga? —preguntó Alicia, pues había oído demasiada poesía aquel día.

—Es larga —confesó el caballero— ¡pero es tan, tan hermosa! Todo el que me la ha oído cantar..., o se le han saltado las lágrimas o si no...

—¿O si no qué? —insistió Alicia pues el caballero se había quedado cortado de golpe.

—O si no se les ha saltado nada, esa es la verdad. La canción la llaman «Ojos de bacalao».

—¡Ah! ¿Conque ese es el nombre de la canción, eh? —dijo Alicia, intentando dar la impresión de que estaba interesada.

—No, no comprendes —corrigió el caballero, con no poca contrariedad—. Así es como la llaman, pero su nombre en realidad es «Un anciano viejo viejo».

—Entonces, ¿debo decir que así es como se llama la canción? —se corrigió a su vez Alicia.

—No, tampoco. ¡Eso ya es otra cosa! La canción se llama «De esto y de aquello», pero es sólo como se llama, ya sabes...

—Bueno, pues entonces cuál es esa canción, —pidió Alicia que estaba ya completamente desconcertada.

—A eso iba —respondió el caballero. En realidad, la canción no es otra que «Posado sobre una cerca», y la música es de mi propia invención. Y hablando de esta guisa, detuvo su caballo y dejó que las riendas cayeran sueltas por su cuello. Luego empezó a cantar, marcando el tiempo lentamente con una mano, una débil sonrisa iluminando la cara bobalicona, como si estuviera gozando con la música de su propia canción.

De todas las cosas extrañas que Alicia vio durante su viaje a través del espejo, esta fue la que recordaba luego con mayor claridad. Años más tarde podía aún revivir toda aquella escena de nuevo, como si hubiera sucedido sólo el día anterior..., los suaves ojos azules y la cara bondadosa del caballero..., los rayos del sol poniente brillando por entre sus pelos venerables y destellando sobre su armadura, con un fulgor que llegaba a deslumbrarla..., el caballo moviéndose tranquilo de aquí para allá, las riendas colgando del cuello, paciendo la hierba a sus pies..., y las sombras oscuras del bosque al fondo..., todo ello se le grabó a Alicia en la mente como si fuera un cuadro, mientras se recostaba contra un árbol protegiéndose con la mano los ojos del sol y observaba a aquella extraña pareja, oyendo medio en sueños la melancólica música de esa canción.

—Sólo que la música no es uno de sus inventos —se dijo Alicia— es «Te doy cuanto poseo que ya más no puedo». Se quedó callada oyendo con la mayor atención, pero no se le asomaba ninguna lágrima a los ojos.

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