Asimismo, significaba que tendría que portarme bien en la zona de juego y echar una mano a Malina cuando necesitara ayuda. Al menos ella estaba dispuesta a convivir en paz, mientras que
die Töchter des dritten Hauses
se habían empeñado en demostrar que no.
Otra cosa que tenía que tener en cuenta era la posibilidad de que me estuvieran vigilando y ya no me fuera tan fácil desaparecer como en el pasado. Estaba claro que el padre Gregory y el rabino Yosef me observaban de cerca o estaban en contacto con alguien que lo hacía. Me gustase o no, al matar a Aenghus Óg me había hecho mucho más notorio y si varios seres decidían que les apetecía probarse contra mí, más me valía defenderme en un lugar en el que había tenido años para colocar mis conjuros.
Pero ¿por qué parecía que la Fortuna me empujaba a una reyerta callejera con Thor? El robo de las manzanas de Idun lo haría levantarse tan rápido como si se hubiera sentado sobre un puercoespín.
—¿Has estado hablando con mi abogado, Leif Helgarson? —pregunté a Laksha—. ¿Un cabronazo de miedo, pálido y rubio, que lleva traje inglés?
—No. —Sacudió la cabeza y frunció el entrecejo—. Creía que tu abogado era el hombre lobo que rescatamos en las montañas.
—Y lo es. Tengo dos abogados, pero ambos odian a Thor. ¿Alguno de ellos te ha animado a hacer esto?
—Casi todo el mundo odia a Thor. —Laksha sonrió—. Pero no, no me han hablado de nada de esto.
—Entonces, ¿esto es tu propia manera de hacerme luchar contra él? Es como si todo el mundo quisiera sacarnos al ruedo y comprarse los asientos de primera fila.
—No, ésta es mi manera de conservar este cuerpo sin tener que aumentar mi deuda kármica.
Suspiré, para liberar un poco de tensión de los músculos, y me froté los ojos con los nudillos.
—Está bien. Vamos a pensarlo bien. Si tu objetivo es cultivar tu propio manzano de la súper mega fruta de la eterna juventud, en realidad no necesitas todas las manzanas de Idun, ¿no? Sólo necesitas una para conseguir las semillas.
—No. —Laksha volvió a sacudir la cabeza y dio varios golpecitos a la mesa para que quedase más claro—. Las quiero todas, por si me sale mal.
—Bueno, si voy a planteármelo, al menos me gustaría tener la posibilidad de salir con vida de todo esto. Si robo una manzana, podría escaparme sin que nadie se diera cuenta, porque el mito dice que guarda sus manzanas en una cesta que está siempre llena. Pero si las robo todas, hasta el último dios nórdico vendrá a por mí, y a por ti también, debo añadir. Sé razonable. Una sola manzana será suficiente.
—¿Cómo puedo estar segura de que la manzana que me traes es de Idun?
—Pues porque será dorada, para empezar, y porque después de morderla deberías sentirte de puta madre, si creemos lo que cuentan.
Laksha se rió.
—Está bien. En el pasado has demostrado ser un hombre de palabra. Doce bacantes muertas esta noche a cambio de una de las manzanas de Idun antes de Año Nuevo.
Nos dimos un apretón de manos mientras Granuaile meneaba la cabeza, perpleja.
—He oído conversaciones de lo más extrañas trabajando en el bar —dijo—, pero creo que ésta las supera a todas.
La gente que no vive en Scottsdale habla de ella con expresión despectiva y dice con sorna que es una «ciudad de pijos». Los que sí viven allí suelen decir que todos los demás están celosos. Tanto unos como otros tienen su parte de razón.
En Scottsdale hay más cirujanos plásticos per cápita que en ningún otro sitio, exceptuando Beverly Hills. Al terminar la secundaria, a algunos críos sus padres les regalan una operación por haberse graduado. Las anchas calles residenciales de casas perfectas compiten entre sí por aparecer en las revistas de arquitectura y diseño; y los coches elegantes y lujosos de los garajes potencian la testosterona de los hombres maduros que toman Cialis una vez al día para satisfacer a sus novias elegantes y lujosas. Es una ciudad turística en la que gran parte del terreno está ocupado por los campos de golf y los egos.
Muchos de esos egos jóvenes y hermosos suelen apiñarse en Satyrn, una de las discotecas de moda de la ciudad. Llevan ropa cara, se perfuman con algo francés, se acicalan y se cardan el pelo, se arreglan y se engalanan, siempre con el punto exacto de ostentación. Son los hijos y las hijas de la opulencia, están acostumbrados a los excesos y quieren más; en otras palabras, son las víctimas perfectas para las bacantes.
Después de mandar a Granuaile a casa, Laksha y yo cogimos un taxi hasta un Target para comprarme un par de bates de béisbol de madera. La cajera se quedó prácticamente agazapada mientras nos los cobraba y apenas levantó la mirada, aparte de para lanzarme algún que otro vistazo furtivo. Probablemente dudaba de mi estabilidad emocional, ya que llevaba una espada cruzada a la espalda y estaba comprando artículos deportivos por la noche. El personal de seguridad de la tienda tardó en darse cuenta de que estaba paseándome con un arma por su territorio, así que la cajera ya me estaba dando el
ticket
con mano temblorosa cuando aparecieron y me acompañaron desde las cajas hasta la salida. Les sonreí y les agradecí tanta amabilidad, para que no llamaran a la policía y complicaran más el resto de la noche.
