A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (17 page)

BOOK: A través del espejo y lo que Alicia encontró allí
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no menos de noventa veces nueve!

—¡Noventa veces nueve! —repitió Alicia con desesperación—. ¡Así no acabarán nunca! Será mejor que entre ahora mismo de una vez.

Y en efecto entró. Y mas en el momento en que apareció, se produjo un silencio mortal.

Alicia miró nerviosamente a uno y otro lado de la mesa mientras avanzaba andando por la gran sala; pudo ver que había como unos cincuenta comensales, de todas clases: algunos eran animales, otros pájaros y hasta se podían ver algunas flores.

«Me alegro de que hayan venido sin esperar a que los hubiera invitado —pensó— pues desde luego yo no habría sabido nunca a qué personas había que invitar».

Tres sillas formaban la cabecera de la mesa. La Reina roja y la Reina blanca habían ocupado ya dos de ellas, pero la del centro permanecía vacía. En esa se fue a sentar Alicia, un poco azarada por el silencio y deseando que alguien rompiese a hablar.

Por fin empezó la Reina roja:

—Te has perdido la sopa y el pescado —dijo—. ¡Qué traigan el asado!

Y los camareros pusieron una pierna de cordero delante de Alicia, que se la quedó mirando un tanto asustada porque nunca se había visto en la necesidad de trinchar un asado en su vida.

—Pareces un tanto cohibida, permíteme que te presente a la pierna de cordero —le dijo la Reina roja—: Alicia..., Cordero; Cordero..., Alicia.

La pierna de cordero se levantó en su fuente y se inclinó ligeramente ante Alicia; y Alicia le devolvió la reverencia no sabiendo si debía de sentirse asustada o divertida por todo esto.

—¿Me permiten que les ofrezca una tajada? —dijo tomando el cuchillo y el tenedor y mirando a una y a otra reina.

—¡De ningún modo! —replicó la Reina roja muy firmemente— Sería una falta de etiqueta trinchar a alguien que nos acaba de ser presentado. ¡Qué se lleven el asado!

Y los camareros se lo llevaron diligentemente, poniendo en su lugar un gran budín de ciruelas.

—Por favor, que no me presenten al budín —se apresuró a indicar Alicia— o nos quedaremos sin cenar. ¿Querrían que les sirviese un poquito?

Pero la Reina roja frunció el entrecejo y se limitó a gruñir severamente:

—Budín..., Alicia; Alicia..., Budín. ¡Que se lleven el budín!

Y los camareros se lo llevaron con tanta rapidez que Alicia no tuvo tiempo ni de devolverle la reverencia.

De todas formas, no veía por qué tenía que ser siempre la Reina roja la única en dar órdenes; así que, a modo de experimento, dijo en voz bien alta:

—¡Camarero! ¡Que traigan de nuevo ese budín!

Y ahí reapareció al momento, como por arte de magia. Era tan enorme que Alicia no pudo evitar el sentirse un poco cohibida, lo mismo que le pasó con la pierna de cordero. Sin embargo, haciendo un gran esfuerzo, logró sobreponerse, cortó un buen trozo y se lo ofreció a la Reina roja.

—¡¡Qué impertinencia!! —exclamó el budín—. Me gustaría saber, ¿cómo te gustaría a ti que te cortaran una tajada del costado! ¡Qué bruta! Hablaba con una voz espesa y grasienta y Alicia se quedó sin respiración, mirándolo toda pasmada.

—Dile algo, —recomendó la Reina roja—. Es ridículo dejar toda la conversación a cargo del budín.

—¿Sabe usted? En el día de hoy me han recitado una gran cantidad de poemas —empezó diciendo Alicia, un poco asustada al ver que en el momento en que abría los labios se producía un silencio de muerte y que todos los ojos se fijaban en ella— y me parece que hay algo muy curioso..., que todos ellos tuvieron algo que ver con pescados. ¿Puede usted decirme por qué gustan tanto los peces a todo el mundo de por aquí?

Le decía esto a la Reina roja, cuya respuesta se alejó un tanto del tema.

—Respecto al pescado —dijo muy lenta y solemnemente, acercando mucho la boca al oído de Alicia— Su Blanca Majestad sabe una adivinanza..., toda en rima..., y toda sobre peces... ¿Quieres que te la recite?

—Su Roja Majestad es muy amable de sacarlo a colación —murmuró la Reina blanca al otro oído de Alicia, arrullando como una paloma—. Me gustaría tanto hacerlo..., ¿no te importa?

—No faltaba más —concedió Alicia, con mucha educación.

La Reina blanca sonrió alegremente de lo contenta que se puso y acarició a Alicia en la mejilla. Empezó entonces:

Primero, hay que pescar al pez;

Cosa fácil es: hasta un niño recién nacido

sabría hacerlo.

Luego, hay que comprar al pez;

Cosa fácil es: hasta con un penique

podría lograrlo.

Ahora, cocíname a ese pez;

Cosa fácil es: no nos llevará

ni tan siquiera un minuto.

Arréglamelo bien en una fuente:

pues vaya cosa: si ya está

metido en una.

Tráemelo acá, que voy a cenar;

Nada más fácil que ponerla

sobre la mesa

¡Destápame la fuente!

¡Ay! Esto sí que es difícil:

no puedo yo con ella.

Porque se pega como si fuera con cola,

Porque sujeta la tapa de la fuente

mientras se recuesta en ella.