El conductor del taxi decidió que éramos una pareja bastante extraña y no dejaba de hacernos preguntas. Le contamos que éramos expertos en artes marciales que estábamos en la ciudad por un congreso y se lo tragó. Dijo que hubo un tiempo en que él iba a ser un
ninja
, pero las cosas no salieron como esperaba. Le pedimos que nos dejara en el extremo más alejado del aparcamiento, lo más lejos posible de la entrada, rodeada por una cuerda de terciopelo. En la puerta no había segurata, una señal de mal agüero. La noche vibraba con el ritmo de una mezcla
techno dance
que prometía una iluminación azul oscuro y cuerpos girando en el interior.
—Ya sabes que no os van a dejar entrar con esas cosas, ¿verdad? —me dijo el taxista, cuando me bajé y le pagué.
—Me parece que ahora mismo uno puede entrar con lo que sea —contesté—. Gracias por el viaje. Cuídate.
Mientras se iba y yo tosía un par de veces por el humo del tubo de escape, Laksha levantó una mano hacia la entrada y dijo:
—¿Vamos a echar un vistazo?
—¿Antes no tienes que pronunciar ningún conjuro o sacrificar un gato callejero o algo así?
—No.
Me sonrió con suficiencia y echó a andar hacia el club.
La seguí, hablando a su espalda.
—Venga, ¿ni círculos, ni estrellas de cinco puntas, ni unas velas, ni nada?
Sabía que Laksha confiaba en su capacidad de resistencia contra la magia de las bacantes, pero lo que no sabía era cómo iba a protegerse. ¿El collar de rubíes podía tener el mismo poder defensivo que mi amuleto y más aún? Creía que por lo menos tendría que preparar algún tipo de conjuro. En cuanto a mí, no tenía más protección que mi amuleto y la férrea determinación de pensar en el béisbol; si no, podía terminar cayendo en su frenesí.
—Lo siento —me respondió por encima del hombro.
—Sólo un momento —dije cuando llegamos a la puerta—. No tengo muy claro si yo debería entrar. Podría ser vulnerable a su magia.
Laksha se volvió y me observó con curiosidad.
—¿No puedes controlar tu cuerpo?
—Hasta cierto punto, sí. ¿Ésa es tu defensa contra ellas? ¿Controlar tu cuerpo?
—Exacto. Tengo un control absoluto sobre el sistema nervioso de este cuerpo. En cierto sentido, estoy fuera de él. Recibiré el estímulo, todas esas cosas que he aprendido que se llaman feromonas y hormonas, pero no permitiré que mi cuerpo responda. No me excitaré a no ser que yo quiera que suceda.
—¿Las bacantes sólo utilizan eso? ¿Feromonas?
Yo ya lo había sospechado, pero creía que tenía que haber algo más.
—Sí, creo que eso es lo único que hacen. Su magia se dirige al sistema límbico del cerebro de unas pocas personas que están cerca y entonces los cuerpos de esas personas… Creo que la expresión es «comparten su amor» con otras personas que tienen cerca, y eso se va propagando hasta que todos los que están en la zona son esclavos de sus deseos sexuales. El alcohol reduce la resistencia de los individuos, los desinhibe, hace que todo ocurra más rápido. Después, se alimentan de las feromonas y de la energía del grupo, se empapan de ella, y adquieren una fuerza increíble.
—Tiene sentido. —Asentí—. Es diferente a los súcubos. Pero eso quiere decir que yo no tendré ningún tipo de defensa. Yo no estoy fuera de mi sistema nervioso de la forma que describes.
Laksha resopló, impaciente.
—Vale. Por lo menos entra a echar una ojeada. Te acompañaré fuera en cuanto empieces a tocarte.
—¿Qué? Oye, no dejes que llegue tan lejos. No está bien.
A los labios de Laksha se asomó una sonrisa, pero desapareció en cuanto volvió al asunto que nos ocupaba.
—Deja los bates en la puerta. Lo identificarán como una amenaza.
—¿Y la espada no?
—Para ellas no es una amenaza. No quiero sacarlas de su éxtasis. Se convertirá en furia.
Después de obedecerla de mala gana, la seguí adentro, hacia el ritmo del bajo
techno
que te retumbaba en la cabeza y el efecto estroboscópico y multicolor de las luces secuenciales que había en una plataforma sobre la pista de baile, que quedaba a nuestra izquierda. La barra estaba a la derecha, con las copas de martini colgando encima y las botellas de las mejores marcas destacaban expuestas delante de un espejo. Había alguna cerveza de barril, pero como aquél no era el tipo de clientela que bebía cosas tan vulgares, el bar obtenía la mayor parte de sus beneficios con bebidas cursis. El suelo de la zona del bar era de baldosas laminadas blancas, jaspeadas con unas rayas tenues azul cobalto. Había unas cuantas mesas blancas altas repartidas por esa zona, sin sillas, y era imposible encontrar ni un solo taburete o asiento. Estaba claro que el Satyrn pretendía ser un antro donde nadie se sentara, y así era. Tres arañas de cristal con luz eléctrica colgaban sobre la zona del bar, muy altas, e iluminaban con una luz suave aquella parte de la discoteca. La zona de la barra y la pista de baile quedaban separadas por cinco enormes columnas de carga blancas y la pista de baile estaba totalmente a oscuras, excepto por los destellos casuales que llegaban desde la plataforma de luces. Todo el local, estrecho y largo, estaba lleno de cuerpos que se agitaban, en diferentes grados de desnudez y abandono. Incluso detrás de la barra, los camareros se meneaban y agitaban entre sí, en vez de agitar las bebidas de los clientes. Aun así, la gente de la zona de la barra se mostraba mucho más comedida que la de la pista de baile, donde la mayoría ya se había desembarazado de casi toda la ropa y no ponía impedimentos a la otra actividad de embarazar.
Yo mismo sentí las primeras punzadas de deseo y me puse a pensar en que los Diamondback necesitaban amenazar más con robar la base entre el primer y el segundo bateador, porque hasta que no lograran poner nerviosos a los lanzadores y sumar carreras, serían una presa fácil. No podían confiar en que sus bateadores, que tenían un juego desigual, ganaran suficientes puntos como para marcar la diferencia. Tenían que ser una máquina de… Una máquina de… No. Necesitaban un par de buenos jugadores entre los lanzadores de reserva, que pudieran lanzar dos o tres entradas impresionantes. No podían seguir perdiendo partidos porque el primer bateador tuviera un mal día.
—La falta de asientos es un inconveniente —se quejó Laksha—. Necesito un sitio donde dejar este cuerpo a salvo.
—¿Qué? ¿Por qué?
—¿Entiendes siquiera lo que voy a hacer?
—No lo tengo muy claro. ¿Expulsar sus almas de los cuerpos de alguna forma?
—No, eso sólo lo hago cuando tomo posesión de ellos. Lo único que quieres tú es que las mate. Haré una visita al cerebro de una de ellas y le desconectaré el hipotálamo, que se encarga de regular los latidos del corazón, y cuando se desplome me trasladaré a la siguiente, y así. Sus almas abandonarán los cuerpos de forma natural como consecuencia de su muerte. Me llevará menos de un minuto.
Fruncí el ceño.
—¿Qué le pasará a su cuerpo mientras está ocupada con eso?
—Este cuerpo se quedará desprotegido, en estado vegetativo, hasta que yo vuelva. Y por eso necesito un sitio donde sentarme.
Un gilipollas que apestaba a Dakkar Noir se acercó a Laksha por detrás, le pasó las manos por debajo de los brazos y le cogió el pecho. Sin perder un instante, ella le dio un buen pisotón, dio un paso hacia delante y se volvió hacia la derecha con el brazo levantado, de forma que le clavó el codo en la sien. El tipo se desplomó como si fuera un saco de harina. Laksha puso una mueca de asco y dijo:
—Tenemos que darnos prisa. Esto ya empieza a ser ridículo.
—¿Dónde están las bacantes? —le pregunté.
—Hay una allí, en el extremo de la pista.
Señaló a una mujer que llevaba algo parecido a un salto de cama blanco muy fino y que movía el trasero sinuosamente contra las caderas de un chico joven que tenía detrás. Él tenía una sonrisa de borracho en la cara y me pareció que sus dientes eran más afilados de lo normal. El aura de todo el mundo hervía en rojo por el deseo carnal.
De repente dejé de verla, pues una chica disoluta de tez aceituna se deslizó hasta mí y me besó en la boca, mientras con la pierna derecha me envolvía la pantorrilla. Después, metió su lengua entre mis dientes. En ese momento se suponía que yo tenía que estar pensando en un deporte de equipo, pero es que sabía a cerezas y a algo más…
Me la arrancaron de los brazos con un gritito de sorpresa y Laksha me cruzó la cara con una fuerte bofetada. Ah, sí, el béisbol. Un
home run
no estaría nada mal. ¿Dónde se había ido esa chica?
—Vamos a sacarte de aquí. Ya no vales para nada —dijo Laksha, obligándome a volverme hacia la puerta y empujándome para que caminara delante de ella. Volvimos a respirar aire fresco un segundo después, porque no habíamos llegado a adentrarnos mucho en el local, pero cuando quise pararme, Laksha me ordenó—: Sigue caminando. Si te quedas aquí, podrías tener la tentación de volver a entrar.
—¿Y qué pasa con mis bates?
—Cógelos, rápido.
Los recogí y Laksha me escoltó todo el camino hasta el final del aparcamiento. Anunció que ahí debería estar a salvo y allí me dejó, vacilante, sujetando dos bates de béisbol, con una espada cruzada a la espalda y mirando fijamente la entrada al club. No pensé que debía de tener pinta de desequilibrado hasta que un coche patrulla se acercó a mí por detrás, con las luces encendidas para que los otros coches lo esquivaran.