¿Qué es más fácil, pues,

descubrir la fuente o destapar la adivinanza?

—Tómate un minuto para pensarlo y adivina luego —le dijo la Reina roja—. Mientras tanto, brindaremos a tu salud. ¡Viva la Reina Alicia! —chilló a todo pulmón.

Y todos los invitados se pusieron inmediatamente a beber..., pero, ¡de qué manera más extraña! Unos se colocaban las copas sobre sus cabezas, como si se tratara del cono de un apagador, bebiendo lo que les chorreaba por la cara... Otros voltearon las jarras y se bebían el vino que corría por los ángulos de la mesa..., y tres de ellos (que parecían más bien canguros) saltaron sobre la fuente del cordero asado y empezaron a tomarse la salsa a lametones.

«¡Como si fueran cerdos en su pocilga!» —pensó Alicia.

—Deberías dar ahora las gracias con un discursito bien arreglado —dijo la Reina roja dirigiéndose a Alicia con el entrecejo severamente fruncido.

—A nosotras nos toca apoyarte bien, ya sabes —le aseguró muy por lo bajo la Reina blanca a Alicia, mientras ésta se levantaba para hacerlo, muy obedientemente, pero algo asustada.

—Muchas gracias —susurró Alicia respondiéndole— pero me las puedo arreglar muy bien sola.

—¡Eso sí que no puede ser! —pronunció la Reina roja con mucha determinación.

Así que Alicia intentó someterse a sus esfuerzos del mejor grado posible.

(—¡Y lo que me apretujaban! —diría Alicia más tarde, cuando contaba a su hermana cómo había transcurrido la fiesta—. ¡Cualquiera hubiera dicho que querían aplanarme del todo entre las dos!)

La verdad es que le fue bastante difícil mantenerse en su sitio mientras pronunciaba su discurso. Las dos reinas la empujaban de tal manera, una de cada lado, que casi la levantaban en volandas con sus empellones.

—Me levanto para expresaros mi agradecimiento... —empezó a decir Alicia; y de hecho se estaba levantando en el aire algunas pulgadas, mientras hablaba. Pero se agarró bien del borde de la mesa y consiguió volver a su sitio a fuerza de tirones.

—¡Cuidado! ¡Agárrate bien! —chilló de pronto la Reina blanca, sujetando a Alicia por el pelo con ambas manos—. ¡Que va a suceder algo!

Y entonces (como lo describiría Alicia más tarde) toda clase de cosas empezaron a suceder en un instante: Las velas crecieron hasta llegar al techo..., parecían un banco de juncos con fuegos de artificio en la cabeza. En cuanto a las botellas, cada una se hizo con un par de platos que se ajustaron apresuradamente al costado, a modo de alas, y de esta guisa, con unos tenedores haciéndoles las veces de patas, comenzaron a revolotear en todas direcciones.

«¡Si hasta parecen pájaros!» —logró pensar Alicia a pesar de la increíble confusión que empezaba a invadirlo todo.

En este momento, Alicia oyó que alguien soltaba una carcajada aguardentosa a su lado y se volvió para ver qué le podía estar sucediendo a la Reina blanca; pero en vez de la Reina lo que estaba sentado a su lado era la pierna de cordero.

—¡Aquí estoy! —gritó una voz desde la marmita de la sopa y Alicia se volvió justo a tiempo para ver la cara ancha y bonachona de la Reina blanca sonriéndole por un momento antes de desaparecer del todo dentro de la sopa.

No había ni un momento que perder. Ya varios de los comensales se habían acomodado en platos y fuentes, y el cucharón de la sopa avanzaba amenazadoramente por encima de la mesa, hacia donde estaba Alicia, haciéndole gestos impacientes para que se apartara de su camino.

—¡Esto no hay quien lo aguante! —gritó Alicia poniéndose en pie de un salto y agarrando el mantel con ambas manos, dio un buen tirón y platos, fuentes, velas y comensales se derrumbaron por el suelo, cayendo con estrépito y todos juntos en montón.

—¡Y en cuanto a ti! —continuó volviéndose furiosa hacia la Reina roja, a la que consideraba culpable de todo este enredo...

Pero la Reina ya no estaba a su lado..., había menguado súbitamente hasta convertirse en una pequeña muñeca que estaba ahora sobre la mesa, correteando alegremente y dando vueltas y más vueltas en pos de su propio mantón que volaba a sus espaldas.

En cualquier otro momento, Alicia se habría sorprendido al ver este cambio, pero estaba demasiado excitada para que nada le sorprendiese ahora.

—¡En cuanto a ti! —repitió agarrando a la figurilla justo cuando ésta estaba saltando por encima de una botella que había aterrizado sobre la mesa—. ¡Te voy a sacudir hasta que te conviertas en un gatito! ¡Vaya que si lo voy a hacer!

Capítulo 10
Sacudiendo

Mientras hablaba, Alicia la retiró de la mesa y empezó a sacudirla hacia atrás y hacia adelante con todas sus fuerzas. La Reina roja no ofreció la menor resistencia. Tan sólo ocurrió que su cara se fue empequeñeciendo mientras que los ojos se le agrandaban y se le iban poniendo verdes; y mientras Alicia continuaba sacudiéndola, seguía haciéndose más pequeña..., y más gorda..., y más suave..., y más redonda..., y ...

Capítulo 11
Despertando

..., y..., ¡en realidad era un gatito, después de todo!

Capítulo 12
¿Quién lo soñó?

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